AERONAUTAS Y CRONISTAS

lunes, 18 de noviembre de 2013

CRÓNICAS DE UN CURA PAISA. CAPÍTULO 3


CRÓNICAS DE UN CURA PAISA

POR EL PADRE ANTONIO MARÍA PALACIO VÉLEZ

CAPÍTULO 3

TERCERA EXPEDICIÓN AL CITARÁ

Como desde el año anterior estaba interesado en realizar una tercera expedición al Citará, pues deseaba conocer la altura y la temperatura del cerro y para eso tenía ya barómetro y termómetro, la expedición se planeó para mediados de enero de 1930. Los compañeros eran mis hermanos y Jesús Antonio y Nicolás, mi sobrino Antonio José González y Kiko Posada. El 15 de enero salimos de Concordia y llegamos a Bolívar. Adquirimos provisiones y esa misma tarde fuimos a pernoctar a la casa de don Vicente Vélez, quien tanto él como su honorable familia nos recibió con mucha cordialidad.

Como en el año anterior no llevábamos cartas pero si los indispensables encauchados para defendernos de la lluvia y arroparnos por la noche. Como no teníamos que abrir trocha porque la del año anterior estaba todavía abierta, la marcha no rendía.

En el primer día llegamos a la altura de 3.000 m y allí pasamos la noche. Al día siguiente trepamos a la cumbre. La altura es de 3.980 m y la temperatura es de 5° sobre cero a mediodía y a la sombra.

Fuimos al lugar donde el año anterior habíamos dejado una botella con la boleta adentro. Encontramos la botella rota y los fragmentos de papel diseminados por el suelo. Observamos que en el cuello de la botella que había quedado intacto había un papel enrollado. Lo sacamos y por medio de él nos dimos cuenta que tres meses antes habían subido tres excursionistas, entre ellos una mujer llamada Genoveva tirado. Según constataba la boleta.

En la boleta dejaron constancia que allí habían encontrado el mensaje que nosotros dejamos el año anterior. Citaron la fecha de nuestra extensión del 1 enero 1929 y recordaron los nombres de los que habíamos subido.

Escribí otro mensaje que decía: el día 1 enero 1929 subimos por primera vez a este cerro Antonio María Palacio, Nicolás Palacio y José dolores Agudelo. El día 17 enero de 1930 subimos por segunda vez los siguientes Antonio María Palacio, Jesús Antonio Palacio, Nicolás Palacio, Antonio José González y Kiko Posada. Altura 3.980 m sobre el nivel del mar. Temperatura 5° sobre cero a mediodía. Introduje la boleta en una botella, la lacre, y la dejé sobre la misma piedra que el año anterior. En honor a la verdad tengo que hacer notar que mi sobrino Antonio José González demostró mucho ánimo y habilidad para trastear por estos peñascos y charrascales. Y de mis hermanos Nicolás y Antonio José, ni se diga. Siendo ambos aguerridos cazadores con gran habilidad trepaban marañas y desfiladeros y para ellos no había ningún obstáculo ni lo tupido de la maleza.

Al nivel de los 3.000 m y sobre el lomo de una cuchilla luego de que uno sube al alto llamado Beatriz hay unos sumideros en el terreno que indican que allí hay sepulturas de indios.

Permanecimos pocas horas en la cima del Citará y ese mismo día emprendimos el descenso. Esa noche acampamos en el alto de la Beatriz. Al día siguiente llegamos a Bolívar y regresamos a Concordia.

ESCALADA AL SAN JOSÉ.

En el viaje del 16 mayo 1932 entre Altamira y Urrao había observado que entre las dos poblaciones hay un cerro bastante elevado llamado San José. Había oído hablar de que en su cumbre hay un gran yacimiento de cuarzo porque en un derrumbe que se desprendió del cerro hacia el lado de Urrao, se había encontrado bellísimas piedras de cristal de roca. Me llamó la atención lo del cristal de roca y me propuse hacer una expedición al cerro con el fin de verificar lo que decían de los cristales.

Con Justiniano Rueda planeamos la excursión para el 25 junio y salimos para la fecha indicada. Llevamos provisiones para dos o tres días porque pensamos que la ascensión no ofrecía mayores dificultades. El día 25 subimos hasta la mitad de la cuesta y allí toldábamos en un lugar donde antiguamente había existido una laguna que artificialmente habían desecado.

