AERONAUTAS Y CRONISTAS

martes, 15 de octubre de 2013

CAPITULO IV POLITICA RELIGION Y VIOLENCIA

CAPITULO IV
VIOLENCIA EN CONCORDIA
La violencia en Concordia, que ya se había prendido ligeramente, cogió fuerza. En Concordia se dieron conservadores muy buenos a quienes las esposas de los liberales acudían para que abogaran ante las autoridades por sus esposos encarcelados y maltratados. Ellas temían que si pasaban la noche en prisión, en medio de la oscuridad fueran a ser llevados al “Curva de la Oreja o al Puente de la Vieja” o a la vereda Morelia, donde solían masacrarlos. Estos conservadores debían hablar con el alcalde Bernardo Jaramillo. Un godo muy malo, nombrado por el gobernador también conservador, como era en ese tiempo. Estos gestores conservadores debían adquirir el compromiso de responder por el buen comportamiento de sus protegidos liberales.
Algunos de esos espontáneos abogados conservadores, como fueron los hermanos Hernán y Francisco José González, lo único que podían hacer era aconsejar a los liberados de la prisión de comprar los víveres y marcharse pronto a sus casas y fincas, porque en el pueblo no podían asegurales que no fueran perseguidos. Además temían que si se emborrachaban, cometieran desmanes que darían motivo para ser capturados de nuevo. Solo bastaba con lanzar un “Viva el Partido Liberal” para ser acusados de revoltosos e incitadores a la rebelión. Motivo de cárcel inmediata y sin orden judicial.
LA HUIDA DE LOS MÉDICOS Y LOS SARASOLAS
Don Manuel González quien fue un conservador muy bueno, salvó a mucha gente escondiéndolos. Él y otros compañeros sacaron al médico Bruno de su consultorio porque se enteraron de que lo buscaban para encarcelarlo. El medico Bruno era muy apreciado porque era buen galeno y hacia muchos favores a la gente, caritativo y honorable. Había sido el gestor de la construcción del magnífico hospital local. Para eso les pusieron un carro a la salida del pueblo para que pudieran escaparse ilesos hacia Medellín. También se fueron al hospital a sacar a un doctor Sierra, que era el jefe del hospital. No era de Concordia pero lo buscaban por razones partidistas.
Les pidieron que no cargaran ni siquiera las maletas por la prontitud. Ellos se encargaban de mandarlas después. El doctor Bruno muy ofendido dijo que no perdonaba a Concordia y no regresó jamás.
Los Sarasolas, dos hermanos que vivían cerca a nuestra casa también fueron perseguidos. Don Manuel González hizo lo mismo que con los médicos. Los sacó en la noche del pueblo. Para eso debían volarse rápidamente por los subterráneos, solares y patios traseros de las casas. De esa forma debían llegar hasta el cementerio, a la salida del pueblo, donde los esperaría un carro para trasladarse a Medellín.
Las esposas y en general las mujeres, normalmente en el pueblo, no corrían peligro pero estaban con miedo. Por eso nos solicitaron que las dejáramos pasar la noche en nuestra casa y compañía. La casa tenía un corredor exterior que le daba la vuelta. Cuando los chusmeros llegaron por los hermanos Sarasola y no los encontraron, sospecharon que podrían estar en la nuestra.
A las 8 de la noche escuchábamos conversaciones en voz baja y que alguien fumaba en nuestro corredor. Eran muchos Godos esperando por si alguien salía o se abría alguna ventana para atraparlos. Nosotros guardamos silencio como hasta las 4 de la mañana, hora en la que se fueron en vista de no lograr nada dejando las colillas en el suelo.
De esa misma forma fueron muchos los que debieron de huir del pueblo. Paradójicamente Don Manuel González era hermano de Antonio González, apodado Murrungo. Este último un godo muy malo.
INDISCRIMINADO ODIO Y LA BALACERA
La efervescencia era tal que hasta en cosas personales se reflejaba la discordia. Los colores distintivos de los dos partidos eran el azul para los conservadores o Godos y el rojo para los liberales o Manzanillos. Como Concordia era de similar número de población conservadora y liberal, pero el gobierno local era conservador, era reprochable vestir prendas rojas a riesgo de ser aporrado.
Aun así, yo salí un domingo a mercar a la plaza del pueblo en los toldos que se instalaban los domingos, día de mercado, con mis hermanos menores. Al llegar a la esquina del parque, donde estaba la tienda del señor Pipe Betancur se prendió la plaza. Solo se escuchaba bala y la gente corriendo. Los toldos del mercado y las tiendas se quedaron vacíos. Todo mundo se escondía.
Yo preguntaba que pasaba. Don Pipe nos dijo que entráramos a su tienda, que la policía y los Godos estaban echando bala y matando gente. No sabíamos para donde correr. Nos metimos a la trastienda donde nos escondió hasta cuando se calmó la balacera. Logramos salir pero ese día ya no hicimos compras.
Después sacaron al alcalde, Bernardo Jaramillo, por malo y nombraron a Aníbal González, persona del mismo pueblo. Pero Aníbal fue peor. Con los allegados y conocidos se portaba bien pero con los demás era diferente. Ese domingo mi hermana Marina trabajaba en la Registraduría. Estaba en compañía con una amiga que era maestra en la vereda de Yarumal. Debido a la bala cruzada no podían salir de la oficina para ir a la casa a almorzar. Aníbal les dijo que podían estar tranquilas que él las acompañaría hasta la casa, como así fue. Después de prendido Concordia se incendiaron los demás pueblos como Andes, Bolívar y Salgar.  
 EL PROPÓSITO
Lo que se pretendía no era cosa diferente a impedir que el liberalismo participara en las elecciones presidenciales que se llevarían a cabo al siguiente mes de noviembre. Cosa que se logró plenamente, a sangre y fuego, garantizando la presidencia del candidato único conservador Laureano Gómez. Algo que no era difícil puesto que los liberales habían decidido, unilateralmente, no presentar candidato de su partido a la presidencia arguyendo falta de garantías. Se basaban en la persecución que les hacia el presidente Ospina y en la muerte de su líder Gaitán. Con este hecho se inició, ya en serio, la “época De la violencia”, que los campesinos bautizaron como “La Vida Mala” (1949-53)

