AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 19 de marzo de 2014

SUR PARTE 24 Y 25



PARTE 24
EL HAMBRE Y LA GENEROSIDAD PATRIÓTICA

•         Racionando llegamos a La Chorrera sin perder la trocha, que habría sido fatal. Los soldados le dijeron: Sargento, no hemos almorzado, hambrientos ya. Buscó ayuda en El Intendente. Éste le contestó: no tenemos alimentos sino para los empleados de la intendencia para una semana, le dijo el intendente. Lo que se comen ustedes en un día. Pero hay que hacer algo, replicó Sargento. El intendente le dijo: hay un radio, pero está malo. Si entre los soldados hay quien lo componga, se puede solicitar recursos a El Encanto. Mientras tanto le daré un tarro de manteca. Es cuánto hay.

•         "Uno de Tropa" preocupado y taciturno se dio a la tarea de recorrer las dependencias de la Casa Arana con una curiosidad minuciosa. Era de dos pisos, construidos con cimientos de roca. En el primer piso había calabozos enormes forrados en grandes lajas de piedra y en cuyas paredes pendían gruesas cadenas de cobre y de hierro. Estos calabozos fueron testigos mudos de las crueldades sin nombre y de los crímenes atroces, cometidos por los caucheros con los indios, de sangre y espíritu empobrecidos. En el piso alto estaban antes las oficinas de Arana y hoy las de la intendencia. Arturo Coba vivió en esta casa una parte de aquella odisea vívidamente descrita por Eustasio Rivera en La Vorágine. Salones y corredores con todas las comodidades. No faltaban ni el billar, clara muestra del confort con que se vivía allí antes. Un corredor amplio y embarandado circundaba todo este piso.

•         Los indios de aquellos lugares, enfermos y perezosos, no trabajan nunca. Se alimentan con toda clase de inmundicias: Sapos, hormigas, escasísima cacería consistente de micos y uno que otro ser de monte. Y sobre todo, cazabe, especie de arepa insípida hecha con una yuca silvestre a la que le extraen el veneno, exprimiéndola después de varios cocimientos. También mascan, casi constantemente, "coca" que ingiere una resistencia asombrosa para aguantar hambre. El indio pasa el tiempo en dormir en su hamaca y en cohabitar como un gato en celo. El material humano del Putumayo es tan degenerado que más valiera que la naturaleza lo aniquilara.

•         "Uno de Tropa" fue a visitar al misionero del orfanato, quien le obsequió un trago doble de vino y le dijo que dentro de una semana cerraría el establecimiento por falta de víveres si no llegaba una lancha cuya visita esperaba. Que como último recurso sólo contaba con la cuadra del maizal. "Uno de Tropa" formó a los soldados y les previno que sometería un arresto de 14 días aquel soldado que tomara alguna mazorca de ese maizal, que era sagrado. A las seis de la tarde tomaron otra pequeña porción de avena salada y el sargento hizo acostar a la tropa y él se recostó en una hamaca amarrada a tres yunques de la herrería de los Arana.

•         El hambre no lo dejó dormir. Pasó la noche oyendo el rumor lejano el río y la respiración de sus compañeros que dormían profundamente agotados por el viaje. Al otro día, en vista de la falta de alimentos resolvió enviar algunos soldados a cacería con un baquiano. A mediodía regresaron los cazadores. Traía las manos vacías. Venían cansados y hambrientos. El baquianos dijo: “No encontramos sino las huellas de un cerdo de monte. Varios indios recogiendo raíces y hormigas para el baile donde el cacique dentro de dos días. Uno de estos indios tenía en su rancho un pedazo de cerdos casi podrido”. Todos los soldados debieron pasar en fila silenciosa a recibir la escasa y extravagante avena con sal. Luego, a dormir para aplacar el hambre.

•         Había que hacer algo. Un colono le había dicho que en un enorme charco dejado por el río en la última creciente podía encontrarse pescado. Había que secarlo y al día siguiente, pusieron manos a la obra, con las pocas herramientas que les prestó la intendencia. Tenían que abrir 30 metros de zanjas al río con una profundidad media de 2 m. Los soldados trabajaban aguijoneados por la esperanza de hallar así el remedio a su hambre. Bajo el sol trabajaron casi hasta la noche.

•         Al otro día, después de bañarse, siguieron el trabajo en la zanja. Allí estaban cuando llegó un soldado en carrera gritando: ¡arreglé el radio, arregle el radio! No sabían clave ninguna pero tenían que mandar un mensaje. Trasmitieron al comandante de El Encanto un radiograma describiendo la situación sin ambages. El Capitán Fernández contestó regañándolos porque los peruanos se habían dado cuenta de lo que pasaba en La Chorrera. Se desilusionaron nuevamente. En todas las caras se veía el desánimo y el hambre.

