AERONAUTAS Y CRONISTAS

sábado, 24 de agosto de 2013

LAS DELICIAS (IV)


LAS DELICIAS (IV)

EFECTO DE LA DOCTRINA MILITAR

Teníamos que aceptar la evidente doctrina militar imperante en ese momento. Doctrina que se ha dado en forma silvestre, ya que ha surgido de un proceso de mutación espontánea y sin ningún planeamiento estratégico de defensa nacional. Precisamente la que debía surgir de las dependencias centrales en donde nos despeñábamos antes de ser destinados a ese comando. O si esos cálculos y planes han existido, por lo menos nunca han sido difundidos ni expuestos, a los niveles de mando que están en la obligación de conocerlos y aplicarlos. Son tan reservados que ni siquiera quienes los han de ejecutar los conocen a su nivel de aplicación. Que no pueden ser tan guardados ni bajo el concepto de seguridad de la información por compartimentación. Todo parece indicar que no es secretismo sino, mejor, oscurantismo. No es estratificación de la información, más bien ausencia de ella. Era lo que se vivía en el Estado Mayor Conjunto, de donde habíamos salido por fuerza de las circunstancias, como está contado.

Veamos. El dispositivo militar nacional era el de una inapropiada concentración de fuerzas militares en el centro de la nación, basado en el hecho de que donde hay más gente debe haber más fuerza militar. Como si la fuerza militar fuera para dominar la población interna y no para proteger a esa misma población de una amenaza externa. El dispositivo militar estaba pensado en priorizar el orden interno y la amenaza delictiva, objetivo propio de la fuerza policial y no de la militar. Eso implica una sentida ausencia militar y una difusa presencia periférica fronteriza, objetivo fundamental de la fuerza militar, como lo es el de protección de la soberanía y la defensa nacional en profundidad. Debilidad que dio motivo razonable a los dos históricos intentos de apoderamiento e invasión peruana a La Pedrera y Leticia durante comienzos del siglo XX. Las condiciones existentes a finales de siglo eran idénticas a las vividas durante el conflicto con el Perú. Ellas dieron pie para que el vecino lanzara sus intentos de apoderamiento forzado y por vías de hecho de porciones del territorio nacional.

Después de construidas las trochas en el sur de la nación, por razón de esa guerra, muy poco era lo que se había hecho para comunicar la región. En ese tiempo se habían construido caminos de Pasto a Puerto Asís. De Garzón a Mocoa, la de Guadalupe a Florencia, remontando el alto de Gabinete. La de Algeciras hacia San Vicente, pasando por Balsillas, Las Perlas y El Pato. Y la de Colombia, Huila, a la Uribe, Meta. Estas dos últimas, usadas después por los bandoleros de las FARC en su fuga desde Marquetalia y Sumapaz. La vía fluvial y la vía aérea eran los únicos medios disponibles en tan amplia área. Con los años se convirtieron en carreteables de especificaciones muy sencillas. No pasaron de simples vías de piso de tierra de poca duración, baja velocidad y frecuente cierre.






CARRETERA PASTO MOCOA


CAMBIOS DE DISPOSITIVO.

La reducción del parque aeronáutico, nos condujo a hacer una valoración minuciosa de toda la circunstancia estratégica y las medidas prácticas que deberíamos tomar para compensar, en todo lo que más fuese posible, las nuevas circunstancias de debilitamiento con la salida del componente aéreo. Además del poderoso crecimiento de la potencia de combate del enemigo que nos rodeaba, que había logrado un alto nivel de presencia y dominio del área. Era casi que el gobierno en todos los aspectos sociales, incluido hasta el religioso.

