AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 30 de marzo de 2016

EL ENTIERRO DE DON VÉLEZ

EL ENTIERRO DE DON VÉLEZ

Esta leyenda de Don Juan Vélez se ha trasmitido oralmente, desde principios del siglo XX, en los pueblos del Suroeste del departamento de Antioquia, República de Colombia. Se narra principalmente en los municipios que sirven de escenarios a la acción y que son los de Concordia y Salgar. Don Vélez, apellido muy común en la región, es algo así como la encarnación de un colonizador, pionero de la minería y sumamente rico. Las peñoleras del Barroso, que se mencionan en la leyenda, son unos bruscos desfiladeros rocosos que dan paso al río Barroso, así llamado por el color de sus aguas. Se mencionan en la leyenda igualmente otros nombres de municipios del departamento de Antioquia.


Don Vélez fue un hombre muy rico que vivió en el siglo pasado. Era dueño de numerosas haciendas y de minas de oro. Tenía fincas en Salgar, Bolívar, Concordia, Urrao, Betulia y Titiribí. Desde en vida, la gente comentaba que don Vélez enterraba en algún sitio mucho oro, fruto de su incalculable fortuna. El viejo, que siempre tuvo la costumbre de andar en un macho negro, de buen paso, y acompañado por dos enormes perros azabaches, dizque se perdía por temporadas, cuando salía de sus fincas con recuas de mulas cargadas de oro. Cuando don Vélez se perdía, la gente decía que se iba a enterrar sus riquezas. Pero nadie fue capaz de averiguar cuál era el misterioso paradero del oro de don Vélez. Le tenían miedo porque decían que era ayudado por el diablo.


Cuando murió fue enterrado en el cementerio de Concordia y allí mismo empezó su verdadera vida de sufrimientos. Como todo el que se muere y deja riquezas enterradas, don Vélez empezó a penar. Lo que pasa es que Dios no deja salir del purgatorio el que tenga cosas guardadas. Habiendo tantos pobres en la tierra, Dios castiga al que esconde sus bienes. Y mucha gente los esconde por miedo de que se los roben o para mirarnos a solas o por la simple manía de guardar y atesorar. No se sabe para qué guarda don Vélez sus joyas, pero lo cierto es que todavía está penando porque no ha sido posible que nadie sea capaz de sacar su entierro.


La gente sabe que donde les está penando, porque todos los viernes de luna llena, a las 12 de la noche, se repite en el cementerio de Concordia la misma escena. Cuando empiezan las campanas del pueblo a dar las 12, en el cementerio comienzan a sentirse ruidos y ha verse luces y chisperos. Del fondo el camposanto sale, por el caminito central, el mismo don Vélez, pálido y esquelético, envuelto en una ruana blanca y montado en el macho negro que le acompañó toda la vida. El galope del macho, golpeando las tumbas con los cascos, hace morir de miedo al más valiente. Además se oyen lamentos y ruidos de herrajes que se golpean. Es que don Vélez lleva, asidas con la mano izquierda, dos cadenas muy largas a cuyos extremos van atados sus dos perros negros.

Y según dicen los poquitos que han sido capaces de esperar hasta este punto, tanto los perros como la cabalgadura pelan los dientes ferozmente y hasta arrojan fuego por la boca. Para colmo de males, los perros aúllan como si estuvieran llorando. Es que además hay luna llena y eso los enloquece y los pone tristes. Cuando van a llegar a la puerta del cementerio, las pesadas rejas de hierro, con un chirrido infernal, se abren de par en par y dan paso a la salida de don Vélez y de sus animales. Cuando el viejo pasa la puerta, detiene su marcha y mira por para todos los lados a ver si alguna persona vino a sacarlo de penas.


El que quiera sacar el entierro tiene que esperarlo al lado de la puerta sin asustarse. Si es más de una persona, el viejo no sale. Hasta éste punto, muchos han visto y oído todo lo dicho. Pero todos se han desmayado cuando el viejo se les arrima. Hay muchos que han quedado locos para toda la vida y otros viven como embobados durante años enteros. Como no tiene quien lo saque de penas, el viejo sigue sólo su viaje al sitio donde fue el entierro.

Por las calles y los empedrados del pueblo, muchas veces se pueden oir el galope de la cabalgadura, el ruido de las cadenas y los aullidos de los perros, pero, como cosa curiosa, no se ve nada, sino que sólo se oye. Lo más seguro es que el macho y los perros no sean tales, sino verdaderos demonios, y don Vélez, al fin y al cabo, es ya un ánima y las ánimas pueden hacerse invisibles cuando quieren.

Para sacarse el entierro hay que esperar, como arriba se dijo, sin asustarse. Cuando el viejo salga del cementerio y se le debe preguntar: “¿de parte de Dios, que quiere”? Y aquí mismo, sin esperar la respuesta, agregar “pero no me hiele”. El viejo responderá: “Quiero que me saques de penas y te lleves un orito. Sígueme”. Y entonces uno debe seguir al viejo, detrás de los perros, sin asustarse y sin desconfiar. Es que no hay nada de qué temer porque don Vélez es el primer interesado en que a uno no le pase nada, para poder salir de penas y dejar el purgatorio y ese tormento de salir por las noches de los viernes de luna llena, llueva o truene. Eso sí, si a uno le entra miedo, en el mismo momento se hiela.

Siguiendo detrás de los perros dejan el pueblo rápidamente y empieza a pasar por los caminos de herradura que va para Salgar. Después de entre las peñoleras del Barroso, por unos senderitos, que apenas si dan paso la cabalgadura, sobre los terribles precipicios que sirven de bordes al río. De pronto, en un recóndito, un poco más plano, don Vélez se detiene y se baja del macho. Amarra perros y cabalgadura a un tronco y empieza a caminar como unas 20 varas por entre el monte. Se para al frente de un árbol de Aguacatillo, sumamente grueso, y le señala una raíz. En la raíz hay enroscada una culebra berrugosa, como de 5 m de larga que parece dormida. Don Vélez le dice a uno: “Mirá, esa culebra es el demonio que me está cuidando el entierro. Tócala, que no te hace nada. Tan pronto como la toqués se convierte en un libro. Abrí el libro y después le prendés candela. Cuando el libro se acabe de quemar, este árbol se abre y se arranca y allí encontraras tanto oro que necesitás 30 mulas pardas para poderlo sacar de aquí. Tocá, pues, la culebra, para que consigás plata y me saqués de penas”.

