AERONAUTAS Y CRONISTAS

lunes, 25 de marzo de 2013

LA CUCHILLA NIVELADORA



LA NIVELADORA DE LARANDIA

En los cruceros de vuelo mentales sobre los recuerdos de viajes vienen a la mente alegorías y realidades de la amada tierra colombiana.

Para los finales de la década de 1970 hacíamos vuelos a la hacienda de Larandia, la región de los Lara, bautizada de esa manera por su propietario Don Oliverio Lara. Don Oliverio soñaba con crear una industria de carnes que pudieran exportarse por vía aérea, dando gran impulso a los pobladores de la región.

Con motivo de la guerra con el Perú, en los comienzos de la década de 1930, se construyó un hidropuerto sobre el rio San antonio con bodegas y hangares metálicos de tipo militar. El mismo que también cumplía funciones de puerto fluvial para las aeronaves dotadas con flotadores a falta de pistas de aterrizaje. En ese tiempo solo se podía recurrir a hidropistas en los tramos más rectos, largos y calmados de los ríos de la región.

Un puente colgante de acero que unía las dos partes de la finca separadas por el rio. Un edificio de dos plantas en concreto para administración y vivienda dotada con electricidad generada con una presa que forma un pintoresco embalse. Por supuesto carreteras interiores para facilitar los embarques, por el rio Orteguaza, de las cargas con destino al conflicto y de los pueblos rivereños.

Don Oliverio decidió no dejar perder esas facilidades y aprovecharlas emprendiendo su aventura personal de desarrollo. Para ello también se había construido una pista de aterrizaje que según sus planes se usaría en el trasporte aéreo de carnes procesadas en un frigorífico a construir.

Para nuestra época, trasportamos unos funcionarios del gobierno que estaba interesado en reinstalar una unidad militar, dentro de las cuales se contaba el Batallón Bogotá, para combatir el terrorismo que asolaba el departamento. Tanto por su estratégica ubicación a orillas del rio San Antonio, afluente cercano del rio Orteguaza, como su proximidad a la ciudad de Florencia a donde se llega por vía pavimentada. En el lugar también estaba la torre transmisora del radiofaro que guiaba a las aeronaves para la aproximación a la pista del aeropuerto de Florencia, la capital del departamento.

La familia Lara estaba gustosa en que esa propiedad retornara al Estado ya que la delincuencia hacía imposible su explotación y querían que se preservara la memoria de Don Oliverio, quien había sido secuestrado y muerto por los terroristas y delincuentes años antes, cuando adelantaba sus proyectos.

Durante una de esas largas esperas merodeábamos por los alrededores de la hacienda. Siempre llenos de curiosidad por esos recuerdos del lejano conflicto suscitado por la posesión nacional de las tierras del sur del país. Las que el Perú, supuestamente buen vecino, nos quería arrebatar durante la famosa bonanzas cauchera de La Casa Arana. Las mismas regiones que, infortunadamente, no definimos con claridad después de la favorable oportunidad que nos dio la total victoria de la batalla de Tarqui sobre los peruanos. No dimos completo efecto a esa contundente derrota del enemigo y eso le dio pie, a esa misma nación, para que, años después, tuviera la osadía de intentar arrebatarnos la franja entre los ríos Napo y Caquetá.

En esas cavilaciones estábamos cuando vimos, debajo de unas frondosa ceiba y cual bestia prehistórica en descanso eterno, una extraña máquina oxidada que constaba de una larga cuchilla horizontal, con dos ruedas de radios metálicos en su extremos. Más bien baja y con unos tornillos verticales de manivela para el ajuste de la altura. Era simple y no mostraba ningún armazón que indicara la disposición de un motor que la impulsara. Solo un tiro triangular de barras por delante. Imaginamos que de ese lugar se acoplaba un tractor que la arrastraba.

El lugar parecía ser un parque donde unos señores de alguna edad se mantenían bajo la fresca sombra de la arboleda de la casa de la hacienda. Pensé que deberían ser veteranos del conflicto que en lugar de regresar a su lugar de origen se habían quedado para fundar familia, como muchos lo hicieron. Decidí entrar en confianza con ellos para indagarles sobre si sabían sobre ese extraño objeto olvidado. El mismo que parcia ser una pieza de museo casual. Me explicaron que fue usado para construir la pista de aterrizaje, las carreteras y el dique que contenía el lago de la hidroeléctrica.

Quedaba por resolver sobre como funcionaba. Cuando el conflicto con el Perú no se tenía posibilidad de llevar a esa región maquinaria motorizada. Florencia solo se unía a Neiva por un camino de herradura que remontaba la cordillera por el cerro Gabinete y llegaba hasta la población de Altamira en sur del departamento del Huila. Se seguía por una carretera en tierra construida apresuradamente para la guerra, hasta donde se conectaba con la línea del ferrocarril del Huila, apenas en desarrollo. La misma vía férrea que en la actualidad está totalmente abandonada.

Explicaron que en los tiempos Don Oliverio, para la década de los 50 y 60, ya se contaba con maquinaria. Pero en los comienzo de las obras, durante la guerra, la forma de hacer funcionar la cuchilla niveladora era con recuas de mulas que por medio de yugos y enganches tiraban de la máquina guiadas por arrieros apostados a sus lados. Mientras otros operarios regulaban la maquina a medida que avanzaba y según se necesitara.

De esa forma me era dado pensar que Colombia está destinada a ser una nación desarrollada en el próximo futuro. Puesto que en tan solo unos años había dado el gran salto “de la mula al jet”. Algo equivalente al que dio la civilización humana cuando pasó de los petroglifos de la edad de piedra a la imprenta de Gutenberg, algo que requirió de muchos siglos. Siempre y cuando los terroristas y la brutalidad criminal de grupos delincuentes, armados e ilegales, lo permitan o, como mínimo, no lo retarden.

Don Oliverio fue secuestrado y finalmente asesinado por conciencias primitivas que no conciben el valor del progreso para el bienestar del hombre. Historias que aprendía entreteniendo el tiempo disponible en actividades que ilustran sobre la realidad de nuestra nación en crecimiento.

Iván González