AERONAUTAS Y CRONISTAS

martes, 29 de octubre de 2013

CONCORDIA. FRENESI Y GUERRA. CAPITULO 9


CONCORDIA. FRENESÍ Y GUERRA

CAPITULO 9

VISITAS DE OSPINA A BOLÍVAR.

Bolívar fue visitado en 1945, en plena campaña electoral, por Mariano Ospina Pérez a quien se le acercó un campesino liberal preguntándole si iba a ser Presidente de la República, recibiendo la enfática respuesta de un sí. El campesino respondió: ¡Bueno es saberlo, para ir cogiendo al monte!

Durante su segunda visita en 1948, estando en ejercicio de la presidencia y pasado los sucesos del 9 abril, en plena cabalgata, jineteaba el mejor ejemplar caballar del municipio. El caballo corcoveó casi derribando al Presidente. Gabriel González (Botija), de Concordia, le gritó: “No lo tumbaron el 9 abril los liberales y los comunistas, para que lo venga tumbar este táparo de caballo”. Inmediatamente el dueño del caballo llamó a Gabriel reclamándole, no por lo del 9 de abril sino por el maltrato a su caballo.

El padre Bernardo Restrepo Peláez convirtió el púlpito en una cátedra de antiliberalismo. En la puerta del directorio conservador de Bolívar hacían presencia una mujer vestida de azul de apellido Villa, cuchillo en mano, el cual lo enterraba en las masas glúteas de los señalados. Y un joven de 13 años con una peinilla, quien empezaba el aplanchamiento.

CHÚMARA Y PESOTE

Las brigadas de choque tuvieron hombres de armas tomar, fanáticos políticos, sin escrúpulos y excelentes tiradores de revólver: Jesús María Vélez (Chúmara), Fernando Gutiérrez (Fernandito) e Iván Agudelo (Pesote). Pesote en compañía de Fernandito, por cuestiones de competencia, dieron muerte al concordiano Manuel Toro. Pesote, que acostumbraba vestir a lo charro mexicano, con dos revólveres al cinto, tomó parte en la quema de varias máquinas de caña de hacendados liberales. Una tarde lo vieron salir de la zona de tolerancia de Bolívar con un sombrero de mariachi, una chaqueta azul y el resto desnudo. Dos escobas amarradas a los testículos y un revólver gritando viva el Partido Conservador. En otra ocasión se presentó al alcalde Jesús Rodríguez para dictarle su decreto: "Todas las casas de la población debían ser pintada de azul".
En los funerales de Ricardo Restrepo, quien mató a dos liberales en Hispania, hizo colocar el féretro al pie de la estatua de Bolívar en plena plaza de ese municipio, comparándolo a este. En 1950 mató a un inspector de policía en Salgar. Yo, en su borrascosa vida, tuve seis encuentros con él: en octubre del 49 en un garito de Salgar. En el mismo mes en la plaza de Concordia. Posteriormente en el puente de Bolombolo. En la fonda El Remolino. Otra noche en el Puente de Zinc. Después en Bolombolo cuando le arrebate de sus garras a Gorgonio Zapata.

LAS FONDAS CAMINERAS

Las fondas del suroeste crearon una especie de subcultura. Anexa a la venta de comestibles funcionaba la respectiva gallera con pesebrera, patios y explanadas. En esta última se libraban los duelos a machete. Familias enteras desaparecieron a golpes de machete. Sobresalieron en estos duelos el boliviano Roberto Agudelo y Manuel Pérez quienes lucharon a machete por espacio de dos horas al cabo de las cuales, ambos contrincantes, sin ningún rasguño, se dieron las manos y pactaron amistad. Después Pérez fue muerto cerca de esta fonda por una familia numerosa de una de sus víctimas. Los Vascos de El Concilio.

Elisa Torres Guzmán, junto con un policía, fue macheteada por uno de los Vasco en la fonda de La Hondura. Los Vasco y los Foronda, antes de la guerra civil, durante ella y hoy en día, sostienen un duelo a muerte. El camino viejo de El Concilio a Salgar presenta unas 60 tumbas.