 
CERRO San JOSE

Al día siguiente llegamos a la cumbre hasta una altura de 3.200 m sobre el nivel del mar. A unos 100 m de la cumbre y hacia el lado de Urrao se había desprendido un derrumbe que dejó al descubierto la roca viva y se veía un afloramiento de cristales de roca de nitidez transparente y geométrica formación pentagonal. Recogí varios de estos cristales más bellos que estaban esparcidos al pie de la roca y ese mismo día, aunque ya por la noche, regresamos Altamira.

LA REGIÓN DE PALERMO

El 12 enero 1933 fui trasladado a la población de Palermo. Esta población está situada en las faldas de una montaña frente al río Cartama y el Cauca. Desde la plaza se divisan los farallones de Cartama. Dos cerros gemelos de regular altura muy próximos uno del otro y se levantan en la llanura cerca de Cauca. Aunque un poco retirados en la banda derecha del río Cartama.

Cerca al farallón de Cartama y muy próximo al Cauca, se levanta el renombrado peñasco del Pipintá donde, según la leyenda, el cacique Pipintá ocultó su fabuloso tesoro. El peñasco del Pipintá está unos pocos kilómetros arriba de la estación de la pintada por la vía del ferrocarril.

Don Manuel Uribe ángel, en su historia de Colombia dice: “la población de Arma, fracción de Aguadas, fue fundada con el título de ciudad por Miguel Muñoz en el año de 1542. Sebastián de Belalcázar dio orden de fundarla antes del terrible drama ocurrido en la Loma del Pozo donde se dio muerte vil e infamante a garrote al conquistador Robledo.

Un lugar ocupado por los aborígenes a la entrada de los españoles que conformaban una gran tribu a quienes llamaron Armados. Porque se habían presentado a combatir cubiertos de petos, máscaras, brazaletes, collares y coronas de oro fino. En otra parte, dice la leyenda, que al otro día de haberse presentado los indígenas con esas alhajas de oro, presentaron de nuevo batalla pero sin llevar ya ninguna joya de oro encima. Los indios fueron vencidos y se cree que los indígenas habían ocultado su tesoro en el peñasco de Pipintá”.

Estos relatos habían suscitado en mi la curiosidad y el deseo de hacer una excursión a ese peñasco. Al efecto, días antes de ir a Palermo había hablado con el padre Bubillá, misionero claretiano y habíamos convenido que el 20 enero 1933 saldríamos a la excursión. Fiel a la cita, sabiendo que ya estaba en Palermo, allí llegó para convenido.

 
FARALLONES DEL PIPINTA

LA EXPEDICIÓN AL PIPINTÁ.

Para la excursión conseguimos 200 m del lazo de sobrecarga para hacer escalas de cuerda, vituallas para dos o tres días y salimos para el Pipintá. Un peón acarreaba la bestia que llevaba esa cargazón de lazos y las provisiones. Llegamos a una casa que había a dos cuadras de distancia el peñasco.

Como el Pipintá está al lado izquierdo del Cauca, el mismo lado del que estábamos nosotros, nos era imposible mirar el frente que nos interesaba mucho. Para lograrlo crucé en una balsa a la orilla opuesta y allí pude observar todos los detalles al gran cañón del Cauca. El peñasco se eleva verticalmente unos 120 m.

En la cúspide había unos arbustos y de allí la peña, que cae verticalmente, estaba sin vegetación. Salvo unas matas raquíticas de cabuya que había a trechos. Hacia la mitad de aquella torre de roca se veían tres claraboyas de 1 m de diámetro y separadas por unos 5 m una de la otra y dispuestas en forma triangular en la cara de la peña. A la entrada de una de ellas había una mata de cabuya.

Según la leyenda Este peñón está perforado por dentro y en él se encuentran los tesoros del cacique Pipintá. Las claraboyas no son más que tragaluces para la iluminación del interior y que para penetrar en él tienen entrada secreta que nadie conoce, excepto los indígenas.

Calculé que descolgando unas escaleras de cuerda desde la cúspide caía perfectamente sobre una de las claraboyas que estaba unos 50 m más abajo del vértice del Picacho.

Crucé nuevamente el río y nos pusimos a hacer una escala con las cuerdas colocando barrotes cada medio metro a manera de peldaños. La escala tenía 60 m de largo y 120 barrotes para hincar los pies.

Terminada la escala dejamos su instalación para las primeras horas del día siguiente.