AERONAUTAS Y CRONISTAS

domingo, 16 de marzo de 2014

SUR PARTE 22 Y 23



PARTE 22

EL SACRIFICIO DE LEGUÍZAMO. EL CAPITÁN FERNÁNDEZ Y LA CASA ARANA
•         El colono Calderón explotaba a los Soldados, especialmente a los evacuados inmisericordemente. Los años de lucha terrible habían matado en los colonos los sentimientos de patria. Es que no es el hombre el que hace su propia suerte sino la vida la que lo empuja a ella y lo marca. Los Aranas fueron los que mas cometieron crímenes y más atropellos. Los Aranas por ejemplo, le robaron, violentamente, dos barcos comerciales al colombiano Manuel María Félix, que vive en Andes, Antioquia (1965). Se quedaron con ellos porque su gobierno no lo respaldó. En cambio, nuestro compatriota quedó arruinado sin que ningún gobierno en 25 años apoyar sus justas reclamaciones.

•         Pasaron por puerto “Tarqui”. Llamado así en memoria de la batalla de Tarqui en donde 4.000 bravos colombianos vencieron a 8.000 peruanos del ejército del general Lamar, en 1828. Son unas barrancas que en invierno son una cárcel de selva y agua por todos lados. Era el lugar de la selva donde había más mosquitos. Los soldados metían la cabeza entre talegos de harina vacíos a los que habrían huecos para ver y respirar. A falta de guantes, se forraban las manos en medias. Había soldados llagados como leprosos por las picaduras de los mosquitos y con las manos hinchadas incapaces de disparar el fusil. Por lo demás los víveres escasos y malos, una vida detestable.

•         Esta escasez de víveres fue el origen de las heridas que ocasionaron la muerte de Leguízamo, en "Pubenza" porque no fue en Güepí. Allí fue convertido en criba el Soldado Leguízamo por balas peruanas y colombianas. Frente a “Pubenza” existe una chacra o huerta abandonada por un peruano a raíz del conflicto. Entre el rastrojo, emergía de distancia en distancia, una mata de plátano, cargada con su racimo seco y descolorido. Leguízamo con unos compañeros fue a conseguir de aquellos plátanos para complementar la escasa alimentación. En vez de ellos, encontró a los peruanos y les hizo frente. Al ruido del encuentro los soldados colombianos de la guarnición de Pubenza, abrieron fuego de ametralladora sobre la orilla opuesta poniendo en fuga a los peruanos. Pero, desgraciadamente, alcanzaron también, con varios proyectiles, el cuerpo del mártir Leguízamo que fue acribillado así por las balas enemigas y las de sus compatriotas. Muchos soldados pasaron después, como habían pasado antes, a la chacra abandonada pero sólo él encontró al enemigo y la muerte que lo glorificó.

•         Penetraron por el río Caraparaná en cuyas márgenes está situado "El Encanto". Salió a recibirlos al Capitán Laurentino Fernández quien, al presentarse "Uno de Tropa" le dijo sentenciosamente: "Ya nos conocemos las caras". El Capitán Fernández tenía un despotismo que era bien conocido por las tropas y lo hacía famoso. Fernández era de regular estatura, delgado y enjuto, por lo cual los soldados llamaban "El Capitán Palillo".

•         El Encanto, centro de la explotación del caucho y escenario en otras épocas de los fabulosos crímenes e incalificables abusos de la Casa Arana. El panorama lo forman dos pequeños cerros. En uno está el Comando y en el otro está la antigua Casa Arana. Grande, de dos pisos, entejada y sombreada por árboles frutales, que no dan ningún fruto porque los caucheros allí mataron hasta la sabia de la tierra. Al acercarse más a la casa Arana, se persuadió de su abandono.

Entierro de soldados colombianos caidos en Guepi.

•         La casa desmoronada, con boquetes en las paredes y en los tablados. Para completar, los enfermos de paludismo, de beriberi y los convalecientes de tifo y otras enfermedades deambulantes entre aquel abandono de la Casa Hospital, como le decían.

•         En el subterráneo del piso bajo encontró trozos de caucho. Del caucho sangriento que hizo teñir de rojo el verde de la selva. Allí estaba todavía aquellos famosos tarritos medidores que por no ser llenados cobraban una vida. Se guardó uno de ellos, incluido un pedazo de caucho como recuerdo. Aquel nombre de "El Encanto" era una ironía. Aislado completamente y sometido por razones de hambre.

•         Lo llamó el Capitán Fernández y le dijo: A las dos de la tarde conducirá usted hacía "La Chorrera" los 35 individuos del curso de artillería llegados anoche de Puerto Leguízamo. Eran las 12 del día y había que alistar víveres y hacer todos los preparativos para el viaje de 140 km por entre la selva. La Chorrera es otro punto central de la explotación del caucho de los Aranas, queda sobre la orilla del río Igaraparaná. La trocha, por entre la selva, casi borrada y con interrupciones constantes de quebradas y ríos desbordados. “Sobre todo tenga cuidado con el “Menaje", es un río peligroso”, le dijo. Tres soldados peruanos han cobrado vida en aquellos ríos.




