AERONAUTAS Y CRONISTAS

lunes, 24 de marzo de 2014

SUR PARTE 28 Y 29



PARTE 28


EVACUACIÓN. EL PADRE VILLA. LAS MONTAÑAS.


•         Cuando "Uno de Tropa" se sintió más sano, tomó una canoa y se fue Putumayo arriba, hasta la chacra de su antiguo amigo el indio Julio. Encontró al colono Castillo. Este le conto: “El indio amigo suyo murió. Se acordó de usted. Le dejo saludes”. Era como si hubiera perdido un miembro de la familia. Aquel indio de espíritu libre, que una vez huyó de los misioneros de Sibundoy que le azotaban y le hacían trabajar de balde. El colono le dijo que el indio había muerto de tifo. Sin remedios, sin médico y abandonado. Después le regaló a "Uno de Tropa" tomates y lechugas de los que éste había sembrado antes de marchar a El Encanto.



•         "Uno de Tropa" pensó hay que irse. Esto se acabó, se decía tristemente. Al fin le firmaron su certificado de evacuación. El certificado era encomiástico. Por los reconocimientos que le hacían se sintió pagado con creces de sus sufrimientos durante 11 meses de campaña. En una volqueta recorrieron en 35 minutos la carretera entre Puerto Leguízamo y la Tagua. Una carretera tan buena como las del interior. En esto se había convertido la antigua “Trocha de la Muerte".



•         En la Tagua el Mayor Reyes los embarcó acompañado de “Pan del Soldado" su manceba. Eran unos 150. Los registraba minuciosamente, como a rateros de oficio, para darles la orden de embarque. Estaban hacinados como cerdos en un chiquero. No había por donde moverse pero ellos llevaban el corazón pleno de la alegría del retorno a sus hogares. No les importaba aquellas últimas penalidades.



MONUMENTO DE LA FUERZA AEREA COLOMBIANA EN TARAPACÁ



•         Por la tarde llegaron a Potosí. En esta guarnición colombiana no los dejaron desembarcar por miedo a que robaran en ella. Tuvieron que atracar en la orilla opuesta. Enfermos de fiebre durmieron a la intemperie viendo, al frente, los dormitorios casi vacíos de la pequeña guarnición colombiana, como espejismos. En las tropas hay de todo, pero con una vigilancia bien organizada, los evacuados hubieran podido dormir allí.



•         Ellos no sintieron el sufrimiento físico pero si el moral. Creían que después de arriesgar su vida por la paz, en aquella campaña, los recibirían en todas partes con gratitud, con los brazos abiertos. Y resultaba que los trataban como ladrones o leprosos. Así pagaban sus dolores por ellos.



•         Pernoctaron cerca de Tres Esquinas en el rio Orteguaza. En “La Primavera” se quedaron los soldados más enfermos. A "Uno de Tropa" le ordenaron quedarse, pero tenía tantas ganas de salir de aquel ambiente que rogó que le harán continuar su viaje y el médico accedió.



•         “Parece muy enfermo Sargento”, le dijo el Teniente Gutiérrez en La Primavera. “Cuidado se muere”. El padre Villa que escuchó la conversación, añadió: “Piense en su alma y en la religión. Confiese Sargento”. Este replicó: “La religión, es respetable y necesaria para el orden. En la humanidad plebeya, no es sino un freno para los ignorantes. A los que solo les basta la ley natural”. El padre le preguntó: ¿No cree en Dios”. "Uno de Tropa", contestó: “Si. Para mi es el sol, la nube, el río. Esta naturaleza castiga a quien la viole. Es el único castigo drástico del pecado”. El padre le dijo: “Bueno. Usted no estuvo en campaña sino en un curso de filosofía”. El Sargento contestó: “No he visto un libro filosofía pero la he aprendido en la vida”.



•         El padre Villa, peludo como un Saulo y con un cuerpo de gladiador romano, le hizo un gesto agresivo y el Sargento se retiró indiferente. Se acordaba que cuando él era niño, el padre Villa le había dado un puñetazo, en Andes, Antioquia, a "Parte Brujas" Olivera, por tener pretensiones de anticatólico y por leer a Vargas Vila.