Si se procede como el viejo lo indica, todo sucede según sus palabras y ahí mismo desaparece don Vélez y no se vuelve a aparecer nunca, porque Dios lo deja pasar para el cielo. Lo que pasa es que, por cobardía, nadie ha sido capaz de sacarse su entierro y por eso el pobre hombre sigue penando.

Antología de la literatura oral hispanoamericana, Instituto nacional del libro español. Madrid, julio de 1972.

LUIS FERNANDO VÉLEZ VÉLEZ.

EN SILENCIO

EN SILENCIO

Sobre Jamundí la atmósfera estaba muy clara y la práctica con el alumno trascurría tranquila. Instantáneamente una explosión tronó como una descarga de artillería naval.

La cabina se estremeció y se llenó de humo azulado, con fuerte olor a aceite quemado. Le hélice dio dos o tres vueltas lentas y se detuvo. Todo quedó en un pasmoso silencio. Solo se escuchaba el helado silbido del aire. Si el  habitual ronquido del motor era el que nos daba la confianza de permanecer en el aire, el instantáneo silencio era el presagio de un vertical desplome. Mas, sabíamos que los aviones planean con seguridad si se les ajusta adecuadamente




AVION CESSNA 172. T 41 EN VERSIÓN MILITAR

El susto fue sobrecogedor. Solo en una ocasión habíamos pensado que podría llegar a sucedernos esa emergencia. En un monomotor era significativa en vista que solo dispone de una sola fuente de potencia. Pero tenía la convicción que era extremadamente remota la posibilidad de que eso sucediera. Además, la tecnología moderna hacía casi imposible que esa emergencia fuera posible. Sin embargo, nos pasó.

Lo normal era que estuviéramos simulando emergencias para entrenar a los alumnos con frecuencia. Era la rutina, pero nada de emergencia real. Aceptamos la evidencia y abordamos la situación tal como acontecía. No era película, era verdad. Iniciamos el procedimiento de emergencia. Vi que el alumno estaba bastante petrificado. Lamentando el susto del primíparo piloto, seguimos los pasos del procedimiento. Incluso nos dimos el lujo de cambiarlo.

Está establecido que el control de combustible se pone en completa apertura, por si se quiere intentar un reencendido. Cosa que no era factible en este caso por lo evidente del grave daño que supusimos había sufrido el motor. Podría ser hasta peligroso. Si se daba un escape de combustible se podía generar un incendio, que es la condición mas grave en vuelo. Optamos por hacer una emergencia completa hasta el suelo y sin ninguna alternativa de recuperación. A Dios lo de Dios y al Cesar lo del Cesar.

Estábamos como a unos tres mil pies sobre el terreno. Nunca nos faltaban campos, previamente visualizados, para emergencias reales. Dos lotes contiguos recién arados, sin vegetación, grandes y separados por una cerca, fue el campo escogido.



TORRE DE CONTROL EMAVI EN CALI

Terminados los pasos mandatarios y prioritarios, nos comunicamos por radio a la torre informando la emergencia real, el lugar donde aterrizaríamos y solicitamos el rescate. Pedimos no informar a nuestras familias. Solo al Director Generan de la Escuela pero únicamente porque es reglamentario hacerlo. Era mejor esperar los resultados finales del percance sin causar angustias adicionales innecesarias.

Volábamos por solo planeo con velocidad controlada y en moderado descenso. Dimos varias vueltas para acomodarnos en la mejor trayectoria de aproximación al lote de terreno escogido.


PUENTE VALENCIA EN JAMUNDÍ

Por el susto no hicimos muy buena apreciación de la altura. Aproximamos con más antelación de lo adecuado y vimos que llegaríamos bastante altos. Tampoco creímos suficiente un viraje adicional. Podíamos llegar, después, bajos  y eso era peor. No había mas remedio que sobrepasar el primer campo y hacer derrapes para incrementar el descenso.

Estando en estas nos llamó la torre para preguntar por nuestra situación. Le reportamos que estábamos próximos a hacer contacto con superficie y por ello no responderíamos mas llamadas. Que reportaríamos la situación final cuando estuviéramos en tierra. Quería evitar distractores para concentrarnos en la parte final de la maniobra, la mas importante, como lo era el aterrizaje.

Desplegamos todas las aletas para reducir la velocidad y decidimos que la electricidad no era ya necesaria. Apagamos los radios, luces y  verificamos que todo el sistema eléctrico estuviera desactivado, cortando el interruptor maestro. Así todas las fuentes eléctricas se aislaban. Eso nos daba una condición estéril para que no se ocasionaran cortos circuitos, en caso de daños estructurales. Incluidos los magnetos del motor.

En una experiencia anterior, esa precaución nos había salvado de un inevitable y peligroso incendio. Decidimos aplicar esa precaución para este caso, así no fuese el estipulado. Eran pasos que agregábamos por nuestra cuenta. El alumno estaba algo extrañado pero debía quedarse con la inquietud. No podía explicarle en ese momento.

Como no alcanzamos a aterrizar en el primer lote,  esquivamos los árboles de la cerca que lo separaban y pusimos ruedas en el segundo. El  arado había dejado unos terrones grandes pero no había mas remedio. Afortunadamente hacia verano y estaban secos. Las ruedas del tren los deshacían con facilidad causando bastante vibración estructural y de las superficies de control. El avión paró en un corto recorrido. Abandonamos el avión por seguridad y nos apartamos a una prudente distancia.

Cuando vimos que estábamos bien y que el avión no había sufrido en nada, restablecimos la energía eléctrica, prendimos los radios y reportamos a la Base Aérea la terminación exitosa de la emergencia y sin novedad. Nos informaron que un helicóptero ya procedía en nuestra ayuda y recuperación. Demoraría poco.


