AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 27 de noviembre de 2013

CRÓNICAS DE UN CURA PAISA. CAPÍTULO 12


CRÓNICAS DE UN CURA PAISA

POR EL PADRE ANTONIO MARÍA PALACIO VÉLEZ

CAPÍTULO 12

LOS BURROS

Otro día lo vi amolando en una piedra el cuasisemexmachete que no le podía faltar en sus viajes misionales. Fue a Necoclí donde Lo estaban aguardando. Y aunque éste es un pueblo muy viejo aquí no hay casa cural. En la noche lo alojaron en una casa que estaban construyendo y apenas tenía concluido el techo y sólo estaban zancos. Hicieron una escalera hecha de un solo palo donde hicieron muescas que conducía a un zarzo hecho de astillas y virutas de Maqué que colocadas sobre las vigas le desearon muy buena noche.

Como a las 10 de la noche llegó un individuo que amarró un burro de uno de los estantillos de la casa con el fin de tenerlo seguro y luego se retiró. El padre no se dio cuenta de esto. Cuando, he aquí, como a las dos de la mañana, llegó otro burro por allí, que andaba suelto, y se dio cuenta que ahí estaba amarrado un rival suyo. Quiso aprovechar la ocasión para desembarazarse de, y sin más preámbulo, dio un rebuzno de desafío, y se agarró con los dientes del hombrillo del burro amarrado y empezó la trifulca. Con la cuerda del amarrado se enredaron ambos burros y se estaban ahorcando. Con la bulla que hicieron los animales el padre Manuelito sintió unos ronquidos ya casi agónicos.

Sobresaltado el padre, sin saber de qué se trataba, pero figurando que algo grave pasaba en el piso de abajo de su domicilio en zancos, lo primero que se acordó en aquellos trágicos momentos fue de su lengua de zapo. Y acto seguido lo desenvainó y así, en el oscuro, echó escalera abajo blandiendo el arma en actitud de defensa de sus lares y solución de tamaña trifulca.

 
BURRO BULLANGUERO
 
Allí se dio cuenta de la crítica situación de los burros. Viendo que si no intervenía pronto uno de ellos se iba a ahorcar, optó por cortar, como medida de urgencia, la cuerda en la que estaban enredados los dos animales. Como estaba oscuro, así a tientas, metió la mano. Empuñó algo que él creyó que era la cuerda, quitó la mano y mando el tajo. Y tran, al suelo cayó un pedazo de jeta de burro. Como notó que nada había logrado en el intento, porque los animales seguían enredados, pasó la mano por encima de la nuca del otro burro y se dio cuenta de que aún tenía el lazo. Allí mismo con la alegría que embargó a Arquímedes exclamó: Eureka y lanzó otro viaje con su lengua de zapo.

El si le cortó la amarradero al burro pero también le hizo una chamba en la nuca desde la raíz de la oreja casi hasta el hombrillo.

Los burros resueltos y aunque cortados y a los chorros de sangre siguieron la batalla. El padre Manuelito teniendo todavía desenvainada en la mano la damasquina hoja de acero, llena de peos de burro y chorreada de sangre, dijo con aire solemne: ahora sí. Ya están sueltos. Que se diviertan como puedan que para eso son machos.

Después, con la tranquilidad de quien tiene la conciencia y cree haber hecho una buena acción, echó otra vez escalera arriba en dirección al zarzo, colocó la lengua de zapo desenvainada al pie de la cabecera y se durmió de nuevo. Al día siguiente al salir de la capilla vio el padre Manuelito al frente de la puerta de la inspectoría a dos burros y un gran gentío. La gente reunida, al ver al padre, los señalaban con el dedo y acto seguido llamaron a la inspectoría. El inspector en tono grave, muy serio y severo, le dijo: ¿padre conoce usted los burros?

El padre Manuelito con su mirada inquieta y con la velocidad del rayo que recorre grandes distancias en un segundo le dio más de 10 vistazos a los burros desde las orejas hasta la punta de la cola. Allí pudo reparar que uno de los burros tenía una sonrisa permanente a causa del machetazo de la noche anterior que le tumbó casi toda la jeta. Al otro burro le vio en la nuca una chamba tan abierta que parecía una trinchera alemana. Contestó: si, los conozco. Estos dos burros eran los que se estaban ahorcando anoche enredados en un lazo en el piso de abajo de mi residencia privada. Para evitar que se estrangularan tuve que bajar y cortarle las amarraderas.

Pues se metió usted en la grande, le dijo el inspector. Vea cómo puso a estos animales y luego añadió, sacando de un rincón de la inspectoría el machete manchado de sangre y lleno de pelos de burro: ¿conoce usted, padre, está arma?

Padre Manuelito clavó los ojos en el famoso machete y le dijo: usted fue el que se metió en la sin salida señor inspector, por este machete es mío. Lo tenía yo allá en mi residencia privada y sepa que toda residencia es sagrada y por lo tanto inviolable. Usted la ha violado sacando de allí este machete sin permiso del propietario. Cepa, pues, que se ha hecho reo de una causa muy negra. Mas, como yo no tengo intenciones en perjudicarlo, lo único que le exijo es que me entregue mi machete ahora mismo y quedamos en paz. Y, sin más palabras, el inspector le entregó su famosa lengua de zapo y el dueño de los burros los cogieron de cabestro y se fue con ellos. Y el tumulto se disolvió todo como si nada hubiera pasado.

EL PERDÓN.

Pasó algo grave. Me pasó con el padre Manuelito y le guardaba yo un resentimiento en lo más hondo del alma. Es verdad que yo lo perdone pero aún me parece imposible que yo lo hubiera podido perdonar. A causa de lo repugnante que es el cangrejo que hay en Turbo y lo asqueroso que es ese animal, le dije que me parecía raro que hubiese individuos tan cochinos que se lo comieran. Nada más porque dijeran que eran gente bien distinguida. Le dije que por nada en mi vida comería yo cangrejo. Comerá, me dijo el padre marianito, y lo haré comer. Pues sepa, le dije, que hasta ese día en que me haga comer cangrejo guardaremos amistad.

 
CANGREJO URABEÑO

 
Pasados unos días una noche me dijo: ya ve cómo es la vida, que no comería jamás cangrejo y ya comió. Allí mismo me fui entropando. Me enojé con él y con las hermanas Carmelitas que nos atendían. Poco faltó para que me lo tragara vivo. Y si no lo hice fue porque en ese mismo instante sentía que las tripas se me hacían nudos, se me subían a la garganta como con ánimo de hacerme voltear el estómago.
 
 
SOPA DE CANGREJO
 
Tal fue la repugnancia y el asco que sentí. Hay que ver el fastidio que le causa a uno el ver el caldo que les sale de ese buche aguamasudo cuando el padre Marianito se los rompe con el palo. Es cosa de hacerle dar náuseas hasta un perro al de este líquido azul viscoso que emana de la boca cuando se están muriendo. El estómago me daba saltos mortales.

Con los años lo perdoné pero no olvido la repugnancia que me causó dicha gracia.

FIN

Nota: con esta  parte final terminamos un capitulo mas de las historias que hacen parte de nuestras tradiciones y aventuras antioqueñas. Las mismas que muestran la forma de como se conquistó y se creó la cultura paisa.
Después de un receso corto reanudaremos el recuento resumido de otros asuntos de interés general.
Cordialmente: Coronel Iván González.