Durante la guerra de 1949 muchas familias congelaron sus odios porque ya la lucha era contra la autoridad política o contra las expediciones de la chusma y José Londoño, jefe de la policía de Salgar. Las fondas camineras de La Popa las oficiaba el mandamás, el Nieto Castilla. En Salgar, la fonda Santa Clara. Después la de El Barroso. En límites con Bolívar, la Hondura. Después la de Remolino y la de San Gregorio. Estas fondas me hacen recordar la subcultura y los actos antisociales que practicamos por las mismas calendas en los alrededores de Bello pero en la forma deportiva del fútbol.

PARTIDA DE DESCONCIERTO

El 14 octubre 1949, Ernesto Ruiz, alicorado, me abrazó llevándome a una de las mesas de la cantina y felicitándome por mi liberalismo. Tenía una gran noticia que darme: el grupo liberal de Concordia que él dirigía estaba bastante incómodo con las actuaciones del alcalde Bernardo Jaramillo y sobre todo la de su jefe de policía Domingo Gómez a quien había que matar. Esa noche iba a ocurrir algo grave en la población.

Permanecí callado y agradeciéndole el informe me despedí de mano e inmediatamente me fui a comunicarle a Bruno González. Bruno no creía en las amenazas para esa noche. Salí desconcertado, tomé mi equipaje y me enruté hacia Medellín. En Bolombolo recibí otras noticias. En Betania se contaban dos muertos, en Fredonia los conservadores atacaron el directorio liberal, los amagaseños provocaban a los titiribíseños. Yo había notado dentro del liberalismo dos líneas: la blanda civilizada de los notables y la dura, impulsiva y beligerante de origen gaitanista.

TRES ESTRATEGIAS

En el bar La Bastilla de Medellín fui abordado por unos seis jóvenes que gritaban vivas al partido conservador. Los encabezaba un joven alto, desgarbado, estudiante de medicina. Era Tulio Bayer quien posteriormente viraría hacia la izquierda. Al reconocerme me pidió excusas. A los conservadores, los liberales, le habían servido un buen plato condimentado adelantando las elecciones para la presidencia. Los sucesos del 9 abril más el mote de comunistas que nos endilgaba Laureano Gómez, a través de su periódico El Siglo, fueron las tres estrategias conservadoras que llevaron al Partido Liberal al borde de la anarquía y la disolución.

EMPIEZAN LOS APLANCHAMIENTOS

A la salida del estadio tuve un pálpito de que algo debía estar sucediendo en Concordia. Dos detectives llegaron a mi casa citándome a la Secretaría de salud donde encontré a los médicos Gonzalo Gallegos y Murillo quien estaba bastante ofuscado. Me dijo que debía haber estado en el municipio de Concordia porque era un abandono del puesto. Concordia estaba sin médicos oficiales y había dos muertos. En Itagüí los liberales habían matado también a un policía. Al doctor Bruno González y Alberto Sierra los habían hecho abandonar la población. Debía regresar a Concordia hacer las necropsias. Exigí protección y me enviaron con dos detectives.

Llegamos a Concordia a las 12 del día y en ese instante se me abalanzó la chusma recientemente conformada. Recuerdo entre ellos a Antonio González, José Ortiz, Abelardo Ruiz, Hernán Ruiz, Rafael Laverde, Eduardo Vasco y un policía. Carlos Borrego me cogió de la corbata pidiendo me identificara políticamente. Inmediatamente intervinieron los detectives. El alcalde Bernardo Jaramillo complacientemente observaba los acontecimientos desde la ventana de la alcaldía. La mayor parte de las puertas y ventanas de las casas permanecían cerradas, el ambiente era lúgubre y pesado.

Doña María me contó que el sábado y el domingo pasados un señor de nombre Miguel Laverde con varios acompañantes, peinilla y revólver en mano, habían ido a solicitarme. La tienda de Pablito Restrepo fue saqueada, el directorio liberal incendiado. Los campesinos de tres veredas fueron sacados a golpes de peinilla de las tiendas por el alcalde y la policía. Se habían iniciado los aplanchamientos en el municipio de Concordia.

