AERONAUTAS Y CRONISTAS

viernes, 17 de enero de 2020

ESCUELA DE CADETES Y COMANDO DE COMBATE



UNA ESCUELA DE CADETES Y UN COMANDO DE COMBATE

 

Nos agradó cuando fuimos destinados como segundo comandante de la Escuela Militar de Aviación. Podíamos actuar sobre algunos aspectos que ya, en otra ocasión anterior, habíamos querido implantar en el campo de la capacitación y formación de los oficiales. Aspecto logrado sin ningún éxito por las oposiciones y la resistencia al cambio de la vida castrense.

 


EL COMIENZO

 

Pedimos disfrutar de un periodo de vacaciones, que durante algunos años se nos habían negado, antes de asumir el cargo y mientras se efectuaban las reparaciones a la casa que debíamos ocupar. Pero se nos exigió presentación de inmediato sin ninguna consideración, ya que debimos trasladarnos sin disponer de un lugar donde alojar la familia. Algo que era salvable puesto que no había exigencias mayores. Siendo factible se nos hubiese otorgado los días mínimos indispensables para efectuar las reparaciones básicas de la vivienda.

 

Cumplimos lo ordenado dejando la familia en el destino anterior mientras tanto. Pues nuestro primer hijo estaba muy pequeño y no podía alojarla en un espacio minúsculo y sin las debidas comodidades indispensables. Nos asignaron un cuarto de barraca durante un mes. Del cual casi ni salimos debido a lo incómodos con la actitud demostrada. Y esperamos la llegada de la familia cuando la casa fuese habitable después de las reparaciones.

 

Esa intransigencia sin razón afectó la familia. La toleramos con resignación bajo el principio de la obediencia plena, algo que exige la profesión militar. Pero que era, a todas luces, bastante retrogrado, como el nuevo superior solía actuar. Y como, después, se comportó con nosotros, durante el cargo que desempeñamos. La familia lo toleró con resignación silenciosa.

 

LAS INSTRUCCIONES BÁSICAS

 

La primera instrucción que nos dio el nuevo superior fue que el campo operativo estaría totalmente separado del campo administrativo. Algo que concordaba con nuestras ideas. El, como Director, asumía todo lo operacional mientras nosotros no debíamos preocuparnos de nada de ese aspecto. Que debíamos concentrarnos exclusivamente en lo administrativo como Subdirector.

 

Por eso durante los meses siguientes estábamos poco enterados de lo que acontecía en el campo operacional. Porque, además de ser hermético en ese aspecto, era celoso y prevenido en evitar que hasta conociéramos los detalles de lo que acontecía. Lo que, luego, nos fue contraproducente cuando, ante las circunstancias que superaron su capacidad de manejo de las situaciones, nos exigió deberes operativos sin habernos permitido familiarizarnos con ese campo.

 

Vio que necesitaba de nuestra ayuda y respaldo sin admitir sus incompetencias. Y ahí si cambió, por su libre albedrío y sin previsión,  asumir funciones operativas con las correspondientes responsabilidades, sin la debida preparación para ello. Cuando antes nos había dejado en claro que sería solo de su incumbencia lo operativo por su sobrada destreza profesional. La que le resultó insuficiente, como se verá, cuando nos atacó el enemigo.

 

Aunque es necesario que las funciones sean separadas pero no excluyentes. Pues debe actuar en conjunción moderada para generar sumatoria de esfuerzos porque en algún momento lo demandarán las circunstancias. Si se prevee que las cosa no cambiarán, que serán estáticas, que no habrá anormalidades, se puede programar una separación constante y sistemática. Pero casi nunca, menos en lo militar, las cosas son así. Es de todo un poco. Por eso nuestra teoría de militares polifacéticos y multifuncionales. Deben ser líderes ampliamente ilustrados capaces de actuar y decidir tanto en la planeación como en la improvisación. Basados en un rico espectro profesional de conocimientos.

 

Otra circunstancia era de tipo personal. Que solo deberíamos salir de la Base con permiso. Sin importar que acordásemos la necesaria permanencia de alguno de los dos dentro de las instalaciones con funciones de comando responsable. Argumento que nos pareció muy justificado en cuanto a lo que deseaba que fuese nuestro mutuo dedicado empeño por atender las funciones del cargo. Sin embargo, la orden se nos hizo bastante extraña pues por el hecho de haber salido de los predios físicos y dentro de lo que, supuestamente seria la guarnición, un superior nunca deja de ser responsable.

 

Una vieja orden militar exigía que para salir de la guarnición, aun en vacaciones y durante las licencias, era con permiso previo. Incluso, la de presentarse al comandante a donde se llegaba para cumplir con aquello de la disponibilidad permanente de la vida militar. Una orden ya caduca. Eso era cuando la nación solo tenía caminos de herradura. La movilidad, las comunicaciones y el desplazamiento eran muy precarios. La lentitud del cambio y de la modernización en las normas era tan anquilosada que aún existía. Nadie se había preocupado en actualizarla o deshacerla. Otro asunto más que demuestra la pesada inercia institucional y su excesivo tradicionalismo.

 

Sin embargo, aún se daban militares que seguían siendo de esa mentalidad y naturaleza envejecida. Aun mas, exagerando la interpretación de esa norma a limites casi que retrógrados para con el subalterno. Porque cuando él se ausentaba no tenía el detalle de informarnos del nivel de responsabilidad que automáticamente asumíamos cuando salía de las instalaciones.

 

Consideraba que otro deber permanente nuestro era el de que teníamos que estar siguiendo sus pasos para estar enterados de su permanente ubicación. Por si solos o con constantes averiguación, por medio de terceros, para saber si éramos responsables de todo.

 

No era facilitador amistoso a pesar de su rango, pero si exigente severo al mejor estilo de los viejos comandantes soberbios y vanidosos propios de tiempos pasados en el campo militar. Actitud bastante odiosa y poco funcional para el interés institucional.

 

Lentamente fuimos descubriendo que el motivo era que se sentía, desde su interioridad y se lo dictaba el subconsciente, que era incapaz de asumir el manejo pleno de sus asuntos profesionales y más el de la Dirección de la Escuela, por sí solo. Le era indispensable sentir la proximidad de un apoyo sicológico. Así fuese en el campo operación, del cual nos aisló desde el principio.

 

Una cosa fue lo que nos dijo y otra lo que indicaba su comportamiento. Era de espíritu dudoso, titubeante en el carácter y en la estabilidad emocional, para asumir con plenitud el cargo, a pesar del alto grado que tenía. Pensó en darnos la impresión de suficiencia profesional de palabra, pero las ideas y sus decisiones indicaban lo contrario. Entonces comenzamos a entender el motivo del apremio por el cual exigió que nos presentáramos de inmediato cuando nos asignaron el cargo. Con lo que afectó la familia sin necesidad evidente.

 

Para justificar la situación aceptamos, sin ninguna otra petición, pensando que quizás sería considerado y que nos alternaríamos en las oportunidades de descanso. Pasó un tiempo largo y no llegó esa oportunidad. Nos dejó en claro que se nos concedería esa oportunidad siempre y cuando la pidiéramos. Lo que era chocante, pues ante tanta milimetría fue evidente que nos exponíamos a que se nos negara. Nos había expuesto a hacernos sentir una odiosa subordinación minuciosa, estrecha y restrictiva. Unas demostraciones de autoridad innecesaria, pues sabía que contaba con toda nuestro acatamiento a su autoridad.

 

Así que durante un año solo lo solicitamos una sola vez y eso por física necesidad. En una única oportunidad se percató del detalle y nos ofreció, como consideración muy especial, el derecho a salir de las instalaciones. Para nosotros fue algo menor pues ya estábamos acostumbrados a estar todo el tiempo atendiendo asuntos profesionales sin percatarnos si era o no tiempo de descanso. Aun así no nos pasó desapercibido ese generoso, único e inusual detalle. De los que, buenos y malos, está llena la estrecha y obligante vida militar. 

 


 

 

LA SOBERBIA IMPRUDENTE.

 

El superior tenía un hijo que estudió aviación y se desempeñó años después en una empresa aérea actuando de copiloto. Y una hija que estudió periodismo. Ella actuaba en algunos medios de comunicación. Se distinguía por tener un carácter explosivo, altanero, ofensivo y atrevido. Cometía acostumbradas imprudencias, tanto profesionales en su ramo. Y personales con quienes eran subalternos de su padre.

 

Asuntos que le eran tolerados por su capacidad de influencia institucional e intriga por la prevención que suscita, en muchos, el abuso de algunos personajes comunicadores, que usan su capacidad de orientar criterios en el público para moldear, a su manera, la conciencia colectiva. Y buscaba sobresalir en el medio profesional exagerando su imprudente comportamiento usado para descollar. Aun a costa del injusto demérito ajeno con personas sin oportunidad de contradecir sus sesgadas apreciaciones.

 

En una oportunidad cometió unas imprudencias de trato sin ningún motivo significativo solo para darse aires de superioridad y autoridad sin razón. Detalle que dejamos pasar como si no hubiese acontecido. Lo ocultamos con prudencia, simulando que no lo habíamos notado. Aún más, nos fue evidente pero lo aceptamos para que se pensase que lo soportábamos, quizás, por cobardía, falta de carácter, humilde tolerancia o hasta debilidad en la personalidad. Era lo deseable en el momento para que rápidamente se creyera ignorado y olvidado. Un recurso apropiado por si, luego, esa condición fuese conveniente a una posterior intención. Lo guardamos aunque, indudablemente, nos marcó.

