AERONAUTAS Y CRONISTAS

viernes, 21 de marzo de 2014

SUR PARTES 26 Y 27



PARTE 26

LLEGADA A EL ENCANTO. PARTIDA A TARAPACÁ. REPARANDO INSTALACIONES.

•         Al empezar la jornada siguiente, vio que entre las yucas que llevaban como alimento, muchos tenían también pedazos de mula asada. Una carne negra como lengua de ahorcado. Mientras tanto la mulita con sus ancas peladas y los cascos al aire se debatía rítmicamente entre las aguas, como satisfecha de haber prestado un último servicio. “Adiós y buena suerte”, le dijo "Uno de Tropa". De un tajo cortó el lazo que aún la sostenía en la orilla y el cadáver de la mula se alejó con las patas en alto como pidiendo auxilio. O como todos los políticos para dar las gracias a los aplausos de la plaza pública.

•         A las 12 del día hicieron alto y almorzaron con la yuca cocida y con los restos de la mulita bastimentera. A las cinco, nuevamente a construir el campamento para pasar la noche. Había hecho un día de sol. Comieron y no temieron que lloviera. Pero se equivocaron. En la noche se desató una pavorosa tempestad y el agua los anegó por todas partes. La tarde anterior se habían comido las últimas yucas cocidas y no había desayuno. Continuaron la marcha con la esperanza de llegar a El Encanto al mediodía.

•         Así fue. En la Casa Arana de El Encanto, se hallaba el Capitán Fernández. El suboficial formó su tropa correctamente. Se cuadro militarmente frente al Capitán. Le dio parte diciendo que el personal en la comisión a La Chorrera regresaba sin novedad. Este contestó: Está bien. Retírelos y usted no pasee más. "Uno de Tropa" replicó irónicamente: Sí. Fue un bonito paseo. Cuando retiró al personal todos salieron corriendo en busca la cocina del cuartel.

•         Los soldados de esta guarnición habían matado, por rara casualidad, 80 cerdos de monte de una manada de 200 que providencialmente había avanzado a asaltar el abierto de monte de El Encanto. Los recién llegados se daban un hartazgo de aquella carne que comían vorazmente a medio asar.

•         Esa noche durmieron como un bendito. La diana sonó al amanecer y a "Uno de Tropa" le sorprendió una orden: El personal que llegó ayer de La Chorrera, alistarse para salir a Tarapacá. Con excepción del suboficial que los comandó. Le dio tristeza ver partir aquellos compañeros de penalidades. Por la tarde llegó rio arriba una lancha con tropas. Contaron que los que iban rio abajo con direcciona a Tarapacá, otra vez estaban peleando los Cabos y los Soldados. Uno de estos últimos se había ahogado.

•         Con 15 soldados lo enviaron a cortar madera la selva para las fortificaciones que estaban construyendo. Los soldados no eran prácticos en aquel menester. Sólo después de muchos días lograron aprender bien. Aquello parecía sencillo pero no lo era. Cuando algunos de estos árboles empezaban a crepitar ligeramente en un desgarramiento de fibras, ocurría lo mismo con los otros. Los soldados no sabían dónde meterse para no perecer aplastados por aquella hecatombe que se le venía encima, por todas partes, con un ruido horrísono. Con muchas experiencias como éstas aprendieron a separarse prudentemente unos de otros para derribar los árboles.

•         Por fin llegó el domingo. Como siempre salió de cacería. Encontró una manada de micos grandes y disparó sobre uno que hacía cabriolas. El mico cayó al suelo. Se echó el muerto al hombro y se lo llevó a la guarnición para probar que había matado. Creía que había sido inútil. Pero no. Un indio se lo pidió para comer. Se lo regaló. Por la noche vio con repugnancia como una familia de indios se comió un mico cocido con plátanos.

•         La segunda semana la destinaron a abrir trincheras en un pequeño cerro cerca de la casa de una india a quien Emilio Murillo se le había llevado un hijo a estudiar al Gimnasio Moderno en Bogotá. Era hijo de un antioqueño Restrepo, que había sido su marido, y que mataron los peruanos en Araracuara, cerca del río Caquetá.

•         La comida era mala en Puerto Leguízamo por estar lejos del interior. En El Encanto, que lo estaba más aún, si que era pésima. Y en La Chorrera no había. Cuando había azúcar recibían a mediodía una razón de limonada que trae un soldado hasta la trinchera.