CAMPO ARADO

Mientras llegaba se aproximó un vehiculo. Era el propietario de la finca. El señor nos ofreció ayuda, gesto que agradecimos por lo gentil, pero no necesitábamos nada. Le informamos que ya estaba en camino el apoyo. Solo le expresamos nuestro pesar por haber dañado el cultivo. Nos dijo que no había ningún daño y que lo sucedido no valía la pena. Aun no había sembrado en  espera de las lluvias para lograr la humedad requerida para plantar la caña.

Cuando el helicóptero aterrizó, el piloto nos miraba con extrañeza y preguntaba con insistencia si nos encontrábamos bien. Ante la inquietud, le preguntamos a que se debía su preocupación. Nos dijo que estábamos demasiado pálidos y que temía que nos podía estar pasando algo grave.

El finquero, que escuchaba, dibujó una ligera sonrisa, que parecía tener reprimida. Recordamos que en la sicología vivencial, algunas personas, en circunstancias específicas, aprovechan la aprensión ajena como motivo morboso para su propia diversión. Aspecto que saben las personas cuerdas Y, por ello, ignoran con inteligente prudencia esas expresiones, como así lo hicimos.

Otra cosa que también nos fue muy claro es que, sin proponernos, habíamos estado dominando el miedo, que nos causo la emergencia. Era lo adecuado para permanecer en la cordura que requería el cuidado de nuestra seguridad personal. Cosa que los pilotos deben saber y ejecutar con naturalidad, y que por razones  humanas no son ni deben ser ocultadas. Lo importante es que sean controladas. El miedo, lo teníamos reprimido, pero ya era más que evidente.

Así que confesamos al piloto del helicóptero que el susto había sido monumental. Cosa que el sí comprendía perfectamente y, por ello, entendió. Como piloto es educado en saber como es la situación por la que pasábamos, y apreció con tino profesional. Le dijimos que no había motivo de preocupación.

Sabiendo que ellos acostumbran cargar botellas de agua, la pedimos y nos dio de inmediato. Tragos que nos supieron a elixir divino. Teníamos la boca y toda la garganta mas seca que el los terrones del suelo a donde acabamos de llegar. El agua nos volvió el ánimo instantáneamente. Abordamos el ángel auxiliador que nos llevó de regreso a la acogedora  Escuela. Un camión ya estaba en camino para recoger el avión.

Por procedimiento reglamentario, pasamos al hospital con el fin de practicar chequeos sobre fisiología de aviación y verificación del estado de salud en general. Es parte de la investigación. Los galenos nos mandaron un recuperador reposo de dos días.

Cuando llegué a la casa, mi señora se extrañó por mi aparición tan repentina dentro del tiempo, que normalmente es laboral. Con la mayor  naturalidad le dijimos que acababa de tener una emergencia y habíamos caído en un campo al sur del Valle del Cáuca. No lo creyó y pensó que era una broma. Cuando vio que no me marchaba al trabajo, aceptó que el cuento era de verdad y se alegró que todo nos hubiese salido bien.

Es mismo día, el departamento de mantenimiento desbarató el avión en el campo y lo trasladó por tierra a los talleres. En la noche lo inspeccionó y le cambió el motor. Como no sufrió ningún daño adicional, al otro día estaba nuevamente en línea de vuelo, listo para seguir entrenando futuros pilotos militares.


CARTER ROTO

Parece que uno de los orificios de lubricación entre la biela y el cigüeñal, se obstruyó por un ligero desvío de uno de los casquetes y causó recalentamiento del cojinete. La biela se partió y el muñón, al quedar libre, se atascó contra la carcasa del motor. El cárter se rompió con fuerte estruendo y fuga de aceite, que al caer sobre los ductos de gases de escape produjo la nube de humo. No quedó claro si fue una partícula extraña que produjo la obstrucción o si el casquete se giró tapando el orificio. El hecho es que estas emergencias son muy poco factibles y nosotros fuimos los elegidos. Dentro de un millón de probabilidades, nos ganamos la lotería.


LISTO PARA SEGUIR VOLANDO

Por eso acentuaba a mis alumnos la importancia de no descuidarse. El viejo refrán, entre pilotos, volvió a ratificarse: “Velocidad y altura, conservan la dentadura”.


miércoles, 23 de marzo de 2016

LA HECATOMBE

 LA HECATOMBE

El 13 de noviembre se cumple un año mas de la gran hecatombe de Armero y es momento de contar lo que vimos y vivimos en esa nefasta fecha.

El día anterior habíamos hecho unos vuelos especiales por la Costa Atlántica y cumplidas más de las horas de vuelo especificadas y debido al cansancio acumulado en esa apretada gira, decidimos pernoctar para salir temprano al otro día hacia la capital. El avión era requerido muy temprano para cumplir el itinerario regular.


Despegamos antes del amanecer esperando llegar a Bogotá a las 06:30 máximo. Al alba ya sobrevolábamos la radioyuda de navegación de Mariquita, pero era más oscura de lo normal. Las primeras luces eran demasiado grises, la atmósfera opaca y se sentía un extraño olor. Era algo inquietante. Los olores inusuales en la presurización y la calefacción del avión, son de interés para las tripulaciones puesto que suelen ser indicadores de un mal funcionamiento del sistema de acondicionamiento de la atmósfera interior de la aeronave.


Esos eran los pensamientos cuando el controlador aéreo nos pidió iniciar descenso y tomar rumbo hacia el corredor de ingreso a la Sabana. Las comunicaciones aeronáuticas de esa hora, habitualmente congestionadas, eran reducidas y parecía como si la operación aérea estuviese algo paralizada. Se asociaba a factible mal tiempo que había obligado a cancelar vuelos.

Siendo rara la situación. Algo nos indujo a hacer una verificación visual de la posición mirando el terreno. Aunque volábamos por instrumentos, medio se podía ver el suelo. Mas, para mayor inquietud, los familiares campos verdes esmeralda de los fértiles arrozales y pastos del norte del Tolima, en el valle del Magdalena, no eran apreciables.


