AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 27 de febrero de 2014

SUR PARTE 2 Y 3



“SUR”
MEMORIAS DE UN SUBOFICIAL SOBRE EL CONFLICTO COLOMBOPERUANO
Sargento Jorge Tobón Restrepo

PARTE 02

LA INICIACIÓN DEL CONFLICTO
•         A partir del 1 septiembre 1932, es la fase más conocida del conflicto, porque los antecedentes nítidamente expuestos, quizá no los conoceremos nunca, pues ello acarrearía la pérdida del prestigio de más de uno de nuestros políticos. Ninguno resolvía marchar a la recuperación violenta de Leticia, como lo pedían diariamente a voz en cuello y a pesar de que ya los Soldados, que no habían creado aquella guerra, se debatían entre los rigores de la campaña que se iniciaba.
•         "Uno de Tropa" era, en esa época, agente de una casa comercial en la ciudad friolenta que se calentaba a base de patriotería insustancial. El ambiente le apresó con sus garras de contagio y así fue como se emborrachó, hizo frases bélicas y pidió la guerra con voz ronca entre el barullo de un café central. Se encontró con 22 años y toda su juventud altiva, aceptó con gallardía el reto que se había lanzado asimismo la noche anterior y decidió presentarse como voluntario para marchar a la frontera. No contaba con la dura y desilusionante exclusión militar para quien anhelaba los combates inmediatos.
•         Para ingresar al Ejército aprovechó la oportunidad de un concurso con el objeto de instruir oficiales y suboficiales de reserva en el arma de caballería. Entre ellos estaban representadas las más aristocráticas familias bogotanas y de provincias. Sacó en el examen de concurso un promedio superior al de varios de estos jóvenes, pero su apellido sonaba a antioqueño raizal. No era persona conocida en los clubes ni en los altos círculos sociales, por lo cual fue clasificado en el primer puesto en el curso de suboficiales, a pesar que clasificaba en el de oficiales por su calificación. Es que Bogotá quiere centralizar hasta el patriotismo a base de puebladas. Hacia Cabos y Sargentos de los hombres de las provincias, así clasificarán para mayor rango. A cambio, quería que fuesen solo los suyos, “Señores Oficiales".
•         Fue así como a un joven de apellido Manrique del altiplano, que sólo calificó en el quinto puesto para el rango de suboficiales, le fue asignado el rango de oficiales, mientras que a "Uno de Tropa", se le incluyó en el de suboficiales. Ambos cursos trabajaron idéntica y simultáneamente, tanto en lo teórico como en lo práctico, sin haber entre ellos más diferencia que el cinturón universal que podían llevar los cadetes oficiales y era prohibido a los cadetes suboficiales.
•         Al cabo de tres meses, el empleadito Tobón fue nombrado Sargento manejando los caballos. Se le endilgaba que se le contaminaban sus cuidadas manos de hombre de oficina y carecía de la rudeza ofensiva de aquellos oficiales ignorantes que querían demostrarle a cada paso que eran sus superiores, para vengar su aspecto de señorito de buena familia. Era una diminuta lucha de clases.
•         Varias veces solicitó su promisión al frente y al fin se le concedió. Los oficiales del cuartel, que lo habían vejado con aire de valentones, pero que ahora no marchaban al frente porque (según decían ellos) el gobierno los necesitaba para instrucción de reclutas, le miraban de soslayo. El Primero Zárate levantó los ojos como cargados y se quedó mirándolo, mientras masticaba un enorme bocado alimenticio que casi le impedía mover las quijadas. Se le enfrentó y le preguntó en forma displicente ¿cuando te vas? "Uno de Tropa" contestó: me iré mañana, carajo. Y de esta manera "Uno de Tropa" respiró fuerte como si hubiera descansado. El Primero Zárate era bruto como un buey y comía como un cerdo. Por ello sus alumnos decían sobre él: Para ser Sargento Primero del Batallón Páez no se necesita si no comer mucho y tocar mucho pito.


VIRREINATO DE LA NUEVA GRANADA DE 1810
PARTE 03
EL CAMINO
•         "Uno de Tropa”, aunque le dieron viáticos para el viaje, se los gastó la noche anterior antes de partir. Se presentó a abordar el tren uniformado y lo hizo sin tiquete. Cuando le reclamaron se volvió displicente al conductor diciéndole: “voy al frente”. Y no se le molestó más. Vio cómo se perdía la belleza de la sábana y por fin llegó a Neiva. Al otro día, sobre un camión de carga, revuelto con víveres y municiones, iba nuestro gran protagonista y sus camaradas. En Guadalupe se bajaron cabizbajos. Sobre el lomo de una mula enjalmada, viajó "Uno de Tropa" tres días hasta Florencia.
•         En el camino encontró algunos compañeros de su anterior Grupo de Caballería Páez, que querían asustarlo con culebras imaginarias que pasaban por debajo de las patas de las mulas haciendo fanfarronerías. Sólo las veían aquellos que se quedaban cuidando los víveres, atrás de la columna de transportes. En cambio "Uno de Tropa" iba al frente de la columna y para el Frente.
•         Tuvo la visión de la selva desde la última altura, era como una inmensa esmeralda. Un mar verde, limitado y los ríos eran como serpentinas de plata con el sol. El sistema circulatorio de aquel extraño organismo, la vorágine. Llego a Venecia. La última avanzada de la civilización en el Orteguaza y empezó la selva. Se embarcaron en una lancha en la que normalmente no cabía sino la tercera parte de los que iban. Adherida a ella, una balsa con 15 reces para las tropas de allá. Desde las primeras vueltas se varaban a cada kilómetro. Se desnudaban y ponían sus hombros contra la lancha para empujarla. Cuando despegaba volvían a montar sobre ella. Aquella tarde llegaron a "La Primavera" donde funcionaba el primer hospital militar. Alma de él, era el doctor Arango, paisano de ""Uno de Tropa" y de mis compatriotas.
•         En aquel hospital se empezó a sentir el pavor de lo desconocido adonde marchaban. Enfermos de barbas como helechos, caras mustias, ojos desorbitados y cuencudos. Casi todos decían venir de Caucayá. Tenían paludismo, beriberi y no hacía sino de dos a cuatro meses se habían ido a aquella guarnición. Hacía apenas unos meses que las madres nos habían entregado plenos de vigor y de juventud, y ahora los recibirían enfermos, decrépitos, lisiados, material y moralmente, porque estos hombres maldecían del patriotismo. Todos preferían haber muerto y decían, con una convicción plena, que sería mejor morir primero que volver al infierno de otra campaña. En aquel hospital presenció algo tan franco y de tan brutal egoísmo, que dejó honda huella en su vida. Un civil evacuado de la frontera agonizaba sobre una dura cama, abandonado de todos, entre el charco inmundo de sus propias excrecencias.