AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 9 de mayo de 2018

13. ENTRE LEONES Y RATONES


Necesidad de los soldados profesionales.

13. Alojamiento. En una ocasión llegó a nuestro despacho el Mayor Comandante de la FUTACAL con una inquietud, la de hacer un reconocimiento a su hombres. No era nada especial sino casi que su deber como su Comandante inmediato y el nuestro como superior de la Base Aérea. Consideraba que las precarias condiciones campamentarias en que estaban los soldados deberían mejorarse.

Campamento temporal. Internet.

Sabía que no disponíamos de recurso para construirles un alojamiento estable y mejor que el de sus simples carpas de campaña temporales a la orilla del río que se había convertido en alojamiento permanente. En un lugar más sano al que tenían entre la selva y las vegas del río, húmedo e insalubre debido a la presencia de zancudos y malaria. 

Como pretendía no ser un simple trasmisor de inconvenientes a su superior, sin antes haber hecho el mejor esfuerzo de encontrar solución con sus recursos, se acompañaba de una propuesta factible que corregiría el problema. Así fuese algo simple que no lograra todo lo que debía hacerse por los soldados. Pero estimularía a sus hombres y nos aseguraba que ellos darían más si hacíamos ese pequeño esfuerzo para mejorar su calidad de vida.

La solicitud. Consistía en que les permitiéramos vivir dentro de las instalaciones de Base Aérea haciendo uso apropiado de los recursos y manteniendo un comportamiento adecuado. En especial en lo relacionado con el personal femenino. Debían acomodarse al prudente trato social y comunitario y las formas de vida militar propia de la Fuerza 
Aérea . Inicialmente se pretendía seguir usando las carpas en algún lugar disponible entre las edificaciones. Pero el Mayor pensó que hasta si fuera posible permitirles acomodarse bajo el techo de uno de los corredores exteriores de la vieja casona, que hacía de barraca, habitada por la Infantería de Aviación. El solo hecho de permanecer bajo techo les sería muy favorable.

Tal sugerencia nos causó cierta duda pues estaban por delante las advertencias que nos habían hecho cuando llegamos a asumir el cargo. De mantenerlos alejados de la Base y en general de la Infantería de Aviación de soldados regulares, que no estaba bajo el mando directo del Mayor del Ejército, comandante de la FUTACAL, sino de otro Mayor de la FAC.

Eso podría provocar roces entre tropas y hasta entre los mismos comandantes de los dos destacamentos. De por sí el Mayor Comandante de la Infantería Aérea, inicialmente, nos expresó el temor que sus soldados regulares se contagiaran de los famosos malos hábitos de la FUTACAL. Le explicamos las bondades que podríamos lograr para beneficio de todos, sin dejar de ofrecer que, si las cosas no resultaban, tomaríamos las medidas correctivas y podíamos deshacer el intento.

Los dos oficiales nos aseguraron que podían manejar adecuadamente los impases que se presentaran usando la sinergia que produciría la unión de todos nuestros esfuerzos. Con esa seguridad y la confianza que nos habían demostrado los dos oficiales, con sus cualidades de mando, aceptamos.

El Comandante de la Infantería de Aviación. Para hacer honor al mérito, es necesario evidenciar que las capacidades y los esfuerzos del Mayor de la FAC, Comandante de la Infantería de Aviación, eran similares a los del Mayor Comandante de la FUTACAL.

El componente del Ejército de la FUTACAL dejó sus vegas en el río y se instaló en los corredores externos de la barraca de tropa de aviación. Con ello, quedaban en condiciones de vida similares a los Infantes de Marina, que vivían en el puerto sobre el río Orteguaza y la Infantería de Aviación. Los infantes de marina tenían un alojamiento en tierra firme. Otros en unos planchones flotantes techados. Y permanecían al pie de sus seis artilladas lanchas de combate, dotadas de potentes motores fuera de borda. 

La visita. Después de algún tiempo fuimos a averiguar personalmente como era la nueva situación de los soldados de la FUTACAL bajo su nueva ubicación. Esperábamos, que por el traslado a un mejor lugar de alojamiento, que nos recibirían de buenas maneras. No vimos las expresiones de cordialidad que acostumbra la tropa agradecida con sus comandantes interesados por ayudarlos a corregir sus necesidades. Pero lo entendíamos.

Ellos se habían sentido, por mucho tiempo, demasiado ignorados. Aún guardaban algo de pasados resentimientos contra todo lo que fuese presencia de autoridad. Y en los últimos años las cosas no habían mejorado por lo que se merecían. Además de creerse soldados superiores por ser profesionales, voluntarios, con retribución salarial y permanentes. Todo lo contrario a los soldados regulares del servicio militar, obligatorio, temporal y sin soldada. Entre ellos también se dan las clases sociales que se generan cuando es poco el nivel académico y formativo escolar en la mentalidad humana.

Podíamos justificarlos, en algo, con el hecho de que en la conciencia colectiva de todo el Ejército es tradición pensar que el espíritu militar en la Fuerza Aérea es relajado y bastante “civilista”. Como peyorativamente lo denominan para demostrar su desacuerdo con nuestras costumbres internas de la FAC. Todo porque usamos menos expresiones verbales groseras y las actitudes propias de su rudo espíritu militar tradicional. Lo que para ellos, supuestamente, debe terminar en demostraciones de aprecio del subalterno con su superior. Protocolo que es con frecuencia fingido, porque cae en la simple  exigencia del superior, mas no por sentimiento auténtico del subalterno.

Por eso su actitud era displicente, nos ignoraban, no usaban las obligatorias y habituales cortesías militares. Es su forma de demostrar cierto aire de arrogancia que los haga ver indispensables ante la autoridad. Y para demostrar a sus inevitables superiores, no importaba el grado que tuviesen, que los preferían más bien alejados. Cercanos para lo que necesitaban pero retirados cuando no les eran necesarios. Una actitud rentista y utilitarista, por interés material, que desarrollan las tropas cuando pierden el sentido de pertenencia.

Ignorancias fingidas. Lo que observábamos con claridad pero sin inmutarnos, también fingidamente. Haciendo como que no nos importaba su irreverencia actitudinal. La de ignorar deliberadamente el ceremonial militar cotidiano. Normas tan arraigadas y exigidas dentro de la cultura militar para demostrar el constante, y hasta molesto, reconocimiento de la autoridad. Comportamientos despreciativos que las tropas suelen usar para indicar que desconocen la subordinación debida.  

Nuestro postizo desinterés por el asunto era para hacerles creer, premeditadamente, que tal vez no nos dábamos cuenta de lo que hacían. Y que si ellos habían logrado transmitirnos su mensaje subliminal, no nos importaba. O ya fuese por nuestra pobreza de espíritu, debilidad en la autoridad o hasta temor o recato en reaccionar como precisamente ellos esperaban que sucediera. que en caso de ser exigente les daría derecho para tener otro buen motivo, provocado, para justificar su forma de actuar y demostrar más rechazo.

Idéntico al aire de autosuficiencia, casi que de soberbia, que demuestran los dirigentes sindicalistas que con ello buscan influenciar dudas y presiones sicológicas sobre los directivos empresariales para lograr sus exigencias laborales. Querían que se les viera como si fuesen una agremiación de empleados que podían demandar beneficios. Con una pequeña diferencia, que eran un sindicato armado castigado penalmente por la ley. Todo eso lo toleramos.

El sacro espacio vital. El visitarlos en su lugar de permanencia y ver sus costumbres fue, para ellos, una violación al santuario de su círculo vital. Sentían que se estaban exponiendo a ser supervisados en su intimidad y que de ello podrían surgir reclamaciones que deseaban evitar. Además de procurar minimizar la posibilidad de que se les pidiera su opinión de si estaban satisfechos con las mejoras que habían recibido. Lo que podría usarse como motivo para pedirles más resultados o agradecimientos cual obligación moral del superior de exigir. Preguntas previstas por ellos de incómodas por tener que responder y que piensan que se hacen con intencionalidad cizañosa. Eran precisamente las formas de pensar que buscábamos cambiar. Y vimos que aún faltaba bastante.