Se percibían reflejos en el terreno, como de espejos de agua con inaceptables brillos lúgubres. Situación nada corriente puesto que por esos contornos no había cuerpos de agua ni se daba ninguna inundación, como las que se ven en la Costa y el Bajo Magdalena, cuando el río se desborda cubriendo grandes sectores.

Buscábamos los cascos urbanos de la Dorada, Armero, Ambalema y otras poblaciones, siendo en vano debido la opacidad del aire y la poca luz del momento. Se desistió del empeño. Ante la imposibilidad de encontrar una referencia identificable, se concluyó que lo mejor era continuar con la mayor atención a la navegación por instrumentos. Además, en forma ocasional, se escuchaban en el radio del avión algunas comunicaciones y comentarios poco corrientes en los reportes de las aeronaves. Lo que solo se hace en ocasiones extraordinarias, aunque son reglamentarias. Una de ellas fue la nuestra.

El controlador aéreo preguntó por el estado del tiempo en la ruta y si se habían captado fenómenos anormales. Respuesta que no fue fácil dar puesto que no era identificable ni demasiado evidente lo que acontecía. Lo visto era normalmente atribuible a los días de mal tiempo meteorológico, que aunque no son nada amigables con las aeronaves, son situaciones regulares para los pilotos.

Después de aterrizar en el aeropuerto de El Dorado, ingresamos al despacho de vuelos y se inició el alistamiento de la rutina de vuelo a cumplir ese día. Estando en ello, los encargados de atender la operación aérea comentaron que por las noticias estaban hablando de algo así como un siniestro causado por una vaguada proveniente de la cordillera central y la factible destrucción de los pueblos de esa área.

De inmediato pusimos la radio y escuchamos a un conocido periodista que había recibido una llamada telefónica de un piloto de fumigación. El piloto había salido de Ibagué a aspersar, pero solo encontró un gran lago de lodo, los cultivos invisibles y el pueblo de Armero desaparecido. Ante tal situación regresó porque no tenía nada que fumigar y quería reportar el desastre.


En su voz se notaba que ni el mismo podía creerlo. Que no había encontrado a todo un pueblo que conocía muy bien por su trabajo. Que en tan solo una noche y de un día para otro, se hubiese esfumando de la faz de la tierra. Y eso que había volado a poca altura pudiendo ver los detalles de la hecatombe. Por supuesto que en las preguntas del periodista se denotaba, también, que algunas cosas no le eran creíbles. Insistía en que le confirmase lo reportado. Posiblemente pensaba que no le estaba diciendo la verdad, lo que contradecía la seriedad y credibilidad de quien lo contaba.

Sin embargo, era asociable con el porqué no habíamos podido ver las referencias cuando pasamos, a la misma hora y mas debido nuestra mayor altura que la del fumigador. Quedó confirmado que no eran infundadas la extraña situación, tan solo media hora antes, cuando sobrevolamos el lugar. Después también supimos el motivo por el cual los controladores indagaban por las novedades meteorológicas.

Entre la media noche y el amanecer, varias aeronaves se habían declarado en emergencia en forma simultánea y el controlador debió darles números para establecer el orden de prioridad llamándolos Emergencia 1,2,3, etc. Lo normal es que toda aeronave que se declara en emergencia es prioridad “uno”, con respecto a las demás aviones volando de manera normal. Pero ante varias emergencias simultaneas, tuvo que escalonarlas.

Sin identificar el motivo, sus motores habían tenido algunos malos funcionamientos. A uno de ellos se le esmerilaron los parabrisas frontales de tal forma que casi le impiden la visibilidad indispensable para el aterrizaje. Debió recurrir a las ventanillas laterales para la aproximación a la pista.

La mucha y filosa ceniza flotante en el aire, fue la causa de los inconvenientes. Con la velocidad del avion se erosionaron los vidrios. A nuestro avion no le sucedió tal cosa. Tal vez por la menor velocidad y porque ya se había decantado la densa nube que se formo en los momentos inmediatos a la erupción. El polvillo flotante, que opacaba el aire cuando pasamos, era ya poco y demasiado fino como para causarnos inconvenientes. La explicación del fenómeno se comprendió solo al día siguiente. En esa noche nadie supo la causa, ni el sistema aeronáutico ni los medios de información.

Paulatinamente se fue develando lo ocurrido. La noticia se regó por todo el mundo. Las Fuerzas Armadas, los organismos de socorro, las facilidades médicas y todo cuanto se pudiera movilizar, centraron sus esfuerzos en salvar vidas, rescatar sobrevivientes, acoger desplazados, suministrar auxilios y controlar la situación.


Los siguientes días fueron una torre de babel en nuestra Base Aérea. Llegaban aeronaves con materiales de todo el mundo, equipos de búsqueda, cargas de diversa índole y se hablaban más de 6 idiomas distintos.

Se ejecutó un esfuerzo descomunal para mitigar el desastre. Parecía como si el Apocalipsis se hubiese desatado. Como si la béstia, cual poderosos basilisco, hubiese decidido arrasarlo todo.


Son muchos los detalles relacionados con los hechos. En esta ocasión solo agregamos que algunos días después, cuando los sucesos algo se habían calmado, sobrevolamos el lugar. Pudimos ver que por las cuencas de los ríos Lagunilla y Guali había bajado una avalancha descomunal. Partía desde el casquete de nieve de la montaña, que ya no era blanco sino ceniciento. En donde nace el río, le faltaba una buena parte, señalando el punto donde se inició el deshielo. El glacial se había descongelado rápidamente debido al calor de la erupción que, de manera repentina, aumentó el caudal de las aguas bajando un raudo sunami.


El calor de las cenizas explicaba por qué muchos de los rescatados que recibimos en Bogotá, cando se les lavaba la gruesa capa de lodo que los cubría, aparecían con quemaduras. A pesar de que el agua provenía de un descongelamiento en una región lejana, a Armero había llegado bastante caliente. Contaban que el lodo estaba ardiente y los quemaba.


A eso se agrega que, aunque varios días antes se había reportado un represamiento a medio recorrido del rio, debido a un barranco que cayó al cauce y este no fue tenido en cuenta por las autoridades. Cuando llegó la creciente, se rompió el dique, que multiplicó la furia de la corriente.