•         De repente apareció en la puerta el misionero español. Detrás venían los niños y las niñas del orfanato indígena en correcta formación. Cada uno traía en sus brazos unas cuantas mazorca de maíz. Un indiecito se adelantó y dijo: “Como nosotros somos colombianos y sabemos que ustedes tienen hambre, les hemos traído maíz de nuestra roza, que es lo único que tenemos”. El Sargento le miró silencio. Aparecieron dos lágrimas de gratitud y de admiración por lo profundo de la emoción que aquel rasgo de generosidad le había ocasionado. Mandó formar la tropa y les hizo honores militares a los indiecitos. Después de romper filas, los soldados se arrojaron sobre los chiquillos y los cargaban y acariciaban con ternura de madres.

•         Cuando se sentían abandonados de todos los colombianos y, especialmente, de su comandante de El Encanto, los indiecitos infelices y hambrientos, se sacaban el pan de la boca para dárselos a ellos. En toda la guerra no se vio un acto de admiración, de sacrificio, de generosidad y de patriotismo como el de aquellos indiecitos del orfanato de La Chorrera.

•         Aquellos "socorros" fueron una inyección de energía para sus organismos decaídos. Los soldados pusieron todo su esfuerzo en terminar la desecación de la" "concha" para extraer el pescado que pudiera contener. Pasada la tarde de ese sábado, sólo queda una pequeña capa de agua de la cual saltaban los peces pequeños hasta la superficie. Los peces parecían lingotes de plata al reverberar contra el sol y a la par de ellos, saltaba, esperanzado, el corazón de sus cazadores.



PARTE 25

DEFENDIENDO LA COMIDA. REGRESO. COMENTARIO. MULA BASTIMENTERA.

•         Era domingo y uno de tropa hizo formar al personal y lo envió al misionero español para que les dijera misa. Mientras tanto, él se fue a darle vuelta al charco para ver si había secado totalmente durante la noche. Al llegar lo sorprendió un espectáculo ridículo. Unas 15 Indias, entre viejas y jóvenes, con las faldas arremangadas hasta la cintura estaban entre el charco cogiendo los peces con una habilidad asombrosa y echándolos en canastos de fibra. Al contrario de los indiecitos del orfanato, que se quitaban el pan de la boca para darlo a los soldados, estás, que nada ayudaron a la obra y que no hacían sino dormir y cohabitar, le robaban a la tropa al esfuerzo de la semana de trabajo duro, bajo aquella naturaleza sofocante.

•         Uno de tropa reaccionó violentamente. Soltando su cinturón se abalanzó sin meditarlo sobre aquella manada de mujerzuelas repartiendo latigazos a diestra y siniestra en medio de infernal algarabía que hacían las indias azotadas. El no pensó que eran mujeres sino en que defendía la comida de los Soldados y castiga una canallada. Los peces y los canastos salían en todas direcciones mientras cada una huía como mejor podía hacerlo. Una joven se quedó retrasada, por haberse enredado en su canasto. "Uno de Tropa" la tomó como botín de guerra y la disfrutó golosamente. Así tantos meses que guardaba una castidad obligatoria que creía haber perdido sus instintos viriles.

•         Recogió los peces dejados por las Indias y los llevó a los rancheros quienes rieron orgullosamente al saber el modo como los había adquirido. Con los peces hicieron un pequeño sancocho. Aquello sabía a gloria. Cuando estaban en el almuerzo llegó un radiograma de El Encanto. Se ordenaba trasladarse "inmediatamente" con la tropa para la citada guarnición. Agregaba que en el camino le saldría al encuentro el Soldado Rico quien le entregaría víveres. No podía perder tiempo porque fuera de que no tenían víveres la orden era perentoria.

CAÑONERA CARTAGENA


Comentario. Además de la destinación a El Encanto, aunque tenia suficiente tiempo en Puerto Leguízamo para ser evacuado del frente de guerra, mas el traslado repentino a La Chorrera sin suficientes víveres ni equipo de supervivencia ni guias ni ningún objetivo especifico de guerra ni armas, aunque el enemigo les tenia una emboscada, era demasiado clara la intención. Los enviaban donde no había abastecimientos previstos ni donde adquirirlos. Era más una misión de supervivencia que de combate. Acababan de llegar y le ordenaban regresar por la misma vía dizque para salvarlo de la grave situación que se sabía de antemano que se daría. Les daban la impresión de rescatarlos para que no perecieran de una situación conocida y a la cual se les había expuesto sin motivo alguno.