Nuestra conclusión fue que debíamos replegar una unidad que teníamos en avanzada, por la distancia y la pérdida de la posibilidad de apoyo aéreo, a la que se nos había llevado con el retiro del equipo de vuelo. Se trataba del Puesto Militar, de la Infantería de Aviación, emplazado en el municipio de Solano, a unos 8 km del GASUR. La distancia era corta, pero la única forma de llegar, en caso de combate, era un viejo carreteable que se había convertido en trocha, por más de 50 años de abandono o por el rio Orteguaza. Bloqueadas esas dos vías por el enemigo no se podía hacer nada por ellos. Y menos por vía aérea ante la ausencia de las aeronaves ya comentado.

Nos demoramos en hacerlo porque pretendimos obtener consentimiento de alto mando. Más por seguir la sagrada tradición de que nada un subalterno debe hacer sin no ha sido ordenado por su superior o minino avalado, que por nuestra convicción. Costumbre que se ha deformado trasfiriendo las más mínimas decisiones hasta los más altos niveles del mando. Nosotros, como nadie en ese tiempo, no podíamos hacerlo, así quisiéramos, asumir la responsabilidad y las consecuencias de nuestros actos. Lo que si era certero era que en caso de llegar a suceder un revés militar, sabíamos que seriamos descalificados por acción o por inacción. Es decir, por hacerlo sin permiso o por no hacerlo. O, simplemente, por no pedirlo a tiempo. De cualquier forma se le encontraría un defecto.

Esa era la cultura del COC, como ya se ha mencionado. Y siendo el primero el menos malo resulta ser lo mejor, o se tendría que caer en el elevado costo de caer en la paquidermia burocrática. Y esa pesada toma de decisiones es contraproducente ante las rápidas, dinámicas y las oportunidades de ocasión, que demandan las operaciones tácticas y el combate activo. Sin embargo, las tradicionales costumbres nos maniataban.



UN IDEAL, UN RETO, UN DEBER

Finalmente, después de larga espera, el comando FAC nos respondió en forma ambigua para no adquirir el compromiso de una decisión rotunda y clara, que lo hiciésemos, pero solo a nuestra consideración. Como siempre, las consecuencias por hacerlo o no hacerlo, solo serían de nuestra parte y no tendríamos respaldo si el asunto no era exitoso. Ante la ambigüedad y el no contar con un respaldo directo por lo que se hiciese y, por otra parte, de la oportunidad de obrar, que tanto valorábamos, lo retiramos recibiendo a sus hombres con el mayor agrado. Así estarían más seguros y se reforzaba la seguridad del GASUR.

Todavía era claro que no se podía actuar con total autonomía en cosas que, era natural, fuesen del nivel local, en la toma de decisiones. Ha sido tradicional no definir los criterios en lo que se puede o no actuar con autonomía y delegación. Por ello es inevitable dejar al simple criterio de lo que el superior quiera determinar para cada ocasión. Eso permite al superior ejercer la autoridad con el mayor albedrio para calificar de acertado o desacertado lo ejecutado por el subalterno, usando el simple capricho personal y sin referencial de ningún principio o doctrina fundamental. Lo que, por eso mismo, es apetecible que no existan. Desde luego, porque eso facilita la valoración según la mejor conveniencia para el superior, pudiendo evitar la mayor cantidad de responsabilidad que le pudiese ser endilgada si el resultado no es favorable.



BOMBARDERO MIRAGE 5


Por ejemplo, los requerimientos de bombardeos que habíamos hecho no fueron autorizados por el Comandante General de las Fuerzas Militares, quien era el único quien autorizaba esas operaciones. Cuando escasamente eran autorizados, debido al acomplejo trámite burocrático y las ocupación de otras índole que le mantenían copado, ya había desaparecido la oportunidad, la sorpresa y había cambiado la maniobra. Pero, gloriosamente las cosas estaban mejorando y ya se notaba cierta libertad de acción jurisdiccional. Como el repliegue del puesto de Solano, sin tener que recurrir a obtener consentimiento para casi todo, a los altos mandos, como era la tradición. En eso nos estábamos modernizando, aunque con timidez.