 

LA IMPROVISADA MISIÓN

 

Además, desde antes de nuestra llegada, la unidad había asumido otra misión, adicional a la básica, que es la de formación de nuevos oficiales. Esa misión era la de combate insurgente sin haber sido preparada para ello. Lo que vimos desde el primer momento que llegamos. Pero como se nos había hecho la claridad de solo intervenir en lo administrativo, no teníamos oportunidad de aportar iniciativas al respecto. Para, luego, pedirnos que interviniéramos de lleno cuando se hizo evidente la incapacidad de manejar la realidad operacional, que nos presentó el ofensivo enemigo subversivo.

 

MISIÓN NO PLANIFICADA

 

Desde un comienzo nos había inquietado que no ejerciéramos adecuada presencia disuasiva y dominio sobre los barrios residenciales periféricos dentro de cuya población se infiltraban personas hostiles. La instalación militar está inmersa dentro del casco urbano y, por tanto, rodeada de muchas cuadras residenciales.

 

No se nos había asignado con puntualidad la misión de actuar como una unidad de combate. Pero, en la práctica, los superiores del nivel central, la habían insinuado. Eso debido a las presiones políticas de último momento cuando la situación de orden público ya era bastante grave. Y nuestros superiores siempre se han plegado a las improvisadas exigencias de los políticos. Casi que para simplemente complacerlo pero sin la planificación mínima necesaria. Lo cual ha llevado a actuar sin el adecuado cálculo que requiere el campo militar. Lo indispensable para atender la compleja confrontación armada. En especial el conflicto de baja intensidad.

 

De todas formas las autoridades nacionales querían que se operara más militarmente que políticamente, así fuese improvisado. Porque era muy necesario un mayor accionar bélico contra los grupos insurgentes del occidente colombiano. Se suponía que no importaban casi nada los errores operacionales militares que eso causara. Se les podían señalar, después, no a los culpables políticos centrales, por haber ignorado en su debido momento, los fenómenos regionales y locales, sino a las instituciones armadas. Por último, se les podían asignar las culpas a los militares de culpas políticas, quienes eran los generadores de causa insurgente. Los militares eran un recurso para depositar todas las culpas.

 

Era la encrucijada, que había desencadenado el conflicto, por el retardo e imprevisión de los dirigentes políticos del nivel central. Puesto que todo cuanto se relaciona con el orden público solo es atendido por esa instancia. Además, no existe delegación de recursos económicos y militares. Por ello es constante la incapacidad del nivel local para atender por sí mismo esa obligación. 

 

Para lograr esa intención, la habían ido dotando de aeronaves y tripulaciones de combate lentamente. Otra dirección misional bastante diferente, sin cálculo adecuado ni orientación doctrinaria clara, a lo que es una escuela de formación de oficiales. Que como tal era su misión primordial. Una responsabilidad anexa que no había sido adecuadamente planeada ni desarrollada.

 

Cuando llegamos ya se estaba actuando en esas dos direcciones tan opuestas. Como una unidad de combate siendo una academia militar. Lo cual nos aumentaba la amenaza por no tener las necesarias fortalezas. Estábamos llenos de las debilidades resultantes del conflicto por la dualidad misional. Eran los factores que más preocupaban y que poco dominaba nuestro superior. Por eso separó tajantemente el factor operacional del administrativo. Quiso actuar con especialización delegada pero a tal nivel que ignoró las mayores oportunidades y fortalezas de una apropiada sinergia directiva. 

 

LOS ADVERSARIOS

 

Los terroristas estaban secuestrando en forma masiva a ciudadanos. Para responder a ello le asignaron a la escuela la misión de apoyar al Ejército y a la Armada del occidente del país con fuego y maniobra aérea. Por eso nuestra unidad se fue visualizando como una significaba amenaza para los grupos sublevados, violentos y peligrosos.

 

Sugerimos que se debía crear otra unidad con las características físicas, humanas y doctrinarias, propias de una base de combate. Dedicada a esa actividad exclusiva, ya que la Escuela no estaba configurada como un Comando de Combate. La conjunción con la misión docente no compaginaba adecuadamente con el combate y el resultado era una confusión tal que resultaba en deterioro de ambas cosas.

 

Lo que nos hacía vulnerables. En el campo operativo no teníamos mucho que aportar puesto que, como ya se ha dicho, se nos había hecho la clara advertencia de no participar en lo que era exclusivo del director de la Escuela, pero con deficiencias como comandante de un comando de combate.

 

UNA ORDEN EQUIVOCADA

 

Otro aspecto era el estímulo al personal. Según la errada manera de ver las cosas, por los superiores burócratas centrales, en el occidente colombiano había la suficiente necesidad para la asignación de aeronaves y pilotos. Y para dar la orden de activar el combate con autonomía local. Pero no había ninguna amenaza real, como la que ellos mismos pregonaban, para reconocer los derechos de ley de la retribución económica. Como la llamada prima de orden público, por parte de la dirección encargada de la ejecución presupuestal.

 

Es decir que, también a nivel central, había una separación muy clara y falta de conjunción entre lo operativo y lo logístico. No existía la mencionada sinergia central. Y si arriba se daba esa deficiencia, pues también ese defecto se repetía al nivel regional y la periferia nacional. Así que la solicitud de ese derecho fue negado.

 

LA DEFENSA LIMITADA.

 

A los pocos meses de nuestra llegada estaban cayendo cilindros bomba (Tatucos) dentro de la Escuela. A pocos metros de las instalaciones, oficinas y alojamientos. Lanzados desde las calles aledañas. Y, según Bogotá, por nuestra culpa por no hacer suficiente acción externa de disuasión e inteligencia. Cuando, tan solo unos días antes, también nos habían prohibido patrullar y hacer presencia fuera del perímetro de las instalaciones. Que para Bogotá ese era el límite de nuestra jurisdicción. Actividad de inteligencia e investigación que era necesaria para anticipar, con conocimiento previo, las que eran evidentes amenazas. Amenazas provocadas por nuestra actividad ofensiva contra el enemigo.

 

La orden incluía la advertencia de tener que asumir las responsabilidades penales si alguno de nuestros hombres salía lesionado por incumplir esa orden. O por provocar situaciones donde alguno se veía obligado a lesionar a algún particular en acción defensiva.

 

Después del ataque a las instalaciones, afortunadamente, nadie fue muerto o herido. Pero por pura necesidad debimos mandar patrullas y agentes al exterior en contra de la orden. Solicitamos, y nos quedamos esperando, que nos levantaran la restricción, la cual nunca llegó, porque eso era evidenciar que se habían equivocado. Todavía debe está vigente la orden, que es imposible de cumplir sin que lluevan más cilindros sobre las tropas y las instalaciones. Tanto en esta como en otra instalación en cualquier parte del país.

 

Sin embargo, pregonaban que la doctrina predominante en el momento, para la institución en general, era la de Primero lo Operacional, antes que lo administrativo o los asuntos de bienestar no indispensables para el combate. Entonces dudamos en cual nivel de prioridad quedaría la docencia. Y si lo primordial era el combatir o la preparación de nueva tropas.

 

Era claro que para nosotros eran operaciones de combate con un pasador puesto en el disparador. Como lo era la restricción de no patrullar en los alrededores de la Base para evitar la aproximación de los agresores. Que nos bombardearían sin que pudiésemos hacer nada disuasor externo. El pasador tenía una cuerda que llegaba hasta los escritorios de Bogotá, donde nadie se atrevía a halarla. Y hay de quien en la provincia osara retirarlo para disparar.

 


 

 

MIEDO A LA DELEGACIÓN

 

Era un latente miedo de comando de que algún subalterno cometiese una imprudencia, cuando hiciese algo por defenderse. La que pudiese ser motivo de acusación de incompetencia contra los altos mandos en su deber de mantener suficiente dominio y control sobre los subalternos. Así fuese en una lejana área de combate y aunque no se conociesen las circunstancias puntuales de lo que acontecía. Un temor demasiado paralizante.

 

Para esa doctrina. Se argumentó que el Ejército, con sus recursos disponibles en su Brigada de la misma localidad, nos daría todo el apoyo de inteligencia, advertencia sobre la amenaza y protección en la parte externa. Pero eso nunca sucedió, como sospechamos que no sucedería. Los dos bombardeos nos sorprendieron, sin que se nos diera la más mínima alerta y ni se ejerciera control externo de la amenaza. Todo fue solo alarde y nada de realidad efectiva.

 



 

 

EL PRIMER BOMBARDEO.

 

Comenzando la noche del 8 de junio de 1999, estábamos próximos a iniciar el descanso cuando, de repente, escuchamos una fuerte explosión.

 

Desde las calles próximas a la Base Aérea un grupo insurgente, contra el cual habíamos combatido, por los frecuentes secuestros extorsivos de ciudadanos en la región, en retaliación, nos lanzaron cilindros bombas. No todos explotaron pero si causaron considerables daños. Especialmente a las instalaciones y algunas casas de los residentes de los barrios vecinos.

 

Activamos el plan de defensa. Nuestra función era ubicarnos en las dependencias directivas a donde fuimos con considerable riesgo. Debimos pasar sobre cilindros sin explotar pero activos. Mientras que el Director se ubicó en el llamado Centro de Operaciones. Nuestro despacho tenia daños en las ventanas y, afortunadamente, las comunicaciones internas estaban funcionando. Nos pusimos en contacto para coordinar lo necesario.

 

Según el Comité Local de Emergencias, se estimó que entre 30 y 50 viviendas resultaron afectadas en el lugar del lanzamiento. Afectaron bastantes ventanales y varias viviendas averiadas.

 

Desde las dependencias debíamos contribuir a coordinar las operaciones defensivas. Aunque cuando asumimos el cargo el superior nos habían advertido con claridad que nosotros solo debíamos encargarnos de lo administrativo. Que la Dirección se ocuparía, exclusivamente y sin nuestra participación, de los asuntos operativos. Nos comunicamos con el superior para indicarle nuestra ubicación y disposición para ayudar, a pesar de la advertencia mencionada.

 

LAS SELVAS.

