AERONAUTAS Y CRONISTAS

viernes, 2 de julio de 2021

 

EL ALUMNO Y EL PALO

 

Para matar el tiempo solemos recordar y escribir sucesos del pasado antes de que se nos olviden. Un primer olvido fingido y provocado por un abusivo instructor de vuelo. El segundo inducido debido a ancianidad prematura por volar con frecuencia a mucha altura sin oxígeno.

 

Uno de eso recuerdos es el  "¿Cómo se llama?" para sacarle la piedra a "Caregripa". Un poco común instructor de vuelo que tenía como tic sicológico el de aspirar con fuerza y frecuencia, el aire por la nariz. Razón por el cual le pusieron ese apodo.

 

Contemos con detalle lo que pasó entre los dos. Sobre lo cual hemos dado versiones parciales o diferentes a nuestros compañeros de nuestra promoción “Curso 50” durante años. Por salir del paso cuando inquietos nos han preguntado por lo curioso y muy simpático evento. Incluso hasta ahora después de jubilados. Pues es algo extremadamente inusual y más sabiendo que sucedió en el severo medio de la solemne instrucción de vuelo militar.







Damos una breve y sencilla explicación para los desconocedores de los procedimientos de vuelo.

Momentos antes de aterrizar se cumple un protocolo secuenciado y preciso de ajuste de los controles dobles en ambas cabinas del avión. El avión es de configuración denominada Tándem, porque la cabina del alumno está en la parte delantera y la del instructor atrás. No hay visión directa entre los dos pilotos quienes se intercomunican por medio de un sistema de audífonos y micrófonos de manos libres, instalado en el casco de vuelo usado para proteger la cabeza de golpes contra la carlinga del avión en maniobras bruscas como las acrobáticas.

 

El único contacto visual y muy parcial entre los dos pilotos es, por medio de un espejo retrovisor instalado en la parte superior derecha del bisel de aluminio en forma de arco que sirve de marco entre el parabrisas delantero y la cúpula trasparente corrediza que protege a los pilotos de la lluvia y el viento. Por lo tanto es poco usado porque solo es de aplicación en caso de alguna novedad especial. Como lo sería una pérdida de conocimiento por fuertes gravedades o una imposibilidad de contacto auditivo entre los dos por daño del sistema intercomunicador.

 

En esa ocasión el instructor leía los puntos de la lista de chequeo y el alumno ejecutaba y confirmaba. El último punto era la llamada por radio a la torre de control para confirmar que el avión ya estaba listo para aterrizar y recibir la autorización.

Esa comunicación con la torre también tiene su propio y corto procedimiento, porque en aviación todo es programado, preciso y establecido con antelación con fraseología y glosario reglamentario. Cuando el instructor llegó a ese punto final de la lista lo leyó diciendo: “Llamada”. Para que la ejecutara el alumno.


 



Como la personalidad del instructor era un poco ansiosa no le dio tiempo al alumno de hacerla. A renglón seguido a su orden de llamar a la torre, se le ocurrió introducir por su cuenta y por fuera del protocolo, la pregunta "¿Cómo se llama?" Refiriéndose a la forma de comunicarse con la torre. Tal vez pensando, sin motivo alguno, que el alumno no sabía hacer la llamada.

 

Fue algo inusual e inapropiado, pues los procedimientos de vuelo no pueden ser modificados al último momento de una ejecución. Por el hecho de que tener que contestar su pregunta, que implicaba una larga explicación que la premura del vuelo no lo permitía. Y además de ser ese un momento considerado crítico, el alumno quedó sorprendido. Como no supo si llamar a la torre o explicarle al  instructor ansioso la forma de como ejecutar la llamada, se demoró un segundo. Al instante recibió un golpe en la cabeza.

 

Todo se inició por usar una primitiva pedagogía de entrenamiento de vuelo que el protagonista se inventó. La que dimos en llamar la "pedagogía del palo de escoba", con el que solía golpear el casco de los alumnos ubicados en la silla delantera, desde la cabina trasera en los aviones Mentor. Pasándolo por encima del tablero de instrumentos que separa los dos compartimentos de pilotos. Su forma de apremiar al alumno cuando no respondía a la mayor premura posible a cualquier explicación o actuación. Que también solía hacer más por medio de gritos que de expresión verbal natural.


 




Entonces, ya con algo de disgusto que venía provocando con su hostilidad desde los primeros minutos de la lección de ese día, el alumno contestó un poco golpeado. No con la ejecución de la llamada ni con la explicación pedida sino con su nombre propio: "Cadete González, mi teniente". Seguido de inmediato con la llamada a la torre. Y, por supuesto, sin mirar por el espejo para verificar la cara que pondría el también sorprendido instructor con la respuesta reactiva de su alumno. Pero imaginándose la rabia que le provocaría tan, igualmente, irregular respuesta. Claro está que de inmediato se imaginó que ese comportamiento de seguro tendría factibles graves consecuencias. Pero lo arriesgaba todo con tal de contener la agresiva forma de enseñar las técnicas de vuelo.