A pesar que el río corre bastante hondo, por un cañón cual profunda arruga, que baja desde el casquete nevado del volcán, el deslave había barrido los costados hasta una altura que facilmente podía llegar a dos cuadras en ambos lados. En esa franja y a lo largo de todo su recorrido había dejado la roca a la vista y perfectamente limpia. Toda vegetación, que es naturalmente espesa, había desparecido.

No había ninguna de las casas campesinas que son normales en las orillas de las aguas que bajan de las montañas. Y entre mas abajo era más alta, indicando que a medida que descendía aumentaba el volumen.

Cuando llegó al piedemonte, donde comienza la planicie del valle del Magdalena y a poca distancia del lado occidental del pueblo de Armero, se explayo como un gigantesco abanico que abrió sus brazos para abarcar cuanto mas fuera posible. Dejó una cubierta de escombros y, sobre todo, material de aluvión. Era evidente que tenía varios metros de profundidad y dejaba sobresalir solo unos pocos muñones de lo que habían sido los muros de las casas y construcciones del casco urbano. Hasta la altura de la torre de la iglesia había llegado.

Descargo muchas rocas de gran tamaño, tocones de árboles y dejo causes, por donde escurría aun agua del lodo de ceniza. Tierra y vegetación horriblemente mezcladas, que se compactaba en la medida que secaba formando una loza estéril de cemento natural.

Como si hubiese pasado una mezcladora de concreto de enormes proporciones que había vomitado su contenido de manera repentina. Había enlosado todo un delta cuyo vértice iniciaba en la salida de la montaña y corrió hacia el oriente en búsqueda de la orilla del rio Magdalena a más de diez kilómetros. Sobre un buen trayecto del rio descargó el contenido en sus aguas.

Ese enorme triangulo había quedado convertido en un piso totalmente plano e inerte, como cuando se derrama concreto para hacer una loza de cemento. Solo algunas copas de árboles, que resistieron en pie, sobresalían de aquel inesperado pavimento natural. Parecían pequeños oasis de sombra donde pocas personas lograron sobrevivir subiendo a su ramas en huida de las arenas movedizas de la pegajosa arcilla que los quiso devorar. De ellos los rescataron los helicópteros.


EL MAYOR GERMÁN LAMILLA. SOBREVIVIENTE DE LA HECATOMBE Y OFICIAL FAC.

Muchas otras cosas acontecieron alrededor de esta tragedia, con detalles dolorosos, que por respeto a quienes sufrieron, no narramos. Basta con este panorama general. Del cual, también se pueden contar mas, que será en otra ocasión, pues ya es demasiado extensa esta crónica.
Coronel Iván González.

martes, 22 de marzo de 2016

UNA MISION SUICIDA

Una misión suicida (I)



Al correr hacia el helicóptero, no alcanzábamos a imaginar lo ocurrido en aquel vestigio de nuestra Patria. Eran las cuatro y media de la tarde del lunes 30 de septiembre de 1996 cuando despegamos del Batallón Joaquín Paris ubicado en San José, capital del departamento del Guaviare, con rumbo a la población de Lasdelicias en el departamento del Caquetá. Territorios, hasta ese momento desconocidos, del cual, solo sabíamos gracias a un pequeño y distante punto en nuestras cartas de navegación.

Íbamos en el Helicóptero FAC 4122, Black Hawk de la Fuerza Aérea Colombiana. Yo era el copiloto de una tripulación de 4 personas, un piloto y dos técnicos de vuelo, que ese día recibimos la orden de evacuar algunos soldados heridos acantonados en el puesto militar de aquella región

Para llegar a esa población atravesamos el departamento del Guaviare y sobrevolamos durante dos horas y media 450 kilómetros de selva espesa, infinita y profunda. A la mitad del camino, nuestra cabina, que hasta este momento vivió un ambiente fraternal y tranquilo, se fue quedando en silencio y se llenó de inquietantes secretos. La noche empezó a caer trayendo consigo un paisaje siniestro, gris y oscuro, como preludio de acontecimientos fatídicos. Debajo, la selva cada vez era más espesa, más primitiva y más espeluznante.

El sol ya nos había abandonado tras el horizonte, solo sus fantasmales halos nos ayudaban a distinguir entre espejismo y realidad. Llevábamos 2 horas de vuelo y estábamos muy cerca de nuestro arribo. Era la hora de llamar a las tropas del Ejercito Nacional: -Ejercito, Ejército, de rotor...-, -Ejercito, Ejercito, Ejercito de rotor...-, a la espera de su respuesta me imaginaba aquellos hombres tratando de sintonizar el radio al escuchar el sonido de nuestro helicóptero, -Ejército, Ejército, Ejército de rotor...-, seguimos esperando y volviendo a llamar repetidas veces. Vanamente conseguimos algo, por el contrario siempre recibíamos el sonido seco de la estática de nuestro radio como respuesta.

La noche finalmente nos arropó y las luces de la cabina no eran precisamente el augurio de un feliz término. El sistema de navegación marcó las coordenadas del destino justo debajo de nosotros, pero no logramos verlo, hicimos varios giros, hasta que este surgió bajo una bruma densa, “¡parece que es ahí!”, expresó el Capitán“, gire la cabeza y vi la estampa de un pueblo abandonado y destruido por la barbarie. Era una fotografía en blanco y negro de casas destruidas, de cuerdas y postes formando desordenadas telarañas con sus cuerdas eléctricas y de pequeñas embarcaciones hundidas a la orilla del río.

Buscando algo que nos diera un motivo para aterrizar, dimos varias vueltas sobrevolando las ruinas: un soldado, un infante de marina, un campesino, una señal de humo, algo o alguien, pero nada se apareció. Pensamos en proceder hacia la base aérea de Tres Esquinas, una de las unidades más antiguas de la FAC, ubicada en el Caquetá a unos a 70 kilómetros de distancia. Al ver el remanente de combustible nos dimos cuenta de la alarmante realidad, no nos alcanzaba para cubrir esa distancia y tampoco para proceder hacia algún otro sitio que ofreciera la seguridad necesaria.