 

Las operaciones en la Base Aérea de Tres Esquinas, contadas en otra crónica y en este mismo espacio, titulada “Entre Leones y Ratones”, nos habían dado el panorama de lo que es una situación de combate contrainsurgente. En cierta forma nos habían curtido en tales asuntos. Y creíamos superados esos tiempos de zozobras y zarpazos. Nuevamente la realidad nos recordó que las circunstancias seguían casi iguales. Lo único que cambiaba era solo que las primeras eran en la selva amazónica y estas en un casco urbano. Diferentes en cuanto al entorno pero ambas son selvas hostiles y agresivas. La una de bosque tropical húmedo. La otra de concreto y asfalto. La vida era igual.

 

LA OTRA LLAMADA

 

Unas horas más tarde, como a la media noche, el Director nos llamó desde el Centro de Operaciones. Realmente no tenía casi ninguna idea importante que comentarnos. Se le notaba en el orden y en la concatenación de las ideas, además de los tonos de la voz, que estaba bastante perturbado.

 

Se comunicó solo para tener alguien con quien compartir sus temores, a manera de desahogo. Y para que esas comunicaciones le sirvieran, después, de justificación de haber actuado con pleno dominio y control de la situación, cuando alguien le pidiera dar alguna explicación.

 

Aunque pensamos que sus palabras, la manera de hablar y la entonación, indicaban todo lo contrario. Lo que quedaba registrado en las grabaciones. Además sabíamos que la realidad era diferente. Pues no solo no necesitaba hacer nada de eso porque el plan de defensa se ejecutaba según lo establecido automáticamente y no había cambios ni situaciones nuevas para ordenar. Tanto por su parte, cómo superior máximo y nosotros, como segundos en el mando y menos como administrativos. Teníamos era que dejar que el sistema de defensa actuara según lo previsto. Como así se hizo. Y funcionó.

 

UN ENOJO INJUSTIFICADO

 

Mientras le escuchábamos atentamente, su simplista y desencaja perorata, que no guardaba ninguna concatenación con lo que estaba aconteciendo ni aportaba nada valiosos para atenuar la ya estresante espera, se molestó.

 

Comenzó a recriminarnos porque según él no le estábamos prestando atención. Habíamos evitado interrumpirlo pues no había motivos para ello ni era necesario interpelarlo para demostrar, falsamente, que él o nosotros teníamos muchos valiosos aportes que hacer.

 

Esa atenta escucha le causó considerable disgusto. Entonces, le aclaramos que lo más adecuado era mantener la calma. Prudencia que para él resultó inapropiada. Esperaba que por lo acontecido debíamos estar tan descontrolados como él. Porque de no ser así no le estábamos dando la debida importancia al suceso y a lo que deberíamos hacer. Que no era nada diferente que dejar que trascurriera el plan de defensa previsto y que acontecía sin novedad. Si había algo diferente, nosotros no lo sabíamos y él tampoco. En todo lo que decía no había ninguna acción distinta de lo planeado para ejecutar.

 

Nuestra serenidad le resultó contraproducente y la convirtió en motivo de mayor enojo. Nos reprochaba por no actuar y comportarnos en la misma dirección de su miedo. Como si necesitara que fuésemos solidarios con él actuando en la misma forma. Después de un largo discurso se calmó por físico cansancio y agotamiento de conceptos en su descoordinación y dio por terminada la comunicación sin ninguna conclusión o decisión.

En lugar de apreciar nuestra moderada actitud, como el resultado de la apropiada inteligencia emocional que necesitaba la situación, la vio como inadecuado adormecimiento emocional que para él fue incorrecta. 


EL EFECTO Y EL ESPECTRO

 

Su actitud ya nos había causado disgusto por su actuación reactiva sin justificación. Recordábamos que cuando nos ordenó no actuar en el campo operacional no había visualizado lo suficiente. Que, de seguro, se podrían presentar circunstancias donde necesitaría no solo nuestra ayuda sino la directa y franca participación. Como así lo pedía en ese momento, cuando ya los hechos le habían demostrado que esa no había sido la más apropiada decisión.

 

En algunos momentos las personas que actúan en la parte logística y gerencial del campo militar, tienen que transformarse en combatientes francos. Así sea solo momentáneos y ocasionales. Por ello sosteníamos la teoría de que el oficial tiene que ser formado en forma genérica. De tal manera que sea polifacético y multifuncional de amplio espectro. La única forma que pueda actuar con flexibilidad adaptándose rápidamente a las fuertes presiones que ocasionan los ambientes altamente hostiles y de máxima exigencia. Tanto mental como material.

 

Evidentemente, el superior no manejaba las cosas de esa manera. Lo que por la arrogancia y por el grado y rango, debía saber y aplicar. Y cuando se vio obligado a deshacer la separación de funciones que había establecido, ya no recordaba lo que nos había ordenado de manera categórica y definitiva. En esta inesperada circunstancia, vio que si debíamos ser operacionales. Habiendo creído, antes, que no participaríamos en el campo operacional. Pues si lo hacíamos le estaríamos usurpando lo que, con celo, se había reservado exclusivamente para él.

 

Después de un rato y ya casi qué próximo al amanecer decidió tomar un descanso y dejar el dispositivo de defensa bajo nuestra responsabilidad. El cual ordenamos reducir al mínimo nivel preventivo de alerta. Ya venían las labores administrativas de reparación de los daños y retoma de actividades normales.

 

LOS ANTECEDENTES

 

Desde hacía algunos años el Barrio la Base había estado solicitando la salida de la Unidad del casco urbano. Unas veces incitados por ambiciosos urbanizadores que han empleado sus influencias en la autoridades políticas locales. Otros por razones de movilidad urbana y otros por el exagerado y supuesto peligro que les cayese un avión desde el aire. Además de los insurgentes, apoyados con simpatizantes izquierdistas, a quienes le es muy útil la lejanía de todo aquello que sea una fuerza armada. Porque la proximidad de una fuerza militar le es contraria a sus objetivos revoltosos y subversivos.

 

Dentro del barrio aledaño ha existido una latente y vieja animadversión contra la Unidad, que unas veces se apacigua y en otras se revive. De tal forma que ha sido un ambiente propicio para que los insurgentes promuevan animadversión contra lo militar. Para ello, dentro del barrio, existen agitadores ocultos. Insurgentes enmascarados de seudofundamentados revindicadores sociales. Argumentaban que por estar EMAVI dentro de la ciudad es un peligro para la gente. Que por ello debe ser sacada del casco urbano y llevada a un lugar alejado donde su presencia no sea un riesgo para ellos.

 

LA MANIFESTACIÓN PÚBLICA

 

Como el lanzamiento de los cilindros bombas se había efectuado desde las calles del Barrio La Base, usando de plataforma de lanzamiento las carrocerías de pequeños camiones, la detonación de los disparos habían causado daños periféricos. La gente se atemorizo sobremanera y se disgustó con nosotros porque según ellos éramos los causantes de ese miedo colectivo y de los perjuicios materiales. Aunque no fuésemos parte de los terroristas que habían ejecutado el ataque.

 

Los ánimos se fueron exaltando y los residentes organizaron un comité de protesta.  Organizaron una manifestación con pancartas, pregoneros, agitadores de multitud, griterías y mucha gente que se desplazó hacia la entrada de la Unidad. Cerraron las calles e impidieron el tránsito de vehículos para causar impacto buscando captar la mayor atención. 

 

El Director nos encargó de atender la protesta. Aunque no éramos los asignados a los asuntos operacionales sino solo los logísticos. Había dejado de ser el operativo y ahora nosotros debíamos ser los toderos. Tarea que no nos amedrentaba pues esa era la doctrina que pregonábamos, de toderos y decidimos ponerla a prueba.

 

MANEJO DE MANIFESTANTES

 

Mandamos reforzar la seguridad para que los manifestantes no pudieran ingresar de manera violenta ni causarnos daños adicionales al bombardeo. Esperamos que transcurriesen unas horas. Sabíamos que cuando saliera el sol y subiera el calor, los ánimos se irían calmando. Había señoras y jóvenes dentro de la multitud que parecía no tener deberes mayores que cumplir, pero presentes por la novedad del espectáculo y al morbosidad del espectáculo, que era entretensión a su ocio. Pocos hombres adultos pues los demás se encontraban laborando. Y sus niños demandaban de atención en casa y había mucha presencia de personal femenino.

 

Después del mediodía y cuando ya algunos de los mismos manifestantes y perjudicados, por la falta de nuestra atención se habían expresado en contra de los protestantes, les prometimos que les atenderíamos sus reclamos. Eso lo supimos por medio de infiltrados nuestros dentro de la marcha. Lo que estaba en contra de la orden de los altos mandos militares centrales de la nación. la de no salir de la Base. Les pedimos que nombraran algunos voceros para tener un diálogo amistoso y comprensivo, dentro de nuestras instalaciones. Así lo hicieron, les permitimos el ingreso y nos reunimos en la oficina.

 

Adicionalmente. Como una forma de demostrar que no estábamos en son de pelea ni que necesitábamos demostrar autoridad, que teníamos actitud darles trato de igualdad ante ellos, no usamos el uniforme. Nos pusimos un atuendo de paisano lo más informal posible. Demasiado deportivo y casual. Como si las circunstancias y su demostrada furia contra la institución nos tenían sin mayores preocupaciones ni prevenciones. También podían tomarlo como un alarde de suficiencia o que su asonada no nos inquietaba. Y la pantomima fusionó. Cuando enviamos a un vocero a comunicarles nuestra intención de escucharlos, a la vista de todos ellos, no creyeron que les estábamos enviando un mensaje sincero.

 

No vieron en nuestra figura a alguien que representara una verdadera autoridad. ni creían que fuésemos interlocutores válidos, con capacidad de decisión y negociación en un conflicto que ellos pensaban que lo habían escalado a nivel de alta gravedad. Como si no le diéramos casi ninguna importancia. Con un poco de insistencia del mensajero aceptaron. 

