AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 13 de noviembre de 2013

EL ABUELO DE LA FAMILIA


EL ABUELO DE UNA FAMILIA DE BLACK HAWKS

 

 
BLACK HAWKS

 
Tengo el rostro raído por el tiempo y la guerra, mis cicatrices cuentan una a una la historia de mi vida. Soy veterano si, pero aún me quedan fuerzas para luchar. Mi nombre es FAC 4101.

Nuestra misión en Colombia comenzó aquella tarde del 14 de julio de 1988, cuando en el compartimiento de carga de un avión norteamericano C-5 Galaxy llegamos a Palanquero los primeros cinco UH-60 de la Fuerza Aérea Colombiana. Veníamos estrechos e indefensos con las palas atadas hacia atrás, en un ambiente silencioso y húmedo que poco a poco nos ahogaba. En aquel lugar el tiempo trascurrió inerte, hasta que el lacónico sonido de un motor eléctrico abrió con suma pesadez la gran compuerta que horas atrás se había cerrado en Stratford, Connecticut, Estados Unidos.

El reloj empezó a girar cuando ya en realidad nos encontrábamos en medio de un conflicto armado; Íbamos y veníamos por entre la agreste geografía colombiana; volábamos por la alta Guajira, el lejano Amazonas, Ipiales y Acandí en Antioquia; las balas del fuego enemigo  rozaban nuestra piel; algunas de ellas calentaron nuestras latas atravesándolas de lado a lado; ciertos impactos eran insignificantes y nos permitían continuar con la misión; otros en cambio,  eran de  tal gravedad que nos obligaban a aterrizar de inmediato para determinar la magnitud de los daños. 
En tres ocasiones me enviaron a tierra por causa del fuego enemigo, la primera de estas, la que fue mi bautizo de fuego siendo solo un novato en cuestiones de guerra, con ínfimas 469 horas de vuelo y acabando de cumplir mi primer año de vida. Fue un 27 de julio de 1989 mientras terminaba una misión de asalto aéreo cerca de Montería en la que el enemigo me brindó una calurosa bienvenida.
Aún recuerdo el terrorífico grito de los soldados que llevaba abordo y el impactar de las balas atravesando mi fuselaje. Bastó una bala, la que perforó mi motor izquierdo para que una fumarada pintara de negro el azul del cielo, se escuchó el sonido del motor fuera y en la cabina el color rojo adornaba los instrumentos con señales de peligro.
El piloto intentó hacer un sobrepaso pero ya caíamos en la selva a unas pocas millas del territorio enemigo, mi cuerpo golpeaba entre los árboles y los troncos que se iban quebrando me atravesaban como puñales. Todo sucedió rápidamente, el ensordecedor golpetear de mis palas contra los árboles, los gritos de dolor de los soldados que llevaba abordo y el aullar de la selva al interrumpir su densa calma. Mi cabeza permaneció aturdida entre los ramales y al intentar moverme mi cuerpo no respondía más, estaba parcialmente destruido.
Luego de un rato los soldados que quedaron heridos se alejaban afanosamente de mí, buscaban un refugio temiendo que explotara en mil pedazos. Permanecimos ocultos en la vegetación a la espera de nuestro rescate. Unas horas mas tarde un helicóptero evacuó los heridos, levantó su vuelo y mientras se alejaba, note en él un gesto de amargura, como si se despidiese de un muerto.

 
EN MEDIO DE LA SELVA

Impávido, me acompañaba la muerte y una selva que sé hacia más espesa con la caída de la noche.  La luz del alma se me iba apagando lentamente, el sonido de miles de animales se alborotaba, tal como lo hacia el tambor del caníbal al buscar su presa. El tiempo se olvidó de mí y cruzo de largo. Pasó el primer día y aun permanecía tendido en aquel lugar. Escuchaba el ruido de las ametralladoras y los gritos de furia que detrás de la jungla escondían las fauces del enemigo. Intentaba respirar, pero el húmedo olor del inculto bosque se mezclaba con el de mi sangre y mi miedo.
Al amanecer del segundo día era un ser agonizante, sentía la boca áspera, el cuerpo entumido y mi sangre se secaba bajo el sol, los insectos se acercaban atraídos por el hedor de la muerte. Balbuceaba mi ultimo perdón y mi último “¿por qué?”.
De repente sentí una fuerte ráfaga de viento que sacudía los árboles y levantaba la tierra, levante con suma pesadez la mirada y vi que en medio de las tinieblas un helicóptero UH-60 Black Hawk (FAC 4104) hacía vuelo estacionario sobre mí. Descendieron dos hombres que me engancharon a una eslinga y me levantaron entre los árboles hasta un sitio más seguro, en el cual pudieran desarmarme en partes. A pocos metros de la que pudo haber sido mi tumba, los hombres que vinieron a mi rescate removían la transmisión bajo el fuego del enemigo. Algunas veces se ocultaban detrás para evitar el hostigamiento. Al finalizar esa misma tarde me izaron en dos helicópteros para llevarme a casa, el FAC 4103 y el FAC 4104 que en ese entonces eran volados por quienes hoy son el Señor BG. José Vicente Urueña (FAC 4103) y el Señor CR. Raúl Torrado (FAC 4104). Tres años después, regrese a Colombia en un largo vuelo desde los Estados Unidos. Cruzando por Centroamérica.

