AERONAUTAS Y CRONISTAS

viernes, 25 de octubre de 2013

CONCORDIA. FRENESI Y GUERRA. CAPITULO 5


CONCORDIA. FRENESÍ Y GUERRA

CAPITULO 5

FIESTAS BÁRBARAS.

El 20 enero se efectuaron las corraletas. Los palcos eran fabricados de madera, clavos y alambre por carpinteros y artesanos sin ningún conocimiento matemático y estudio de resistencia de materiales. Un borrachito gritaba que las corralejas sin muerto no era corraleja. Se tomaba whisky de todas las marcas y el ron Cristóbal que provocaba la muerte del bebedor. Por el palco principal se ubicaban los ganaderos ricos cuales verdaderos señores feudales repartiendo botellas de ron, monedas y billetes de baja denominación al populacho. Las corralejas son una locura delirante que aumenta cuando hay sangre. Es un verdadero acto de barbarie. La mujer sana entrega en estas fiestas hasta lo más íntimo que tiene.

LA MERCADERÍA MÉDICA

En el Sinú se presentaba un fenómeno político cultural. Los antioqueños, aventureros y negociantes que llegaban de las poblaciones conservadoras de Antioquia, se volvían liberales, detestaban el matrimonio, daba la impresión que el calor del trópico y la veracidad de la tierra lo descivilizaba.

Los enfermos eran muchos y las enfermedades muy diversas. El enfermo y sus familiares exigían drogas caras y la última que estuviera en el mercado. Allí comprendí el problema de la drogomanía en Colombia. Una nueva enfermedad y bien peligrosa porque los médicos trabajamos para las trasnacionales y continuamos haciéndolo.

En el alto Sinú no existían los hospitales y centros de salud. Los caseríos serán polvorientos y sucios y las casas estaban apiñadas en ranchos de paja a lo largo de la calle. La cocina y el piso de la casa eran en tierra. Se carecía de letrinas y de agua. En los llamados hoteles le daban a usted una careta y un palo cuando requerían hacer lo que ellos llamaban la necesidad grande, para que no se acercaran los cerdos y no ser reconocido por los transeúntes. No existía el concepto de vivienda. Los peones y vaqueros vivían en incómodos e insalubres ranchos y antihigiénicos campamentos.

En la hacienda Jaraguay, de los Saldarriaga de Concordia, conocí a Sebastián Rosendo Galope (El Águila). Un hombre de 2 m de estatura y una gran palidez. Fue un próspero hacendado en la década de los 30 pero acabó con su hacienda y sus ganados y gastó en parrandas de hasta tres meses. Traía los ganados gordos a la feria en Medellín, expedición en la que gastaba 30 o 40 días perdiendo el ganado hasta 120 kilos. Salía del alto Sinú con 200 o 300 novillos, buscaba el San Jorge, luego a Tarazá, o a la vía Puerto Valdivia y de allí a Yarumal y Santa Rosa. Daniel Delgado alegaba que muy pronto este sistema rudimentario y bárbaro en el trasporte de los ganados llegaría a su ocaso pues la carretera entre Planeta Rica y Caucasia sería terminada en poco tiempo con la conclusión de los puentes sobre el río San Jorge y el río Man.

Juan Duque Zuloaga decía que en el valle del Sinú se podían acomodar 20 millones de colombianos. En 1975 en el aeropuerto las Playas de Medellín, un ingeniero hidráulico israelí, quien conocía esa región, conversaba y daba a entender que si los israelíes fueran dueños del Sinú y del San Jorge, serían el primer pueblo del mundo. Lo primero que harían sería racionalizar el uso de las aguas con canales, aplicar las técnicas modernas en irrigación de tierras y sembrar toda clase de agricultura empezando por el trigo de tierra caliente. Mediante esta región crearían un emporio industrial de grasas y cambiarían la ganadería intensiva.

DE NUEVO EN MEDELLIN

Regresé a Medellín donde el banco de sangre iba funcionar en la policlínica y necesitaban un director. Me presenté al concurso porque no quería volver esas regiones inhóspitas y sin ninguna infraestructura sanitaria. Visitaba diariamente la Bastilla en donde era frecuente encontrar a Julio Tobón acompañado de Tulio Bayer. Noticias frecuentes y aterradoras sobre la violencia política en el departamento del Valle, Boyacá Santander y Caldas. La víspera del concurso me llamó el Dr. Peláez diciéndome que no habían sino dos inscritos y que por motivos políticos y familiares había resuelto darle el puesto de director del banco de sangre a Víctor. Y que escogiera entre dos plazas vacantes que tenía la Secretaría: Peque o Concordia.