 

Se sorprendieron cuando vieron que el personal de seguridad armada les abrió el campo para ingresar a las instalaciones militares acatando nuestra orden. Y, por el contrario, les dio protección. El manejo comenzó a funcionar de ablandamiento a su actitud agresiva.

 

EL PODER DE LA ATENTA ESCUCHA

 

Les dejamos expresar una larguísima perorata de argumentos que habían preconcebido y elaborado imaginativamente sobre la valides de sus reclamos y reproches. Exigían nuestra partida pronta del lugar por ser unos vecinos perjudiciales.

 

Pedían que no recurriésemos al argumento, para ellos injustificado, que la Base Aérea se había construido fuera de la ciudad en década de 1930. Cuando los terrenos aledaños eran rurales y que ellos eran quienes habían invadido los alrededores. Ni que la Base Aérea se había convertido en una fuente de plazas laborales que habían atraído a sus abuelos para ser empleados de la misma. Razón por la cual se habían establecido construyendo sus viviendas alrededor de la Base. Estaban bien preparados en sus razonamientos.

 

Que no cesarían su protesta y su bloqueo, porque estaban decididos a mantenernos sitiados para vencernos por asfixia, hasta que no tomáramos medidas reales y contundentes. Y que no se marcharían pronto del lugar.

 

Después de su extensa exposición se fueron cansando. La mayor vocera era una señora joven, de unos treinta años, que no parecía tener ninguna responsabilidad laboral ni familiar. Poseía fluidez verbal, facilidad de expresión de ideas comunistoides, con seudointenciones sociales y de discurso propio de agitadora profesional. Con tinte revolucionario, de léxico subversivo y evidente adoctrinamiento en cátedra universitaria socialista.

 

Se expresaba en tono y lenguaje comunistoide y repetitivo, aprendido en forma mecánica. Como el usado en lecciones de milicianos insurgentes. Hacia lo posible que no se le notara el encasillamiento doctrinario y el fanatismo incisivo. Pero era evidente su corto espectro analítico. Sin comprender lo que pregonaba, estaba convencida de su simple y ciega obsesión temática. El perfil de quien era y sus intenciones, la delataban.

 

LA RESPUESTA

 

Cuando sus argumentos y glosario parecían agotársele, la ayudábamos con las palabras para estimularla a continuar dándole la falsa impresione que estábamos tomando interés por sus argumentos. Y ante ese estimulo se extendiera. Nuestro fin era aumentar su cansancio. Cuando ella y sus acompañantes ya no resistieron la maratónica plática y el interminable monólogo, que perdió contenido, manifestaron sus deseos de marcharse porque no tenían más que decir.

 

Entonces, aprovechamos para decirles que debían esperar  pues no solo les interesaría mucho conocer lo que pensábamos y lo que teníamos planeado hacer. Con ello estimulamos una artificial inquietud por saber a qué conclusión, posiblemente favorable, a su propósito habíamos llegado tan rápido por el poder de sus, supuestamente, convincentes argumentos.

 

Además, que era injusto a su prudente sentido democrático, cordialidad y correcto deseo de compartir con nosotros, el marcharse tan repentinamente. Que siendo ellos tan buenos vecinos, debían darnos la misma oportunidad que le habíamos dispensado para escuchar sus exposiciones con toda libertad y mucha receptividad. Que debían corresponder, de igual manera, a nuestra buena disposición. Ante tal reto debieron aceptar.

 

Nuestra intención era alargar aún más la respuesta que, de seguro. Los desesperaría y tendrían que marcharse decepcionados ante tanto esfuerzo y gasto de energía mental inútil. Les aplicamos la misma técnica de los interminables cicerónicos y castrista discursos.  Como los que usan los postizos sindicalistas sin fuerza argumental. Que pretenden dar la impresión de poseer la razón por la cantidad, antes que por el contenido. Que recurren a la extensión cuando les falta fondo. Para ello les hicimos otra premeditada exposición bastante larga. De la calle, les trajeron la razón que los manifestantes se estaban dispersando. Había llegado la noche y no disponían de medios para sostener la permanencia en el bloqueo. Cuando vieron que ellos mismos no podían continuar más tiempo en esa charla, se fueron saliendo.

 

Se enteraron que los colegas manifestantes, que los esperaban afuera de las instalaciones, se habían marchado. Supuestamente les quitaron el respaldo. Entonces mandaron a avisar, de afuera a los que estaban aun con nosotros, que ese esfuerzo ya no valía la pena y la decepción se fue apoderando de los interlocutores.

 

La multitud, ante la larga espera, se había reducido y aburrido. Estaban preocupados de haber desatendido sus deberes familiares y laborales. Algo que los perjudicada más que lo que pretendían ganar con su manifestación. Los ánimos se fueron aplacando y la protesta se extinguió por inanición, cansancio y ausencia de materia.

 

Aplicamos la experiencia que habíamos aprendido contra la larga manifestación de los campesinos cocaleros, amenazados por los insurgentes en el Caquetá, como respuesta al Operación Conquista II. Donde debieron disolverse por agotamiento.

 

SE CONFIRMÓ LO PREVISTO

 

Fue un desacierto pensar que la nueva vida, en esa Unidad, era solo para atender los programas y las actividades académicas con horarios prefijados. Por fuera de las operaciones aéreas de entrenamiento de alumnos de vuelo. O las de combate con el solo apoyo de la inteligencia del Ejército. O el como contrarrestar la ofensiva enemiga presentada con sus bombardeos, que aunque artesanales, eran peligrosos. Sino también la repentina amenaza de una multitud enfurecida. Lo que obligó a ese superior a cambiar de concepto para que alguien, diferente a él, interviniera. A pesar de que a su llegada nos dijo que solo actuaríamos en lo administrativo y lo logístico. 

 

Le dimos satisfacción al Director de haber manejado la situación, de orden operativo, donde el nada hizo. Únicamente se limitó a mantener una actitud pasiva, en espera de ver que reacción tomábamos. No expresó que ya podíamos invadir su campo operativo que nos había cerrado. De nuestro lado captamos que, luego, no podría decirnos que no recibió nuestro apoyo por no haber tomado iniciativa ni interés por el asunto. El mismo que nos había prohibido. El que se había reservado para su exclusiva destreza operativa. En lo que nos había dicho que era de su sola incumbencia.

 

Pero en este caso y ante tan preocupante gravedad, nos asignó esa tarea. Pero no por delegación abierta. Solo limitándose a esperar ver lo que haríamos, aun en contra de lo que había ordenado, sobre la separación de lo operacional con lo administrativo. Una forma ambigua de manejo de las cosas donde se pueden eludir las responsabilidades. La famosa Zona Gris. Si no se hace se puede acusar de falta de interés. Es decir por omisión. Y si el subalterno llegase a actuar por propia cuenta  y falla en lo hecho, se dirá que usurpó su autoridad con injerencia en el campo que antes se le había prohibido. O que si lo hubiese sido hecho por su iniciativa y le falló, él lo habría hecho correctamente o al menos mejor. Es decir, que erró por exceso.

 

La manera de actuar para no tener que decir que había un cambio de criterio. Porque se consideraba que el deshacer una orden era evidenciar su error y, por tanto, deficiencia de comando. Un viejo tabú que se consideraba descalificación profesional. Era el desconocer la técnica acostumbrada de ser exactos, categóricos y explícitos, cuando se cree que otros pueden hacer lo mejor. Pero cuando es necesario cambiar porque se hizo evidente que lo ordenado no funcionó ni era lo mejor, se debe ser igualmente claros, diáfanos y definidos. Aceptar, de igual manera, que se han invertido o modificado lo establecido y que se justifica o se hace necesario, el cambio de criterio. Oportunidad para evidenciar con entereza las convicciones como demostración de criterio racional y de inteligencia emocional.

 

El SEGUNDO BOMBARDEO

 

Los cadetes de último año y próximo a la graduación como oficiales, suelen hacer una gira de familiarización por institutos de formación, industria militar aeronáutica y lugares turísticos por los EE UU. El propósito es aumentar el conocimiento de la tecnología y la industria sobre las posibilidades del poder aéreo en la defensa de la nación.

El Director de EMAVI los acompaña. Durante esos días nos fue encargada la Dirección de la Escuela en los dos sentidos, tanto el administrativo como el operativo.

 

A los pocos días de haber partido, el 18 de septiembre de 1999 a las 19:55 horas, fuimos nuevamente bombardeados con tatucos. Bombas construidas artesanalmente  con los cilindros metálicos usados para la venta del gas propano para cocina. Se les extrae el combustible y son cargados con explosivos y metralla. Los mismos usados en el primer bombardeo. Se lanzan por medio de un cañón hecho de tubos de amplio diámetro.

 

Se volvió a usar esta misma técnica porque como sabíamos de nuestra vulnerabilidad externa, debida a la falta de inteligencia periferia, habíamos reforzado el sistema de seguridad y aumentado la rigurosidad en los protocolos para el acceso. Eso obligaba a la amenaza a actuar a mayor distancia debiendo aumentar el alcance de la armas. Lo cual reducía su efectividad.


En el lugar de lanzamiento, se estima que entre 30 y 50 viviendas resultaron afectadas. En el lugar se vieron grandes ventanales en el piso y varias viviendas averiadas. El estallido causó la rotura de una conducción de gas y el escape que se produjo, fue controlado, minutos después de la explosión por los servicios de emergencia de la ciudad.


Las bombas lanzadas cayeron y explotaron cerca al alojamiento de bomberos y de los cadetes. Las detonaciones y la metralla afectaron en algo las construcciones pero no causó ninguna herida ni muerte a las personas. Aunque si temor.