FOTO QUE ILUSTRA EL LIBRO “LO QUE EL CIELO NO PERDONA” DEL PADRE FIDEL BLANDÓN BERRIO

LA CALMA INTERMEDIA Y REGRESO DE URIBE
La hecatombe duro todo el tiempo que estuvo Laureano en la presidencia hasta cuando Rojas Pinilla lo sacó de la presidencia. El general mandó de tal forma que el país regresó paulatinamente a la calma. El General dio amnistía a todos los alzados en armas, perdonó los delitos y aseguró que no haría retaliación contra los que entregaran las armas. Si se comprometían a salir del monte y se portaban bien no les aplicaría cárcel. Lo importante era que el país se apaciguara. Al comienzo salieron los liberales encuadrillados, enguerrillados y enmontados, fueron recelosos y solo los más guapos, al final, todos se sometieron. Solo quedaron dos pequeños reductos en zonas selváticas y alejadas. Como no les pasó nada a los últimos, los siguió el resto, que fueron casi todos, hasta que llegó la paz a los pueblos. Solo unos pocos siguieron en el monte.
Por esa razón los habitantes de Urrao decidieron no olvidar a su líder liberal y se propusieron restablecer la derribada estatua de Rafael Uribe. Debieron recoger las partes que se habían diseminado en distintos sitios. Algunos las habían guardado como recuerdo. Lograron restablecer en su mayoría el monumento. Formaron casi todo el cuerpo. Faltaba una parte importante, la cabeza. Alguien recordó que estaba en Concordia porque esa noche de la destrucción del monumento, los Godos se la habían llevado como trofeo. En Concordia le amarraron una cuerda a la cabeza y le daban patadas al tiempo que le gritaban: “Ya que sos tan guapo, párate”. Se reían y burlaban. La entraron a la tienda del concordiano Teófilo Escobar colocándola en el original. Posteriormente, cierto grupo de conservadores, la llevaron a la plaza de Cisneros de Medellín y también la colocaron con la boca hacia arriba en el piso del baño del café Roma, de Guayaquil.
Después, alguien supo de la reconstrucción y la mandó para Urrao. Se armó la estatua que pusieron, de nuevo, en el centro del parque en 1959. La restauración fue adelantada por el mismo artista que la esculpió por encargo de varios dirigentes liberales.
En tiempos más recientes, con motivo de una remodelación de la plaza, fue puesta a un costado de la misma plaza donde actualmente se encuentra con una placa recordatoria de las fechas de la construcción, de la destrucción y de la restauración. (Continua).