 

Nos arriesgamos mucho a ser descalificados para vuelo con esa respuesta más que suspicaz y con tono algo enojoso. Casi que diciéndole lo inoportuno que era. Además de que no sabía hacer una pregunta en un momento que daba pie a doble interpretación.

Algo no permitido en la comunicación militar. Donde todo debe ser, por dogma: Claro, preciso, conciso y oportuno. Además de respetuoso. Mucho más en  vuelo. Que por lo mismo no debíamos dar una respuesta donde no se sabía si también contenía algún otro mensaje subliminal.

 

Bastante más. Era de suponerse que considerando nuestra vulnerabilidad de alumnos, deberíamos tener un depurado, sacramental, reverencial y agradecido comportamiento  con  el instructor de vuelo. Dotado, adicionalmente, de su respetable posición dominante como superior militar.

Dogmas que estábamos poniendo en duda con nuestro extraño comportamiento y con esa atrevida respuesta como alumno. Que él no logró interpretar si era producto de nuestra brutalidad para asimilar las técnicas de vuelo o una ofensiva burla a su inteligencia.


 



Dualidad que, luego, le produjo fuertes iras. Y cuando trató de resolver la ambigüedad preguntándonos, en privado al otro día y un poco más calmado, cuál era la intención, sutilmente le insinuamos que mejor era no comentar ni llevar más lejos esos percances de vuelo. Porque también habíamos sentido tal disgusto que habíamos decidido llevar el choque a las últimas y más graves consecuencias si fuese necesario.  Incluida la expulsión de la institución.

 

Era la mejor forma de suavizar la situación pues no le convenía a su prestigio profesional dar oportunidad de que se indagase sobre sus raros métodos de instrucción. Entonces se limitó a proponer que dejáramos entre nosotros el asunto como así lo convenimos y no comentamos más el tema.

 

Sólo le agregamos que de nuestra parte no haríamos, en adelante, más difusión ni recordatorio del percance a nuestros compañeros de vuelo. Era una especie de contribución ofrecida y no pedida que hacíamos, a manera de colaborar a su prestigio. Cosa que no agradeció pero tampoco ofreció hacer lo mismo de su parte.

Entonces cerramos el asunto, no uso más el acostumbrado palo, pidió cambio de alumno y no volvimos a volar juntos.

 

Aunque sabíamos que el tema ya hacia parte de las chistes que solían hacernos los compañeros. En especial los más burleteros buscando hacer divertida la estresante vida del cadete. Pero a costa de sutil demérito ajeno. Que aunque su buen humor nos agradaba pues hacía falta para relajar el espíritu pero al mismo tiempo nos disgustaba cuando era usado como burla de los demás. Porque con frecuencia no era del llamado Fino Humor.

 

Razón por la cual cuando en momentos de ocio recordaban el suceso, nosotros solíamos guardar un severo silencio, sin agregar ni explicar detalles de cómo había sido. Ni revelar por qué había sucedido el percance entre los dos en vuelo. Ni demostrar enojo dejando que los compañeros chistosos se divirtieran lo máximo a costa nuestra. Cuando se nos preguntaba dábamos respuestas algo evasivas. Sólo referíamos lo absolutamente indispensable. Sin tanto detalle como ahora lo estamos contando.

 

Después supimos el motivo por el cual el instructor no nos ofreció el mismo prudente recato que le dimos de no comentarlo con sus compañeros oficiales instructores de vuelo, cuando ofrecimos actuar de igual manera con nuestros compañeros alumnos.  Sabiendo que ameritaba correspondencia. Contó a algunos del grupo de instructores lo acontecido con su irrespetuoso alumno. Y uno de ellos, en forma calculadamente amistosa y a manera de prudente reclamo, nos dijo que ese instructor no se merecía tal tratamiento de parte de un alumno.

 

Más aún, con ese instructor quién tenía algo de inseguridad en su personalidad y que hacía considerable esfuerzo por enseñar al alumno. Que el hecho lo había afectado algo más de lo corriente. Hasta en querer no dar más instrucción de vuelo. Nada replicamos ni explicamos dejando con nuestro silencio que dábamos por válida la evaluación. Tanto la nuestra como la del instructor.

 





Esa observación nos recordó que algo habíamos notado al respecto de su carácter. Pero lo ignoramos porque había que pensar en otras cosas más importantes. Al fin y al cabo, si lo habían seleccionado como instructor fue porque calificó de idóneo.

Lo que si nos fue evidente fue que buscó degradar, con esa actitud, nuestros méritos como aprendices de vuelo ante los demás instructores. Tal vez con la indirecta intención de lograr que alguno de sus compañeros nos descalificara echando a perder nuestro deseo de ser pilotos. Algo que no sucedió.

 

El asunto fue olvidado por muchos años hasta ahora que los recuentos del pasado lo traen a la memoria como un simple caso anecdótico. Infortunadamente, algunos años después el personaje cometió algunos otros errores con graves consecuencias.

Iván Gonzáles.