Encontramos que sus condiciones de vida habían mejorado significativamente. Si es que así podría llamarse. Porque aun dormían en hamacas que colgaban para pasar la noche entre los estantillos que sostenían el techo del corredor exterior de la barraca de la Infantería de Aviación. Las retiraban en el día para disponer de espacio, preparaban algunos alimentos en pequeñas estufas o reverberos de gasolina y no tenían un depósito donde guardar los equipos, víveres y armamento. Nos pareció que, de todas formas, estaban en condiciones bastante deprimentes.

Una barraca. Por eso le comentamos al Mayor que les propusiera que ellos pusieran la mano de obra y nosotros les podíamos facilitar el terreno y algunos materiales. Además de las herramientas para que construyeran un alojamiento propio de madera. Les prestaríamos las motosierras con el combustible con que podían sacar de la selva la madera requerida. Lo aceptaron y se inició la tarea.

Habíamos previsto un alojamiento aproximado de unos 80 metros cuadrado. Pero después de dos meses habían construido casi el doble. Además de camarotes. Se les dieron colchonetas, material para el techo y un suelocemento. Ellos pusieron también las puntillas y demás materiales. Era de cancel, con buena ventilación y protegidos de las lluvias y los soles que en esa región son fuertes.


Barracón de madera

El cambio de actitud no solo había hecho su ingreso en los suboficiales, que pintaron sus casas, sino en la misma tropa. La moral de combate fue subiendo como la espuma. Estaban tan agradecidos como dispuestos a las operaciones.

La ladrillera.
Mejorar lo logrado. El barracón que construyeron los soldados de la FUTACAL con madera no era suficiente. Era necesario complementarlo con otras facilidades inmediatas. Necesitaban una batería de baños, una cocina donde preparan alimentos  con despensa y comedor, fundamentalmente. Pensamos que debería ser de mejores materiales. Nos estábamos metiendo de maestros constructores por pura necesidad.

Teníamos dos máquinas de hacer bloques y adoquines de cemento. Años anteriores habían producido mucho adoquín de concreto con el que pavimentaron un buen trayecto de la vía principal de la Base. El inconveniente era que resultaba costoso llevar cemento por vía aérea porque por vía fluvial se había vuelto peligroso. Los bandoleros tenían casi bloqueado y dominaban el río.

En un caserío intermedio entre la ciudad de Florencia y la Base Aérea habían asesinado al gobernador del Caquetá.  Tres alcaldes del municipio de Solano, el único casco urbano aledaño a la Base Aérea, y varios concejales. Además de particulares que se habían negado o no habían podido pagar las extorsiones.

Volver a las ideas originales. En la región no se encuentra material duro pues no hay vetas de roca ni aluvión pesado. El disponible está a muchos kilómetros, es costoso, demorado y es complicado transportarlo por río. Era necesario otra alternativa. La solución era producir ladrillos cocidos de arcilla ferrosa, la que abunda en la región. La idea surgió porque, cuando hicimos mantenimiento al aire acondicionado en la oficina, nos dimos cuenta que, para ello, no había sido necesario poner el tradicional chasis de ángulos de hierro para sostenerlo. Las paredes de ladrillo cocido eran tan gruesas que lo sostenían sin el soporte. 

Recordamos que esas dependencias administrativas fueron construidas con razón de la guerra con el Perú y con especificaciones de instalación militar. Un espesor tal que hasta resistía un impacto de artillería. Como no encontraron material rocoso debieron fabricar el ladrillo y produjeron lo que llamamos “piedra artificial”. ¿Cómo lo hicieron? Teníamos que averiguarlo y repetir la historia.

Aprendiendo. El aprendizaje sería empírico. Para ayudarnos visitamos unas ladrilleras en el municipio de Madrid en Cundinamarca. Resultaron de dimensiones industriales no apropiadas para nuestra necesidad. Son hornos de túnel de proceso continuo, bastante largos para producción en gran cantidad. Se introduce un tren de planchones con carretas sobre rieles cargados con ladrillos crudos que se desplazan lentamente y que, sin detenerse, permanece el tiempo necesario para solidificar los ladrillos. Se alimentan con carbón mineral molido por bocas superiores con un mecanismo dosificador en forma constante. Había que buscar algo más artesanal.

En visita a Leticia, la capital el Amazonas, preguntamos por una ladrillera viendo que muchos edificios estaban construidos con ladrillo. En el batallón nos dijeron que allí existía la única ladrillera y justo era propiedad el batallón que producía para la venta.
Nos llamó la atención que un batallón estuviese produciendo ladrillo. El origen fue una solución que en tiempo atrás el Capitán Alvaro Valencia Tovar, actualmente General fallecido, había construido un horno para producir los ladrillos requeridos para construir el aeropuerto. Los ladrillos iniciales habían sido llevados desde Cartagena. Navegando por el Atlántico ingresaban por el río Amazonas hasta Leticia. La misma travesía que a comienzos de siglo hicieron las primeras tropas enviadas para contener la segunda invasión del Perú a Colombia.

Un largo viaje que no justificaba tan descomunal esfuerzo para llevar un material de construcción. Pedimos ver esa maravilla, para nosotros, porque para el batallón era algo militarmente intrascendente. Se veía como una desviación de su misión principal de seguridad fronteriza y soberanía, así fuese una fuente de recursos económicos.

El horno aún funcionaba después de muchos años. Es una instalación grande de magnífico diseño. Era lo que buscábamos. Casi idéntico a los bosquejos imaginativos a mano alzada que habíamos pintado en nuestras libretas diarias de notas. De allí sacamos buenas ideas.

Visto otro horno, casi que completamente derruido en Florencia, también nos ayudó. De cada una de estas visitas teníamos alguna enseñanza. Procederíamos por la vía del ensayo error pero no dejaríamos perder la iniciativa.

Intento fallido. Hicimos sacar arcilla para hacer un ensayo inicial para ver qué sucedía. Unos soldados hicieron unos ladrillos manualmente, se dejaron secar al sol. Se metieron en un hueco en suelo sobre el cual prendimos fuego. Lógicamente que después supimos que de esa manera era imposible lograr algo. El material debía ser de buena calidad. El que escogimos contenía mucha arena, necesitaba maceración, un mejor moldeado, secado a la sombra para que no se agrietara, porque eran arcilla expansiva y, con el calor de esa hoguera, no se lograba petrificar. El intento solo produjo sonrisas chistosas en nuestra presencia y burlas en ausencia.
Pero no nos dábamos por vencidos aunque fuesen reproches personales. Pero que no admitíamos que llegasen a cualquier asomo de irrespeto o deterioro de autoridad. En lo particular podía hacerse pero nunca en lo profesional, sin que generara una acción disciplinaria.

El buen curioso. El desilusionante ensayo fue observado por un soldado de la FUTACAL que no dijo nada. Tal vez por timidez o por evitar ser considerado imprudente por sus compañeros.
Entre los soldados se dan situaciones donde se critican entre ellos cuando se muestran colaboradores con sus superiores. Temen ser calificados de lambones y cepilleros, buscando beneficios individuales. Lo que limita sus buenas intenciones de ser proactivos y mostrar sentido de pertenencia con la institución. Creen que esa no es la forma de lograr el posicionamiento grupal ni el reconocimiento social. Piensa que lo correcto es que, colectiva y culturalmente deben ser opuestos, limitadores y reacios a colaborar con todo lo que sea autoridad. Pensamiento que se debía cambiar.

Pero alguna inquietud le quedó y como supo que no desistíamos, decidió hablar al Mayor Ingeniero del Ejército, su Comandante de su agrupación. Le sugirió que nos comentara que de esa manera no se harían nunca ladrillos. Que él tenía una somera experiencia pues en el municipio de Garzón, Huila, su padre tenía una ladrillera y veía cómo los hacía. Con sus ideas podía ayudar si estábamos dispuestos a aceptar su apoyo, si le facilitamos la ayuda de otros 4 compañeros.
Pues de inmediato le mandamos decir que no solo era bienvenida su contribución sino que lo nombrábamos Director del Proyecto. Que contara con todo nuestro respaldo y colaboración. En el país de los ciegos el tuerto es rey. Dejamos de dirigir el trabajo y le dimos libre albedrío asegurándole que sí tampoco le resultaba no le haríamos ningún reclamo.