Era imperante aterrizarnos allí, en este pueblo fantasma donde muy seguramente los terroristas preparaban nuestro destino. Me imaginaba la emboscada preparada y nosotros listos para pelear evadiendo cilindros y repeliendo el fuego de las ametralladoras enemigas. Nuestra situación era crítica, en ese instante todas las posibilidades pasaron por la mente, desde la idea de arborizar lejos de allí hasta caer sobre algún cultivo de coca o entrar en combate frontal. Todas las alternativas eran peligrosas, mas no podíamos quedarnos en hondos pensamientos. Nuestro deber era aterrizar. Debíamos pelear contra el miedo y el enemigo para rescatar a nuestros héroes y abastecer la aeronave.

Descendimos a poca altura donde identificamos lo que sugería ser personas acostadas en el suelo y algo que parecían bultos en movimiento. Pensé en una sorpresa del enemigo, pero era raro que estos no se ocultaran. Lo que se movía eran animales caminando entre ellos. El piloto de la aeronave tomó las precauciones necesarias y ordenó a los técnicos de vuelo alistar las ametralladoras.

Seguimos aproximándonos. Se podían ver las puertas abiertas, las ventanas caídas y las paredes con huecos. Las cicatrices de un combate demencial. La escena era apocalíptica, humo, escombros, abandono. Mire nuevamente hacia las siluetas y fue cuando la sangre se me congeló en un solo segundo. Eran los restos humanos de los soldados regados por todos los flancos lo que se movía eran cerdos salvajes alimentándose de sus entrañas.
La base militar de Las delicias ya no existía.



La cruel realidad nos despertó de un solo tajo y la presencia de la muerte nos hizo pensar en lo efímero que somos, en lo temporal y lo eterno, en la inocencia de las victimas y en la maldad de los victimarios. Cerramos los ojos y pedimos a Dios que nuestra acción fuera valiente y fraternal, para buscar en silencio a los sobrevivientes que, escondidos, deberían estar velando por sus vidas. La función macabra había terminado, era un momento tenebroso.

Respiramos profundo y alistamos la aeronave para aterrizar. Apostamos a la vida o a la muerte. Mi Capitán ordenó máxima disposición de combate, ajustar los protectores y desasegurar el armamento. Los pilotos con las manos sobre los controles, los artilleros, con sus escudos blindados sosteniendo las armas y con el dedo en el disparador y todos, con los ojos puestos sobre lo que se moviera en el horizonte. Alertas y callados con la adrenalina calcinando el miedo, el sudor corriendo y los corazones palpitando aceleradamente.

Las ráfagas de los rotores apartaban los árboles y agitaban las ramas levantando nubes de polvo y hojas, en diabólicos remolinos. El peligro era latente pero seguíamos vivos, ni un disparo, ni explosiones de bombas, ni gritos, nada. En vuelo lento, casi a ras del suelo, el helicóptero se deslizaba, cual ángel de la noche explorando entre los escombros y las ruinas de una antigua civilización extinta. Con las lámparas alumbrábamos los rincones, las garitas destruidas y el puesto de mando incendiado.

Al bajar, la pegajosa humedad entró por las puertas abiertas, donde estaban alertas los artilleros, con penetrante y fétido olor. Nos invadió la desolación y el espectro de la muerte con el vaho de los cadáveres que convertían el aire en nauseabundo gas irrespirable. En el espacio abierto para los deportes yacían los cuerpos de 17 de las víctimas de un cruento final, incinerados 5, junto a las trincheras, 8 caídos dentro de las ruinas y 5 ahogados en la orilla del río.

El fuerte viento estremecía a aquellos heroicos patriotas inmolados pero no vencidos, inermes como piedras, cubiertos de harapos y equipo militar destruido. Algunos, con los ojos abiertos en sus pálidos rostros, mostraban su último gesto de dolor y valor. Veíamos como los cuerpos eran empujados por el inevitable viento de la maquina, al mismo tiempo nos empeñábamos en detectar cualquier señal del enemigo.

De repente, notamos destellos de luz titilando bajo los escombros y ligeros movimientos. Detuvimos el vuelo de inmediato pensando en un ataque frontal, giraron las ametralladoras, quietud, máxima alerta y tensión con los nervios a punto de reventar. Solo el rugir de la máquina, el golpeteo de las aspas del rotor pero ningún ruido de armas.
Como sombras surgiendo de tumbas, comenzaron a aproximarse siluetas que arrastraban los pies y levantaban los brazos con actitud de suplicantes zombis. Caminaban implorando ayuda. Cuando la fuerte luz del reflector del helicóptero los cubrió, vimos sus fantasmagóricas figuras.

De repente, encontramos lo que habíamos venido a buscar desde el lejano Guaviare, de donde partimos ese día a muchas millas de distancia de jungla al oriente del país, sin saber lo que nos esperaba. Eran los sobrevivientes del exterminio de la Base Militar de Las Delicias, sobre el río Caquetá, así parecieran seres del otro mundo. Solo el brillo de sus ojos lo negaba, el resto era igual: lodo, sangre, sudor y lágrimas.



Mayor Ricardo Torres S.

Oficiales FAC

PALANQUERO Y EL CAPITAN FRANCO

PALANQUERO Y EL CAPITÁN FRANCO

CAPITULO I

Con motivo de cumplirse el sesentavo aniversario del asalto de la Base Aérea de Palanquero el próximo 31 de diciembre del 2013, es propicio y necesario poner en evidencia un aspecto poco investigado. Se trata de la relación que existió entre las guerrillas liberales de Urrao, encabezadas por Juan de Jesús Franco Yepes, exsargento del Ejército, “Capitán Franco” y las operaciones aéreas de contrainsurgencia que adelantaba el Comando Aéreo de Combate Numero 1 o Base Aérea de Palanquero.

Durante el año de 1952 el país se encontraba en pleno conflicto interno denominado como “El Tiempo de la Violencia”. La confrontación partidista se venía fraguando desde años atrás pero se recrudeció con el asesinato del líder liberal Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948. Después de la entrega de la presidencia por parte de Mariano Ospina al presidente electo Laureano Gómez, los partidarios liberales sufrieron una cruenta persecución. Ante tal situación algunos se organizaron en grupos armados. Como no les era factible permanecer en las áreas urbanas, debido a que en ellas tenia primacía las Fuerzas Armadas, optaron por crear grupos en las áreas rurales.