Gracias a nuestra maniobrabilidad y silencioso volar, nuestras primeras misiones entre muchas otras, consistieron en la evacuación de heridos desde el corazón propio de la guerra y los asaltos aéreos en el propio patio de armas de los campamentos enemigos.

De los 10 que llegaron conmigo se ha ido al cielo uno, mi buen hermano el FAC 4102, lo vi la ultima vez al despedirse en el Batallón Vargas de Granada Meta, fue el 11 de diciembre de 1991 justo en los últimos días de la operación de casa verde, ese día la angustia de sus ojos me insinuó que algo no andaba bien, uno de sus sistemas tenia graves fallas y debía volar de regreso hasta la base aérea de Melgar. Esa misma tarde, luego de un esfuerzo descomunal para cruzar la cordillera, pocos minutos antes de llegar a casa su ánimo no respondió más, levanto los ojos al cielo con rictus de perdón, cabeceo con furia y se despidió del hombre precipitándose a tierra. Termino su vida en un perpetuo giro sobre las ardientes tierras tolimenses.



 
EN RECUPERACIÓN
 
En el año de 1994 llegaron los 4 jóvenes UH-60 “Lima”. Traían consigo nuevos motores y ciertos sistemas más evolucionados.  El 10 de noviembre de 1995 dejaron atrás el transporte militar para vestirse con armaduras, espada y sable, su carácter cambió, dejaron de ser dóciles como son los helicópteros de transporte, para convertirse en una estirpe de feroces guerreros, arrogantes, de mirada agria y temeraria que respiraban adrenalina y escupían fuego. Se sabe que en varias ocasiones continuaron la lucha, incluso estando heridos. Desde ese entonces fueron bautizaron como “Arpías”, EN SIMILITUD A LA FEROZ águila llanera.  

En 1992 nos atrevimos a retar el reino de las tinieblas y la oscuridad, se dio inicio a las operaciones con visores nocturnos convirtiendo la noche en nuestra aliada estratégica. El enemigo nos dejó de ver y hasta el sobrenombre de “la bruja” se nos puso, pues como ésta, resurgía de la nada y sin que sus victimas la vieren, atacaba en silencio, para luego desvanecerse entre la noche, le temían a mi sombra y al aullido del Arpía, que según ellos, merodea en la noche como si fuera el alma de la muerte.     

Innumerables anécdotas de guerra y de paz acompañan nuestro diario volar, como lo fueron, el aterrizaje a 16.000 pies de altura en el Nevado del Huila,  demostraciones aéreas exaltando nuestro poder aéreo, vuelo hasta a la isla de San Andrés con tanques auxiliares,  incontables misiones de búsqueda y rescate, otras combatiendo incendios forestales lanzando agua; considerables misiones de asalto aéreo y de ataques estratégicos, apoyo a países hermanos, misiones titánicas como el cambio de la transmisión, que es el corazón de maquina del FAC 4110  en plena zona de orden público (Guérima, Vichada), en donde los técnicos de mantenimiento tuvieron que combinar las herramientas con el fusil y convertir el compartimiento hidráulico en un centro de observación adelantado, emplazando una ametralladora M-60 para repeler el ataque.

Finalmente, al terminar con este corto relato y hacer un recuerdo somero de las etapas que han marcado nuestro estilo de vida en estas primeras 50.000 mil horas de vuelo, no me queda otra cosa que recordarles a las nuevas generaciones sobre el respeto y aprecio que hemos ganado de los hombres que día a día nos acompañaron en la ardua faena de esta guerra. Junto a ellos hemos conocido la mano del piloto agresivo, como la del calmado también; hemos sido instructores, alumnos, técnicos y combatientes, adquirimos el espíritu del colombiano inteligente y del campesino aguerrido.

 
 
EN PLENA ACCIÓN

 
Sobre nosotros se derramó la sangre de cientos de hombres heridos y se escucharon los últimos suspiros del soldado muerto. Nosotros los viejos “Alfa” continuaremos luchando como lo hemos venido haciendo, veteranos, pero firmes y siempre con el alma altiva de valor. Hasta contemplar el Omega de nuestra existencia.

 

Mayor Ricardo Torres S.