El ingeniero ladrillero. Para estimularlo lo exoneramos de sus pesados deberes de patrullaje y combate, junto con sus ayudantes. Con ello dábamos un mensaje indirecto a sus compañeros quienes verían que la iniciativa se recompensaba. Sin importar que fuese considerado de “regalado” (quienes dan más de lo debido o exigido). Término despectivo para descalificar a los colaboradores para mantenerlos dentro del redil de los remisos al buen desempeño. Porque con su actitud colaboradora los hace quedar mal. Y no solo que se valoraba la creatividad en asuntos administrativos, sino que, esa misma doctrina, se extendía a la del combate y las operaciones.
Un cambio de mentalidad fundamental en el objetivo final del CACOM. Había que sacar ventaja a la adversidad y la envidia puede ser usada para romper malos paradigmas y hacer que se pase del comportamiento obstaculizador a la actitud proactiva.

Era necesario complementar con más información de cómo habían producido los ladrillos en 1930.

12. ENTRE LEONES Y RATONES



12. La prueba. Debíamos convencerlos. Sin más recatos les quisimos demostrar que era agua limpia. Para ello nos pusimos de conejillos de laboratorio y, sin contenernos, tomamos varios tragos de una sola vez. Era totalmente inolora y se sentía bastante agradable. Tampoco había indicios de que fuese agua dura. Si hubiese tenido soluciones de sales metálicas o minerales tendría algún mal sabor. Si nos enfermábamos era mala y si no pasaba nada, como así se los aseguramos, era buena. Ante tanta confianza ellos también tomaron. Aseguraron que la sentían agradable y nada malo nos pasó. Después lo comprobó el examen de laboratorio.
El tanque lentamente se fue llenando.  Ante el hallazgo, simplemente, era de esperar que llenara lo que verificamos tres días después.

Los Soldados lo lavaron y nuevamente evacuaron, quedando perfectamente limpio y desinfectado con cloro. Químico que pidieron al fontanero que no creía que los soldados hubiesen sido enviados por el Comandante a pedir ese producto para tratar agua. Él era el único con el sofisticado conocimiento científico para hacer ese trabajo. No habían otras fuentes y era justamente él quien los hacia sufrir de escases.
Se le había acabado la condición de indispensable que usaba para maltratarlos. Al tiempo que ganaba réditos con sus casi que sindicalizados pobladores de Mandalay para actuar en contubernio contra la institución. La que tanto les había dado en su vida. El tanque seguía llenando.

La euforia. Les dijimos a los soldados que tenían que cuidar mucho esa agua porque era exclusivamente para ellos. Los que mucho habían sufrido de falta del líquido. El entusiasmo fue tan pleno que, como no podían bañarse en las duchas, pidieron usarlo como piscina. 

Después de tanta escasez, los atraía poderosamente apreciar esa cantidad de agua transparente, que a pesar de la considerable profundidad podían ver perfectamente el piso de concreto del fondo el tanque. Ante tal alegría los autorizamos. Si la ensuciaban, el agua se renovaría con su ayuda. Pero no fue sino decirlo y ellos se lanzaron como si fuese un baño de inmersión con los uniformes puestos. Llevaron sus otras sucias y sudadas prendas para lavarlas. En la alegría, se enjabonaban y fregaban hasta las ropas sin quitarselas y se sumergían a nadar con ellas para enjuagarlas.

Por supuesto, la muy custodiada y valiosa agua se ensució. No importaba porque se merecían usar esa agua tan limpia y abundante.  No se les había ocurrido que tuviesen tanta agua para ellos solos. Después de días de rebose y desinfección del tanque, el agua volvió a estar limpia y potable. Todos los días se refrescaban el cuerpo. Cuidaban que nadie la ensuciara ni se metían al tanque. Llevaban a la barraca en los baldes para limpiar baños y pisos.

Una solución primitiva, surgida cual si fuese de una excavación arqueológica recuperando una vieja ruina de baños termales romanos por parte de alocados ilusos. Pero satisfactoria por el beneficio que les daría a los soldados. Con ella se solventarían mientras terminaban la nueva planta. También para abastecer el Rancho para cocinar.

Un mes después fuimos nuevamente a mirar cómo estaba funcionando el Rancho y el pequeño tanque, que antes vimos a la entrada, tenía agua muy limpia. Enchapado en baldosín blanco, el agua relucía y tenía un tono azulado de lo transparente que era. Le preguntamos al ranchero si el agua del acueducto estaba llegando así de pura.
Nos informó que no había vuelto a tomar agua del acueducto porque la del “tanque de los soldados”, como así lo llamaron, era más clara y pura que la del acueducto, a pesar de que era natural y sin tratamiento químico. La nueva mentalidad se había comenzado a formar. Otro motivo más, aunque simple, sencillo y primario, para caminar en dirección de la nueva mentalidad que se requería para el futuro CACOM.

La nueva planta. Casi un año después, debido a inconvenientes de transporte de materiales, que era difícil hacer llegar a ese distante, pudimos ver que la nueva planta era de muy buena ingeniería, eficiente y de bastante capacidad de proceso. Los fontaneros debieron ser capacitados, con alguna dificultad debido a su poca preparación técnica y escolaridad, para asimilar procesos más complejos que los simplemente acostumbrados por ellos con su antiguo equipo.
También teníamos inconvenientes con las destrezas profesionales en el recurso humano. Sin embargo, el agua que se comenzó a producir era de excelente calidad y abundante. La razón era que no solo cubriría las necesidades del momento sino las futuras. Las de cuando se fuese conformando el mencionado CACOM.

Los escépticos que habían reído, cuando les comunicamos el objetivo del CACOM ya veían que no había sido nada tan utópico y que las cosas comenzaban a hacerse realidad. Tenían más que buenos motivos para acelerar su cambio de mentalidad, casi que medieval y caduco, por uno más moderno y actualizado a la realidad nacional.

La celebración. Pensamos que ameritaba una celebración interna y alistamos una sencilla ceremonia con desfile de soldados, quienes más tenían motivos de entusiasmo, con bombos y platillos. Además de la rigurosa e indispensable bendición del capellán. Como esa obra fue ejecutada directamente desde Bogotá, invitamos al General Director de Instalaciones para que presidiera la ceremonia.

Nos anunció que no solo asistirá él, como responsable del proyecto, sino que habiendo comunicado la culminación del trabajo al General Comandante de la Fuerza Aérea, había manifestado su intención de asistir personalmente. Y no solo eso sino que, a su vez, él había compartido el suceso con el Ministro de Defensa del momento, el Doctor Esguerra y, ambos, estarían en el acto al día siguiente. Gran sorpresa.

Nos fue evidente que eso no era algo que ellos habían improvisado debido al alto cargo y compromisos del ministro. Luego, el acto fue guardado intencionalmente en reserva con el solo propósito de sorprendernos gratamente con sus presencias. Nos daba poco tiempo para hacer mejores preparativos de los que teníamos previstos. Pero limpiamos y organizamos lo que pudimos para dar buena impresión en demostración de nuestro sentido agradecimiento.

Así fue, al otro día estaba aterrizando el avión con los importantes personajes. Por supuesto que estábamos complacidos con su presencia y que fuese realidad, no solo por su alto nivel sino por haber logrado una meta que nos parecía difícil de alcanzar.

Nueva planta de tratamiento

Una pregunta. Cuando el Comandante FAC descendido del avión, junto con el ministro, en una plataforma provisional en piso de tierra que habíamos construido por razones de la obra de pavimentación de la pista, alcanzó a ver las casas de los suboficiales. Las que estaban con los ya mencionados colores brillantes, fuertes y casi que fosforescentes, como las habían pintado sus moradores, lo que le llamó la atención.