Antes de ir a Montería me había contactado con varios concejales del municipio de Restrepo en el Valle del Cauca, municipio de mayoría liberal en 1948. A los ocho días siguientes se apareció un ciudadano para decirme que ya no me necesitaban. La situación política había cambiado. Necesitaban un médico conservador, a Gustavo Arango Vélez médico conservador. Y me ofreció dos plazas en el nordeste antioqueño: Yarumal y Angostura. Pensé que cualquiera de las dos habría de llevar el visto bueno de Monseñor Builes, quien de antemano conocía mi filiación política, rechazándome a pesar de los buenos oficios de Arango. El obispo Builes veía por todas partes comunistas y masones.

El médico Luis Alfonso Ramírez, conservador, fue quien le gritó a Alfonso López Pumarejo, en el hotel Bristol, que era un ladrón. Me anunció que mi nombramiento lo habían vetado el director conservador y Braulio Henao nombrando al médico conservador Raúl Muñoz. De paso, Ramírez, me recomendó la población de Santuario, Caldas, donde tenía un hermano medio dueño de una farmacia. Cuando llegué el farmaceuta no me recomendó la plaza por motivos políticos y medió una carta para el director del hospital de Tuluá. Allí necesitaban médico. La junta se reunió y decidió que debía ser conservador. Esa noche hubo dos muertos y varios heridos por causa política.

HACIA EL VALLE DEL CAUCA

Al día siguiente pasé por el famoso Happy Bar, en donde se planeó parte de la violencia del Valle del Cauca. Salí con mi carta de Fernando Restrepo de Medellín hacia Versalles sobre la cordillera occidental. Busqué la población de la Unión. En donde estaba la Barca para cruzar el río Cauca presentose una manifestación. En Tuluá se habían dado órdenes a los jefes políticos del norte del Valle del Cauca. Los manifestantes pedían órdenes ya que el Partido Liberal estaba armándose y el país estaba en vísperas de una guerra civil. Al otro lado del río tomé un carro de escalera hacia Versalles y faltando unos 5 km nos detuvo un retén de policías y civiles. Uno de los civiles, riéndose y mostrando una abundante dentadura de oro, me pidió la "célula". En término jocoso le pregunté al individuo si las nerviosas o las musculares. Uno de sus compañeros comprendió y trató de darme con la cacha del revólver. Debí decirle que era el futuro médico de Versalles mostrando la carta del doctor Restrepo. Que venía de la conservadora Antioquia, señalando a Ramiro, quien era mi compañero de viaje y a quien había visto antes en la compañía de dos muchachas y con una actitud pensativa. Cuando se presentó el retén, este caballero, les entregó a las mujeres dos revólveres pero en vista de mi mención no lo requisaron. Al otro día me presenté al boticario con dos revólveres al cinto entregando la carta del doctor Restrepo y pidiéndole que no hablara de mi filiación política.

En la sala del hotel se encontraba un geólogo alemán de unos 65 años. Parecía una zanahoria cocinada, curiosísima, diciendo que qué era eso de matar la gente a perseguirlos por cuestiones políticas. En un momento pensé en 5 millones de estos alemanes rabiosos invadiendo a Francia o Rusia.

Los boticarios fueron un elemento clave en la guerra civil el 49. Conocedores del personal campesino, su plantaban a los médicos en la ausencia de éstos. Las boticas resultaron ser los lugares estratégicos. Constituyéndose en epicentro de asesinatos, incendios, robos y negocios de propia raíz, muchos de ellos de la noche a la mañana se enriquecieron.

En Cartago, un domingo, me encontré con Antonio Campillo Branda liberal antioqueño. Venía expulsado de Anserma nuevo en donde habían dinamitado la farmacia. En los campos de este municipio, el liberalismo se defendía teniendo como jefe a Emilio Arango, un antioqueño de los lados del suroeste. Tratábase de una verdadera guerra civil.