•         Ya en el último día de viaje, divisaron desde la lancha, una pequeña cordillera lejana que se dibujaba azulada sobre el horizonte. Después de meses de no ver una elevación del terreno, aquella cordillera para ellos era como la visión de la tierra prometida. Llegaron a Venecia. El puerto había mejorado. Se encontró a sus paisanos Hernán Restrepo, Renato Franco y Aníbal, a quienes les dijo que debían estar agradecidos de que no se le enviara más hacia el frente de guerra, porque entre más lejos del país más se sufre.


PARTE 29


LOS PELIGROSOS. AL HOSPITAL. EL RETIRO.


•         Llegaron a Florencia. Al fin un pueblo con ruido, música y mujeres. En esta maravilla social, les advirtió el alcalde de aquella época, julio de 1934, que habían llegado gran cantidad de maleantes, individuos peligrosos en todos los sentidos y les ordenaba estar alertas. El pago que faltaba por servir a la patria en aquella campaña. Oficialmente los declaraban estafadores y maleantes porque nadie más llegaban a esta ciudad en gran cantidad sino todos los evacuados de la guerra. Ya no los necesitaban.



•         Salieron por la carretera que Florencia había de conducirlos a Neiva. Llevaba mucho tiempo sin montar en automóvil. "Uno de Tropa" recordó su antiguo viaje hacia el sur, montado en una mula enjalmada y comparado con el medio como ahora lo hacía. Cómo habían acortado las distancias en tan poco tiempo. Florencia estaba a dos días de Bogotá por locomoción. En uno de los vagones le causó mucha risa encontrar una carta de un Teniente Cuéllar de guarnición en Florencia, en la que hablaba a su familia del embrujo de la selva y otras horribles cosas por el estilo. Se rio porque había visto el Teniente en esa ciudad tomando fresco en un café de la plaza nada selvática de Florencia.



•         En Bogotá se presentó ministerio de Guerra. Un empleado ante su aspecto de enfermo le dijo que se presentará al departamento de higiene. Le dieron una orden escrita para presentarse al hospital de San José. Una hermana del hospital lo recibió con una sonrisa. Le preguntó por la profesión y éste contestó militar. La monja exclamó ¡ah militar! y su sonrisa se hizo más acogedora. Lo destinó al pabellón de los oficiales muy aseado y casi lujoso. Otra hermana de la caridad, con sonrisa de muchos amigos le preguntó: ¿Oficial? Y "Uno de Tropa" le contestó: Sargento. La hermana que le estaba limpiando con suavidad un brazo para inyectarlo, cuando supo que su paciente no era oficial, la sonrisa de sus labios, tomó el aspecto de profesional. Sus manos que antes eran de ceda, ahora parecían de acero. Debió punzar varias veces el brazo sin encontrarle la vena. Al otro día tuvo que tener el brazo en cabestrillo. Estaba hinchado y le dolía.



•         Las hermanas no se acostumbraron a que se les hubiera colado un soldado entre el pabellón de los jefes. A los 20 días ya estaba bien. Se levantó a tomar el sol en un corredor. Allí concurrían también los oficiales. Estos no le dirigían la palabra. A él tampoco le importaba, pero se veía claramente que aquello era discriminación. Como la que tuvieron cuando le desconocieron los resultados de su examen de ingreso, que lo calificaba para ser oficial pero lo pusieron en el rango de suboficial. Después se iba a un pabellón lejano a saludar a sus compañeros los soldados y suboficiales enfermos. Estaban casi ascinados. A las horas de la comida la traían en un recipiente enorme y a no ser que no pudieran comer por enfermos, se tenían que levantar a poner su escudilla en fila como en el cuartel. Comparó esto con las alcobas lujosas de los oficiales y sintió que su garganta se le deshacía de angustia.



 

TROPAS COLOMBIANAS QUE RECUPERARON LA PEDRERA



•         Aliviado se presentó al Coronel Ahumada del ministerio. Le entregó al Coronel el certificada de evacuación. Después lo felicitó y le dijo: “Escoja la guarnición que usted quiera. Se la doy”. Una tropa contestó: “Gracias, mi Coronel, sólo quiero me retiro. No soy profesional de la milicia”. Y se lo concedieron. Así salió a la calle. No tenía dinero, pero otra vez era un hombre libre. Respiró como quien descansa de un gran peso. Descubrió que el patriotismo es un peso del que se puede descansar.