De inmediato quiso saber si esas eran casas de la Unidad. Así se lo confirmamos y ante tal situación nos preguntó si nosotros las habíamos pintado de esa forma. Lo ratificamos haciéndole la aclaración de que habían sido ellos mismos, los suboficiales, por su iniciativa. Que ante su ofrecimiento y actitud colaboradora nosotros los habíamos autorizado.

Ante la pregunta pensamos, de inmediato, que expresaría su desaprobación porque habíamos roto el tradicional esquema militar. Fue todo lo contrario, pues dijo espontáneamente: Se ven diferentes y la Base está muy bonita. Dimos las gracias por el cumplido tan valioso por parte del Comandante.

Así desapareció de inmediato nuestra inquietud que nos había surgido cuando hizo la pregunta. La que pudiese ser, con razón, para una descalificación severa, como las que el acostumbraba. Y partimos para el acto programado. Luego nos dijo que hacía muchos años que él no visitaba la Base Aérea y recordaba poco de ella. Lo que había sido cuando tenía el grado de Teniente, unos treinta años atrás y que estaba complacido de volver.

El inconforme. Claro que el General Director de Instalaciones, que lo acompañaba, no se aguantó y nos dijo que, de todas formas, esos colores no eran reglamentarios. Lo que nosotros también sabíamos. Pero él no lo veía desde el punto de vista del lugar, sino del ortodoxo nivel central, ignorando las circunstancias locales y provinciales, que eran diferentes.
Quería dejar sentado que existía un dogmatismo que él protegía y que por ello no había participado en esa determinación. Explicación subliminal no pedida pero que consideró necesaria para cuidar su prestigio profesional ante el Comandante máximo. Su celo profesional por cuidar su prestigio lo hizo pensar que lo habíamos expuesto a demérito, aunque no había motivo para pensarlo. Ante tal circunstancias no había sino que callar. Lo antes dicho por el Comandante lo había aprobó todo.

El acto. Se efectuó el acto según lo previsto en la misma planta de agua funcionando, que relucía con un impecable color blanco y sus válvulas pintadas de azul brillante. Como engalanada para una ceremonia de gran lujo. Se podía ver el agua entrante barrosa proveniente del río y la trasparente saliente después del proceso alimentado el acueducto. Permanecieron los visitantes poco tiempo en la unidad debido a sus altos deberes oficiales. Tanto ellos como nosotros quedamos más que satisfechos con sentimientos del deber cumplido.

Un caso vacuno.
El matarife. Debido a la distancia del resto del país y el aislamiento, era necesario improvisar con cierto ingenio soluciones a situaciones imprevistas para las cuales no se disponía de los recursos necesarios ni la facilidad para conseguirlos con la oportunidad que las circunstancias lo requerían.

Una de las tareas rutinarias consistía en que los días sábados se sacrificaba una o dos reses para el abastecimiento del personal de la unidad bajo un cobertizo sencillo de techo de lámina de zinc al que solíamos llamar "El Matadero".
En esta labor se desempeñaba cual matarife y carnicero empírico, pero de muy buena voluntad, uno de los empleados al cual llamamos amistosamente "Pistolero". Por su actitud colaboradora y siempre dispuesta a servir. Era muy apreciado dentro la comunidad.

Las personas interesadas en comprar carne para la semana hacían fila mientras observaban esa labor. Tenían que madrugar y esperar antes de que se agotara el producto. 

Como a las nueve de la mañana, se nos aproximó el empleado encargado de manejar la finca de ganado de la unidad, llamada “La Remonta”, para informarnos que uno de los dos toros reproductores, que eran unos bonitos ejemplares de raza pura adquiridos en el Fondo Ganadero del Caquetá, había muerto, a pesar de las muchas medidas que había tomado cuando días antes comenzó a mostrar síntomas de enfermedad. El empleado se encontraba preocupado porque pensaba que se le acusaría de alguna culpa, ya fuera por acción o por omisión, en la muerte del valioso ejemplar.

Tratamos de indagar el motivo. Nos causó una cierta intriga la muerte sin ninguna explicación aparente. El empleado contó que no había visto que tuviese fiebre ni ninguna lesión o cualquier otro síntoma del mal funcionamiento orgánico. Sólo que el día anterior había observado que el toro se mostraba agitado en la respiración y había vomitado parte de la materia digerida siendo de un color oscuro anormal que parecían ser sangre necrotizada.

El veterinario forense. Se nos ocurrió que sería conveniente tomar alguna acción más a fondo para investigar las causas. No sólo para evitar muertes posteriores de ganado sino tener algún motivo que explicara la muerte. Para eso era necesario efectuar una necropsia para hacer una inspección de los órganos internos.

Como la persona más hábil para estos procedimientos era el mismo matarife, le pedimos que tan pronto terminará sus tareas de carnicero se fuera al potrero e hiciera una disección completa del cadáver del animal. Lo abriría en dos partes teniendo cuidado de no dañar los órganos internos. Y aunque este empleado no tenía ninguna educación en biología le sugerí que observara con cuidado el estado de todos los órganos para ver si encontraba algo diferente a lo que él habitualmente veía en el despresamiento de las reses para el consumo interno. Nosotros también queríamos ver el estado en que se encontraban.

Se nos hizo que dicha acción podía ser más que ridícula puesto que nuestra preparación era muy poca para intentar algún diagnóstico forense. Solamente recordábamos cosas muy elementales de las lecciones sobre anatomía y biología que habíamos aprendido hacía años, cuando fuimos jovenzuelos de colegio secundario.

Entonces se nos vino a la cabeza que quien más podía saber al respecto era el Teniente médico principal que prestaba servicios en nuestro hospital local. Así que también le solicitamos que nos ayudara en dicha tarea y nos dieran su opinión.

El médico reactivo. La reacción de este profesional fue de inmediato rechazo con la colaboración que le pedíamos. Argumentó que él era un profesional de la medicina humana y que no tenía, no sólo ningún conocimiento al respecto sino que no estaba en condiciones de dar una opinión sobre campos que eran propios de la veterinaria.

Se nos hizo evidente que lo habían asaltado los celos profesionales y algo de xenofobia entre dos ramos de la ciencia por simple vanidad. Que aunque con alguna similitud en lo científico parecían disputar el prestigio en cada una de sus áreas. Fue tan inapropiado su comportamiento que aunque tuvimos la intención de recurrir al uso de la autoridad, decidimos que lo mejor era no llevarlo al campo profesional para evitar que se afirmará más en su rabiosa actitud.

Él consideraba nuestra solicitud un atrevimiento de nuestra parte y por ello dejamos el asunto más bien casi que en el campo personal. Fue más que evidente que si dentro de los militares y los pilotos existe una habitual pedantería injustificada, como ya los hemos expresado al comienzo de este relato, también se da en otras actividades.
Siendo una de ellas la de la medicina. Debido al valioso servicio que esa profesión presta al bienestar de la humanidad, bastantes médicos, en especial los jóvenes, son dados a considerase personas especiales, merecedores de tratos exclusivos, hastas el punto que pueden darse el lujo de ser casi que hasta altaneros con sus superiores.

Le dimos las gracias y le dijimos que no era necesario entonces que colaborara en esa actividad y que podía estar tranquilo. Con ello buscamos desprevenirlo y amortiguar su reflejo opositor y negativo. Sin embargo, le solicitamos, nuevamente, que cuando requiriésemos sus servicios lo mandaríamos llamar para que fuese a donde nos encontráramos. No para que cumpliera con la actividad que le habíamos ordenado sino simplemente para que escuchara la conclusión a la que llegaríamos a pesar de nuestros mínimos y primitivos conocimientos en el tema. Así fuese para tener que aceptar que no habíamos logrado nada pero que con humildad lo admitiríamos.

Ejemplar similar

La observación. Así se hizo. Aproximadamente a las 11:30 de la mañana se nos comunicó que no solo el cadáver estaba a nuestra disposición, como lo habíamos ordenado, sino que también se había encontrado la causa de su muerte.
Se nos hizo muy extraño que el administrador de la finca y el carnicero ya tuviesen un diagnóstico tan definido como para atreverse a dar una causa específica. Pedimos que no se nos dijera puesto que esperábamos llegar por nuestros propios medios a una conclusión la cual confrontaríamos con la de ellos.