HACIA CONCORDIA

Fui a la ciudad de Manizales y espere el tren en la estación Arauca para trasladarme a Medellín. Inmediatamente me presenté a la Secretaría de salud departamental aceptando la dirección de la unidad móvil del suroeste antioqueño con base en el municipio de Concordia. El Valle del Cauca es otra bendición de la naturaleza donde prospera la agricultura mecanizada. Lástima grande que sea una tierra de peones y de señores de la propiedad que han sentado sus reales en un capitalismo retrasado.

LA APROXIMACIÓN A LA GUERRA CIVIL.

Concordia. Allí llegue el 20 junio 1949 por el ferrocarril pernoctando en Bolombolo, no existía la carretera a Venecia. Al otro día subí por una carretera muy firme en forma de caracol, después de cruzar el río Cauca por un puente de madera, el cual fue construido por el ingeniero Rodríguez Molla. Topografía desagradable, plaza espaciosa y empedrada, con un gran desnivel, calles empedradas, construcciones de tapia o bareque de un solo piso. Construcciones con techo de madera. Era la primera vez que veía este material como tal, tal vez lo había visto en el cine en algunas aldeas rusas. Era madera de comino traída de las montañas de Urrao. Los pisos también eran de madera no conociéndose la baldosa, muy poco el adobe.

El hospital se llamaba San Juan de Dios de Concordia. Fue fundado en el siglo pasado por la curia habiéndolo manejado durante 42 años el doctor Wenceslao Villa Escobar, médico nacido en Titiribí, quien había estudiado en Bogotá y había sido secretario de Miguel Antonio Caro. Fue un verdadero apóstol de la medicina rural antioqueña. Posteriormente lo manejó el médico Bruno González durante 14 años. Me enamoré del hospital. Mi vida profesional durante 32 años ha girado alrededor de su ambiente.

Un día una llamada urgente del municipio de Betulia pidiendo un médico. Se trataba de la enfermedad de la señora del médico Bernard Ospina, también Concordia quien ejercía en ese municipio pero se encontraba en Medellín. Llegamos a una población pequeña, en una hondonada, clima templado, atendiendo al enferma. El terreno es muy quebrado y antes de llegar al pueblo hay que pasar a través de las veredas de Piedra de Candela, Tres Puertos, Partidas, Morelia, San Pacho y La Raya, que me produjo mareo con una sensación de vómito.

PERSONAJES DE CONCORDIA

En el hotel donde me aloje en Concordia en el marco de la plaza me presentaron a un ciudadano de nombre José Ignacio González Toro, comerciante, dueño del mejor almacén de la población, agudo conversador. Figuraba como un hombre rico. Era además el jefe del Partido Conservador del municipio. A Jesús María Arias, un hombre alto, grueso, moreno, dicharachero, comprador de café y de ganado. A Emiliano y Pablo Restrepo quiénes eran los jefes del Partido Liberal, junto con el doctor Bruno González. Bruno González trabajó en Tapartó. Era muy cordial con la clientela y por eso acudían a él en forma aterradora enfermos de todo suroeste. Bruno tenía un trato humano y cariñoso con el enfermo, no importándole su condición social o económica. Un verdadero médico de familia. 24 horas al servicio de la comunidad. Le gustaba la política. A José Antonio Restrepo, hombre de 2m. de altura, blanco, cerio, nariz aguileña, liberal de tiempo completo, de un gran corazón al tratarlo. sobreviviente de una catástrofe telúrica en la vereda El Perder. Allí se había derrumbado una montaña pero ese día no estaba la población escapándose de perecer. Primo hermano de Antonio José Restrepo.

La agencia de Ruiz Toro y compañía compraba casi todo el café de Betulia, Salgar Urrao y Caicedo. Tenía una trilladora cerca la plaza y otra en Bolombolo. Eran a la vez dueños de la finca La Selva entre Ernesto Ruiz, Antonio Correa y Luis toro. Tenía una extensión de 1600 cuadras y era la finca bandera del municipio. Prestaba al cafetero a un interés módico. En las cosechas éstos pagaban en especie. La agencia constituyose así en el banco de Concordia, no había sucursal de la caja agraria.

LA REGIÓN

Las tierras alrededor de la población son ácidas, estériles, tierras de cementerio, dando la impresión de pobreza. Hoy en día a progresado debido a la revolución de la variedad del café caturra y a los abonos modificando su aspecto en los últimos años. Las tierras fértiles y productivas son de la región volcánica en la vertiente del Cauca con el agravante que la mayor parte de sus propietarios viven en Medellín. Gran parte de sus tierras se dedican al cultivo de la caña de azúcar siendo Concordia el primer municipio panelero del suroeste.

