AERONAUTAS Y CRONISTAS

martes, 9 de abril de 2013

LAS TORRES GEMELAS



CAIDA TORRES GEMELAS

Para finales de 1991 acompañamos a un grupo de alféreces de la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suarez de Cali, EMAVI, a una gira por los EE UU con el fin de hacer una complementación a su formación y para familiarización con las políticas y doctrinas militares de esa nación. Uno de los lugares a visitar en Nueva York eran las emblemáticas Torres Gemelas del Centro Internacional de Negocios, en la isla de Manhattan. Temprano tomamos los buses y llegamos al pie de ellas.
Yo estaba acompañado por un oficial de la Fuerza Aérea Norteamericana de la especialidad de Inteligencia. Él nos ayudaba a hacer coordinaciones y solucionar algunos asuntos administrativos y logísticos de la gira. En este viaje me pasaron varias anécdotas con él y esta fue una de ellas.
Al momento de llegar al pie de las torres y desembarcar los buses, como coordinador de la gira, le informé al personal de alumnos la hora de reembarque para el regreso advirtiéndoles que los esperaba puntualmente. Eso extrañó a mi compañero quien me pregunto si no pensaba subir a la parte alta de los rascacielos donde estaba el famoso mirador de la ciudad, lugar de atracción turística. Le contesté que no. Que esperaría leyendo un libro que había llevado para distraer el tiempo mientras los alumnos y demás oficiales que nos acompañaban (Debía, Mosquera y otro que no recuerdo), subían a la cúspide.
Desde la noche anterior, en el hotel, había decido no subir a los edificios y por eso me armé de mi libro. Había comenzado a sentir cierta prevención sobre esa visita sin ningún motivo claro ni aparente, aunque palpable y real. Pensé que podría ser debido a la gran altura, algo no justificado puesto que las alturas en edificios, en condiciones seguras, no me atemorizan. Menos si se trata de la altura en avion. No quise inquietarme ni ocuparme del asunto. Me dediqué a descansar para estar con ánimos para las actividades del día siguiente.
El amigo se extrañó sobre manera y me insistió diciéndome que era raro que yo quisiera perder una escasa oportunidad y que para esas experiencias habíamos viajado desde lejos. Le dije que era verdad, sin embargo, esos edificios no me interesaban. Le noté una ligera sonrisa picaresca. No sabía si de burla o de sorpresa, que no quise indagar. De manera repentina y como un reflejo instintivo e irracional sin ningún motivo, le agregué. “Estos edificios me causan temor”. Con más curiosidad insistió. ¿Porque?
Yo ya no tenía ganas de seguir contestando interrogatorios molestos que me hacían sentir incómodo y demandas sobre algo que yo no podía explicar, porque ni yo mismo lo sabía. Además, me daba prefecta cuenta que estaba actuando y comportándome de manera bastante y suficientemente extraña como para que se me pudiera entender. Menos por quien me veía como alguien bastante salido del contexto de la realidad. Para zafarme del apuro, que yo mismo había provocado de manera mas que justificada, solo atiné a rematar, aunque apenado, porque sabía que agregaría otras justificaciones para agravar la situación con lo atrevido de lo que iba a decir: “Estos edificios se ban a caer”. De inmediato me replico con un sorprendido, prolongado y algo sarcástico ¿Siiiiii? ¿Y cuándo? Contesté: “No lo sé, pero será”.
Cuando vio mi terquedad se dio cuenta que era una tontería seguir insistiendo y calladamente se retiró. Hicieron la gira y regresaron sin novedad continuando las visitas y olvidando el suceso. Algunos de los compañeros se dieron cuenta de nuestra conversación y de mi rechazo a conocer el lugar. Después supe que entre ellos habían comentado el hecho. Algo que debió ser motivo de los chistes burlones con que uno de los oficiales acostumbraba convertir las conversaciones corrientes y hasta las serias, para llamar al atención con cosas superfluas, ya que no eras propiamente muy brillante en inteligente y fino humor. Hábito que me era desagradable. Debió ser tan comentado puesto que, incluso, llegó a oídos del superior de gira, el Brigadier General, que por curiosidad me preguntó si yo había subido contestándole que no y no me indagó más al respecto. Lo dejó en el campo de algo extrañó aunque sin mérito para dar pedir explicación.