PARTE 23

EL VIAJE A LA CHORRERA. LA HERRERÍA DE LOS ARANA

•         Recibió víveres para sus tropas, suficiente solo para dos días. No le dieron baquiano que lo guiara, a pesar de que ni él ni ninguno de los soldados conocía el camino por entre la selva. Les ordenaron ir desarmados. Solo él llevaba dos fusiles y 70 cartuchos para 36 hombres en pleno frente de hostilidades. En La Chorrera les darían armas les dijeron.

•         En unos cajones alargados, sobre una mula, iban los víveres. Estos cajones lo salvaron de un ataque peruano, pues más tarde se supo que oficiales y Soldados, muy bien armado del enemigo, estuvieron espiando el paso de la columna por la trocha. No nos atacaron creyendo que lo que portábamos en los cajones eran ametralladoras.


LA FLOTA COLOMBIANA

•         Las tropas eran indisciplinadas: los Cabos y Soldados no se respetaban. Un soldado le dio una trompada a un Cabo. Se liaron a puñetazos. "Uno de Tropa" avanzo sobre ellos. Le dio un culatazo con el fusil al Soldado y otro al Cabo para separarlos. Así se cerró el incidente.

•         Después de una hora encontraron otro caño desbordado, mucho más extenso y profundo que el del día anterior. Éste si era él "Menaje" que lo habían confundido con el otro caño encontrado el día anterior. Desde el primer momento el agua les llegó a la cintura. De los 35 hombres que conducía, 29 no sabían nadar. Como en el caño anterior, había un puente de vigas tendidas. Intentó pasarlo pero el agua les llegaba hasta el cuello y no podían sostenerse por la fuerza de la corriente. No podían nadar por el peso del equipo, las ropas y debieron retroceder.

•         Entre los soldados que sabían nadar escogió a tres a quienes ordenó desnudarse y pasar el río nadando. Cuando lo hicieron cortó una larga vara y la lanzó de través sobre la corriente. Los soldados que habían pasado la orilla opuesta la tomaron de una punta mientras los que no habían pasado la sostenían de la otra. La vara servía para agarrarse. Los soldados pudieron pasar sin ser arrastrados.

•         Llegó el fin del día. No tenían sino un machete y una navaja de bolsillo. Con las manos, quebrantando ramas, empezaron a cumplir la orden de armar un rancho para pasar la noche y protegerse de los aguaceros. Al otro día los soldados le dijeron: “Mi sargento, si anoche no nos obliga a hacer el rancho para dormir, hoy no habríamos sido capaces de movernos”. "Uno de Tropa" sonrió. No en balde lleva ocho meses ya en la escuela práctica de selva. A "Uno de Tropa" se le había descocido la suela de un zapato y la tuvo que liar con bejucos. Esto se reventaba a cada instante y hacia traspiés grotescamente.

•         Por todo almuerzo tomaron un poco de agua con dulce. A las cuatro de la tarde no habían encontrado un rancho para pernoctar. Entonces, con la experiencia de la noche anterior mandó hacer alto y formar. Dividió los 35 hombres en cuatro escuadras de a ocho. Cada escuadra debía hacer un rancho. La que no lo hiciera dormiría a la intemperie. Con la navaja de bolsillo y partiendo material a mano, por falta de herramientas, levantaron los cinco ranchos para dormir y uno más para cocina.

•         Se les habían agotado el dulce y la sal. Sólo tenían arroz. Eso comieron. El que les sobró lo empacaron cocido en hojas para comer al día siguiente. A la mañana la marcha se empezó rápido porque no había desayuno. Se comieron, a las ocho de la mañana, el arroz cocido sin sal que llevaban para el almuerzo.

•         Desde un alto, que domina el lugar, admiraron embelesados: Era el único paisaje que se parecían en algo a las lejanas tierras de donde ellos eran. Una serie de despejados con una explanada en el medio por la cual corre el Igaraparaná. En su ribera estaba la Casa Arana de La Chorrera. Al frente, está un hermoso lago formado por el río, después de desprenderse de los chorros, qué es lo que le da su nombre al lugar.

•         Pero lo que más lo entusiasmó fue la piedra. Allí sí había piedra. Un material que no hay en todo el Putumayo. En toda la región no hay sino lodo rojo, lodo negro, lodo gris y eso es todo. La Chorrera funcionaba entonces como capital de la intendencia del Amazonas.

•         El intendente encargado, les señaló, para hospedarse, un cuerpo de un solo piso adjunto a la Casa Arana y que antes funcionaba como fundición de los peruanos. Allí había un acervo informe de calderas, grandes yunques, carros de madera con ruedas forradas en hierro y una gran cantidad de restos de hierros y maquinarias, que era un testimonio vivo del progreso colonizador impregnado por los peruanos a aquellas regiones. Era inimaginable el traslado de aquel aparataje a las apartadas regiones del Igaraparaná. La maquinaria para la fundición de herramientas y los carros para cargar material llegaron desde el chorro del río hasta la Casa Arana por una carretera encascajada, que las une, de unas cinco cuadras de longitud.