AERONAUTAS Y CRONISTAS

sábado, 16 de noviembre de 2013

CRONICAS DE UN CURA PAISA CAPITULO 1


PRESENTACIÓN

AMIGOS CRONISTAS:

El padre Antonio María Palacio nació en el municipio de Concordia en el Suroeste de Antioquia. Como buen paisa tenía un espíritu aventurero de explorador que por su inquietud deseaba romper los horizontes de su entorno. El mismo comportamiento que ha hecho de esta tierra un lugar de empresarios, emprendedores e innovadores en muchos aspectos.

Por ser un ejemplo y referencial de nuestra idiosincrásica antioqueña, queremos compartirles su crónicas escritas hace bastes años y por ello es poco corriente encontrar un ejemplar de su libro “Crónicas de un Cura Paisa”. Al mismo tiempo que quedan plasmadas en este medio que no está expuesto a los efectos del tiempo ni de la polilla.

Esperamos que disfruten ese resumen que es un extracto de los apartes más llamativos para que no tengan que leer todo el libro.

Un saludo para todos los amigos cronistas a quienes les gusta leer las cosa por las que pasaron nuestros ancestros para lograr el progreso que ahora tenemos y que no fue fácil. Es la mejor gratitud que les podemos dar por sus empeños en ensanchar los horizontes de nuestra tierra.

Saludos y que disfruten. Hasta la próxima tertulia.

Coronel Iván González.

CRÓNICAS DE UN CURA PAISA

POR EL PADRE ANTONIO MARÍA PALACIO VÉLEZ

CAPÍTULO 1

LA PRIMERA EXPEDICIÓN AL CITARÁ

En la cordillera occidental de los Andes hay un cerro que se llama Farallón del Citará. Se destaca arrogante sobre la cordillera y hunde sus picachos entre las nubes. Cuando de lejos se contempla despejado es bellísimo y fascinador. Desde Concordia lo admiraba yo y en algunas ocasiones me embelesaba. Y eso que lo miraba desde una distancia de 15 lenguas pero es que hay algunas cosas que a través de la lluvia la distancia parecen más bellas y misteriosas.

Como antes de ir al seminario pertenecía yo a la adoración de Concordia, una noche el cielo estaba muy festejado y había luna llena. Eran las 12 de la noche cuando salí de la hora en que me correspondía. Desde la plaza de Concordia observé que el Farallón se destacaba nítido sobre el horizonte. De repente, salió una gran llamarada de su cúspide que duró por espacio de un minuto y al instante se apagó del todo. Desde entonces concebí la idea de que algún día subiría a ese cerro. Y escudriña día lo que habría allá. Después de eso pasarían algo menos de 10 años.


FARALLONES DEL CITARÁ

Salimos a las vacaciones de fin de año y acordamos para escalar el 25 diciembre 1925. Nos encontraríamos en Betania con unos compañeros del seminario para salir el 26 hacia la excursión del Citará. Ese día me encontré con el padre Andreu y Álvarez en esa población y además con otros compañeros.

El Farallón está ubicado en el municipio de ciudad Bolívar, pero aparentemente está tan cerca de Betania que se contempla el cerro como si estuviera allí nada más. Esa tarde conseguimos provisiones y contratamos dos peones para que llevaran lo que necesitábamos.

A fuer del campesino antioqueño que tiene buena experiencia en eso de desmontadas, había observado el cerro y los lugares más fáciles para subir, así que no me gustó la idea del viaje por el Pedral arriba. Por ese lado se veían grandes cinturones de peñascos que hacían casi imposible la ascensión. En cambio, según la topografía del terreno que parecía que se hacía más factible por el lado de Bolívar. Pero, así lo habían dispuesto los dos padres y el subdiácono quienes eran personas de autoridad para resolver y decidir.

Salimos el día 26 y tres días anduvimos en la excursión pero fracasó nuestro intento de subir al cerro porque dimos con unas paredes de peña pelada que era preciso dar grandes rodeos para buscar otra vía. El padre Álvarez se desanimó y manifestó deseos de regresar y esto contagió al resto de compañeros que éramos ocho en total y quienes también desearon lo mismo. Entramos en deliberaciones y acordamos que el padre Andreus, el subdiácono Fernández, otro seminarista y yo continuaríamos la ascensión por otro día más. El padre Álvarez y el resto de los expedicionarios se volverían y nos aguardarían en el rancho que habíamos hecho en el Pedral para pasar la primera noche.

