AERONAUTAS Y CRONISTAS

sábado, 1 de marzo de 2014

SUR PARTE 4 Y 5



PARTE 04
LAS PARADAS
•         A mediodía se detenían en una playa (las playas del rio Orteguaza) para hacer un chocolate o un café que, con pan duro, era el único alimento que se tomaba o hasta que llegaba la hora en que se hacia la comida. Después se dormían en un chinchorro porque las espaldas habían sido quemadas por el sol y no toleraban el roce de ningún lecho primitivo. Por la tarde acuatizó un avión cerca la embarcación y se llevó a dos de los oficiales. Cuando desembarcaron en Tres Esquinas (donde actualmente está el Comando aéreo de Combate 6, cinco kilómetros antes de llegar a la confluencia con el rio Caquetá), vio que unos negros se arrodillaban frente al fraile para que los bendijera. Entonces recordó la frase de un borracho en su pueblo: "¡ah Bolívar guapo, dándole libertad a unos indios tan brutos!".
•         En Tres Esquinas hay un rancho que cuidan dos soldados de caballería, desde hace cinco meses, sin ser relevados. Uno de ellos le preguntó: ¿Es verdad que el gobierno pondrá mujeres para nosotros en este infierno? "Uno de Tropa" dijo: Mujeres. ¿Te quieres agravar el infierno soldado?
¡El Caquetá!, vibró el aviso del vigía con la misma entonación con que debió gritar ¡tierra! Rodrigo de Triana al vislumbrar las primeras del nuevo mundo. Después paramos en Curiplalla.
Frente a la base aérea de Puerto Boy, Construida por el piloto alemán Herber Boy, a 10 kilómetros, aguas abajo, de la actual Base militar de las Delicias.
Había un colono que había enterrado su vida miserablemente. Ya tiene dinero para abandonar la selva, que le matará sin soltarle, succionándole la vida como una sanguijuela. El único campamento limpio y bien provisto. “Gringos" (realmente eran alemanes) de ojos azules y gesto desdeñoso que pasan sin mirar a los soldados, pálidos y humildes.
Comentario: Eran los pilotos alemanes de la Scadta. Como el Coronel Herber Boy que construyó esa Base Aérea para repostar los hidroaviones. Queda a unos 60 kilómetros al sur de la actual Base Aérea de Tres Esquinas sobre el rio Caquetá. Aun persisten algunos restos de esas facilidades engullidas por la selva. Unos exploradores me confirmaron que han visto oxidados motores de aviones cubiertos por la vegetación. De pronto alguno los rescate para un museo histórico. El muelle flotante metálico de cajones flotantes que había en Tres Esquinas, donde atracaban las aeronaves, fue arrastrado por una creciente, ante el descuido de las amarras. Encalló en Curiplalla, donde actualmente se encuentra abandonado. Pensé varias veces en hacer una expedición de exploración a esos dos lugares para ver que se podía encontrar o rescatar pero no me fue posible por razones de fuerte presencia enemiga. La que después se confirmó con el ya contado brutal ataque a la Base Militar de Las Delicias. Fin del comentario.

MANIOBRAS PREPARATORIAS


•         Un mulato farmacéutico, con cara de simio, pero compasivo y contagiado del desdén de aquellos extranjeros, le fricciona las espaldas cárdenas con un líquido ardoroso que cosquillea en la piel. Con ello quiere aliviarle un poco el sufrimiento. Antes de embarcarse nuevamente, se sacude el lodo de los zapatos en aquel puerto de extranjeros de Puerto Boy. En el viaje meditaba también en esos dos cacharreros antioqueños que vendían baratijas a estos indios (Los Ramón Antigua del Caquetá) y que le contaron el castigo impuesto a un soldado en el frente. Le habían hecho pasar por un pantano plagado de zancudos, por varias veces y desnudo. Por fin apareció La Tagua. Allí terminaba el viaje por el Caquetá. Casi se habían acabado los víveres y hacía dos días que no tenían sino panela y plátano.
•         Se había empezado a construir una carretera desde La Tagua en dirección al Putumayo, que entonces no era sino una trocha intransitable. En esta obra habían trabajado en su mayoría antioqueños de carriel y machete al cinto. Eran tahúres, bebedores, pendencieros e inmejorables trabajadores. Pero renegaban de los ingenieros que los hacían trabajar enfermos o que, de lo contrario, los pasaban a la orilla opuesta al Caquetá.
•         Allí estaba como jefe el Capitán Agudelo, también antioqueño. Le ponía todo su ardor al progreso del puerto y todo estaba en movimiento. Los atendió como a camaradas. Desembarcaron trabajosamente el ganado que les había hecho doler la cabeza con su vecindad hedionda durante todo el viaje.
•         Comentario. Es el punto donde el rio Caquetá más se aproxima al Putumayo y por ello es un istmo fluvial de importancia estratégica, ya que son dos ríos grandes. Además, los ríos son las vías fundamentales de comunicación terrestre en la selva