 

LAS PROTECCIONES

 

Las edificaciones están rodeadas de muchos árboles frondosos sembrados en las calles. Su abundante follaje, son un bonito adorno arquitectónico urbanístico y en este caso un buen amortiguador de las ondas explosivas. Aunque demanda mucho  barrido diario de hojas y mantenimiento de canales y techos. Dan el aspecto de haber sido una ciudadela diseñada, desde hace años, con ambiente muy ecológico, campestre y naturista. Esta densa vegetación fue de mucha utilidad para amortiguar los efectos de las detonaciones y la metralla.

 

Además de la dispersión de los edificios y la presencia de muchas áreas abiertas, cubiertas de prados, facilitó la difusión de las explosiones sin mayores efectos. Es una unidad militar difícil de destruir con medios primarios de combate. Así se causen algunos daños que resultan siendo, finalmente, menores.

 

Algo de impacto nada rentable para esa técnica de ataques. Se tendrían que emplear hombres bombas suicidas difíciles de infiltrar con las precauciones que habíamos tomado. Al estilo de los pilotos kamikazes japoneses o los musulmanes que secuestraron los aviones contra las Torres Gemelas. Como sucedió el Club El Nogal en Bogotá.

 

No habíamos pensado que esa era una excelente barrera de protección contra un bombardeo, como lo fue. Se desprendieron y cayeron brazos de los árboles. Los troncos fueron descascarados y astillados. Muchos impactos de proyectiles de metralla se veían en las paredes. Y bastantes chamizas, ramas, hojas sobre techos y calles, que quedaron casi intransitables en algunos sectores.   

 

Sin embargo, eso no evitó que todas las ventanas de los alrededores quedaran hechas añicos. Ligeros daños en los techos y mobiliarios. Pero nadie salió lesionado.

 



 

 

EL LANZADOR

 

Fue con una camioneta de carrocería de madera descarpada sobre las que se montaron las baterías de lanzamiento. Por su construcción rustica y falta de un diseño confiable, normalmente, las explosiones de lanzamiento causan daños en los alrededores. Además de que, por empatía del disparo, las mismas bombas que son lanzadas, para explotar en forma retardada en el lugar de impacto, se activan por empatía en el mismo lugar de lanzamiento. Lo cual hace demasiado peligroso el disparo. 

 

En tal caso se produce una doble detonación, la de lanzamiento de la bomba y la de la bomba misma, que detona con antelación por acción de la explosión de lanzamiento, causando muchos daños. Incluido al mismo vehículo de lanzamiento. A veces, hasta impidiendo la activación de parte de los demás tatucos instalados. Los que por alguna razón se demoren en disparar. Por eso los operadores los fabrican con medios de retardo para tener tiempo de alejarse de la plataforma, por lo extremadamente peligroso que resulta el permanecer en las proximidades.

 

Recordamos cuando habíamos hecho los polígonos de morteros en Tres Esquinas. Disparábamos hacia la densa selva para amortiguar las potentes detonaciones de las ojivas. Las que, de todas formas, fueron escuchadas por los distantes arrieros, como se cuenta en la crónica de “Entre Leones y Ratones”.

 

OTRO GRAVE TEMOR.

 

Había una preocupación adicional. Nuestra familia estaba visitando unos amigos en la ciudad. Como el ataque fue al comienzo de la noche, de seguro regresarían encontrando las vías cerradas. Debían pasar por las calles próximas exponiéndose al peligro de estar en el sitio en donde se habían emplazado las plataformas de lanzamiento.

 

Nos comunicamos con los amigos pero ya habían salido de la casa en dirección a EMAVI. Por tiempo, deberían estar muy próximos. No teníamos telefonía móvil. Nos preocupaba que estuviesen en algún lugar no solo desprotegidos sino expuestos a la agresión del enemigo, si estos se enteraban que eran personas allegadas a nosotros.

 

Si los bandoleros interceptaban nuestra familia esta se exponía a un gran peligro. Los terroristas no tienen ningún recato en atacar personas indefensas y no combatientes. Su vulnerabilidad la emplean como arma de guerra para paralizar las posibilidades de respuesta. Los terroristas saben que la población civil, no involucrada en la confrontación, se usa de escudo si les es favorable. Porque puede resultar afectada con fuego. O simplemente como rehenes bajo su dominio expuestos a su directa amenaza de muerte para chantajear y doblegar la voluntad de lucha. Para el terrorismo todo vale como conflicto de baja intensidad y sin reglas ni principios humanos. Son justificadas todas las formas de lucha. No les importa el estado de indefección ni la debilidad de los seres inocuos e inocentes no participantes de la confrontación.

 

LAS OPCIONES.

 

Teníamos solo tres opciones. Que dicho plagio no se diera por casualidad y pudieran ingresar a la Base Aérea pasando desapercibidos y poniéndose bajo nuestra protección. Ya fuese porque los atacantes se hubiesen escapado después del ataque en prevención o miedo de una contraofensiva nuestra. O, la otra, en caso de ser plagiados, de que tuviésemos que salir a concertar un chantaje negociado pero muy desfavorable para que los liberaran. Y en caso extremo el tener que intentar un rescate a la fuerza, con casi seguro sacrificio de seres queridos.

 

EL DEBER CONTRA EL APRECIO

 

Una situación de indefección personal que se sumaba a la importante responsabilidad que teníamos de defender a todos nuestros hombres de combate y sus familias. Además las valiosas instalaciones aeronáuticas y la infraestructura de la Base Aérea. Parece cruel pero es bárbara la guerra.

 

Inevitablemente debimos dejar que las cosas sucedieran de cualquier manera sin poder hacer nada diferente. Fue una terrible angustia que debimos sufrir silenciosamente. Pues comentarla era dejar en evidencia, a nuestras tropas, una gran debilidad que podía hacer perder su intención defensiva y de combate. No tuvimos alternativa. Afortunadamente ellos se las arreglaron de alguna forma y pudieron llegar hasta entrada de la Base Aérea sin ningún daño y los acogimos dentro del cantón militar.

 

Luego nos comentaron que vieron que algo extraño sucedía cuando llegaron a las proximidades a EMAVI. Ya había cesado el bombardeo y no encontraron mayores obstáculos en las calles para llegar hasta nosotros. Los atacantes habían huido y los vecinos se habían resguardado en sus casas ante el pánico que les causaron las explosiones. Fue un gran e inesperado alivio cuando los recuperamos.

 

EL RECUERDO

 

Solo habíamos pasado una situación de angustia similar cuando casi no logramos aterrizar, en Tres Esquinas, la escuadrilla de aviones que prestaron el apoyo de ametrallamiento aéreo en el combate de Las Delicias. 

 

Así son las situaciones de altísima exigencia que deben asumir los comandantes por razones de su cargo y de quien todos esperan los mejores resultados. Actuar con cordura, tino y tomar decisiones acertadas en medio circunstancias de mucha tensión sicológico donde parece que se doblega el espíritu y la serenidad.

 

Esa era nuestra otra misión en la Escuela. La de capacitar comandantes idóneos. Y lo estábamos haciendo, tanto en el campo académico como el físico. Incluidas lecciones completamente reales y con ejemplos nada imaginarios. Les mostrábamos a los alumnos para la que debían prepararse cuando asumieran los cargos para los que estaban destinados

 

BUSCANDO AL SUPERIOR

 

Como en el anterior bombardeo, activamos el plan de defensa. Al amanecer, cuando teníamos la confianza que no caerían más bombas, lo desactivamos. Necesitábamos ahorrar energías en espera del día para iniciar las reparaciones.

 

Mantuvimos enterado a los altos mandos de Bogotá sobre la no pérdida de vidas ni heridos. Pedimos ayuda para localizar en los EE UU al Director y ponerlo al tanto de lo acontecido. Mas con la intención de que sus superiores no lo fuesen a sorprender sin el conocimiento mínimo de lo acontecido. Lo que es acostumbrado calificar de irresponsabilidad sin serlo.

 

Según la anticuada y aun imperante doctrina era que el superior, así estuviese al otro lado del mundo, debía saber todo lo de su cargo, solo por saberlo, porque para actuar era imposible. Eso era visto de falta de interés en el cumplimiento de sus deberes y en el aprecio por las obligaciones encomendadas. Algo absurdo pero vivencial, porque ni siquiera era reglamentario peo una costumbre tan fuerte que se había hecho norma. Por tradición, dentro de las organizaciones estructuralmente rígidas, más no por fundamento legal ni justificación racional.

 

TEMOR A LOS MEDIOS

 

Esa costumbre llegó a exagerarse tanto que algunos comandantes casi que pedían que se les narrara los combates en tiempo real, como si fuese un partido de fútbol. Lo habíamos visto en el Centro de Operaciones Conjuntas COC. Porque si un periodista llamaba a un General este tenía que estar informado lo suficiente para responderle, de manera obligante, con los detalles propios de una chiva noticiosa fresca. Imperaba la emocionalidad periodística subjetiva, sobre la ponderación militar informativa y objetiva. Y para los altos mandos se convirtió en más importante el dar respuestas a los medios de información, con sus típicas especulaciones, que atender las delicadas obligaciones del cargo y de los acontecimientos.

 

Teníamos que jugar el partido y narrar desde los micrófonos. Tocar las campanas y marchar en la procesión. A algunos la presión de la prensa los aterrorizaba. Porque la realidad era que al Director de la Escuela, desde otra nación, le era imposible podernos ayudar. Y debíamos evitar otra perorata inválida y cantaletoza, con las anexas amenazas, como las que nos dieron en el primer bombardeo.

 

Por ello gastamos más esfuerzos en localizarlo y en esa comunicación, que en ese tiempo era bastante dificultosa, que en atender lo que era trascendente en el momento. Pero no queríamos exponernos a otra recriminación como la anterior.

