AERONAUTAS Y CRONISTAS

domingo, 17 de noviembre de 2013

CRONICAS DE UN CURA PAISA. CAPITULO 2


CRÓNICAS DE UN CURA PAISA

POR EL PADRE ANTONIO MARÍA PALACIO VÉLEZ

CAPÍTULO 2

 ALEGRÍAS POETICAS

En las vacaciones de 1927 convine con Luis López de Meza que saldríamos para Concordia por la vía de Tarso y yo me lleve una botella de vino que llamábamos Angelito. Era muy barato. A mitad del camino nos tomamos de a media y nos pusimos alegres. Luis López, que iba delante, detuvo la bestia y en tono declamatorio recitó este verso: “Nací sobre una montaña, mi dulce madre me cuenta, el sol alumbró mi cuna, sobre una pelada cierra”. Entonces yo me quité el sombrero, lo sostuve con la mano derecha en alto y recité también: “Pichón de águila que nace sobre el pico de una peña siempre le gustan las cumbres donde los vientos refrescan”. Enseguida lanzamos un grito, les dimos un lapo a las bestias y salimos despedidos por un camino abajo.

SEGUNDO INTENTO AL CITARÁ

3 años habían pasado de mi primer intento de ascensión al Citará. Y aunque yo fracasé eso no fue inconveniente para que otras personas intentaran la misma aventura. Y así fue que en ese lapso de tres años dos expediciones lo intentaron, aunque también fracasaron. La primera fue en 1926 por dos alemanes. Entre ellos uno era un ingeniero. Subieron a la altura de 3.000 m y de allí se tuvieron que devolver. La segunda la hizo don Fernando Vélez en 1927 desde la población de Bolívar. Logró subir hasta la altura de 3.250 m y de aquí también tuvo que retroceder sin poder escalar el cerro.

Cuando supe de estas dos excursiones y su fracaso, me propuse en las vacaciones de 1928 una expedición e intentar una ascensión. No fue difícil encontrar compañeros. Se ofrecieron conmigo mi hermano Nicolás, Roberto Palacio y Luis Restrepo. Salimos de Concordia el 26 diciembre 1928. Conseguimos provisiones y los elementos necesarios para la expedición y en la fecha indicada llegamos a Bolívar. Allí se nos agregó otro compañero José Dolores Agudelo. El día 27 salimos de Bolívar y fuimos a pasar la noche en la finca llamada Farallón, que está ubicada precisamente al pie del cerro del Farallón. Vivía allí don Vicente Vélez, hermano de don Fernando, uno de los anteriores excursionistas. Era muy rico y tanto él como su distinguida esposa y su familia nos colmaron de atenciones y comodidades para nosotros y buenos pastos para las bestias.

EL ACCIDENTE

El día 28 comenzamos a subir hacia el cerro. Cada uno de nosotros llevaba la espalda las provisiones y el equipo necesario. La carga no bajaba de 20 kilos por qué echamos provisiones para 15 días. Empezamos a subir por un arrastradero de madera al que llaman un “rumbón”. Ese día llegamos a la primera tolda que era un aserradero de madera. Al día siguiente 29 continuamos por la trocha que habían hecho los excursionistas anteriores. Pasamos el rancho que ellos habían hecho para escanpar. Pero como estaba todavía temprano seguimos adelante. Esa noche tuvimos que pasaron al descubierto porque no había rancho. Tendimos ramas en el suelo cubierto de musgo y sobre ellas pusimos encerados y cada cual se cubrió con un encauchado. El mismo que nos servía de cobija y nos protegía de los aguaceros que son muy frecuentes en estas alturas durante la noche.

Como ya estábamos a bastante altura y habíamos llevado voladores para hacer señales para que supieran donde estábamos, esa noche, Roberto Palacios intentó lanzar un cohete que se le estalló en la mano causándole una gran quemadura. Como temimos que se le pudiera infectar resolvimos que al otro día se devolviera Roberto acompañado de Luis Restrepo para Bolívar.