El apellido imperante en el municipio de Concordia era el González y sus variantes, venidos de Titiribí en el siglo pasado y estos de Envigado. Encontré dos familias González Escobar sin ningún nexo con mis dos apellidos. Después estaban los Restrepo, también de Titiribí y Envigado. Los Palacios de Jericó, los Ruiz y Posadas venidos de Caldas. Los Velez de Salgar junto con los Fernández, Villa, Escobar, Montoya, Garcés y Betancur.

El párroco decía que él mandaba en Concordia. Monseñor González Arbeláez por la década del 35 al 45 en esa población hizo los ejercicios espirituales para todas las mujeres del suroeste antioqueño. Admiraba la pureza y humildad de la mujer Concordia a la cual ponía como ejemplo. Había mucho semen retenido por la represión sexual. En esa época estaban todavía vigentes las maldiciones.

Me ordenaron ir al corregimiento de El Socorro donde se presenta una epidemia de la llamada Fiebre de Concordia. Éste queda al frente del municipio de Titiribí y Armenia en la vertiente del Cauca. Allí fui anunciado por espacial noruego Rafael Restrepo Garcés, Faustino González y Apolinar Velez en cuya casa pernocté. Me sobraron atenciones de gente sana y grandes trabajadores. Visité varias veredas incluida la Herradura donde estuvo el genial León de Greiff en 1927 en su palacio de Guadua y de zinc. Allí se inspiró para escribir la canción de Rosa del Cauca. El poeta fue contabilista y tal vez pagador, de la empresa de El Troncal.

 (El Troncal era la empresa que administraba el tramo del ferrocarril que se bifurcaba, del ferrocarril del Valle a Medellín, a la altura del corregimiento de Bolombolo. Fue construido con el fin visionario de unir la costa pacífica con la atlántica siguiendo el cauce del rio Cauca por el General Ospina cuando fue presidente. No fue terminado y por ello abandonado luego. Decían las malas lenguas que fue hecha por razones personales de Pedro Nel para favorecer sus muchas tierras en el bajo Cauca. Esta obra habría sido de gran beneficio nacional de haberse concluido)

Entró por Bolombolo acompañado por Míster Gray e iluminados por los humos alcohólicos pero sin las Circasianas y sin Ramón Antigua. Visitó a Concordia pero allí no encontró con quién conversar porque no eran gentes con ninguna inquietud cultural. Pero sí la emprendió contra las autoridades conservadoras de entonces y contra el discurso teológico del curita que se le acercó a pedirle limosna. Lo llevaron a la cárcel donde le quitaron un revólver que más bien pareció una escopeta. Les dijo: "no hay aguardiente malo, ni cura ni godo bueno". Sabiendo la clase de inquilino que era lo soltaron pero quitándole el revólver el cual llevaba uno de los alcaldes durante la guerra civil del 49. Posteriormente llegó a betulia preguntando por "el verraco de guaca", yendo a parar a la cárcel pero sin revólver.

 Regrese a Medellín empleando El Troncal, un trencito que más bien parecía un juguete el cual fue construido en la presidencia el general Ospina siendo Laureano Gómez ministro de obras públicas. Salía de la estación Tulio Ospina cerca de Bolombolo e iba hasta Anzá en un trayecto de 40 km siguiendo la orilla del río Cauca. Los suspicaces decían que el general Ospina trato de llevar los rieles hasta Cáceres con el fin de desenbotellar sus fincas y traer sus ganados.

Diagnosticamos que la fiebre de Concordia era una hepatitis fulminante por virus que se difundía por todo el tejido graso del abdomen. Se reproducía una temperatura de 26 a 28 °C y tenía cierta relación entre los chiqueros de cerdos y el agua consumida. El agua presentaba una contaminación de hierro y cobre a la que llamaban "caparrosa". Consumían mucho cerdo los cuales sufrían de una afección llamada "sonsera". Los datos se los envié al doctor Alfredo Correa secretario de salud departamental quien los presentó en un congreso médico en Bucaramanga como si fueran algo propio y original de él.

José Ignacio González Escobar