PARTE 05
EL RELEVO
•         El capitán Agudelo les dio mulas enjalmadas para ir hasta Caucayá (actual Puerto Leguízamo). La trocha no era sino un corredor de yaripa tendida que no evitaba, en muchas partes, hundirse en el lodo de unos 25 Kms de extensión. Interrumpida a trechos por estancamientos de agua viscosa y hedionda. Sobre sus cabezas se escuchó el avión en que se había embarcado en Puerto Boy el Teniente Pulgarín, un oficial utópico y moralista, que se bañaba con vestidos de baño de balneario elegante a rayas negras y amarillas como simulando a un tigre. Tras varias horas de marcha a Caucayá se comenzaron a ver los ranchos pajizos.

BOMBARDERO FAC ATACANDO EN GUEPÍ CONTRA LOS PERUANOS

•         El Putumayo, majestuoso, era una línea de separación con el enemigo. "Uno de Tropa" pensó que los soldados del otro lado serían iguales, también como lo que era la tierra de todos. Había una calle formada por ranchos desvencijados que hacían de cuarteles para las tropas. Y pasaba por el comando pajizo pero que tenía el lujo de un balcón. El casino de oficiales, el aserradero y por último una ramada que hacía de matadero. Los rostros pálidos de los soldados enfermos, emergían de las hamacas que colgaban casi a la intemperie en los pilares de aquellos ranchos.
Comentario. Desde esa época fue instalado un aserrío de cuchilla circular que funciona con vapor generado en una caldera alimentada con leña. Y aun en uso, según me contaron aunque es de la época de la era industrial. Posiblemente debe ser de las maquinas de acerrar que fueron llevadas para la guerra pero que a falta del actual modernismo en la región, aun prestan sus servicios después de muchos años de trabajo. Esa es la otra Colombia.
•         Alguien dijo: el relevo, el relevo, gritaban entusiasmados unos, ignorantes de que los que llegaban no eran sino nuevos compañeros de sufrimiento. Se presentaron ante el Coronel Gálviz, comandante del batallón. Frente al casino un Teniente, que después supo se llamaba Bernal, le gritó: Sargento ¿porqué calza usted esas botas antirreglamentarias? Contestó. No tengo más que ponerme. Pues se las quita de inmediatamente. Y "Uno de Tropa" se les quitó y las arrojó al río, porque a aquel Teniente le pareció un lujo que un suboficial tuviera botas entre la selva para defender su salud. Se quedó con los pies desnudos. Así empezó a conocer el sufrimiento del soldado en campaña vejado hasta contra el sentido común.
•         Cuando sonó la Diana se lanzó al río para bañarse con el mismo entusiasmo que lo hacen los hindúes en sus abluciones en el Ganges. Nadó acariciando el agua con voluptuosidad como si se tratara del contacto de una hembra hermosa. El desayuno era un poco de café negro y un pequeño pan duro que algunos soldados le arrojaban a las mulas que rondaban el comedor al aire libre, las que lo olían y despreciaban con desdén.
•         Casi todos los soldados eran caucanos. Más que soldados eran obreros en uniforme. Les señalaba los diversos trabajos el Capitán Domínguez, santandereano con 60 años de edad y una salud de 10. Parecía increíble que aquel anciano gozaba de las Indias como un turco de su harén, que bebía aguardiente en cantinas y pasaba sin acostarse y andando a caballo las 24 horas que le tocaban de oficial de servicio. Con ánimos para encabezar comisiones que duraba semanas de hambre y penalidades a través de la selva.
El Capitán Domínguez cargaba un enorme machete y estuvo en el combate de Guepí. Entró a una trinchera como una tromba, blandiendo su machete. Llegó hasta el Teniente peruano Garrido Leca, quien se libró de su brazo mortífero gracias a la hidalguía de un oficial colombiano. Contaban de él que le preguntaba a los prisioneros: ¿cómo te llamas? Cuando éste contestaba él les decí: Te llamabas, hijuepuerca. Y el machete centelleante desgajaba la cabeza del infeliz.