•         Todo era más que motivo razonable para ver que se les quería perjudicar sin razón válida. El fin solo podía estar estimulada por motivos personales, como los que le habían insinuado a "Uno de Tropa" antes de partir para El Encanto. Porque no podía creerse que eso fuese un simple error de operaciones, ya que era muy evidente lo innecesario que había sido esa orden de ejecutar la marcha a La Chorrera y que solo los querían llevar a la inanición.

•         Ha sido una tradición institucional el destinar a misiones inútiles, llenas de sacrificios y hasta peligrosas, a quienes, a manera de castigo personal, los superiores, aprovechando su autoridad, imponen a quienes no pueden aplicar sanciones disciplinarias reglamentarias. Por ello, recurren a formas de castigos no reglamentarios, como los traslados a zonas remotas, escasas de facilidades, donde existe alta amenaza y alejando de las comodidades de las áreas desarrolladas de la nación. Misiones que la mayoría acepta con gusto y sin reproche, cuando son por motivos de patriotismo y justificada necesidad nacional. Pero que ofenden y resienten los afectados cuando se trata de motivos de venganzas personales usando la potestad de la autoridad.

•         Lo peor de esto es que algunos dejan testimonio de esas actuaciones y ponen en evidencia pública la actitud retrógrada que subterráneamente se da dentro de las instituciones armadas. Como es el de este caso. El de el Sargento Jorge Tobón Restrepo. Fin del comentario.

•         A las cinco de la tarde llegaron a uno de los campamentos construidos por ellos mismos cuando venían hacia La Chorrera. Al otro día a las cinco de la mañana estaban listos para continuar. Con las caras enflaquecidas, los labios pálidos y las piernas vacilantes, pero con un brillo de resolución en los ojos. A las ocho de la mañana llegaron hasta un riachuelo de aguas de color de yodo. A cada vuelta a la trocha miraban ansiosos a lo lejos para ver si encontraban al Soldado Rico con sus víveres. Pero ni lo uno ni lo otro aparecía. Cada uno quería ser el primero en ver al Soldado que traía los víveres. Se largó un torrencial aguacero y los soldados empezaron a desfallecer. Así llegaron a la quebrada "La Sombra". Estaba crecida.

•         En aquel punto el Soldado Rico luchaba por salvar los víveres descargando la mula en que los traía y que se le acababa de ahogar en el mismo sitio. El cadáver del pobre animal, que había muerto con su carga encima, se sostenía contra la corriente gracias al cabestro que Rico había amarrado un árbol de la orilla. Entre todos le ayudaron. Salvaron un tercio de yuca, un poco de sal de piedra y un tarro de manteca. El azúcar y el café se habían perdido. Eran las 10 de la mañana. Allí había un rancho y uno de tropa ordenó: Descanso hasta mañana. Prender hogueras. Secar la ropa. Dormir y los rancheros a cocinar yucas. El suboficial tuvo una inspiración. Dio su cuchillo de monte a un soldado y le ordenó: “Cortez, traiga un pedazo de anca de la mula ahogada”. -“Mi Sargento”, dijo el soldado asombrado. –“Nada no replique cumpla la orden. Estamos en campaña”.

•         El soldado fue hasta la mula que flotaba como un bote entre el agua y trajo un tasajo chorreando sangre. El Sargento tomó el pedazo y lo abrió hasta convertirlo en una delgada tela. Después lo arrojó en una hoguera. Aquella, que en el principio empezó a inflarse como un globo, se contrajo nuevamente. Mordió un pedazo con repugnancia y no le supo a nada. Repartió el resto a los soldados hasta que se terminó.

•         El soldado Cortez, que había traído el primer pedazo le pidió el cuchillo prestado. "Uno de Tropa" le preguntó: ¿Qué hace? Éste respondió: “Estamos en campaña, mi Sargento”. Le prestó el cuchillo. A poco el Soldado regresó con otro gran tasajo de carne sanguinolenta y roja. Tras esto hicieron lo mismo los otros. A poco se levantaba del campamento el olor peculiar de la carne quemada. Casi cruda la comían algunos. Finalmente vino el almuerzo de yuca cocida que utilizaron como pan para acabar de comerse la inocente mulita.

•         La falta de costumbre hizo que más de uno se levantará varias veces en la noche y que los demás llenaban el ambiente con ruidos y olores extraordinarios. El Cabo Granados maldecía: “Mi Sargento, esto no es comida sino sulfato de magnesia”. Con los calzones en la mano por temor a no tener tiempo de quitárselos oportunamente si el caso lo requería. Todos reían a mandíbula batiente de sus tribulaciones.