AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 6 de abril de 2017

EL DIABLO EN LA PESEBRERA

EL DIABLO EN LA PESEBRERA. (Narración de Luis Fdo. González)

Una noche, por el año 1964, como a las 8, ya viviendo en el pueblo, fui, como de costumbre, a llevar la mula Guardia de mi papá a la pesebrera de Tocayo Vélez. Esto yo lo hacía rutinariamente cuando mi papa llegaba de la finca al pueblo todos los días después de que la desensillaba y le dábamos panela y maíz.



Cuando llegué a la pesebrera de Tocayo, estaba muy oscuro y la puerta estaba cerrada por dentro. Entonces llamé a Tocayo para que me abriera, porque él dormía en una piececita donde estaba la picapasto al pie de la puerta. Nadie me contestaba, posiblemente estaba borracho, que era lo más frecuente en él.

Con un poco de susto, me asomé por debajo de la puerta para ver si me podía deslizar hacia adentro, pero cuando me asomé, vi, como a 20 metros, la cara del diablo al fondo de la pesebrera. Era enorme, como de 2 metros de altura y estaba perfectamente trazada con unas líneas de luces amarillas, parecidas a las luces de navidad. Su cara era un poco gorda y medio redondeada y el contorno de sus ojos terminaba puntiagudo hacia los lados y las comisuras un poco hacia arriba, pero vacíos.

La expresión de su boca era levemente sonriente, como burlona. Con labios gruesos y en total quietud. Algo así como un buda. El corazón me dio un vuelco y quise salir corriendo. Sin embargo, me quedé mirándolo y pensé que era una sugestión mía, que eso no podía ser cierto, aunque no muy convencido del todo.

Entonces pensé que no podía volver a la casa y decirle a mi papá que no había podido dejar la mula porque el diablo estaba en la pesebrera, seguramente me daría una pela por mentiroso.

Entre los dos miedos, y llenándome de valor, resolví arrastrarme por debajo de la puerta con la sensación de indefensión que ello produce. Pero sin dejar de mirar el rostro del diablo. Cuando estuve adentro, me sentí aún más indefenso. Busqué, casi a tientas, la tranca de la puerta y la abrí con gran alivio.


A toda prisa entré la mula, la metí en la primera celda junto a la puerta, le quité la jáquima, puse la tranca de la celda y salí a la calle. Luego amarré la puerta con una cuerda que colgaba de unas argollas y salí corriendo como alma que lleva el diablo. Cuando llegue a la primera esquina volteé a mirar hacia la pesebrera y vi la puerta abierta. Con mucho susto me devolví a amarrar otra vez la puerta y volví a salir corriendo. Cuando llegué a la esquina miré nuevamente hacia atrás y la puerta seguía abierta. Mi papá me había encomendado mucho que dejara todo bien cerrado porque esa mula era muy arisca y se podía volar fácilmente.


Regresé, por tercera vez, a amarrar la puerta, la aseguré bien y, nuevamente, a correr se dijo. En esta ocasión la puerta quedó cerrada y salí volado para la casa.
Al otro día, cuando llegue de la escuela, mi papá me dijo: Mijo, usted dejó abierta la puerta de la pesebrera anoche y la mula se voló. Fíjese bien la próxima vez y vaya por ella a la Manguita, la finca del tío Francisco José, que allá debe estar. Yo le dije, no papá, seguro que yo cerré bien la puerta, No me discuta, dijo, es que usted es muy elevado y no se fija bien en lo que hace.

Finalmente fui hasta la finca del tío y encontré la mula Guardia que le traje a mi papá. Realmente si se había salido a pesar de que yo le puse tranca a la celda y amarré la puerta de la pesebrera por fuera. Como que el diablo se la abrió para mortificarme aún más. 

EL DERRUMBE

EL DERRUMBE DEL PEDRERO. (Narración de Luis Fdo. González)

El señor Alberto Restrepo, comerciante y hacendado, de familia muy tradicional de Concordia, me dijo una vez en el pueblo que él quería ir a la finca del Pedrero. Hacía muchos años no iba desde cuando era un niño. Le dije que con mucho gusto, que iba mandar traer una bestias ensilladas para que fuéramos.
Me contó que quería volver a ese sitio porque unos de sus ancestros habían perecido en el derrumbe de El Pedrero.



Le comenté que yo había oído la historia de un derrumbe muy grande sucedido hacía muchos años. Que debajo de una piedra muy grande, casi como del tamaño de una pieza, que hay junto a la actual casita de paja y cancel, en esa parte de la finca que llamábamos El Balsal, había quedado sepultada la casa que había cuando se vino el derrumbe.

El señor Restrepo me dijo que sí. Además se decía que el dueño de la finca era muy avaro. Una mañana pasó una viejita por la finca, cuando estaban ordeñando las vacas y pidió qué le dieran un poco de leche y se la negaron.

Que entonces la viejita les dijo que por hambrientos iba a ver un derrumbe que les iba a tapar la casa.




Efectivamente ese mismo día, que era un domingo, se vino un derrumbe que arrasó con todo y que no se salvó sino el abuelo de Alberto. En ese entonces él era un niño y lo habían mandado al pueblo a traer el mercado.