Observando los órganos del mediastino y él intestino sólo pudimos ver que había una ligera presencia de sangre necrotizada en el diafragma, que también impregnaba las paredes de la cavidad torácica. También en la cavidad intestinal aunque en menor cantidad. Dedujimos, entonces, que el animal había sufrido una hemorragia interna pero no sabíamos el motivo. 

Preguntamos al matarife si había observado algún trauma, musculatura macerada, huesos rotos o alguna perforación en la piel que indicara que de pronto hubiese recibido un disparo de arma. Eso podría ser posible debido a la presencia de insurgentes en el área que, según nuestras pesquisas de inteligencia, indicaban que en ocasiones se aproximaban bastante al perímetro de la unidad. Las respuestas fueron totalmente negativas.

Al administrador de la finca le preguntamos si acaso se había presentado alguna pelea entre los toros o alguno de ellos había sufrido una caída o se había rodado en los potreros recibiendo también respuestas negativas. Otra alternativa podría ser que hubiese sido atacado con puñal o que uno de los soldados de guardia hubiese tenido un accidente con el arma impactando el animal. Pero ninguno de estos incidentes fue ni estaba reportado en las novedades de guardia. Ni el administrador había escuchado ninguna detonación de arma por eso días ya que vivía en la casa de la finca.

El caso era bastante extraño. Sólo se nos ocurría que hubiese sufrido alguna aneurisma u obstrucción arterial que hubiese causado rotura y hemorragia, pero no tenía forma de comprobar tales dudas. No tuvimos más alternativa que confesar nuestra incapacidad a los presentes. 

Y mandamos llamar al médico, como le había advertido. En ese momento el administrador nos dijo que miráramos con más cuidado todos los órganos que de pronto podía encontrar alguna anormalidad. Y acogiendo su sugerencia comenzamos a observar la disección desde el cuello hacia el estómago pasando por el corazón.

Los descubrimientos. Pudimos ver que aunque habíamos pedido que no se interviniera ninguno de los órganos éste había sido abierto. Como las dos partes estaban juntas no había visto que este había sido cortado en toda su extensión en dos partes. Que separándolas se podía ver la cavidad interna del ventrículo izquierdo. Sospechamos que por alguna razón no se había tenido en cuenta la instrucción de dejar intactos los órganos. También captamos que el pericardio mostraba una pequeña llaga que era totalmente anormal.
Corazón abierto

Entonces aproximándonos también apareció otra laceración en la pared interna del ventrículo coincidente con la externa y otra menor en la pared interna opuesta a la mencionada. Supusimos que el animal tenía que haber sido lanceado con un instrumento cortopunzantes demasiado delgado como para que penetrara la piel por el costado hacia el corazón sin que pudiese ser detectada una herida externa. Buscamos esa lesión pero fue imposible encontrarla.

Entonces supusimos en forma muy anormal, especulativa y demasiado imaginaria, que el corazón había sido infectado por algún organismo que lo había perforado y así se lo hicimos saber a los dos empleados. Pero no podíamos asegurarlo porque eso estaba por fuera de nuestros conocimientos.
Entonces, un poco sonriente, el matarife se nos aproximó y nos dijo que él tenía ese organismo en la mano mostrándonos un delgado alambre de metal, del que se usa para amarrar las varillas de acero en las construcciones de concreto reforzado, de aproximadamente 20 cm de longitud y algo oxidado.

Le dijimos que eso no podía ser puesto que no había ninguna posibilidad de que fuese el causante y menos sin una lesión externa por donde hubiese ingresado. Ambos nos dijeron que cuando ellos llegaron al corazón también observaron la misma llaga que yo había captado y que sin ninguna precaución habían abierto el corazón de un solo tajo para mirar cómo estaba por dentro. En ese momento sintió que el filo del cuchillo rosó contra algo sólido que parecía ser metálico.
Encontraron clavado y atravesando el ventrículo de lado a lado, apoyándose en ambas paredes de la cavidad, él mencionado alambre. Aunque eso era imposible para nosotros debíamos dar credibilidad a lo que ellos decían.

La vía de ingreso. Entonces, antes de que llegase el médico, que por alguna razón parecía tardarse más de lo previsto, decidimos que, de cualquier manera, teníamos que encontrar la forma como este objeto extraño había llegado al corazón. La única alternativa, sin causar lesiones externas era que hubiese sido ingerido. Pero también seguía siendo muy improbable que llegase al corazón. Debía haber seguido la vía digestiva donde debió haber causado daños intestinales o haber sido arrojado por el efecto peristáltico. Más, viendo la sangre hemorrágica pudimos ver entonces que en el diafragma también había otro orificio más grande que el del corazón y éste a su vez coincidía con otro mayor en la pared del estómago.

A través de esta última se podía ver la materia vegetal digestiva masticada e impregnada de mucha sangre. Nos quedó claro que el alambre había sido tragado mientras el animal pastaba en los potreros.
Los que se encontraban contaminados de basuras que habían sido arrojadas desde hacía años. Y donde se ejecutaban las obras de pavimentación. En ella se usaba alambre de amarrar en la construcción de los emparrillados de las losas con varillas de acero estructural.

El alambre, entonces, se había incrustado en la pared del estómago y por la compresión, la había perforado llegando al diafragma. El cual también fue abierto debido a los movimientos cíclicos de la respiración. De esa forma avanzó al corazón que, con sus palpitaciones, hizo que el filoso elemento fuese perforando la pared muscular.
En esta acción debieron contribuir mucho los espasmos que sufría el animal cuando vomitaba tratando de arrojar la sangre y el elemento extraño.

Las perforaciones produjeron una vía hemorrágica que, partiendo desde el mismo corazón, llegaba al sistema digestivo, no solo desangrando al animal sino ocasionando los vómitos.

El médico. Para ese instante llegó el médico al cual le recomendamos que, tal como le habíamos dicho, no hiciera ningún diagnóstico ni observación al respecto. Que solo se limitara a escuchar lo que le íbamos a explicar.

Le dijimos que tanto el matarife como el vaquero, con su poca educación y sus primarios conocimientos habían encontrado con facilidad la causa de la muerte del animal. Motivo que le había parecido un despropósito cuando le solicitamos su colaboración. En forma rápida, simple y corta, le explicamos lo sucedido y el hallazgo logrado.

En forma un poco sarcástica le pedimos que siguiera dedicando a sus refinados conocimientos de medicina humana para el bien de todos los habitantes de la Unidad Militar y que no tuviese ninguna preocupación por el incómodo impase que le habíamos hecho pasar.
En adelante no se le pediría un favor por fuera de las exclusivas y refinadas funciones profesionales que él tenía a su cargo. Las mismas razones por las cuales había argumentado no tener el deber de participar en lo solicitado.

La diplomática lección. Se veía que el profesional se encontraba bastante incómodo. Pero como ya le habíamos hecho la advertencia de limitarse a apreciar, le dijimos que su servicio, en este caso, había terminado. Se podía retirar para nosotros terminar el procedimiento de disponer del cadáver. Que era suficiente con su asistencia. Así lo hizo en silencio y con notoria evidencia de encontrarse bastante avergonzado.

Había sido herido su orgullo y su megalomanía injustificada. Fue más que suficiente la sanción moral antes que la reglamentaria, que bien se mereció. Por haber desconocido nuestra autoridad, en público, para darse ínfulas de superioridad y equivocada firmeza de carácter ante un superior. Debía darse por bien servido que lo que se le acaba de decir, solo había sido ante dos sencillos empleados. Mientras que el había actuado ante el bastante público. Los  que estaban esperando comprar la carne de la semana en el matadero.

También sabía el oficial que, quizás pensó, erradamente, que sería más profesional, en su área científica, si negaba el acatamiento de sus deberes en el campo militar. O si aceptaba, con ello se estaba exponiendo a la descalificación social en su medicina humana.