A las 12 del día nos separamos y nos turnamos para abrir trocha y avanzar. Eran como las cinco de la tarde y estaba trochando, cuando al cortar una rama se me fue el machete y medio en la rodilla izquierda. El filo no entró hasta el hueso y como allí no teníamos más recursos, puse un puñado de sal sobre la herida a fin de que me preservara de alguna infección y me amarré un pañuelo para contener la sangre que salía en espumarajos. Allí nos detuvimos para pasar la noche.

Al día siguiente comenzamos a bajar pero no fui yo solo el que sufrió percances en esa aventura por que el subdiácono se cayó al río Pedral y hubo que sacarlo enlazado. Y el padre Andreus rodó por una peña bajo y se hirió en la nariz y durante dos meses estuvo adolorido de las costillas.

Regresé a Concordia con la humillación del fracaso pero con la esperanza de que algún día organizaría una excursión en la que fuera yo el jefe y pudiera escoger el derrotero por donde me pareciera más factible la subida al Farallón del Citará.

EL PADRE MINERÓLOGO Y EL COLMENAR

El padre Enrique Rochereau, era un hombre muy afable y tenía el don de gentes. A pluma pintaba magníficos cuadros, era todo un maestro en el arte de talla de madera, era un sabio y apasionado naturalista y, sobre todo, era un santo. En Jericó se dedicó, entre otras cosas, a coleccionar y catalogar minerales y piedras raras. Yo me entusiasme también por lo de las piedras y me hice su compañero inseparable en sus pesquisas mineralógicas. Salíamos juntos a los paseos provistos con almocafres y cinceles para quebrar la roca y extraerles lo que nos llamaba la atención. Andábamos despacio pero con los ojos alerta mirando los taludes de la carretera y encontrábamos hermosísimos cristales de varios colores, figuras y tamaños. Llegó a poseer una colección considerable de piedras raras y minerales debidamente catalogados. Entre el padre Enrique Rochereau y yo existía una buena y leal amistad.

El padre Enrique Rochereau era un sabio, especialmente en minerales. Estaba haciendo un museo con las piedras que coleccionaba en el seminario, sobre todo piedras raras. Yo también me contagie de esta costumbre y me dio la goma de eso de las piedras raras. Aprovechaba todos los paseos para recolectar y llevarle muestras. En Concordia se encuentran preciosidades especialmente en la falda comprendida entre el salto de Magallo y Morroplancho hasta el río Cauca. En esta falda recogí piedras de ópalo que afloraban en los barrancos del camino. Eran de colores muy bellos y diversos. Con ellos ayudan a enriquecer el museo del seminario.


COLECCIÓN DE MINERALES

Al lado derecho del salto de Magallo y contigua a él, está el morro de Casagrande. Morroplancho está al lado izquierdo y a 4 km de distancia del trayecto entre Morro Plancho y Cerro Tusa.

En tiempos muy remotos debió sufrir un cataclismo increíble. Algo así como si hubieran estallado las fraguas de Vulcano en sus entrañas. Antes de que se fabricara la bomba atómica alguien dijo que el rayo era la fuerza cumbre de la naturaleza. Después de que se fabricó la bomba la fuerza del rayo quedó reducida sólo a una millonésima. Sin embargo tengo para mí que la fuerza interior de la tierra es millones y millones de veces mayor que la atómica. Porque tanto norteamericanos como rusos han hecho estallar bombas dentro de la tierra y nunca se ha oído decir que esas explosiones hayan creado un Vesubio ni un Etna. Mientras que las fuerzas de la tierra hace reventar las cordilleras en llamaradas y sacudir los continentes.

El padre Enrique Rochereau fue capellán de una división francesa en la primera Guerra Mundial de 1914 al 18. Como capellán acompañaba siempre el Ejército en las acciones de combate para prestar los auxilios espirituales. En un encuentro entre franceses y alemanes fue herido por dos balas de fusil y hecho prisionero por los alemanes. El mismo contaba que los soldados recorrían el campo de combate y remataban a los heridos y que cuando llegaron a donde estaba el, casi agonizante, un soldado alemán enristró el yatagán para hundírselo en el pecho. Cuando se dio cuenta que lo iban a matar empezó a rezar el confiteor en latín. Los soldados al escucharlo rezar en latín se dieron cuenta que era un sacerdote. Detuvo el arma y lo condujo al hospital militar de los heridos alemanes donde lo curaron y después de algún tiempo le dieron la libertad.

El padre León, quien era el ecónomo, tenía un gran colmenar en el patio del seminario mayor. El administrador de este colmenar era el hermano Juan Nepomuceno Casas y periódicamente extraía los panales para sacarles la miel y la cera. Me hice muy amigo de él, especialmente cuando estaba en sus funciones colmenares y él me permitía entrar al depósito a chupar miel con la única condición que no le botara la cera.


COLMENARES