AERONAUTAS Y CRONISTAS

martes, 4 de febrero de 2020

CUANDO UNO ABRE LOS OJOS


Cuando uno Abre los Ojos

Plinio Apuleyo Mendoza

El desengaño de un revolucionario arrepentido
Crónica comentada

Ideológicamente, experimento una gran confusión. No sé qué ubicación darme. Sí de derecha, de centro o de izquierda. Hasta hace muy poco, preferí definirme de izquierda. Cuando era estudiante, y quizás todavía, entre ustedes mismos, el concepto izquierda se asociaba con una idea dinámica de reformas sociales y de supresión de injusticias. La derecha, en cambio,  sugiere conservación de privilegios indebidos y congelación de injusticias ancestrales. La izquierda, a groso modo, significaba estar del lado de los pobres. La  derecha, del lado de los ricos.



GAITÁN

De Gaitán a Castro
Gaitán hablaba de cómo el rico era más rico, mientras el pobre era más pobre. De cómo el oligarca citadino liberal o conservador, explotaban el campesino liberal o conservador. Gaitán aludía a las realidades verificables como las desigualdades sociales, enmascaradas por el enfrentamiento entre los dos partidos históricos. Gaitán asume, a su manera, una forma de lucha de clases.

Era un pronunciamiento esencialmente emocional, pues más allá de sus ardientes protestas no alcanzaba uno a percibir los perfiles concretos de su propuesta política. Pero tocaba una fibra muy palpitante de un muchacho, pobre en un colegio de ricos, muy sensible. Eso también tocaba a un condiscípulo suyo alto y tímido con la semilla de la inconformidad que le sembraba Gaitán. La que se le quedó bajo la sotana cuando se metió de cura. Y bajó su uniforme de fatiga cuándo se hizo guerrillero. Era Camilo Torres

Nacía una sensibilidad izquierdista que, con las lecturas marxistas, daría a esa elección pasional una estructura ideológica. En 1951 tuve la impresión de estar asistiendo a un nuevo amanecer de la historia. Desfilaba por las calles cantando himnos. Tendría que esperar 20 años para saber los testimonios desgarradores e irrefutables que vivían en Checoeslovaquia en el momento más terrible de las purgas del estalinismo.



EL SACERDOTE CAMILO

El continente estaba lleno de dictadores y, como culminación de este fulgurante proceso, llegó Fidel Castro a La Habana. A la cabeza de una guerrilla triunfante. El fervor parecía haber encontrado la respuesta justa a tantas frustraciones de las injusticias.

Me sumergí en aquel proceso revolucionario con la entera convicción de que la historia de América Latina había dado un paso decisivo hacia adelante. Entré, de lleno, en el delirio con todos los fervores y deslumbrantes espejismos, por todo el continente, siguiendo el modelo de Cuba y el Che Guevara. Fue el sueño de toda nuestra generación.

Vi, con deslumbrante estupor, a un partido minoritario y marginal, el comunista de la isla, como se infiltraba y tomaba posiciones estratégicas en el nuevo Estado. Pero no me gustaba ver a los honestos compañeros que eran desplazados por otros menos capaces. Simplemente, porque no se ganaban la confianza o no pertenecían al partido. La adhesión popular era sustituida por la intriga, la delación, el espionaje policivo y el encuadramiento ritual. Hasta en los desfiles y las manifestaciones populares.

¿Porque la guerrilla?

Pero aquellas cosas nos parecían simples accidentes y nuestra fe en Fidel sobrevivió hasta que no nos quedó duda que la revolución había sido desvirtuada. Aun así, con Allende en el poder, estábamos emotivos y no quisimos ver los desastres de su gestión económica, las colas, la sombría inconformidad de la clase media, la ruina de la agricultura y de la industria, la moneda por el suelo, la penuria. No analizamos nada, era una decisión pasional.

Pretendemos mostrar que la ideología fanática suele nacer y anestesiar, en especial, la conciencia. La enajena, impide el análisis ponderado de la realidad y de cómo participa de esa alineación y ese maniqueísmo. Como simpatiza con lo socialista. Miraba con recelo la derecha, aunque tuviese la claridad sobre lo comunista.



EL REDUCTO GUERRILLERO

Y con ese condicionamiento sentimental de la izquierda, veíamos, en esos países, un panorama sombrío. La línea del desarrollo gradual se rompió y se distorsionó gravemente. Ciudades creciendo de manera tentacular, de barriadas viviendo del rebusque. La inseguridad. Campos azotados por la violencia. El desempleo. El clientelismo político, las instituciones inoperantes, la educación universitaria elitista. Donde sólo se educan los hijos de la clase alta que tienen asegurado el mercado laboral.

Entonces la guerrilla parecía como la expresión inevitable de todo el deterioro económico y social. He aquí que, examinando de cerca el hecho guerrillero, empezamos a abrigar las primeras dudas sobre la validez de estos diagnósticos. Los que a la guerrilla le sirven de caldo de cultivo como expresión de la pobreza y la miseria. Pero una cosa es el caldo y otra su causa. Pobreza mayor que la de Colombia hay en otros países y, sin embargo, no hay allí guerrillas.

