El 14
de abril de 1931 cayó la monarquía española y nació la segunda República. Uno
de los protagonistas fue el General Dámaso. Quién como ministro de las fuerzas
armadas nos describe la situación del Ejército. Se encontraba entre estar
dispuesto a hacer cuánto acordarán el rey y su gobierno. Al mismo tiempo, en
medio de una gran desorientación y desconcierto nacional. La revolución había
dado pasos para sustituir al régimen.
Fueron
las fuerzas armadas el único elemento que se mantuvo alejado de la lucha
pasional. Dispuestas a prestar los servicios que se le pidieran de la mano de
quien fuese su jefe. Pero el ejército también vibraba observando aquella
descomposición nacional. La desviación de la Constitución y las leyes. Lo cual
le causó resentimientos y agravios en aquella prueba decisiva, entre la
disciplina y el cumplimiento del deber.
Si
hubiese tenido que verter sangre, ya se encargarían de exagerar los mismos
revolucionarios que habían creado las circunstancias para que así se hubiera
dado. De esta forma, controlando el desorden, resultaría siendo víctima de su
cumplimiento del deber.
Un
dilema político por el que muchos ejércitos han tenido que pasar en el
transcurrir de la historia. Y siendo el salvador de la patria terminan siendo
vilipendiados por quienes no fueron los favorecidos en su interés ideológicos.
Las
fuerzas armadas también son víctimas. De la incapacidad de los dirigentes
políticos para mantener estables las naciones.
En Colombia también hemos pasado por similares situaciones. Por eso es
tan difícil la profesión de las armas. Que debe mantener un equilibrio
sensiblemente inestable. Entre la emoción y la razón. La fuerza y la mente. La
pluma y la espada.
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