Se presentaron grupos de mucha beligerancia en la zona andina. Uno de ellos en las estribación occidental de la cordillera oriental a la altura de Santander y norte de Boyacá. Su área de acción se extendía al valle del Magdalena afectando la navegación fluvial, la seguridad del oleoducto, el centro de refinación de crudos de Barrancabermeja y el ferrocarril central. Esta autodefensa liberal, como solían denominarse, era encabezada por Ramón Rodríguez.

El otro en el sector oeste del departamento de Antioquia que extendía su influencia al noroeste y el suroeste. Su composición comprendía dos focos. El del valle del rio Pavón en el municipio de Urrao, Antioquia, comandando por Juan de Jesús Franco, denominado “Capitán Franco” o “El Mocho”. La otra en las estribaciones de Cerro del Sol o Paramo de Frontino, en el mismo municipio. Específicamente en la vereda Camparrusia. La manejaban Ceno Urrego, Arturo Rodriguez y Aníbal Pineda. Los dos grupos acordaron efectuar acciones conjuntas y coordinadas aunque con autonomía operativa.

CAPITAN FRANCO

La Fuerza Aérea, realizaba acciones de neutralización y bombardeo tanto al frente de Santander como al de Antioquia. En relación con el grupo del Magdalena, a lo largo del todo el año 52, la Base Aérea efectuabas patrullajes aéreos armados desde la Dorada, donde se encuentra la Unidad militar, hasta Puerto Berrío. Y en algunas ocasiones hasta Barrancabermeja brindando apoyo a las fuerzas de superficie, evitando atentados a la infraestructura. Así contrarrestaba de manera efectiva al grupo del departamento de Santander que atentaba contra importante patrimonio nacional. Inicialmente los grupos de liberales armados, que habían acudido a la vía armada para defenderse del régimen político, no tenían como enemigo a las FF AA, pero por acciones como esas se fueron convirtiendo en blanco de sus agresiones. La unidad aérea fue uno de ellos.

EL ASALTO A LA BASE ÁREA DE PALANQUERO Y EL CAPITÁN FRANCO
CAPITULO II

En relación con el grupo de Antioquia. A finales de 1951, la Fuerza Aérea bombardeó la finca La Unión en el valle del rio Pavón del municipio de Urrao, donde, supuestamente, se alojaba el cuartel del Capitán Franco. Realmente este permanecía más en la finca El Hato. De todas formas La Unión fue luego incendiada por las fuerzas gobiernistas por ser propiedad de simpatizantes de las tropas de Franco, según la declaración del Mayor Luis E. Millán el 4 de octubre de 1951.


PANORAMICA DE URRAO
Posteriormente y para el primer semestres de 1952 se bombardeó al grupo de Pavón, específicamente el campamento de Cariazul que causó graves daños y destruyó la fábrica de armamento de Santa Ana. Este fue un golpe significativo ya que afectó un recurso importante de los guerrilleros.

Para finales del mismo año, el 19 de sep, El Capitán Franco sufrió una baja en ese mismo sector en un combate terrestre. Se trató de la muerte del prestigioso guerrillero valluno Luis Delio Mejía Botero denominado “El Míster”. Personaje no solo muy apreciado por Franco sino valioso por su capacidad de liderazgo. Ante tal hecho, Franco inicio una operación de rastrillo que hizo replegar a los aproximadamente 1.500 hombres de las fuerzas del gobierno.

Además, Franco y su colega denominado “El Gordo”, habían acordado un acción conjunta y simultánea con las guerrillas del Llano en un plan general que consistía en un marcha desde del oriente del país con 17 mil sublevados hacia Bogotá. Mientras que los de Urrao se moverían con una fuerza de entre 4 y 5 mil hombres desde el occidente. Simultáneamente, las fuerzas del Tolima y las de Viotá atacarían Palanquero. Las de Santander se tomarían a Barrancabermeja. Las de Restrepo (Valle) y Ceylán, atacaban a la base de “El Guabito” (Escuela Militar Marco Fidel Suarez). En forma local operarían las guerrillas de Huila, bajo Nechí. Mogorontoque y Sumapaz. 

La FAC bombardeó Camparrusia, los colegas de Franco en las estribaciones del páramo de Frontino, en un acción conjunta con tropas terrestres. Este ataque fue exitoso y se pudo destruir dicho reducto insurgente pero eso no evitó que se desistiera del plan general.

El ataque a la Base Aérea de Palanquero era un objetivo no solo de importancia para quitarse un enemigo que los hostigaba, junto a los de Santander, sino también que apoyaban el plan estratégico general antes mencionado, así este no se ejecutara. El asalto se justificaba por sí solo.

Consideraron tomarse la unidad sin destruir los aviones de combate F – 47 ni sus facilidades de combustible, con el fin de obligar a los pilotos a bombardear las instalaciones militares y de gobierno, incluido el palacio presidencial en Bogotá. De esa forma contribuían a la acción primordial de las guerrillas de los Llanos. Para lograrlo los rebeldes pensaron en un procedimiento que demuestra el total desconocimiento de los aviones que pretendían apoderarse. Querían encañonar a los pilotos acompañándolos en las cabinas para obligarlos a bombardear, desconociendo que en ellas solo hay cabida para el piloto.

AVION T 33

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CAPITULO III

Esas intenciones fueron contadas durante las declaraciones posteriormente rendidas por los bandoleros capturados, los testimonios del sacerdote Enrique Pérez Arbeláez, quien se encontraba la noche del asalto, y el del Capitán Jorge Zapata quien era el comandante encargado porque el titular había viajado a Bogotá y su casa estaba vacía.