La réplica indirecta. Los muchos asistentes que se encontraban en el matadero cuando le pedimos el favor, se enteraron de su negativa desprestigiando y poniendo en ridículo nuestra autoridad, por el momento.
A cambio nosotros estábamos haciéndole esas apreciaciones sólo delante de los dos empleados a los cuales, premeditadamente, no les dimos la orden de que dejasen en secreto y sin comentar a nadie las ideas que le acabábamos de poner en evidencia al médico.

Pero también sabíamos que como también habíamos estimulado su orgullo personal de trabajadores sencillos, evidenciando al atrevido y arrogante galeno, comparando su destreza empírica delante de una persona con demasiada ilustración academia, les sería imposible el no comentarlo. Para nosotros era claro que por esa falta de precaución todos los habitantes de la Base Aérea se enterarían del percance sin pedir que se difundiera.

Pero no con abuso de autoridad, apabullándolo delante de un público, como él se atrevió y lo hizo con nosotros, sino por boca de otros. A los cuales no los inducíamos a hacerlo, más si era evidente e inevitable que lo divulgaran. Como así lo fue.
Posteriormente, se veía al mencionado oficial en actitud bastante afligida. Nunca se imaginó que fuese a ser víctima de sus propios actos. Más que una sanción disciplinaria severa recibió una lección moral de conciencia para que la aprendiera de por vida. Que es más castigadora que las reprimendas profesionales. Ya esa lección le sería de constante hostilidad de conciencia. Además del desprestigio profesional, la descalificación social y la pérdida de la respetabilidad grupal. Más que suficiente para corregir su imprudente actitud.

Lo que sí no nos queda duda es que el médico en lugar de aportar en este caso un poco de su sabiduría, recibió una contundente lección de subordinación, moral profesional y buena actitud con la comunidad. Resultado más que suficiente, resarcidora y justificable.

Nos habíamos atrevido a actuar en una campo en el que teníamos mucha factibilidad de fracasar, por ser de algo  muy lejos de nuestro saber. El oficial médico continuó en el servicio a la institución aportando sus idoneidades profesionales con mucho éxito militar y médico.

En esas circunstancias era necesario recurrir a cualquier procedimiento con el fin de encontrar solución a los problemas corrientes y cotidianos a pesar de nuestra falta de idoneidad para acometerlos. La situación nos obligaba de manera inevitable. No importaba que fuesen del campo veterinario, médico, de vuelo o militar. Aunque pudiésemos volar aviones teníamos que poner a volar la imaginación.

El registro. Tomamos fotografías debido a lo extraordinario del suceso y enviamos copias de ellas al rector de la Universidad Nacional, que en ese tiempo era Antanas Mocuss, con una nota donde lo enterábamos del asunto y con el fin de que fuese usada como lección en su facultad de veterinaria. No supimos si recibió el correo pues no tuvimos respuesta. Pero quedamos satisfechos con haber intentado algo de algún valor académico y militar.

11. ENTRE LEONES Y RATONES



11. Lo que no controlaban. De todas maneras insistimos y le dijimos que algunas cosas cambiaban y aceptó saber cuáles. Le comentamos que en nuestro ambiente era muy importante considerar los cambios bruscos de la humedad relativa del aire, la sorpresiva pluviosidad, combinada con la caprichosa nubosidad. Los cambios repentinos de luz solar y de la temperatura. Que aunque parecía que serían constantes en el día variaban de repente. Podía estar haciendo un fuerte sol y calor. Luego, rápidamente, se oscurecía y podía llover. Cambiaba la presión atmosférica, aumentaba la humedad y luego llegaba un fuerte viento frío seco. Sus tablas eran de regiones donde el clima era relativamente estable y predecible en sus parámetros. Solían consultar predicciones del clima creyendo que serían confiable. Ignorando que estamos en la Zona de Confluencia Intertropical, como se denomina, donde el clima es caprichoso. Era la naturaleza selvática que aun el hombre no ha dominado y por eso debe adaptarse a ella así le parezca ilógico.

Además, ellos cubrían con la carpa el concreto. Pero era necesario también tener en cuenta y controlar, con métodos similares, la temperatura y la humedad del “suelocemento” que ellos habían hecho y sobre el cual vaciaban el concreto. Esa parte no era protegida del sol, como si lo hacían con el concreto fresco, y cuando derramaban la mezcla de cemento sobre el suelo cemento, normalmente, estaba muy caliente y seco. Eran cuidadosos en cuanto al fraguado pero no en las condiciones previas.
Cuidaban de que esa superficie estuviese apropiadamente húmeda para la nivelación y compactado preparatorio, mas no antes de verter el concreto. Este suelo aún conservaba bastante de las características de la arcilla expansiva del piso natural con que se hacía, a pesar de agregarle cal.

Por ello se aceleraba mucho el fraguado del concreto que estaba en contacto. Le transmitía calor y le robaba el agua rápidamente al concreto por la cara inferior mientras que la superior, controlada por ellos, lo hacía de manera progresiva. Esa diferencia hacía que la fractura fuese impredecible. Ya que se generaba de abajo hacia arriba y no al contrario, como ellos creían que sucedería con su corte de iniciación. por eso aparecía en la superficie en direcciones muy distintas a los del corte.

Para lograr dominar el asunto debían cortar más profundo y rápido. Antes del tiempo, la densidad y la temperatura de la mezcla que las indicadas en sus complejas tablas y curvas de ingeniería calculadas en otras latitudes. Cuando ellos cortaban ya se habían producido fisuras internas en la cara baja en contacto con la rasante de arcilla. Había una gran diferencia con la parte alta y esas grietas terminaban surgiendo en la superficie en otras direcciones a la de sus cortes.

Eran losas de espesor suficiente para desfigurar las previsiones. Median los parámetros superiores durante el fraguado pero los inferiores eran bastante diferentes. Grietas que no se podían ver porque eran internas y se producían de abajo hacia arriba. Por ello no se guiaban por la trayectoria horizontal ni vertical del corte que ellos hacían con la esperanza de que se propagaran al contrario con precisión. El efecto de rotura por el fusible les era totalmente caprichoso porque el interno se les anticipaba.

Las varillas conectoras. Además que las dovelas no estaban quedando flotantes el concreto cuando endurecía. Son varillas de acero gruesas que se colocan entre las losas a media profundidad para mantenerlas alineadas  después de producida la fisura provocada con el corte. Tampoco no les dejaban tolerancias en sus extremos para que absorbiera la dilatación diferencial entre el acero y el concreto. Eso hacía que ellas mismas transfirieran fuerzas de empuje y tracción que iniciaba las fisuras antes de efectuado el corte. Debían permanecer libres y flotantes para que no transmitieran fuerzas entre las losas durante el fraguado. Ese descuido también era bastante contribuyente y era evidente porque muchas de las fisuras indeseables eran paralelas al corte y coincidentes con el extremo de la fila de dovelas.
Dovelas sobresaliendo del concreto. Internet.

Los argumentos no lo convencieron mucho. Bastante razonable puesto que no nos veían como ingenieros sino como simples militares colombianos que si mucho sabíamos algo del clima y combates, pero no del comportamiento del concreto.
Luego supimos, por medio de los obreros, que había cambio los procedimientos y con ello fue suficiente, porque no les volvimos a ver la pesada carpa ni las bombas fumigadoras de antisolar ni los técnicos y complejos equipos de inyección de adherente catalizado. Habían superado el inconveniente aunque no dijeron nada de cómo lo lograron. Quizás por razones de su cultural arrogancia. Que presume siempre y de antemano que somos especie que aunque humana de calidad inferior. Cosas del aún existente colonialismo septentrional con el meridional.

El empradizado. Otra urgencia era la de empradizar las bermas de la pista. Las abundantes lluvias lavaban la arcilla y creaban canalones en el talud arriesgando la futura estabilidad de las placas de concreto por socavación. Como el material de grava que se aspiraba del río y se clasificaba, era escaso y costoso, lo único abundante era la arena sobrante muy delgada y liviana que no era útil para ese fin . Era muy liviana y el agua la arrastraba con facilidad. Por ello decidieron usar el empradizado para contener la erosión.