 

Sabíamos de sus inseguridades en el ejercicio de la autoridad y de su inestabilidad emocional. Contrastaba con nuestra mencionada serenidad mental. La cual, en lugar de calmarlo y confiar en la delegación, por el contrario, le producía molestia adicional. Esperaba que actuáramos, a su manera emotiva, ante las mutuas preocupaciones y los mismos hechos. Con su misma intranquilidad sociológica por falta de autocontrol. 

 

Estábamos en dos lados opuestos y confrontadores. Era parte del entorno de alta exigencia sicológico que producen los combates. Donde son tan importantes las fuerzas de las armas como la de las almas.

 



 

 

EL MENSAJE IGNORADO 

 

Los conflictos irregulares y el terrorismo no tienen límites ni recatos morales ni humanitarios. Y estábamos en medio de uno. Aunque para los altos mandos de la FAC, en la capital, no les parecía que así fuese. Como nos lo dijeron en la posterior reunión de “Comandantes de Bases Aéreas”, citada por el alto mando de la FAC, cuando expusimos nuestra grabe situación de combate.

 

El superior moderador se enojó porque le hablamos más de estos acontecimientos que de la buena marcha de los programas académicos y que, por ello, no implicaban mayor importancia en ese momento para nosotros ni para el resto de la FAC. Porque si no ameritaba mención era porque no era lo más trascendente y marchaba bien. Esperaba solo que le dijéramos que el cronograma de ejecución docente no  sufría ninguna novedad. Lo que nos confirmó que lo que nos habían enseñado en las cátedras militares, sobre la “Gerencia por Excepción”, era simple ciencia oculta para estos encumbrados comandantes. Las que se estudiaban para cumplir programas académicos ordenados más no para aplicar en la realidad.

 

Solo querían escuchar las cosas buenas y bonitas que trascurrían sin novedad. No lo excepcional, traumático y difícil, los combates. Querían ver la guerra que acontecía en la periferia nacional en versión de novela peliculezca sin conexión con la cruel realidad. No había mayor distancia desde Tres Esquinas, pocos años antes, a Cali.

 

LAS ÓRDENES

 

En esa reunión, subliminalmente y con el debido respeto diplomático, debíamos evidenciar el grave error de la orden dada por ellos. Teníamos que ser prudentes para no herir la falsa o fingida susceptibilidad. La de algunos comandantes ineptos que usan el enojo para imponer autoridad, cuando no son racionales y por ello sin capacidad de convicción con sus dirigidos. Bravuconería que utilizan para cohibir a los subalternos francos, realistas y sinceros.

 

El mensaje de fondo fue lo suficientemente claro. Pero no tuvieron la sutileza para aceptar el error de las órdenes dadas. Y si fue visto, no fue, premeditadamente, admitido ya que querían que solo le diéramos énfasis a lo de forma, desechando lo de fondo. Porque el tema del orden público, que era lo importante en ese momento, más que la cátedra para los alumnos, no les era de conveniencia. Pues dejaba claro que fue inapropiado mezclar salones de clase con trincheras, cuando ordenaron la creación de un Comando de Combate, dentro de una academia con misión de ilustración y formación antes que de combate.

 

Actitud que se debía, además, a otra absurda orden. La de no hacer inteligencia externa, contra los insurgentes que podrían atacar la Unidad. Consistía en que asumiéramos un comportamiento puramente defensivo. Algo que era imposible porque estábamos actuando de manera activa, ofensiva y efectiva contra el enemigo. Lo que, irremediablemente, provocaría un ataque contra nuestras instalaciones fijas, ya que no tenían casi ninguna posibilidad de éxito sobre las aeronaves y las operaciones aérea ofensivas.

 

Por eso sucedieron los dos ataques. Ese tema no debía ser mencionado y quedamos de atrevidos en esa reunión de comandantes. Porque se corría el riesgo de dejar en evidencia las erradas órdenes. Solo deseaban que abordáramos el aspecto académico. Lo que se quería era que metiéramos la cabeza en la arena, como el avestruz.

 

A la amenaza que teníamos en el campo institucional, se le unió el alto riesgo que corrió nuestra familia. Debido a que nosotros no teníamos dominio ni control de las calles próximas y, menos, en profundidad. Por la orden que en ese sentido nos habían impartido. Nos habían argumentado que no podíamos hacer inteligencia porque nuestra jurisdicción solo llegaba hasta la reja del antejardín. Según ellos el Ejército Nacional haría todo lo relacionado con la inteligencia en los barrios aledaños, donde existía bastante animadversión de los moradores contra nosotros. Que en caso de ataque, la Brigada del Ejército en Cali  nos alertaría y protegería de la amenaza externa. Lo que no pasó y por eso teníamos que ser autosuficientes.

 

Eso nos redujo a actitud de defensa pasiva de la sola custodia de los predios de la Base Aérea. Había que hacer un despliegue en profundidad de inteligencia para crear una franja perimétrica externa de defensa activa, que sirviera de contención impidiendo la aproximación. Eso significaba una actitud ofensiva moderada a mediana distancia donde se hacía una gradual reducción de la hostilidad manteniéndola alejada lo más que pudiésemos.

 

Para que no nos sucediera como a algunas potentes bases de combate norteamericanas en Viet Nam. Que, a pesar de su capacidad de combate, fueron rodeadas y atacadas por las fuerzas del Viet Cong poniéndose en grave riesgo de ser tomadas. O lo que nos había sucedido en la Base de Las Delicias, con gran infortunio.

 

Como sospechábamos, la alerta del Ejército no sucedió. Por ello el enemigo se pudo aproximar tanto a nuestra cerca perimetral para efectuar el bombardeo. Ya que esos dispositivos son de corto alcance y demasiado imprecisos debido a su fabricación artesanal.

 

FACTOR PERSONAL CONTRIBUYENTE

 

Creemos que uno de los motivos que facilitó que se descalificara la preocupación expuesta en la reunión, se debió, primordialmente, a nuestra personalidad y controlada prudencia.

Normalmente somos  de actitud tranquila y moderada, aun en situaciones de peligro. La misma que nos fue útil cuando debimos controlar las bastantes emergencias a las que nos expusimos volando usualmente los viejos aviones.

 

No somos emotivos de palabra ni usamos mucho lenguaje gestual ni tenemos actitud teatral. Ni somos inclinados a impresionar creando la idea de ser valerosos. Como lo hacen los pilotos fantasiosos dados a la parlanchinería contando sus historias románticas y heroicas para darse fingidas ínfulas de idoneidad de vida épica y valerosa. La que de llegar a serlo, debe ser, más bien, contada después. Hacerlo a diario es mostrar el temor de que, en cualquier momento, les acontecerá algo tan trágico que ya sus batallas ganadas no podrán ser narradas. Somos de los que creemos que el silencio es, con frecuencia, más elocuente que la palabra, en su momento. Luego, si se ha sobrevivido, serán más convincentes los hechos y las narraciones.

 

Entonces, se nos tenía, por nuestra prudente serenidad, de ser despreocupados y descuidos con  la importancia que le dábamos a las cosas cotidianas. Y que, por ello, a las extraordinarias. De tal forma que la predisposición era la de pensar que éramos poco creíbles. Defecto que se nos toleraba porque tampoco éramos peligrosos dentro la habitual competencia profesional y social. Como realmente lo éramos.

 

Sin embargo, también éramos unos de esos útiles comodines a los que se les necesita para evadir riesgos personales. Pero que no son convincentes por falta de emotividad actitudinal, gestual o verbal, para impresionar, cuando se supone que se debe serlo por simple costumbre cultural. Pues siempre hemos creído que las cosas y los argumentos se sopesan por su lógica, racionalidad y contenido. No por las apariencias. Que es lo realmente válido.

 

Éramos conscientes que ese comportamiento nos era riesgoso, tanto en el desempeño profesional rutinario como en el combate. Era otro reto particular el mantener bajo control el peligro de las situaciones dentro de un rango tolerable. Sin ser demasiado atrevidos porque se nos podían salir de control. Más no una calma tanto de utilidad en el momento como después.

 

Se nos creía de falta de interés y desprevención por el peligro. Cuando era todo lo contrario. Es más, en ocasiones estimulábamos esa falsa imagen. Ya fuese si se trataba de hostilidad sicológica, laboral o hasta social. O ya surgida espontáneamente, de parte de quienes eran adictos al matoneo en contra de los demás, por celos y envidias. Y si no, las provocábamos conscientemente para tener justificaciones razonables para una demanda posterior.  Con ello hacíamos bajar las alertas para sacar, luego, ventajas previstas y calculadas en condiciones más favorables.

 

Quizás, si hubiesen querido impresionar falsamente con una exposición dramática, habríamos logrado que se diera énfasis al mensaje de nuestra presentación en la reunión de comandantes. Viendo las caras de los asistentes, que llenaba el auditorio, vimos que eran incrédulos de lo que contábamos y que no era de su mucho interés porque no abordábamos lo que querían escuchar. Que era solo lo lindo.  

 

LAS NEGACIONES Y LA CONFINACIÓN

 

Una explicación adicional posterior. Teníamos una casi absoluta certeza de que el tiempo nos daría la razón que lo expuesto en esa ya lejana ocasión, era válido, sin imaginar cómo podría ser eso. En esa misma reunión, donde propusimos la creación de un Comando de Combate, por fuera de EMAVI, en forma totalmente independiente, para el suroccidente colombiano, también fue rechazada la idea de ampliar el radio de acción de la inteligencia en las zonas aledañas a las bases aéreas.

 

Veinte años después se repitió el ataque contra una Base Aérea, en la ciudad de Yopal Casanare, confirmando lo predicho sobre el bombardeo con cilindros o tatucos, a las Bases Aéreas. Lo cual nos recordó y confirmó nuestra premonición. El mismo grupo terrorista. La misma distancia. Casi que la misma plataforma móvil. El mismo dispositivo explosivo. En horas de la noche y desde un vía pública aledaña.   

