AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 26 de agosto de 2020

 

 

"LO QUE EL CIELO NO PERDONA"

Sacerdote Fidel Antonio Blandón Berrio

(La narración sobre “La Violencia Política” en el occidente de Antioquia)

Capítulo XVIII

¡Loor a las Fuerzas Militares!

Colombia perdió su prestigio en el concierto de las naciones y había despedazado sus propias conquistas en todos los campos. Pueblos, aldeas y caseríos convertidos en ruinas. Millares de hombres vilmente asesinados. En este libro se da una idea de lo que era Colombia en aquella época nefasta y su fin es que, al amparo de nuestras gloriosas Fuerzas Militares, reconozcamos “en el corazón de la infinita amargura de esta etapa siniestra” luchemos sin tregua por corregir tan bárbaros errores. Para que todo aquello de lo que apenas he dado una borrosa idea y que se estaba acabando con nosotros NO VUELVA A OCURRIR.

Desde que se desató la inclemencia, todos los colombianos cifraron su esperanza en las Fuerzas Militares, FF MM. Confiaban en que llegaría un día de libertad en que un hombre daría el grito de libertad de paz y de justicia. Nadie sabía, pero esta fecha sería el 13 de junio de 1953. Ni que ese hombre se llamaría el Teniente General Gustavo Rojas Pinilla.

Las gentes humildes, que se veían obligadas a escoger entre la muerte y la fuga, pusieron sus esperanzas en los Soldados de la patria. Todos clamaban por un golpe militar. La historia de esta hecatombe tiene muchos ejemplos de casos extremos y de vidas que se salvaron por la intervención de los militares. De una circular de las guerrillas de Yacopí al pueblo colombiano, el 1 de agosto de 1952, se saca siguiente testimonio:

“A los miembros de las FF MM (Ejército, Marina y Aviación), que os deis cuenta del momento histórico que vivimos y que comprendáis el anhelo de todos los colombianos para que no sigáis sacrificando valiosas vidas para la patria en aras de un gobierno despótico y antipopular, amparado por un mito de jerarquía, que la razón y la conciencia condenan. Sabemos que en vuestras filas militan hombres de bien. Muchos de los cuales han visto destruir el hogar de sus mayores y salir desterrados a sus seres más queridos del lugar nativo, buscando refugio en las ciudades y una tranquilidad que no encuentran.

Sabemos de vuestras protestas calladas y de vuestra inconformidad. Vosotros aún podéis detener este torrente de sangre y darle paz a nuestra bella Colombia. Teniendo presente que si cumplís con el deber, que la patria os manda, terminará la matanza entre hermanos”.

Casi con idénticas palabras se expresó el jefe de las guerrillas del Suroeste de  Antioquia (Juan de Jesús Franco, llamado el “Capitán Franco”, desde Urrao) en carta al gobernador militar varias veces citada. Le recalca que la guerrilla estaba librando la misma batalla que el Ejército culminó incruentamente el 13 de junio. La prueba de que el aserto de que todos los colombianos tenían puestas sus esperanzas en los militares, fue el júbilo y el alborozo que la patria entera recibió este acontecimiento salvador.

Con la misma confianza con que se había botado a todas las plazas de todas las calles para ofrendar el aplauso multitudinario de su admiración y de su gratitud al egregio mandatario militar que recibió la misión sublime de rescatarla y devolverle la paz.

A través de la historia política de Colombia la lucha entre los dos gloriosas colectividades tradicionales en que se divide la opinión ciudadana se ha convertido casi siempre en la más grosera pugna. Ha sido la endemia, y la gangrena nacional.

Una y muchas veces el Ejército Nacional, por su patriotismo bolivariano y por su alto concepto disciplina, ha sido la única solución de nuestras contiendas políticas internas. A pesar de que también ha habido ocasiones en que uno u otro de los partidos ha logrado corromper el sagrado espíritu militar en beneficio de sus intereses facciosos con perjuicio de la democracia. No ha sido este fenómeno en si una falla de las Fuerzas Militares, sino un crimen de lesa patria, que han cometido unas veces los liberales y otras veces los conservadores.