•         El Capitán Fernández no guardaba reparos para los castigos. En una ocasión un soldado se le reveló y le ordenó al Soldado, durante 8 días, trasladar 50 ladrillos a distintos sitios cada noche. El pobre soldado, con las espaldas peladas y adoloridas, deambulaba cada noche por los senderos de la guarnición con sus ladrillos a cuesta y con expresión de arrepentimiento en el rostro. Esto quizás pareciera innecesario. Pero aquellos soldados eran, cuando llegó a la guarnición el capitán Fernández, indisciplinados, altivos y desobedientes. Le habían pisado la fábrica al "sacabuche". El antiguo comandante Moreno Días, a quien le daba miedo castigarlos. Alguna vez trataron de sublevarse en masa y asesinar a sus jefes.


ARTILLERIA FLUVIAL COLOMBIANA DISPARANDO

•         Pero Fernández, fue uno de los pocos verdaderos militares que tuvo Colombia en la frontera durante el conflicto. Hacia entrar en razón a los que no querían atender por medio de castigos reglamentarios. A los que trabajaban y cumplían su deber, les reconocía sus servicios con imparcialidad. Debido a esto, la tropa le quería y le respetaba. Por él, llegó a ser esta guarnición una de las más disciplinadas de toda la frontera y de las mejores preparadas para una lucha con el enemigo, a pesar de su escaso número. El capitán Fernández no se preocupado únicamente por la instrucción militar de la tropa. Los oficiales tenían su casino. El mismo Capitán revisaba la comida del personal. Había establecido la instrucción teórica en cuestiones militares para los oficiales y conferencias de cultura general para los soldados. El Teniente Palacio, un oficial recién salido de la escuela militar, pero con una capacidad de trabajo y espíritu militar encomiables, daban clases a los oficiales.

•         A uno de tropa le llegaban periódicamente El Tiempo de Bogotá y una vez que lo leía lo dejaba en el quiosco donde los soldados iban a enterarse los sucesos. Por orden del Capitán Fernández, el soldado radiotelegrafista debía captar todas las noticias nacionales e internacionales que pudiera y hacer un boletín que por las tardes se leía a las tropas en formación.

•         Uno de tropa recibió la orden de facilitar el acceso del puerto al cuartel. El cuartel quedaba en un cerro y a una distancia poco más de una cuadra del atracadero de las embarcaciones en el río Caraparaná. "Uno de Tropa" con los Soldados, hizo escalas en toda la falda cavadas en la tierra que forró de madera. La sanificación de la Casa Arana que prestaba servicio de hospital. Machete en mano y a la cabeza de los soldados, empezó por derribar el rastrojo que la rodeaba por todas partes. Podando los árboles frutales que había y la hierba de los patios a ras del suelo. Abrió desagües para las aguas estancadas. La Casa Arana quedó como una quinta de veraneo. Fue felicitado y con eso sintió recompensados todos sus esfuerzos. Aunque continuaba enfermo, la vida se le hacía menos dura con la satisfacción del deber cumplido y el reconocimiento de ello por sus superiores.



PARTE 27

SE FIRMÓ LA PAZ. LLEGADA A LEGUÍZAMO. ENFERMOS QUE CORREN.

•         Un día en el boletín oyó que se iba a firmar un tratado de paz entre Colombia y el Perú, en Río de Janeiro. No hubo alegría. Uno de tropa recordó la noviecita que le había dado un beso en Bogotá, porque se iba la guerra y ahora resultaba que no había sido sino una guerra de opereta. Y las trincheras construidas con entusiasmo y el entusiasmo y la preparación para lucha se perdía. Suerte arrastrada.

•         El tiempo empezó a empeorar. Llovía día y noche. Las quebradas y los ríos de la selva empezaban a desbordarse. Sobre el agua  solo sobresalían el Comando del cuartel y la Casa Arana, separados por un enorme lago. En el bote que fabricó el Teniente Pulgarín, con los restos de un avión que casualmente cayó en el Putumayo, con los soldados salía a remar por aquellos lugares por donde antes se transitaba cómodamente pie.

Comentario: Se refiere a los restos de un avión accidentado en El Encanto como el del Teniente Gil en Puerto Leguízamo.

•         Un día el Capitán ordenó hacer unas maniobras de artillería. A "Uno de Tropa" le estaban dando fiebres y no cesaba en su empeño de trabajar en la maniobra. Sus compañeros le aconsejaba que se fuera al hospital pero contestaba que allí sólo iría cuando es estuviera muriendo. El hospital era un recurso para los soldados más perezosos que muchas veces se valían de la más ligera indisposición. Empezó el tiroteo. Uno de tropa acogotado por la fiebre, no pudo más y debió retirarse. Pensó en el Mayor Agudelo. Quería morir. El maldito Mayor se le salió con su designio al enviarlo El Encanto. Al siguiente quiso desayunar pero vomitaba. Así pasó seis días y sin más alimento que agua con limón. Al sexto día se sintió un poco repuesto. Se levantó a orinar. Se mareó y se fue de cabezas sin sentido. Tal era su debilidad. Solo era ojos y narices. Tenía una palidez relumbrante que asustaba. Decididamente se moriría.