La técnica escogida fue la de cubrir el suelo con sacos llenos de tierra negra fértil para sembrar el prado, porque la arcilla roja es estéril, al tiempo que evitaba, en parte, el arrastre de la escorrentía. Funcionaba bien en cuanto a lo primero y se espera que también en lo segundo.
Luego, cuando el suelo estaba húmedo, sembraban las semillas esparciéndolas al voleo. Esperaban que germinaran y se propagara el prado. Se nos hizo raro que eso parecía que no les funcionaba. Algo podía estar sucediendo.

Solíamos caminar a lo largo del tramo ya pavimentado de la pista en tardes de paseo, cuando la temperatura había bajado. Por casualidad descubrimos la razón que impedía que fructificara la siembra.

Casi en la última hora de luz, observamos una larga y perfecta fila, en diagonal, de pequeñas tórtolas que avanzaban ordenadamente cual rastreadoras militares de un campo minado, picoteando cuantas semillas encontraban. Eran tantas y actuaban de manera tan organizada que no quedaba ninguna. Cubrían un largo tramo rápidamente deshaciendo lo que los sembradores habían hecho en el dia.

Se lo comentamos al extranjero quien se extrañó que no se lo hubiésemos dicho antes. Le explicamos que solo hasta ese día nos habíamos dado cuenta del asunto y eso solo por casualidad. Que no pensara que se lo estuviésemos ocultando.

Lo que no le dijimos era que ellos no las habían observado porque solían trabajar desde muy temprano en jornada continua y terminaban temprano en la hora de la tarde, cuando era el momento más caluroso para descansar. Nosotros hacíamos lo mismo. pero, alargábamos algo más la jornada laboral, cuando el sol estaba próximo a ocultarse salíamos a hacer inspecciones adicionales. Diferencias de criterios. Para ellos los asuntos profesionales eran cosas de empleados por remuneración y para nosotros de patriotismo. 

Que las aves no lo hacían en la mañana porque estaban en la selva y con su presencia en la obra las espantaban. Cuando ellos abandonaban el lugar, ellas se apoderaban del área y hacían su trabajo. Les habían aprendido su rutina. En cambio, nosotros, teníamos que estar activos y disponibles las veinticuatro horas del día.

Hasta para cosas simples hay que considerar la naturaleza del lugar que ellos no habían estudiado. No supimos si corrigieron el problema pero si los dejamos perfectamente enterados y sorprendidos.

Volvamos al agua.
El desengaño. Habíamos logrado ya mucho solucionando la primera parte. La de secar la mitad de la pista sin pavimentar. El inconveniente de la falta de firmeza de la pista. Asunto que no era preocupación para los ingenieros porque aún no habían llegado con su trabajo de concreto a ese sector pero si para nosotros que la necesitábamos para el abastecimiento aéreo.

Faltaba la segunda. No encontramos los depósitos de agua porque, simplemente, cuando los canales llegaban a un terreno más llano retirado, donde la fuerza del agua no socavara los taludes de la pista, terminaban donde se iniciaba la selva

Ante tanta frustración a alguien se le ocurrió que en el pueblito de Mandalay debían existir personas de edad que tuviesen alguna idea al respecto. Sería útil cualquier cosa que pudiese recordar donde eran las fuentes antiguas de agua. Con tan buena suerte que aún vivía la persona más indicada.

El fontanero jubilado. Un pensionado que había sido fontanero y que se quedó a vivir en el pequeño caserío. Aún más, él había aprendido el arte de su padre que también había sido fontanero y cuando se jubiló le había heredado el cargo. Por eso disponía con los conocimientos que le había enseñado su padre. Con dos generaciones podríamos saber bastante.

Dijo que el poblado actual de Mandalay no había sido siempre en ese lugar. Inicialmente era exactamente como a un kilómetro al sur de la parte central de la actual pista de aterrizaje. Justo sobre un camino, ya en malas condiciones, por donde solíamos sacar material de aluvión delgado de una cantera que estaba entre la selva para llenar los huecos de la pista. Terreno un poco más bajo de la pista y aledaño a donde conducían los canales.

Allí se habían construido los campamentos de quienes desmontaron el área en la década de 1930. Con el tiempo se hizo un poblado. Por su ubicación, inconvenientes de acceso y cuando luego ya se dispuso de red eléctrica y acueducto de aguas tratadas en la Base aérea, fue abandonado y trasladaron las casas al interior de la unidad militar. El actual Mandalay. Allá los moradores se abastecían de pozos artesianos.

El pozo. El sitio ya estaba nuevamente cubierto de selva. Con la ayuda de los Soldados, los buscamos bajo la vegetación de grandes árboles y encontramos uno. Estaba dentro de unas ruinas casi totalmente desaparecidas de lo que había sido una casa. Se identificó perfectamente porque el brocal, como de unos 40 centímetros de alto sobre el terreno, estaba en perfecto estado. Las paredes circulares habían sido recubiertas con ladrillo.

Todo, en ese tiempo y lugar, se hacía de ladrillo cocido. Interiormente no había sido invadido por la vegetación y podía verse el espejo de agua del fondo completamente limpia. Pero su ubicación, distancia no era aprovechable. Se requería mucho bombeo para hacerla llegar. De seguro había más pozos y los reservorios utilizables para los soldados seguían sin descubrir.


Pozo encofrado en ladrillo cocido.

Otra alternativa. Recurrimos al mismo personaje. Reflexionando, recordó que cuando niño su padre solía llevarlo a su trabajo a un lugar donde creía que extraía agua. Era en el costado norte de la pista y entre esta y la calle central de la Base. En ese lugar, su padre, solía desarrollar algunas actividades que no recordaba con claridad. La calle tiene un hundimiento en ese lugar, que llaman La Batea o La Hamaca. Hay un pequeño puente por donde pasan las aguas lluvias acumuladas en las cunetas de ese costado de la pista y que no habíamos notado.

Con la obstrucción del puente por la maleza, las aguas se recogieron formando una pavorosa ciénaga. Sitio al que le teníamos desafecto pues era un criadero de zancudos transmisores de paludismo y un peligro para las personas. Habíamos pensado con frecuencia desaguar ese pantano por su inconveniencia. A su lado y un poco más alto estaba el alojamiento de tropas, el que tanto sufría por falta de agua.

Pues había que hacer lo mismo que se hizo con las aguas que hacían falsear la pista y detener la operación aérea. Hacer que el agua no se estancara. Teníamos que construir un canal de drenaje desde la orilla del río. Pasar por debajo del puente de la vía, cruce que estaba casi que totalmente colapsado de barro y malezas. Y llegar hasta el pie del talud de la pista donde estaba el lago de aguas estancadas.

La obra se inició con la valiosa ayuda de los soldados. La motivación para trabajar era la de encontrar agua para solventar sus necesidades mientras se construía la nueva planta de tratamiento.

El pantano. Ellos pusieron un gran esfuerzo que después de unos días comenzó a tener resultados. Excavando de la orilla del río hacia arriba, en la medida en que se aproximaban al lago, comenzó a salir un grueso chorro. Durante algunos días debimos detener el trabajo en espera de que bajara el nivel porque la fuerza del torrente impedía excavar.

El piso del canal se ablandó tanto que los soldados se enterraban y no podían sacar la tierra. Debieron improvisar tablones sobre los que se paraban. De esa forma eran las palas las que se levantaban por arriba de las orillas del canal, en lugar de que fuesen ellos los que se enterraban con su propio peso.

Había una capa gruesa de plantas y raíces flotantes que cubría el pantano. En la medida en que descendía el nivel de las aguas, la alfombra superficial también bajaba. Esta nata nos causaba temor pues en el caso de romperse repentinamente, cuando caminábamos por encima, lo más factible era que uno se quedara sumergido en el agua debajo de ella sin posibilidad de salir. Era una cubierta que oscilaba como una ola a cada paso que se daba.

Pantano

Llegó el momento en que esa red toco fondo y como hacía verano, pues en invierno habría sido casi imposible de sacar el agua por la cantidad que se acumulaba, se secó. Aprovechamos para prenderle fuego quedando el lecho del pantano a la vista cubierto se cenizas y casi que totalmente seco, duro y al mismo tiempo esterilizado. El cultivo de insectos, ranas, culebras, babillas eléctricas y los zancudos, desapareció. El lugar quedo saneado. Nos hacía recordar que estábamos haciendo algo similar a lo que se debió hacer en la construcción del canal de Panamá. Aunque a mucho menor escala.