Este relato largo apenas bosqueja los pocos casos de un pequeño sector del país. Son un testimonio irrefutable los extremos de barbarie criminal a la que llegó la rivalidad entre los partidos. Utilizando el uno y el otro método más antipatrióticas más primitivos y vulgares, para lograr sus fines egoístas y sectarios.

Solapadamente se llegó a la extrema y aviesa intención de querer profanar la disciplina y la moral de nuestras FF MM, poniéndolas al servicio de los intereses politiqueros para su propio beneficio. La conscripción militar se hacía con miras a formar un Ejército parcializado de secta. Dando de baja prominentes oficiales de toda graduación por el hecho único que tenían política distinta a la del partido gobernante.

A otros se les envió con criterios de selección política como carne de cañón al frente de Corea. A cambio de los soldados de nuestras filas militares las Naciones Unidas ONU, dieron a ese gobierno un equipo de armas modernas que se utilizó en nuestra propia patria para la lucha contra ella misma y matar miles y miles de sus propios hijos. Se humilló a oficiales y soldados. Se negaron sus merecidos ascensos y se les desconsideró porque calculaban que no eran adictos a ese nefando gobierno. Ni podían, como hombres honrados y militares dignos, estás de acuerdo con las infamias que por doquier se cometían.

Pero al frente de las Fuerzas Armadas había un hombre digno de ver y de responsabilidad que supo mantenerse a la altura de su misión, preservando el Ejército de la corrupción política y formando en cada soldado una convicción profunda de patriotismo y disciplina. “El Ejército Nacional fue adquiriendo una fisonomía civilista, de absoluta imparcialidad política, que lo ha colocado en una posición de ejemplo ante el mundo entero”. Bajo la inspiración de su comandante General había llegado a ser completamente ajeno a la política. Pero en un momento en que el sectarismo no respetó el noble espíritu militar colombiano y la política reinante emplazó sus baterías contra el ejército.

Este, “que hasta donde había podido se había mantenido al margen de la lucha, se encontró de pronto con una confusa situación espectador y de actor. Espectador del grave proceso, dándose cuenta de que la locura de unos cuantos estaba precipitando una crisis sin precedentes dentro de los valores morales y jurídicos del país. Y actor, porque como guardián de las instituciones, le correspondía defender al gobierno contra los ataques de una fuerza armada (Nota: Se refiere a las guerrillas de autodefensa liberal que se habían fugado al monte para salvar sus vidas de la persecución de los gobiernos conservadores de Ospina Perez y Laureano Gómez) que se iba haciendo cada vez más numerosa”.

Aquí estaba el problema delicadísimo que el Ejército tuvo que afrontar. Pues por disciplina tenía que defender al gobierno, pero el gobierno está violando todos los principios de la constitución nacional. El Ejército y su glorioso comandante se dieron cuenta de su misión trascendental y de su deber de poner coto al desenfreno de salvar la República. Afortunadamente las FF MM tenían respaldo absoluto e irrestricto de las grandes mayorías de la población del país. Y de todas las masas, inclusive el movimiento guerrillero nacional que sólo confiaba en las FF MM  y que estaba librando conscientemente la lucha que ella debía coronar.

El gobierno (conservador)  se dio cuenta y comenzó por halagar y hablar a las Fuerzas Armadas, pero cuando vio que este juego no le daba resultado, optó por decapitarlas y purgarlas poco a poco, hasta llegar a su comandante General. En vano había intentado mucho antes hacer una división en el seno mismo del Ejército. Pero antes que todo, hay que hacer notar, para gloria de las FF MM, que jamás tuvieron ambición de mando, y que sólo buscaba rescatar y salvar la República a sus principios soberanos.