UN MENSAJE

Al día siguiente, el 30 diciembre, llegamos al lugar donde se acabó la trocha. Pero encontramos allí una botella cuyo interior había una boleta. Quebré la botella y saqué el papel. Estaba escrita a lápiz pero la letra era perfectamente visible. Decía: “De los ocho compañeros que salimos de Bolívar a esta altura sólo hemos llegado tres. Los otros tuvieron que regresar por accidentes sufridos en la ascensión. Los tres que hemos logrado llegar aquí nos hemos tenido que regresar por falta de provisiones. Altura sobre el nivel del mar 3,250 m (como algunos, como los pilotos, acostumbran medir la altura en pies, por ser una unidad menor que permite más precisión, esta altura equivale a 10.822 pies AMSL). Temperatura a mediodía 8° sobre cero. Farallón 8 de agosto 1927. Fernando Vélez.

 
NOTA EN LA BOTELLA

EL PARARRAYOS

El 31 diciembre seguimos abriendo trocha. Era muy difícil porque aunque el rastrojo era bajo, era duro y difícil de cortar. Ese día subimos hasta un lugar llamado La Muela. Al menos así lo pusimos nosotros, por ser una peña semejante a una gigantesca muela. Esta tal muela está en un peñasco separado del farallón. Tiene forma de colmillo. A causa de su hermano lo bautizó como El Colmillo del Diablo. Es un peñasco de color negro y según los rastrilladeros que tiene es evidente que los rayos se ceban en él. Esa noche la pasamos allí también a la intemperie.

El día 1 enero 1929 seguimos trochando y subiendo. Esto fue lo más difícil porque la maleza que cubría el terreno eran cardos. Y aunque no alcanzaba si no a 1 m de altura eran tan tupidos que era indispensable abrirse a machete porque de lo contrario no se podía pasar. Estos cardos nacen en el suelo y como tiene hojas envainadoras en ella se almacena el agua llovida. Al pasar entre ellos el agua se vacía encima de uno, de manera que andábamos empapados desde el cuello para abajo. Pero nos animaban de la cúspide del cerro ya se veía muy cerca.

LA CUMBRE

Por fin al mediodía del 1 enero subimos a la cumbre. Los arrodillados a dar gracias a Dios y a saludar a la virgen con fervientes oraciones. Yo no llevaba instrumentos para medir la altura y la temperatura por qué no los había podido conseguir. Recorrimos el cerro de norte a sur. Es un filo delgadito como un serrucho y similar al espinazo de un caballo flaco. En él no hay un llano suficiente ni siquiera para edificar una pequeña casa. A sus flancos, oriente y occidente, hay dos insondables desfiladeros que dan vértigo asomarse a hechos. Allí no hay más vegetación que plantas raquíticas de Romero y Barba Rocío.

Me acordé de la llamarada que había visto desde Concordia una noche hacía ya más de 10 años. Examiné cuidadosamente el promontorio y no encontré en lo más alto del cerro sino una especie de dolmen formado por piedras ciclópeas. Ni siquiera intentamos echarlas a rodar por ambos desfiladeros porque nuestras fuerzas eran impotentes para moverlas. Recorrí todas partes hasta donde podíamos andar y no se encontró señal alguna que indicara que alguien había subido y allí. Fuimos pues los primeros excursionistas que escalamos el Farallón del Citará.

Mi hermano Nicolás bajó un poco y cortó unos palos con los cuales hicimos una cruz y la clavamos en la cumbre del cerro. Escribí una boleta que decían: el 1 enero 1929 subimos a esta cumbre del farallón del citará los siguientes: Antonio María Palacio, Nicolás Palacio y José Dolores Agudelo. Metí la boleta en una botella y la tapé sellada con lacre y la dejé al pie de la cruz.

En aquella altura no había vida animal no se veía un pájaro ni una mariposa ni un insecto alguno. Aquel lugar era como don Manuel Antonio Uribe decía que de 3.000 m para arriba es la región de la soledad, el frío y la tristeza.

Desde la cumbre se ven muchas poblaciones Bolívar, Concordia, Betania, Pueblorico, Venecia etc. pero para él lado del chocó, aunque estaba dotado de unos lentes muy potentes y el cielo estaba despejado, sólo se veía una selva y ilímite hasta donde se me confundía el cielo con la tierra. Desde esa altura me formé el propósito de regresar al año siguiente llevando instrumentos para medir la altura y la temperatura.

Después de eso el descenso fue más rápido. En tan sólo dos días llegamos a la casa de don Vicente y al día siguiente estuvimos en Bolívar.

Le mostré a Fernando Vélez la boleta que él había dejado en la botella del cerro y el enseguida la reconoció.