Un año después se difundió la noticia de que habían puesto unas bombas en el sótano de las torres con tan considerables daños que era evidente la intención de derribarlas. Lo que, afortunadamente, no se logró. Creí que eso era lo que yo había presentido y que, para mí tranquilidad, había resultado fallido. Debido a eso olvidé el asunto y no volvió a pensar en ello. Era preferible que yo hubiese pasado por un tonto bastante raro y un hazmerreir del paseo, puesto que de haber resultado efectivo tendría motivos de remordimiento de no haber insistido con mayor fuerza en la advertencia.
Lo que si se me hizo raro fue que mi compañero, “Riky” como se llamaba o se hacía llamar ya que tiempo después supe que era un oficial de inteligencia, no hubiese ligado ese hecho real con la advertencia anterior de un medio mitómano suramericano que había tenido la osadía de hacerle la advertencia. Así fuese sin motivo o bajo una ligera duda razonable. Lo disculpé pensando que si comentaba el hecho, sus superiores o demás personas lo inculparían de descuido en sus funciones como militar del área del espionaje donde hasta lo irracional debe ser evaluado. Necesitaba protegerse de algo donde podía ser mal calificado y evitando molestias profesionales.
Diez años después se presentó el trágico ataque a los edificios. Estaba distraído en la casa y mi esposa me comentó que había escuchado que estaban sucediendo unos hechos extraños en Nueva York relacionados con un avion. Por ser asunto aeronáutico pensó que debía ser de mi interés.  Puse las noticias, ya que si me llamó la atención. Pude ver en la televisión como una de las torres estaba incendiada y explicaban que se debía a la colisión de una aeronave. Pensé que simplemente se trataba de algún avion perdido en idéntica forma como había sucedido con el Empire Estate, años antes. Lamentable aunque poco explicable porque el cielo estaba bastante claro. Y que el edificio resistiría el incendio debido a su colosal estructura. Que el fuego se extinguiera por sí mismo, a pesar de las pérdidas humanas que causaría, porque una acción contra incendio era casi imposible a esas alturas.
Tenía que acompañar a un amigo aun taller y salí a esa diligencia. Cuando llegué al lugar, varios clientes y mecánicos estaban mirando la televisión bastante callados. Me puse a observar el incendio. De repente alguien comentó que la torre que mostraban incendiada era la otra porque la anterior se había derrumbado. No lo podía creer. Me quede pasmado. Como un rayo recordé mis temores y mi comportamiento anterior.
Por una imposibilidad extremadamente remota yo había tenido la sensación de lo que estaba aconteciendo. Que mi explicación de lo que había presentido sobre la bomba del sótano no había sido suficiente para olvidar el día de la visita. Permanecí un rato observando hasta cuando la segunda torre comenzó a colapsar. Eso sí que menos lo podía creer. Sentí nuevamente temor pero de mí mismo puesto que se había cumplido completamente todo lo que haba sentido. Quise decir en voz alta: “Se cumplió”. Pero me di cuenta que nuevamente iba a hacer el ridículo ante los demás espectadores y de seguro querrían saber el motivo de mis palabras. Daria ocasión para que se me acosara con burlas como ya había pasado con “Riky”. Sería motivo de chisteas y respuestas que en ese momento mucho menos quería dar.
Regresé a mi casa preocupado guardando adecuado control. Tiempo después he contado esta anécdota a algunos allegados y a las personas que sé que me escucharán con prudencia, así no lo crean, y que no cometerán el atrevimiento de hacerme comentarios salidos de tono, molestos para mí.
Es increíble que los gringos no hubiesen hecho algo, así fuese somero, para evitar el ataque, si hubiesen comprendido la sugerencia de cuidar las torres gemelas cuando se advirtió, a finales de 1991, que caerían. En lugar de prestar atención su delegado rio. Al poco tiempo había sucedió el fallido atentado de la explosión en el sótano y, después, el bombardeo aéreo, que las destruyó. No fueron capaces de creer la afirmación. Pensaron que eran ideas de locos y cuando fue realidad, ya era tarde. Viendo que había sido cierto, se hicieron los que no sabían ni recordaban que habían sido advertidos. La alerta se cumplió tal como se anunció.
El Capitán Norman Dixon, sicólogo del ejército inglés, escribió en su libro “La Sicología de la Incompetencia Militar”. La resistencia al cambio, el apego férreo a esquemas demasiado arraigados, tradicionalistas, aunados a orgullos sobredimensionados, no permiten a las organizaciones militares, fuertemente inerciales, doctrinariamente rígidas, muy verticales, piramidales, tradicionalistas, conservadoras y poco receptivas, ver más adelante de la nariz. Iván González.