Una y otra vez procuró el gobierno desembarazarse del General Rojas Pinilla, alejándolo del país con infantiles caramelos, para quitarle su influencia en el Ejército. Primero se intentó enviarlo a Guatemala en condiciones degradantes para el Ejército. Y subordinado a políticos de partido para buscarle, luego, un “Tenete allá”. Después se le quiso nombrar Jefe del Estado Mayor Interamericano, en Washington. Y Urdaneta (encargado por Laureano de la presidencia argumentando males de salud), presionado desde los entretelones por el basilisco (Laureano), quiso obligarlo aceptar el nombramiento. Afortunadamente, toda la oficialidad se dio cuenta de la trama eximida sin miras de ninguna clase, todas las FF MM respaldaron, como un solo hombre, a su egregio comandante.

Pero con profundo sentido diplomático y con perspicacia, Rojas Pinilla se dio cuenta de la delicada situación del gobierno y, para evitarle una caída prematura, tuvo la abnegación y el heroísmo de aceptar el puesto en el exterior. Cuando regresó, en 1952 encontró la situación todavía más delicada, y quiso, inclusive, dimitir, lo cual no ocurrió. Y por eso la cobardía de aquel binomio presidencial Gómez/Urdaneta temía por todas partes.

Lo que querían era alejarlo del país. En abril de 1953 se intentó enviarlo a Alemania en misión especial, pero los altos militares, nobles en todo momento, descubrieron la trama de siempre. El ministro de Guerra Bernal, tenía gran interés en que el General saliera para ese viaje. De ahí que, en pleno aeropuerto de Techo y a punto de salir, el militar canceló su viaje, leal y heroicamente presionado por los oficiales bajo su comando. La Asamblea Nacional constituyente de Laureano Gómez y Roberto Urdaneta se reuniría 15 de junio de 1953. (El gobierno tenía interesen reformar la constitución que favoreciera a su gobierno. Supuestamente con el argumento de poder disponer del medio legal de sacar al pueblo de su desgracia. Pero la intención real era la de aumentar la autoridad para arreciar la persecución de la oposición ejercida por el partido liberal).

Pero había un obstáculo grave muy visible: el Teniente General Gustavo Rojas Pinilla. Hombre ecuánime y militar con doloroso de alto prestigio. Su prolongación era el Ejército Nacional en persona. El Ejército había labrado y sostenido la nacionalidad y era defensor neto de la constitución. (El General Rojas estaba enterado de la realidad que acontecía en muchas alejadas provincias de la nación. Sus subalternos, oficiales nombrados de alcaldes militares y muchos Sargentos envidados en comisiones de pacificación a diverso municipios, rendían sus informes periódicos sobre la situación en esos lugares.  Donde se había recrudecido la violencia entre las autoridades oficiales conservadores usando, con mucha frecuencia, la violenta Policía Política, Popol o "Chulavita", y entre los llamados “Bandoleros Liberales” o “Guerrilla” que se defendían de la persecución).

El General era, pues, una influencia reguladora y vigilante de un peligro que el gobierno debía evitar a todo trance. ¿Cómo? ¡Decapitando!. No había sido posible alejar a al jefe del Ejército del país con ningún motivo. Por ello las maniobras de tramoya, que tendrían que aprobar los genuflexos constituyentes, corrían peligro ante la ecuanimidad y honradez del comandante General de las FF MM. Se lo llamaría entonces a calificar servicios, y si en el caso, se le sacaría del medio con algunos jefes políticos, poniendo a un comandante ya aleccionado del lado del gobierno nacional.

Todo era sombrío y negro en los horizontes de la patria, enloquecida, llena de sangre y de muerte. Las perspectivas eran macabras: Se recrudecería la violencia hasta los últimos confines para lograr el triunfo absoluto de la secta gobernante. ¡Colombia sería un cementerio grande, una tierra arrasada, un campo desolado donde las camarillas podrían reinar sin opositores, cantando un triunfo ya anunciado por los siglos de los siglos!