 

Otra propuesta, hecha en esa ocasión, fue la no suspender los bombardeos, que también se rechazó. Esa orden de suspensión se había dado, hacía poco tiempo, porque una tripulación de un helicóptero ejecutó un bombardeo en proximidades de la población de Santodomingo en los Llanos Orientales. Apoyaba tropas de tierra empeñadas en combate.

 

Habían sido guiados por un avión plataforma de vigilancia de una empresa norteamericana contratado por una petrolera. Pero de un manera tan precaria que parecía haber afectado a varios civiles, que los terroristas utilizaban como escudos humanos. Pues investigaciones posteriores de las trayectorias de las metrallas y declaraciones de terrorista arrepentidos, indicaron que los terroristas habían detonado un carro cargado con explosivos que tenían previsto para detonar al momento del paso de las tropas contra las que combatían.

 

La tripulación del avión extranjero, que pidió el bombardeado y hacía de observador, se escudó en la inmunidad diplomática, sin ser funcionarios de la embajada. Quien, para favorecerlos, así los declaró, para salvarlos de la responsabilidad judicial que les competía.

 



 

 

LA TRAICIÓN

 

Solo la tripulación colombiana fue injustamente enjuiciada y condenada. Mientras los extranjeros se fueron a disfrutar de su impunidad habiendo sido no solo solicitantes del bombardeo sino que lo orientaron. Es decir, claros y evidentes participantes.  Remordimiento que es el único castigo. El simple estigma, de por vida, de sus conciencias por traición a los compañeros colombianos de combate.

 

Por eso somos bastantes escépticos de la confiabilidad que podemos tener con el involucramiento extranjeros en nuestros asuntos internos. En especial, si son de seguridad y conflicto. Sabíamos que eso mismo fue lo que sucedió con ellos en Viet Nam. Y, ya antes, con nosotros, cuando la invasión de Panamá por parte de Teodoro Roosevelt quien terminó amputando nuestra soberanía por la fuerza. Solo le bastaron cuatro acorazados. Dos al lado en cada océano.

 

DE NUEVO LA PRENSA.

 

El bombardeo de Santodomingo y sus efectos, fue la situación que la prensa aprovechó para magnificar el hecho y deformar lo acontecido para hacerlo ver como un crimen intencional y premeditado de la tripulación de la aeronave militar. Como si la tripulación hubiesen actuado en la misma forma criminal como se hizo en la terrible masacre en Viet Nam del Sur, sobre la aldea de Mi Lay, por parte de helicópteros norteamericanos tripulados por pilotos enloquecidos con el consumo de narcóticos.

 

Se adoctrinó la conciencia nacional y al sistema judicial, en el sentido de castigar a los pilotos de la FAC por esa acción de guerra. Incluida la negación del fuero de la Justicia Penal Militar. Para que cayesen en las garras de la justicia ordinaria, proclive al terrorismo por su formación universitaria en la doctrina de la rebelión comunista. Quien, ante la presión mediática de la prensa, fueron condenados a largos años de prisión calificándolos de asesinos comunes y genocidas.

 

APROVECHAR LA ADVERSIDAD PARA MEJORAR

 

Pensábamos que ese tipo de operaciones se podían hacer de manera segura, confiable y precisa si se mejoraba la tecnología y los procedimientos. Porque era una realidad, que la imperativa necesidad exigiría a las tripulaciones repetir esos bombardeos. De por si unos años antes una helicóptero de la Policía Nacional había explotado en el aire por la activación repentina de una de las bombas artesanal con la que estaban atacando a una cuadrilla de insurgentes. 

 

Y era mejor perfeccionar la técnica antes que el negarlo para, simplemente, ahorrarse el esfuerzo del mejoramiento. Era ocultar lo inevitable. Para ello era necesario elaborar doctrina y perfeccionar los sistemas de armas. La respuesta fue que eso no era posible. Quedó totalmente prohibido ejecutar ese tipo de operaciones desde los helicópteros.

 

Más no solo fue eso. Era una ampliación de otra vieja orden que consistía en limitar el bombardeo con aviones. Los que se efectuarían solo por orden del Comandante General de las FF MM. Lo que nos había causado tanto daño en los combates en el Caquetá. Como está contado en la crónica “Entre Leones y Ratones”. De este mismo blog.

 

 


 

APARECE EL ACTOR POLÍTICO

 

Restricción que, años después y afortunadamente, por otras insistentes peticiones de mandos medios,  fue cancelada dicha orden por el presidente Uribe. Decisión que dio excelentes resultados en grandes y brillantes combates Aire-Tierra. Siendo el primero, el que asumió exclusivamente la FAC, por su propia cuenta y riesgo, contra el terrorista alias Negro Acacio. Con ello demostró la eficacia de ese tipo de armamento y de su poderosa capacidad de combate, inutilizada y paralizada por simples prejuicios.

 

Una situación idéntica a la acontecida cuando el presidente norteamericano Lindon Johnson debió permitir los bombardeos masivos de distintos blancos en Viet Nam del norte. Y en Laos para contener la ruta de abastecimientos Hồ Chí Minh. Aunque en ese caso no se lograron significativos resultados de valor. A pesar del bombardeo masivo y casi que indiscriminado con toneladas de bombas lanzadas desde bombardero pesados.

 

Con la operación contra Acacio se estaban eliminando paradigmas enquistados en las mentes de los altos mandos del Ejército, que aun consideraban que la Fuerza Aérea era una fuerza militar solo útil para apoyos logísticos, trasporte y evacuación aeromédicas tácticas. Y otras cosa menores y nunca en la primera línea de combate. Mucho menos de ser factor decisivo para la victoria contra el enemigo.

 

Era muy alto el escepticismo con respecto a los soldados del aire. Y como ellos han acostumbrado, por inapropiada soberbia histórica institucional y hasta arrogancia personal, adjudicarse los altos cargos militares, habían limitado la evolución doctrinaria del combate aeroterrestre. Solo en muy pocas oportunidades habían permitido que los más alto cargos militares los ocuparan militares de la ARC o la FAC. Solo lo indispensable para salvar apariencias.

 

Pero la certera baja del famoso criminal Negro Acacio dejó en evidencia que se estaba cometiendo un grave error. Se deshizo el tabú de los altos mandos que no confiaban en la capacidad del poder y la precisión del armamento aéreo. Después vinieron otros ataques donde sobresalió la Operaciones Fénix, dando de baja al cabecilla,  alias, Raúl Reyes. En adelante se diezmó tanto a las FARC que se vieron obligadas a solicitar un acuerdo con el presidente Santos, sucesor de Uribe.

 

LA PRÓXIMA DESTINACIÓN

 

Para esa época ya estábamos cumpliendo el tiempo requerido para ser promovidos al grado superior. Siempre hemos vivido poniéndonos metas a cumplir en distintos plazos. La próxima era la de clasificar para el ascenso al grado de Coronel. El último del rango de los denominados “oficiales superiores”. Y, lo más seguro, el último al que aspirábamos porque estábamos comenzando a tener las nada convenientes diferencias de criterios en lo profesional y a dar ponderación a lo personal. Esa aspiración era deseable porque nos mejoraría los ingresos. Y era ya un rango satisfactorio en nuestros desempeños profesional.

 


 

 

LA IDENTIDAD

 

Es decir, llegábamos al máximo nivel de desempeño. Y por identidad, entereza y firmeza en nuestras propias convicciones debíamos dar cumplimiento a lo que creíamos y decíamos. No podíamos ser contrarios a lo que pensábamos. Que si era aplicable a los demás también tenía que ser para con nosotros mismos. De no actuar de esa forma traicionábamos nuestra conciencia por faltos de dignidad

 

La meta inmediata que comenzaba a mostrársenos era que nos aproximábamos al famoso “Principio de Peter”. O “Principio de Incompetencia” Que no se debe confundir con falta de idoneidad profesional sino que es la desadaptación al medio en la media que se asciende en el escalafón. Porque se pueden tener los conocimientos y las capacidades, pero en ese nivel ya no era contra las dificultades normales que un superior debe vencer dentro de su cargo, responsabilidades y deberes. Sino que se choca contra todo el sistema, sus factores internos y mucho contra los externos. Los que aparecen por muchos motivos.

 

Es algo en lo que todos debemos ser conscientes y sinceros para no forzar situaciones, que en lugar de favorecer a las organizaciones las perjudican. Si hay algo malo en una estructura militar es que a sus altos cargos lleguen, no los que nunca se han atrevido a correr riesgos, sino aquellos que nunca se han equivocado ni han hecho nada malo. Pero no porque han sorteado con éxito situaciones de máxima exigencia sino porque se la han pasado evadiéndolas. Aun siendo ese el mayor error. Pues la naturaleza fundamental de la profesión militar es afrontar y vencer peligros. Por eso es una profesión de altos riesgos.

 

UN PUNTO DE INFLEXIÓN

 

Estábamos en un periodo de transición de reajustes salariales donde se daba una considerable diferencia entre nuestro grado y el superior inmediato. Había comentarios, bastante válidos, que esa transición progresiva seria dilata en el tiempo. Por razones de disponibilidad presupuestal del gobierno, se detendría justo en el nuevo grado que recibiríamos, como así sucedió. De tal manera que, si no éramos ascendidos, nuestra pensión de reservistas se vería afectada considerablemente y de por vida. Un desestimulo después de los pesados años que habíamos cumplido en distintas misiones.

 

Una de las aspiraciones de los militares de nuestro grado era la de ser asignados a una comisión oficial en el exterior. Si primero nos ascendían y, luego, nos asignaban el cargo diplomático tendríamos doble beneficio. El del ascenso y el de ser funcionario en el extranjero. Y evitábamos el riesgo de que fuese al contrario. Porque el ingreso en ese cargo depende del ingreso en el grado. Con eso era suficiente para darnos satisfechos por los servicios prestados, ya que no teníamos por objetivo en la vida el de la riqueza. Solo la seguridad de las necesidades básica satisfechas.