Ese 14 de octubre fue escogido por los conservadores para iniciar la violencia masiva en todo el país porque se conmemoraba el aniversario del nacimiento del general Uribe Uribe. Al doctor Bernardo Ospina lo atacaron haciéndolo ir de Betulia. Al doctor Jesús María Mejía de Salgar. Los liberales de Concordia e Itagüí se dejaron provocar matando a un policía en cada una de estas poblaciones.

NECROPSIA DE DUELO

Fui al hospital por los instrumentos para las necropsias y el personal me contó que por poco la chusma enardecida mata al doctor Bruno González. Sobretodo al doctor Gustavo Sierra quien tuvo que huir subrepticiamente. Existía una primitiva y bárbara costumbre: la de hacer las necropsias en los cementerios y en presencia de los duelos y curiosos.

Una de ellas era la de un agente de policía municipal llamado Gabriel González (Tonono) oriundo de Concordia y quien fue muerto por equivocación. En la calle que conduce al barrio de tolerancia, en compañía de Francisco Arredondo (Chico), le dispararon desde una barranca matándolo. En el cementerio, Gabriel González (Botijo) empezó a gritar y hacer tiros al aire. El alcalde le llamó la atención fuertemente a él y a sus acompañantes. Éste se protegió tras un eucalipto del cementerio desafiando al alcalde para que se dieran bala ya que el muerto era su primo. Yo sin perder la serenidad abandoné del cementerio.

LA SAMARITANA.

El carro de Hernán Betancourt me transportaría a Bolombolo pero al cruzar la plaza principal me llamó un individuo diciéndome que necesitaba conversar conmigo en la tienda de Emiliano Restrepo. Allí había dos individuos compañeros de Miguel Laverde. Acepté y me pidieron que les explicara por qué no había encontrado la bala en el cuerpo de Tonono. Les di una explicación sencilla que no aceptaron. En vista de los reclamos descarados y en tono grosero de uno de ellos, que resultó ser el mismo que 12 días antes conocí en el garito de Salgar vestido de charro mexicano y dos revólveres al cinto, Jesús María Vélez (Chúmara), traté de que la conversación fuera una charla lisonjera la cual no fue entendida por su compañero Fernandito Gutiérrez quien, con la lengua, trataba de saborearme. En un momento creí que me iba tirar el vaso de cerveza.

Un frío tenebroso invadió mi mente. Estaba frente al rey de una de las chusmas más conservadoras del suroeste antioqueño y su acompañante era una especie de guardaespaldas. Varios parroquianos que estaban en el establecimiento, empezaron a retirarse. Juan Laverde que atendía el negocio y servía los tragos trató de defenderme siendo rechazado por Chúmara. En ese momento entró una mujer trigueña, alta, garbosa y burguesa. Le pidió un paquete de maizena a Juan y hacía como que lo examinaba. Éste le pasó una nota rápidamente.

Había cometido un grave error: el no haberme marchado hacia Medellín. Pensé que Fernandito era quien iba a dispararme. Miguel Laverde me dijo que no había encontrado el proyectil porque el muerto era conservador y yo era liberal. Chúmara intervino diciéndome que abandonara la población cuanto antes porque no me merecía un tiro sino cinco.

En ese instante llegaron los detectives que habían sido llamados por la elegante samaritana de filiación conservadora que había entrado en la tienda. Había seguido los acontecimientos desde la tienda de Emiliano Restrepo. Uno de los detectives, conocía a Miguel Laverde y le puso, con cierta sonrisita, la mano sobre el hombro. El otro me llamó a la acera. Acababa de salir de un túnel tenebroso y espinoso. Miré hacia la Iglesia que me pareció un hermoso monumento arquitectónico y por cuyo atrio iba la garboso y generosa samaritana. La cual, noblemente, me había rescatado de las garras de una muerte prematura de parte de tres conservadores que, de armas tomar, me iban a proporcionar. Tratábase de Ofelia Montoya. Viajaría al otro día.

José Ignacio González Escobar