AERONAUTAS Y CRONISTAS

martes, 26 de noviembre de 2013

CRÓNICAS DE UN CURA PAISA. CAPÍTULO 11


 

CRÓNICAS DE UN CURA PAISA

POR EL PADRE ANTONIO MARÍA PALACIO VÉLEZ

CAPÍTULO 11

EL PADRE MANUEL RESTREPO PIEDRAHITA.

El padre Piedrahita o Manuelito como cariñosamente lo llamábamos, era oriundo de la población de Guasabra corregimiento de Santafé de Antioquia. Es de mediana estatura, bien conformado, cara graciosa y de ojos negros e inquietos que se movilizan de arriba a abajo con la rapidez del rayo recorriendo a la persona que está hablando con él. En una ocasión le hice notar eso y me dijo: es para que la persona que me está hablando no se me vaya.

Yo me hallaba en Turbo y allí llegó a finales de 1942. Al instante se dio a la tarea de arreglar su equipaje misional para dirigirse a Acandí pueblo lindante con la frontera de Panamá. Su equipaje consistía en lo necesario para celebrar la misa, algunas municiones de boca, unos frasquitos con medicinas para los que pudiera ocurrir, un Cristo que le diera fuerzas y apoyo en el mar y en aquellos pantaneros.

EL MACHETE

Y algo que le vi colocando con mucho esmero en su equipaje, una especie de lo que en algún otro tiempo debió ser machete. Era una vida que no se sabía si era de acero o de moho. En una extremidad tenía una especie de cacha roñosa. La hoja en la angosta y no pude saber si era de la generación que llaman machete o peinilla. Se parecía más a una lengua de sapo que ha machete. Le pregunté cuánto le había costado y me dijo que en Quibdó se la habían dado por 50 centavos. Hay que tener en cuenta de que esos tiempos, a causa de la guerra, habían subido todas las letras, sobre todo la U la eñe y la a. Allí,  un machete que medio se pudiera mostrar valía de 10 a 12 pesos. La vaina de ese machete, lengua de sapo, creo que la encontró botada a la orilla de arroyo, según estaba de deteriorada, sucia, vieja y fea.

 
Al verlo colocar con tanto esmero en su equipaje este instrumento le pregunté: ¿padre, para qué lleva eso? Poniéndose de pie me dijo con mucho énfasis: ¿no ha leído usted que en el Evangelio, Jesucristo le dijo a sus apóstoles que el que no tuviera espada vendiera su túnica y la comprara? Ya puede usted comprender plenamente lo que burlonamente llama lengua de sapo y lo indispensable que te va a ser que estas correrías. No tuve nada que objetar y en silencio continué ayudando lo a empacar sus cosas.

LOS CANGREJOS

La población de Turbo está infectada por miles de millares de cangrejos nocturnos que nadie puede calcular su número. En la casa rural vivía con nosotros legiones de esos animales y eran tan grandes que parecían palas De vapor. Con sus tentáculos tan alargados que parecían pulpos de esos que menciona Julio Verne en su famosa novela titulada “20,000 Leguas de Viaje Submarino”. Estaban provistos de tenazas tan grandes que infundían pavor al más resuelto. Al que agarran con ellas no lo sueltan, aunque chille. Basta decirles que en casi todas las casas de Turbo tienen cerdos y nunca los argollan por que éstos quedan argollados de por vida cuando los cerdos, buscando alimento, remueven la tierra con el hocico. Y ahí, cuando por desgracia llega, con su trabajo de excavación, a la temible línea Maginot donde tiene su residencia uno de esos cangrejos q S hay allá. Porque sin más “alto, quien vive” ni pedir el santo y seña lo agárrate el hocico con esas enormes tenazas y hasta luego pétalo. El cerdo, al mismo tiempo que da chillido, y con tan desenfrenado modo que arranca al feroz cangrejo la tenaza pero, eso sí, queda argollado para siempre.

EL CAZADOR

El padre Manuelito era un excelente cazador de cangrejos. Todas las noches, armado de un palo, se dedicó a exterminar a nuestros indeseables compañeros de vivienda. En la aguzada lanza de su arma, ensartaba, por la mitad, a estos desgraciados animales. Enormes eran los bichos estos. Los tentáculos en los que ostentaban las tenazas medían no menos de 25 cm de largo y las patas que eran en número de 10 por cada uno medían hasta 20 cm. Cuando él padre Manuelito, cara y aire de triunfo los ponía en alto parecían molinos de viento en ejercicio cuando agónicos agitaban sus tentáculos.

EL CARRIEL

Un carriel de esos que usan los arrieros antioqueños, y en los que en ellos guardan holgadamente un lazo, media libra de cabuya en rama, una aguja de arria, un eslabón para sacar candela, dos tabacos, media libra de panela para tomar agua e el primer arroyo que encuentran, una navaja médica, un cuchillo tres rayas, un Cristo, una barbera, la baraja, un par de dados y la imagen de la virgen del Carmen.

 
EL CARRIEL

LA CULEBRA

Había una culebra llamada Verrugosa porque está brotada de verrugas. Es tan gruesa como una viga. Cuando un hombre la pisa, porque parecen más aún palo podrido atravesado en el camino a mi, ella levanta una cabeza tan grande como un carriel de nutria de ocho bolsillos.

Cuando una culebritas de esas levanta la cabeza la dirige al pie de quien la pisó y se la besa. De inmediato se le pone la barriga tan dura como si fuera un barril de acero, brota los ojos, lanza un berrido y en el mismo sitio se va para el otro mundo.

 LA SAPA.

Otro peligro, que está en los pantanos, es la Sapa. Vi a un individuo muy orondo fumando tabaco o su pipa, andando con un palo en la rodilla cuando sin darse cuenta ni saber cómo ni cuándo de nuestro cliente no queda sino el sombrero sobre el pantano. Sin más monumento de la vieja gorra de hoja de palma señalando el lugar donde se lo tragó la Sapa.

LA GUADAÑA

Algunas de las muertes que ocurren por allí pueden atribuirse a la guadaña de la muerte por qué hay muchos otros que se mueren sin saber por qué y sin más razón. Es el caso de un soldado acantonado en la guarnición de Turbo. Aconteció que estaban los soldados custodiando un avión de guerra en el campo de aterrizaje. A uno de ellos se le fue un tiro de Grass. La bala hizo impacto en el flanco izquierdo de la costilla del otro Soldado. Le votó todo el estómago y el proyectil salió por el otro costado y sin más razón ni motivo allí mismo se fue quedando muerto. Nada más porque le dio la gana de morirse por esa bobada.

Una de estas cosas le pasó al padre Manuelito. Aún que casi se ahoga cuando una ola lo subió en su lomo en un naufragio cerca de Acandí. Apenas veía que por allá muy lejos apenas asomaban las orejas del padre Manuelito entre el herbesón De las olas y las espumas desflecadas. Salió del mar con el estómago más templado que Tambor de guerra por el agua que había tragado. Al mismo tiempo que experimenté alegría por mi salvación también sentir tristeza por la muerte del padre Manuelito de quien creí haber sido segura. La verdad es que sobrevivió. En el naufragio sólo perdió su carriel. Como los tres días unos muchachos encontraron en la playa y no se atrevieron a cogerlo. Pronto se lo llevaron al padre y se lo mostraron. Éste lo reconoció de inmediato aunque estaba más feo que un sacrilegio y más sucio que la vara de un gallinero. Allí estaba todo su dinero que había guardado y con eso nos solventamos.