CAPITAN JORGE ZAPATA

Con esas premisas, la Base Aérea fue asaltada en la noche del 31 de diciembre de 1952 aproximadamente a las 02:00 horas. Momento para el cual presumían que sería el momento más vulnerable y de mayor sorpresa debido a la celebración de las festividades de final de año.
El Padre Pérez cuenta que debido a las sirenas de barcos y locomotoras a la media noche, celebrando la llegada el nuevo año, decidió abandonar su descanso y se fue a recorrer las calles de la Base ya que no podía dormir. Llegó a la rampa de los hidroaviones donde admiraba tranquilamente el paso del rio y escuchaba las conversaciones de los oficiales que con sus señora prolongaban las festividades.

RAMPA DE HIDROAVIONES

En medio de la pólvora, la música y las radios, comenzó a escuchar estampidos de armas. Vio pasar soldados corriendo y preguntó sobre lo que sucedía. Le dijeron que los habían atacado pero no creyó mucho hasta cuando sonó la sirena de la alarma general. Se dirigió a la enfermería apagando cuantas luces de las casas encontraba encendidas viendo como las balas hacían impacto en techos y paredes. Se puso a atender heridos que llegaban. Al mismo tiempo oía las órdenes dadas por los altoparlantes del Teniente Coronel Eduardo Escandón, comandante de la Fuerza Aérea, quien asumió el mando de la defensa. El TC. había llegado días antes a la unidad en plan de vacaciones.

TC. EDUARDO ESCANDON

Asistía a las Hermanas, que manejaban el hospital, en las atenciones médicas y daba los auxilios espirituales a los heridos graves y los muertos. Tanto militares como asaltantes. De estos últimos uno le dijo: “Nos cogieron en la hacienda de la viuda de Floro y nos echaron por delante”. Al amanecer encontró al frente de la casa del comandante un cadáver, que por su aspecto y por los aderezos que lucía, fuera de lo común, parecía ser el jefe. Calzaba botas, vestía una chompa impermeable, guantes finos de cabritilla y una esclava de plata. Mientras los demás tenían vestimenta miserable y portaban un viejo armamento y machetes. También tenía un plano del ataque hecho a la ligera, a lápiz y como para instruir a sus aliados con simpleza.

Según el plan cortaron el telégrafo y los teléfonos. Ultimaron al operador de la planta eléctrica pero no suspendieron el servicio. Penetraron a la casa del Comandante quien no se encontraba, como ya se dijo, mientras el supuesto jefe permanecía afuera tal vez en espera de que este saliera para secuestrarlo o matarlo. En ese lugar fue ultimado por el mismo soldado Libardo Ortiz que custodiaba el generador y quien dio la primera alarma.

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CAPITULO IV

El Capitán Zapata, encargado de la unidad, hizo un recuento de las operaciones emprendidas para la defensa. A mediados de diciembre 1952 se recibió una información, no confirmada, que los sediciosos atacarían las instalaciones petroleras de Barrancabermeja para el día 20 de ese mes. La Base intensificó los patrullajes pero a la fecha no sucedió nada.

 A la media noche del 31 se iniciaron las celebraciones de fin de año sin sospechar que de la cordillera, amparados por la oscuridad y la topografía, se aproximaba una crecida agrupación ofensiva. A las 02:30 las tropas pasaron al descanso y los oficiales se retiraron a sus casas con sus familias.

Minutos más tarde llego jadeante el Soldado Libardo Ortiz, que estaba de centinela en el puesto 8 del área de la planta eléctrica, informando que gentes armadas habían penetrado por el sector norte en actitud hostil. Que habían asesinado al encargado del generador, el Sargento Segundo Jorge Eliécer Michaels. El Soldado Ortiz regresó a su puesto donde se parapetó dando de baja al jefe de los atacantes y manteniendo a raya a sus compinches quienes inútilmente trataran de envolverlo. El sedicioso era Ramón Rodríguez. Igualmente el Soldado del puesto 4 informaba al Capitán Alfonso Barragán que también por el costado oriental se aproximaron hombres armados que dieron muerte al Soldado Carlos Mazo. El CT. Barragán ordenó la alarma con corneta cuando estallaba una bomba que mató al soldado Óscar de J. Sánchez.

El marinero Jesús Herrera fue asesinado mientras alistaba los aviones para salir a vuelo. A las 03:10 se definieron dos frentes de defensa. Uno comandado por el Teniente Rafael Pinto quien progreso hacia el norte en contrataque. Otro dirigido por Capitán Barragán quien repelió el asalto proveniente del oriente. El Teniente Ricardo Nanclares llegó con un grupo de policías de la Dorada sumándose a la persecución de los asaltantes que se batían en retirada. El suboficial técnico Gustavo Vélez neutralizó a unos francotiradores desde el taller de motores. El suboficial técnico Antonio Tavera logró dar de baja a los dos que habían ultimado a su compañero Michaels, manteniendo bajo control la planta eléctrica. Mientras que los Tenientes Jaime Martinez y Álvaro Garzón dieron de baja en las pista a otros enemigos y capturaron al sedicioso rezagado Juan Rodríguez. Despejada la pista los tenientes Rafael Pinto y Alfonso Morales salieron a vuelo en dos aviones T- 6 para hacer reconocimiento y orientar a las tropas.

AVION T 6

Recuperado el control de la Base se contabilizaron 33 atacantes muertos, dentro de los cuales estaban 19 de los más temidos forajidos de la región. Y se sufrió la lamentable pérdida de un suboficial, un marinero y cinco soldados.
Dos días después el Capitán Barragán regresó del sector de la hacienda San Cayetano, aledaña a la Base, con ciento veinticuatro prisioneros.
Loor y gratitud imperecedera a aquellos que en el amanecer del 1° de enero de 1953 se inmolaron o fueron heridos por defender el estandarte de la Fuerza Aérea Colombiana. Ellos son:

LOS HÉROES:

Sargento Segundo Jorge Eliécer Michaels.
Cabo Segundo José Neftalí Peña
Cabo Segundo Jesús N. Ospina
Cabo Segundo Carlos A. Mazo
Cabo Segundo Óscar de J. Sánchez
Cabo Segundo Juan Clímaco Contreras
Marinero Primero Jesús Herrera.
LOS HERIDOS EN COMBATE:
Soldado Leonel Gómez Sánchez.
Soldado Alfredo Navarro
Soldado Luis Alfonso Ramos

ESCUDO DE LA FAC