El hallazgo. Con ello apareció, en la parte central de lo que era la laguna, un muro bajo de ladrillo cubierto de barro espeso y negruzco. Ese sitio no secó del todo cuando bajaron las aguas sino que siguió siendo un residuo de lodo. Pensamos que eso se debía a que era el punto más bajo del fondo y que por ello ni el canal ni la quema lo habían secado. Olía a materia vegetal descompuesta. La que se había acumulada durante años en la vieja ciénaga.

Fue claro que el pequeño muro era parte de un tanque cuadrado construido bajo el nivel del suelo, bastante grande lleno de lodo. Podía fácilmente almacenar unos setenta mil litros. La pared posterior estaba contra el pie del talud de la pista que pasa unos metros arriba sobre el terraplén. Los dos costados laterales eran perpendiculares a las barrancas. El cuarto, del frente, paralelo a la vía. Hasta él llegó el canal por el que habíamos drenado las aguas hacia el río.

La limpieza. Había que vaciarlo para saber si tenía alguna utilidad. Ya fuese como fuente de agua o simple acumulador de las lluvias que se recogían, en parte, las cunetas de la pista. Si funcionaba superaríamos la falta de canecas y sería el reservorio buscado. Posiblemente debía tener un drenaje de fondo. Para ello tendríamos que cavar por el exterior de las paredes para encontrar el desagüe. El lodo dentro del tanque impedía encontrarlo. Como estaba bajo el nivel del terreno, si retirábamos la tierra exterior se romperían los muros con la presión del lodo que contenía y se perdería el esfuerzo.

La única forma era sacando todo el lodo a mano. Con trabajo humano, porque una bomba no funcionaba debido a la gran cantidad de ramas, piedras y hasta troncos caídos en su interior.

Pues en un día completo de trabajo como de unos 40 soldados lo limpiaron. Con su ingenio llevaron cuantos tarros de pintura que ellos solían guardar sacándolos de la basura. En ellos recogían agua en pequeñas cantidades para cada uno suplir su necesidad.

Tanque a nivel de piso

Cuando la profundidad fue considerable, construyeron improvisadas escaleras y hacían fila ascendente pasando los baldes. Igual que súbditos egipcios construyendo una pirámide. Pero no para tumba del faraón sino para su propio beneficio. Estaba demostrada la gran capacidad de ejecución de obra de la tropa. Que no solo se refleja en estos asuntos sino que luego se hicieron reales en las operaciones de combate.

Es casi increíble ver lo que un grupo de hombres motivados es capaz de hacer. También ellos, con su dedicación y entrega, reforzaban nuestros empeños en superar obstáculos acumulados por descuidos desde el pasado. 

Nos preocupaba que el lodo tuviese alguna enfermedad. Corrimos el riesgo y nadie se enfermó. El tanque no tenía drenaje. Era ciego. El fondo era de concreto a tres metros de profundidad. Estaba en perfecto estado y por eso se había llenado de agua y fango. No tenía ninguna fisura ni fuga. Posiblemente debido a que las mismas aguas del pantano lo habían preservado de dilataciones y fracturas.

El llenado. El problema era el cómo llenarlo. Recordamos las aguas de los techos. El más próximo y grande era el del alojamiento de la tropa. Es una vieja casona de estilo hacienda ganadera, con patio central y corredores perimetrales, tanto interiores como exteriores. De muros gruesos en ladrillo, como es lo usual en instalaciones militares, y también de los tiempos de la guerra. El área de captación era grande. Si poníamos canales de alero y tubería podíamos conducir el agua al tanque que estaba en un nivel más bajo que el del barracón. Había que comprar canales, tubería para bajantes y conducción y no teníamos fondos presupuestados.

Un sumidero. Meditando la solución, una tarde fuimos a observar la obra, un poco desconsolados por la posibilidad de perder tanto esfuerzo.  Como había hecho sol, los muros, aunque sucios de barro, estaban secos. De repente, algo nos llamó la atención. En la parte alta del muro lateral derecho, próxima al ángulo con el muro del otro costado, había un parche de lodo aun adherido y semihúmedo. Era algo no corriente pues todo el resto de los muros estaban secos. Mirando de cerca vimos que debajo del lodo parecía haber algo circular.

Con la ayuda de dos soldados, que se habían aproximado a mirar de curiosos, les pedimos limpiar un poco para verificar de qué se trataba. Creíamos que era agua perdida, que desde el terreno se filtraba hacia el interior del tanque por una rotura entre los ladrillos. No era bueno que estuviese el muro fracturado. Quitaron el lodo y vieron que era algo así como la boca de un tubo de alcantarillado de gres. Limpiaron más y efectivamente sacaron un tapón de barro que llenaba un tubo de gres. Bastante raro pues no había ninguna red de aguas, ni limpias ni negras, que tuviese razón de existir en ese lugar.

La fuente oculta. Al retirar más tierra, hasta donde les alcanzaba la mano comenzó a salir algo de agua que aumentaba ligeramente y que fue bajando por la pared del tanque. 

Parecía que habíamos descubierto una pequeña fuente. Pues era necesario sacar tierra por fuera del tanque para ver de qué tubería se trataba. Los soldados se aperaron de herramientas y trajeron otros compañeros entusiasmados con el cuento que les llevaron los espontáneos voluntarios. Que su Coronel parecía haber descubierto agua para abastecer el tanque.

Rápidamente abrieron una brecha de medio metro de profundidad sobre el tubo y encontraron que se trataba una tubería completa, en buen estado, con orificios por donde se filtraba a su interior el agua freática. habíamos descubierto que los iniciadores de la base aérea, de esa forma, recogía el agua.

Si la tubería era perforada para captar agua del terreno, no podía ser una cantarilla y el tanque menos un pozo séptico. Era la ingeniosa solución para captar agua fresca, pura y filtrada de las arcillas del suelo, ya que provenía directamente del nacedero.

Siguieron destapando para ver cuán larga era y pronto, a unos 4 metros de distancia, encontraron una caja de inspección para limpieza periódica, hecha también en ladrillo y con tapa de cemento. La levantaron y la caja estaba en perfecto estado. Solo algunas raíces que se habían metido e impedían que el agua corriera hacia el tanque. Así fueron destapando unas seis cajas en un trayecto de tubería de unos cuarenta metros de largo que fueron limpiados. Comenzó a llegar al tanque no un simple hilo de agua sino un caudal como de media pulgada. Nos habíamos salvado de comprar tubería y teníamos excelente agua.

Tubería de gres perforado para filtros

Justo al frente de esa entrada de agua también había la misma humedad en el muro opuesto y resultó ser otra red de suministro, que limpiada también funcionó. Era más larga que la anterior.

La calidad del producto. Los Soldados estaban escépticos sobre la pureza. Nos expresaron su miedo para usarla en el consumo humano. Pensaban que debía estar contaminada después de años de estar esa agua bajo tierra. También albergábamos ese temor. Pero parecía que no había sido tocada y ni habia razón para pensar fuese impotable. Al menos provenía del origen más confiable, el fondo de la tierra, como lo es el nacimiento de todas las aguas naturales. 

Tenía que ser mejor que el agua del río que se trataba en la planta y que todos consumíamos. Si llegase a necesitar tratamiento sería solo de desinfección biológica ya que la purificación física la había hecho la misma naturaleza.

Era transparente, bastante fresca por venir del oscuro interior del suelo y sin mal olor. Para disolver las dudas y el temor de los Soldados podíamos hacer análisis en un laboratorio. Inicialmente en el laboratorio del hospital que teníamos en la Base Aérea y luego enviar muestras a la ciudad de Florencia para un diagnóstico final en un laboratorio especializado de análisis de aguas. Algo que demanda tiempo. Además era riesgoso que por un fuerte prejuicio sin fundamento científico se echara a perder los buenos resultados hasta el momento logrados por un simple rumor.