¡Pero el hombre propone y Dios dispone! El 12 de junio se había hecho una procesión al santísimo de reclamos y súplicas fervientes de plegarias y de lágrimas para que salvase la nación. Y el que nos había enviado a Colón y después nos envía Bolívar y redimido en Boyacá, nos tendió su protección divina y soberana. Envió ahora un hombre valiente sin miedo, ecuánime y digno de que abatiera el nombre de la misma Patria y para siempre el basilisco.

Y dejara oír su voz vibrante y firme de paz, de libertad y de justicia: “¡NO MÁS SANGRE. ¡NO MÁS DEPREDACIONES A NOMBRE DE NINGÚN PARTIDO POLÍTICO! ¡NO MÁS RENCILLAS ENTRE HIJOS DE LA MISMA COLOMBIA  INMORTAL!”. (Frases del discurso de posesión del General Rojas Pinilla).

Todo este libro: La barbarie, la masacre, las ruinas y la sangre que se derrama por sus páginas, sólo tiende a mostrar el abismo de odios, de depredaciones y venganzas que nos libró este hombre grande. Este hombre ilustre. Este hombre heroico, emulo de Bolívar y de Córdoba. Tan grande como el andamiaje de los Andes colombianos. Tan noble como el Cid. Tan inmenso como nuestros mares. Tan sublime como nuestros cielos de tul algodonal. Tan valiente como el cóndor de nuestras cimas. Tan diáfano como nuestros ríos libertarios ondulados de epopeya. Como sólo puede serlo él, nuestro glorioso presidente Teniente General Gustavo Rojas Pinilla. Y las nobles Fuerzas Militares de Colombia. Ante quienes, como homenaje de admiración, laudanza y gratitud, en el primer aniversario del 13 de junio de 1953, se arrodilla este libro.

El autor: Sacerdote Fidel Antonio Blandón Berrio. Bogotá 13 junio de 1954.

Nota nuestra: Por causa y razón de este testimonio, terminado de escribir y comenzado a publicar en Julio de 1954, tuvo inicialmente cuatro ediciones por parte de la editorial ARGRA. Ejemplares que ya son patrimonio cultural e histórico de la nación, bajo el seudónimo de Ernesto León Herrera debido a las amenazas proferidas contra el autor. Posteriormente se han hecho varias ediciones adicionales. La última y más completa es la octava edición por Uniediciones en el año 2010. Y ya bajo el nombre propio de su autor como homenaje pos morten a su coraje. 

El sacerdote Fidel A. Blandón B. fue perseguido durante años que lo llevaron a tener que esconderse en diversos sitios alejados y en pequeños poblados. Incluso, en el monte. Utilizando, también, el seudónimo de profesor “Antonio Gutiérrez Berrio”, se dedicaba a fundar pequeños colegios en distintos poblados de Colombia para sobrevivir. Ya que también fue condenado por su propia iglesia y muchos de sus compañeros sacerdotes y hasta obispos. Pueblos y colegios que abandonaba en la medida en que era localizado, amenazado y hasta apresado por las autoridades. O los fanáticos políticos de los gobiernos entre el final de la década de 1940 y la de 1950.

Persecución que lo llevó a largo recorrido de lugares, que en su orden son: Juntas, Santa Rosa de Osos, Dabeiba, Peque, Urama, Medellín, Peque, Medellin, Bogotá, Cúcuta,Villa del Rosario, Pamplona, El Carmen (Santander), Serranía de Bobalí, Motilonia, Bucaramanga, Pailitas (Cesar), El Difícil, Santa Marta, Bogotá, Santa Rosa de Viterbo, Bogotá, El Difícil, Santa Marta, Medellín, Facatativá, Cundinamarca. Donde finalmente falleció el 3 de diciembre de 1981 . 

No sólo es un testimonio del horrible dolor que se vivió, especialmente, en el centro y suroeste de Antioquia, sino de lo que está contado en otros libros, sobre la hecatombe, en gran parte del territorio nacional, en el tiempo de la cruenta violencia política (Tolima, Viejo Caldas, Santander y Valle del Cauca, en especial). Durante todo el contenido de la obra se hacen grandes reconocimientos a la labor de las FF MM durante ese pavoroso período de nuestra historia.

