AERONAUTAS Y CRONISTAS

sábado, 1 de febrero de 2014

40 DIAS EN EL VAUPES. PARTE 15



COMENTARIO:
Amigos. Con lo que acaba de suceder con nuestro archipiélago, se nos hacen más claras las lamentaciones de Monseñor Builes sobre la pérdida de soberanía colombiana en el Vaupés con el Brasil. También están evidentes en los resúmenes que antes les he compartido en relación con el Perú. Por lo que se preveía con San Andrés es que he querido ponerles en evidencia nuestra triste historia fronteriza.
40 DÍAS EN EL VAUPÉS
1950
PARTE 15
•         LA ESPOSA. Las huertas o chagras no son los hombres quienes las cultivan sino las mujeres. Vi una injusticia en una de las malocas, el marido obligo a su pobre consorte a alzar con una aturá (cesto) de fariña hasta no sé dónde, encima un pequeño, otro mas grande al cinto y colgado del otro brazo un instrumento de labranza. Y el zambo del marido, atrás, muy orondo, con una vara de pescar. Porque solamente a eso está obligado. Detrás, como un Coronel con escopeta al hombro marchando, el bendito indio, muy sonreído ante la carga de su pobre.

•         EL NIÑO. La mamá no suelta nunca al niño, se va con el a la chagra, le mete bajo una hoja de palma expuesto al sol y al agua para que sea insensible y resistente a las inclemencias del tiempo y de los millones de bichos voladores y terrestres insaciables de sangre. Cuando tiene de ocho a 10 años se va a la caza o de pesca y deja la mamá, quedando en absoluta libertad. La niña se consagra a ayudar a la mamá y no se toman las libertades del varón. Pero si son hábiles desde la tierna edad no sólo para remar, sino lo que es más sorprendente, para pilotear las canoas de la casa como cualquier boga veterano.
 LA CHAGRA
 •         EL JOVEN. Cuando llega a los 15 o 16 años se reinicien sus deberes de varones. Se le lleva a una barraca durante dos o tres meses. Un payé le enseña a tocar los instrumentos usados en los cachiríes. Le enseña las tradiciones de su tribu, sobre todo lo referente al juruparí, secreto que jamás podrá comunicar a las mujeres. Cuando el joven es aprobado se declara varón y entran a la sociedad de los mayores.

•         LA JOVEN. A los 14 0 15 años se le recluye por una semana en un rincón de la maloca, donde no le es permitido moverse. Tiene que ayunar con gran rigor. Al terminar la semana se prepara un cachiri y le cortan los cabellos que se queman en seguida. Las cenizas son exorcizadas y luego se entregan a la muchacha. Cuando a la medianoche todos duermen, la muchacha va sigilosamente al río y arroja las cenizas, se baña y vuelve a casa. Puede comer pescado y permanece otra semana más encerrada y los padres la declaran oficialmente casaderas.

 PAYE
•         EL PAYÉ. Es el médico, el consejero de la tribu, el padre del depositario de las tradiciones. Puede curar todas las enfermedades. EL PAYÉ o curandero, envuelve un cigarrillo sirviéndole de papel la corteza interior de un árbol llamado Tauarí, se sienta junto al enfermo, aspira una buena bocanada y se la sopla sobre las espaldas, haciendo esto repetidas veces para alejar las enfermedades y maleficios. Terminadas estas ceremonias, al tercer día el papá puede comer pez pequeño, pasado un mes podrá comer peces grandes. Puede leer en el futuro, curar a la distancia, transportarse metido en cualquier animal, se hace invisible y mudar de lugar con el solo esfuerzo de su voluntad. Toma parte en todas las circunstancias de la vida del indio. Es considerado como un hombre superior. Es hábil prestidigitador para poder despistar mejor a los posibles testigos de sus curaciones. Cuando éstas no le resultan, dice que los enemigos del enfermo le dieron una cantidad de veneno tal, que es imposible extraerlo el cuerpo. Siempre él bribón del pagé queda bien. Es pues el payé un curandero peligroso. Sin embargo no lo abandonan los indios por ningún motivo. Y si dejan uno, buscan otro, aunque este cambio provoca celos peligrosos.

•         EL TUCHAUA. Significa jefe. Ejercen su autoridad sobre los que viven en una maloca o en un poblado de malocas. Es algo así como un alcalde con poderes limitados que les ha dado la tradición y que las tribus aceptan. Pero de ordinario abusan de sus poderes para cometer grandes injusticias. De ordinario el sucesor es el hijo mayor del Tuchaua.

•         LOS VIEJOS.  Su condición no puede ser más desgracia entre estos indios. Al morir uno de los consortes, el sobreviviente queda abandonado su infeliz suerte. El abuelo o la abuela recibirán un poquitín de fariña, pero un pedazo de tela, jamás. Por eso tantos ancianos abandonados, desnudos, plácidos, con una angustia mortal en su rostro. Por eso aprobé fundaron un ancianato en la prefectura. El título despectivo que les dan los hijos casados a sus padres ancianos comprueba lo que ellos deben sufrir. Jamás los llaman mi papá, mi mamá, sino el viejo, la vieja. A menudo son víctimas de los malos tratamientos de sus propios hijos. Si acaso los visitan en su hamaca de muerte, es sólo para ver si ya murieron o si faltara mucho para que muera.

•         LOS ENFERMOS. El que cae enfermo es ya un estorbo para los familiares, pues lo ordinario es que se le abandone solitos a su desgraciada suerte. Sin embargo, apenas muere, vienen los gritos, los lamentos y las lágrimas de ceremonia. Los indios no creen que pueda uno llevar en sí el germen de las enfermedades. Creen que todas las enfermedades vienen de un veneno que es trasmitido por algún enemigo del enfermo o de la familia, que de un sopló lo comunicó de esta forma el mal.

•         LOS HUÉRFANOS Y LAS VIUDAS. No son más afortunados que los viejos. Cuando una india enviuda no puede quedarse entre la tribu del marido, sino que tiene su volverse su propia tribu, pero no con sus hijos, los que ya no son de ella sino de la tribu del marido. La pobre viuda vuelve a la casa de sus padres y aún vive o se va a arrimarse donde pueda sin sus hijos, sola y sin consuelo. Las mamás quieren sus hijos hasta el sacrificio hasta la muerte, como lo puede palpar con mis propios ojos. No puede disfrutar de las chagras que cultiva, las que son de sus cuñados sin compasión alguna. La única esperanza para la pobre viuda es hallar otro marido. La conclusión sobre la infelicidad de los hijos, arrebatados a los cuidados internos de la madre, que tienen que vivir con sus parientes paternos. Aunque les den comida les faltan los cariños de la madre que ellos saben muy bien que no ha muerto.