 

Nada de la vida por el relumbrón del uniforme y la ostentación de altos grados por vanidosas apariencias. Y menos sin grandes méritos. Pues todo lo echo lo vimos siempre como lo normal dentro de una vida profesional variada e interesante. Quizás un poco atípica en la del militar FAC, pero tampoco llena de heroísmos. Aunque si muy emocional y cargada de estimulantes retos a superar. Además de la servir a la nación antes que así mismos.  Que es una valiosa recompensa interior, en lugar de la exterior. Estábamos muy satisfechos. Solo faltaba la puntada final.

 

CAMBIO REPENTINO DE DESTINO

 

Se presentó un riesgo en la segunda meta. El Director nos informó que habíamos sido asignados a la embajada de un país europeo, lo cual era bueno. Después nos llamó de manera seria y solemne para informarnos que nos habían cambiado el destino para uno suramericano. Con el primero, Colombia no tenía mayores diferencias en sus relaciones diplomáticas, las que si existían con el segundo. Por eso resultó hasta emocionante.

 

El primero era para un paseo de burócratas funcionarios diplomáticos sin nada importante que hacer ni de qué preocuparse. El premio para los que, supuestamente, son distinguidos y exitosos militares en la guerra. Así haya sido solo de escritorio o de pilotos de aviones de alto rendimiento supersónico a grandes alturas sobre el planeta. Lejos del suelo real. El otro una oportunidad de aprendizaje real de como son los manejos de los conflictos internacionales traumáticos y más terrestres. Y, por ello, más vivenciales, aunque menos celestiales.

 

Como fue un cambio de última hora, hasta de riesgo de que se nos negara el cargo, se nos hizo extraño. Averiguamos y encontramos que se debió al odioso e inmoral tráfico de influencias de un arrogante y vanidoso compañero. Además de codicioso, tuvo celos profesionales de nuestro nombramiento. Ya que a él le había asignado el que a nosotros nos asignaron. Nos intercambiaron. El creía que era más importante dar gusto a sus pedanterías personales que al interés nacional. Lo que es bastante común a la soberbia militar. Cambio que tampoco afectaba nuestras metas personales ni profesionales.

 

Reperfilamos los objetivos, como lo hemos mencionado, y supimos que si nos retirábamos del servicio, después de un año, las cosas nos serian no solo más satisfactorias sino favorables. No teníamos motivos para forzar a Peter. La institución y nosotros seríamos favorecidos. A ella no le convenía un miembro con ya disminuidos motivos para aspirar a más, mientras que el otro si tenía anhelos personales que lograr. Desde las Reservas, estaríamos disponibles si llegase a ser necesario.

 

También. Que nuestro Director, a pesar de que habíamos servido con mucha dedicación durante ese año y con ello resaltado sus éxitos  profesionales, ganando indulgencias con padrenuestros ajenos, no había tenido la entereza ni la solidaridad de habernos protegido de ese riego con autentico empeño. Afortunadamente no se nos negó y se nos asignó el cargo. Solo fue un intercambio. Sin embargo, ello no dejo de inquietarnos por lo extraño y riesgoso.

 

TODOS TRANQUILOS

 

Decidimos aplicarle otra norma de vida, de gran valor, en la autosuperación personal. Que consistente en buscar los aspectos positivos para sacar ventajas hasta de la misma adversidad. El asunto nos pareció interesante, en lugar de ser lo contrario. Teníamos cosas buenas. El cambio de moneda, el clima, el idioma, la presencia de familiares en ese destino y el conocimiento que teníamos de esa nación.

 

Siete años antes habíamos hecho un detallado estudio sobre su economía. El mismo tema que se nos asignó durante la comisión. De tal manera que ya conocíamos el tema. Solo bastaba con actualizarlo. Lo habíamos guardado durante años. Nos pareció, entonces, que sería más bien un año sabático en retribución a los combates en la selva y cascos urbanos, como lo contado en otras crónicas. Además que estaríamos algo alejados de incómodos superiores con los que teníamos diferencias de criterios doctrinarios y tolerábamos por obediencia debida. Dotados con el simple liderazgo delegado pero no merecido a los ojos de subalternos.

 

Entonces se nos afincó más nuestro objetivo a corto plazo de cumplir esa tarea y, después, retirarnos del servicio. A si lo hicimos para posteriores satisfacciones profesionales, familiarizar, intelectuales, personales y hasta económicas. Así esto último no fuese lo primordial pues lo que ya merecíamos nos permitía vivir con dignidad.

 

El riesgo al que nos expuso la insensatez de algunas personas con jerarquía pero poco permeables a las buenas ideas, nos impactó. Pues teníamos la certeza  de que el peligro habría podido ser contrarrestable o al menos atenuable si se hubiese comprendido muestras buenas intenciones  contenidas en las sugerencias.

 

Una guarnición que habría podido ser tranquila resulto ser de alta peligro. Tal vez más que las fuerzas oscuras que debimos afrontar en la selva amazónica del sur del país. Lo cual nos impactó más. Ya que esperábamos estar más alejados del riesgo, que el caso anterior vivido a mediados de la década.

 

Tomamos la decisión de ignorar el asunto teniéndola la certeza de que la actitud indiferente, poco proactiva y nada facilitadora de la población de esa guarnición, que es una forma pasiva de agresividad, tendría sus consecuencias que lamentar. Debido a una mezcla de falta de gobernanza compartida entre autoridades políticas, militares, policiales, gremios económicos, formadores de la conciencia cultural colectiva y hasta las eclesiásticas. Que tanta participación aún tiene en el campo del adoctrinamiento de la mentalidad popular.

 

Pues las gentes eran despectivas con las autoridades que podían protegerla de sus propios peligros de seguridad. La actitud pasiva, casi que hasta hostil, haría que esa región sufriría las consecuencias a futuro. Lo creímos, no con certeza absoluta pero si como producto de fuerte duda bastante lógica y razonable. Con un margen de probabilidad demasiado alto como para que no nos pudiese pasar desapercibido. No un futuro próximo pero si a largo plazo. Como mínimo en sus próximos veinte años. Pues eso niveles de agresión tan elevados, como los bombardeos, eran más que suficientes para pensar en ello.

 

Adicional a las ya demostrados con los secuestros masivos de la población civil. Y las multitudes manifestándose en contra de nosotros. Producto de una cultura altanera ante cualquier forma de autoridad. Creada por medio de un fuerte adoctrinamiento de varias generaciones de jóvenes en las ideologías marxista, comunistas, socialistas violentas y sindicalismo asocial y agresivo. Función bien cumplida en los claustros de sus universidades. En especial las oficiales. Donde actuaban muchos profesores pagos por el Estado pero dedicados a promover la violencia contra la comunidad, crear odio de clases y rebelión violenta.

 

Fenómenos colectivos que, cuando se desbordan en insensatez colectiva, terminan en manifestaciones destructoras, bloqueos de vías, quema de medios de transporte y saqueo de comercio. Vandalismo contra la infraestructura pública y las propiedades privadas. En especial las rurales que sufren poca protección estatal y tienen un alto valor por la riqueza agrícola y la fertilidad el suelo. Codiciadas por comunidades argumentando derechos ancestrales.


También todo cuanto sean símbolos culturales y monumentos históricos. Por supuesto, instalaciones de las autoridades armadas y sus hombres. Todo acompañado de actos delictivos como agresiones físicas personales, robos, secuestros, chantajes, amenazas y daño en general a la economía y la capacidad productiva.


Quisimos poner eso en evidencia pero no fuimos comprendidos ni aceptados por nuestros superiores. Y la prudencia indicaba que debíamos acogernos a sus criterios así fueren contrarios a nuestras firmes conclusiones. Razón por la cual era mejor dejar que los hechos posteriores dijesen quien estaba más próximo a la cordura. Aunque si llegase a resultar como lo preveíamos, de seguro, nadie saldría a aceptar que lo habíamos advertido. Pues eso ya les sería muy inconveniente y vergonzoso admitir que fueron demasiado desatinados. Aunque sentenciados por la historia. Así es como funciona las cosas. Infortunadamente confirmando la teoría de Norman Dixon.


Pero también sabíamos, que dentro de ese mismo margen de tiempo, inevitablemente tendría que crearse un Comando Aéreo de Combate en esa guarnición. Pues ya era una necesidad inevitable.

 

Al año cumplido después de estos sucesos, pasamos a la vida de ciudadanos corrientes con la satisfacción de ese primer deber cumplido. Después vinieron otros igualmente o quizás hasta más gratos. Sin los apremios de autoridades tan impropias, que fácilmente pasan al campo de lo insolente. Las que con su desempeño frenan el rápido progreso que necesita la nación.

 

EPÍLOGO

La conclusión general es la evidencia de lo difícil que son los cambios doctrinarios dentro de las instituciones altamente jerarquizadas, rígidas, ortodoxas, dogmáticas, intransigentemente, conservadoras, piramidales, fanáticamente tradicionalistas y altamente paquidérmicas e inerciales. Como lo evidencio el Capitán Norman Dixon en su libro “Sicología de la Incompetencia Militar”.

 

Vencer esas barreras es parte de los esfuerzos que se requieren para impulsar el progreso. Lo que se logra reuniendo al máximo los pequeños aportes.  Por algo los ejércitos no triunfan por el gran poder del General sino por la sinergia de las pequeñas, pero muchas, fuerzas de los soldados. El General solo da dirección. Los que realmente impulsan y hacen marchar el tren es la potencia acumulada de las tropas. Son las locomotoras.

 

Coronel Iván González