Su capítulo dieciocho y final, es el más explícito reconocimiento a lo que hicieron las FF MM para sacar al país de sus momentos de oscuridad y barbarie, que de no haberse hecho, habrían llevado a la patria a la segura destrucción. (Homenaje literario y documental que ofendió a los partidarios del caudillo Laureano Gómez y por ello la persecución posterior, casi que de por vida, contra el Prelado).

Es aquí donde se pone en evidencia la nobleza del campo militar cuando todo el pueblo está sumergido en la más grande incertidumbre sobre su presente y su futuro. Una de las muchas y graves oportunidades donde nuestros soldados han salvado la nación. Por eso es necesario recordar estos episodios de la historia que nos enseñan mucho sobre cuál es el camino más seguro para nuestras vidas y la felicidad del pueblo colombiano.

En el párrafo final del prólogo de la primera edición, su autor Gonzalo Gutiérrez Gutiérrez, consignó las siguientes palabras, que desde el inicio del libro disgustaron al gobierno nacional. Y a los fanáticos del partido conservador que apoyaron a Laureano Gómez durante el tiempo esos acontecimientos:

“Todo el libro es un elogio a la obra libertadora del Teniente General Gustavo Rojas Pinilla y la campaña de restauración que en un año han librado las gloriosas Fuerzas Militares, sacando a Colombia en la abyección y la barbarie. De esta misma forma queda todo dicho y cumplido mi deber de escribir el prólogo para esta obra”. Bogotá, Julio de 1954.

Recomendamos leer el libro. Este resumen, que de él hemos hecho, es para facilidad de los interesados en no olvidar nuestra real historia. Aunque su versión original cautiva, por lo realista y local, la atención del lector interesado en nuestra suerte. “Una realidad que supera la ficción”, Gabo.

También la demostración de como Colombia es una nación de ciudades que viven aisladas del campo. Hasta el punto que en grandes los cascos urbanos existe un cultural desprecio al agro. A pesar de que su subsistencia depende de lo que en las zonas rurales se produce. Esa rechazo y xenofovismo interno también ha sido fuente de la violencia. Que no terminará hasta que no consolidemos un único y homogéneo pensamiento nacional y patriótico.  

En especial de los mandatarios que por desconocer la realidad han repetido muchas veces los mismos errores en los posteriores 60 años. Durante los cuales  resurgió el terrorismo insurgente y subversivo. Que mezcla la violenta ideología comunista y ahora Socialista, Progresista y Modernista, según los cambios de nombre para camuflarse, para continuar la desgracia. 

Y la causa irrefutable de que no hayamos logrado erradicar la barbarie y el terrorismo. En gran parte estimulados por ideologías que hacen apología de la violencia, la destrucción y el delito como forma de vida. Que desconocen el sentido de la verdadera y valida civilización humana

Es también nuestro deseo que se cumpla el propósito final de su sufrido autor por ser firme a su vocación de servir al ser humano: Para que “NO VUELVA A OCURRIR”.

Coronel Iván González. Medellín, 26 de agosto 2020.

ADVERTENCIA:

Algunas de las imágenes agregadas a continuación, son bastante fuertes y pueden impactar la sensibilidad del lector. No se han incluido en el texto para ponerlas solo al final. Así pueden ser consultadas solo a discreción del lector. Pero son parte de la obra original y una prueba fiel de lo que en ella se cuenta. De tal manera que no hay ningún propósito de morbosidad amarillista o complacencia por impresionar intencionalmente sin necesidad.

Además son la demostración del coraje de los feligreses que tuvieron la entereza de contar la historia. Así puedan afectar a algunas personas delicadas por lo evidentes. Es una explicación no pedida pero indispensable, así como inevitable por ser circunstancial.