  
GENERALES PAYAN Y VASQUEZ COBO ABORDO DE LA CAÑONERA MOSQUERA
•         Llegó la lancha brasilera “Emilita”. El capitán Fernández le preguntó si quería ser evacuado en ella o esperar un avión que estaba por llegar. Como no veía la hora de salir de aquel infierno, prefirió la lancha. El medico lo examinó y diagnosticó paludismo adquirido en el sur. Y una grave insuficiencia hepática. Entre los compañeros lo tomaron de los brazos y le llevaron hasta la lancha. No puede caminar por sí solo porque se mareaba. Al día siguiente por la noche llegaron a Puerto Tarqui. Allí estaba el Teniente Moreno Córdoba, siempre valiente, de buen humor. Á "Uno de Tropa" le dijo que habían firmado la paz en Río de Janeiro. Le cayó esto como una ducha fría, pero se encogió de hombros. Lo importante era salir de aquí, ya que no había que hacer. También en Tarqui estaba Calderón, el famoso colono. Esa tarde atracaron en “Yuvineto” para comprar leña a los peruanos, dijo el capitán de la lancha.

•         Al día siguiente llegaron los soldados peruanos con la leña. Uno de tropa pensó que tanto de un lado como del otro, estábamos igual de jodidos mientras los políticos se banqueteaban en Bogotá, en Lima, en Río de Janeiro y hasta en Ginebra, sonriendo de nuestras penalidades. Los víveres que le dieron a uno de tropa para él y sus soldados durante el viaje se agotaron. Se calculaba que llegarían en cuatro días y no estaban aún en la mitad del camino. Es empezaron a comerse los frisoles brasileros y carne seca que llevaba la lancha para alimento de la tripulación. Atracaron por una noche en "Peñas Blancas", puesto colombiano. Después siguieron despacio el monótono viaje. Se entretenían disparando fusiles hasta contra los troncos de la orilla.

•         Al 11º día avisaron a Puerto Leguízamo. A su juicio le parecía salir de la cárcel. En realidad, escapado de la muerte. Al atracar saltó a la lancha el Capitán Moreno Díaz. "Uno de Tropa" se cuadró y se dio cuenta de que venía evacuado con cinco soldados. El capitán le miró con gesto incrédulo: ¿usted también bien evacuado? le preguntó. "Uno de Tropa" le contestó preguntando: ¿hasta cuándo quería que estuviera destacado. Llevo ya casi un año. Replicó agriamente”. El Capitán cayó. Luego le ordenó saltar a tierra.

•         En Puerto Leguízamo había más de 1.000 soldados cuyas caras le eran desconocidas. Sólo quedaban unos pocos que si le eran conocidos. Cuando llegó un avión militar. Le sorprendió ver soldados que corrían portando enfermos en camilla. Le dijeron que los soldados de cada compañía corrían con sus compañeros enfermos para alcanzar puesto en el avión. Le conmovió ver el gesto de compañerismo, a la vez que lamentó la falta de organización en aquello.

•         Vio cuatro soldados pálidos que trasladaban trabajosamente a otro a cuestas. Lo reconoció, eran soldados de "El Pichincha", los últimos que aún no habían sido evacuados. Conducían al soldado Quintero de Cali, casi agonizante. Cuando vieron al Sargento se alegraron y le pidieron ayuda. Éste la dio gustoso, pero cuando llegaron, los puestos del avión estaban copados. En su rostro se retractó el desaliento. Uno de los soldados le dijo: “Estamos cansados y maltratados de salir corriendo con él, cada vez que llega el avión. Los soldados más nuevos, como están más sanos corren más. Aún no les ha dado el clima, y siempre nos dejan sin puesto para nuestro pobre compañero. Lástima del Coronel Galvis. Si él estuviera, ya habríamos salido. Volvamos al hospital antes de que se muera”. Lo alzaron trabajosamente y con sus pasos vacilantes de enfermos los vio alejarse el Sargento. Silenciosas asomaron dos lágrimas en sus ojos cansado de ver la tragedia de cada día. En otra ocasión se hubiera avergonzados. En aquel caso creyó que sus lágrimas no era claudicación sin una reacción perfectamente humana de dolor.