Nota: es verdad que el capitalismo no lograba corregir esas graves deficiencias con acierto. Pero que el comunismo, cuando surgió como solución ideal y como lo más deseable en los países donde se implantó, terminó produciendo peores defectos sociales.

Además, no es tan excluyente nuestra democracia, porque quienes no sean liberales y conservadores no tienen que buscar la vía armada para sus proyectos políticos. El partido comunista tiene existencia legal y representación, con fuerza electoral, en el parlamento, las asambleas y los concejos. Eligen alcaldes. Con periódicos que circulan libremente, espacios en la televisión, influencia en centrales obreras. Y pueden hablar sin que nadie se los impida. Y hasta combinar las formas de lucha, tanto la legal como la ilegal.

¿Qué hacer?

En Colombia gobernantes honestos decidieron hacer aperturas políticas y sociales. Belisario Betancur hizo aprobar la amnistía y el indulto para los guerrilleros a extremos difíciles de sobrepasar. No obstante, nada de eso ha servido para menguar la lucha armada. Por el contrario, se ha hecho más fuerte, más intensa y más extendida. En El Salvador, Napoleón Duarte hizo una extensa reforma agraria y no consiguió la paz

Nota: Porque la guerra ella se enquistó de manera morbosa, emocional e irracional y por ello por fuera de toda justificación lógica metal.

Leyendo los documentos de la séptima conferencia de las FARC en 1982, se ven las cosas con más claridad. El objetivo de la toma del poder. Es más qué reformas. Se trata de una revolución marxista leninista. Lo dicen abiertamente. No es un secreto. La estrategia es militar. Pasan de 29 a 49 frentes, con emboscadas, ataques a cuarteles y destrucción. La otra es política. Cambiar la Constitución. Con partidos para crear una conciencia revolucionaria en masa. La tregua no es un fin sino un recurso táctico.

El proyecto que proponen es, paradójicamente, el mismo que hoy está en crisis en el mundo. En Moscú, el propio Gorbachov, dejó en evidencia como el sistema degeneró en una sociedad estancada y fosilizada. Y en China, con estudiantes que se lanzan a las calles, pidiendo democracia por la ineficiencia burocrática. Por la incapacidad para producir riqueza, los privilegios de los dirigentes y la penuria del pueblo. Todo eso se ve también en Cuba, Camboya, Rumanía, Polonia, Corea del Norte, Vietnam, Angola y Mozambique.



EL FRACASO COMUNISTA

En Colombia la solvencia es sólo para una minoría armada inconforme, cuyo único poder es económico y militar, basado en el cultivo y tráfico de cocaína, los secuestros, el boleteo y la vacuna. El dinero se utiliza en la compra de armas para incrementar la capacidad militar. No para el beneficio social.

El tercer elemento es la fuerza subversiva con un objetivo a largo plazo, el poder. Al paso que el orden institucional y democrático no tiene ninguno, pues sólo es uno cada cuatro años según el presidente de turno.

Entonces, nos preguntamos, que es lo que se debemos hacer. La única respuesta es que al reto militar, que plantea la guerrilla, debe ser objeto de una respuesta eficaz en el mismo terreno. Y a su reto pregonado reto político, el progreso, que realmente no lo es, debe enfrentarse con otro también político.

Nota: Lo ideal es las dos cosas al tiempo. Pero como el dinero siempre es escaso, tiene que ser primero el orden productivo. El otro,  el progreso, le viene detrás. No al contrario porque sin concierto no hay producción y por lo insaciable que es el ser humano. Que cuando quiere y se le da de todo, sin que le cueste esfuerzo productivo, sin justificar el abuso, cae nuevamente en el desorden improductivo. Para, nuevamente, exigir por la fuerza regresando al comienzo. Y ese equilibrio solo se da, lo más aceptable y retributivamente posible, en el capitalismo. Porque el comunismo es un imposible humano.

La otra revolución

El cambio es crear una mística democrática frente a la subversión, cuando todo marcha mal. Pero eso es iluso. Estamos necesitando una revolución pero capitalista y no comunista, pacífica y no violenta, democracia y no tiranía, participación y no humillación.

Colombia no es un país pobre. Es un país empobrecido por ausencia de una correcta estrategia económica. La idea que nos ha nutrido a todos es que el Estado, y sólo él, puede resolver nuestros problemas. Que la creación de riqueza se puede conseguir con leyes. Cuando la realidad es que la riqueza proviene de la expansión de la capacidad productiva. Por eso el Estado ineficiente se llenó de reglamentaciones y de leguleyos que en lugar de facilitar entraban la producción.

Nuestro subdesarrollo no se debe al intercambio comercial ni a las multinacionales ni a la inversión extranjera ni a nuestra idiosincrasia o al clima tropical. Se debe a la falta de la reducción del Estado qué tiene excesivos controles y regulaciones. Que nos impiden competir en los mercados internacionales.

La verdadera fuerza revolucionaria no es el Estado sino el mercado. El Estado dice regular la actividad económica y, en realidad, la envuelve en una maraña de trabas. Dice ser nivelador social y crea monopolios industriales con sus políticas de favoritismo proteccionista. Con el despilfarro del clientelismo político y la pésima administración de los servicios sociales. Es incapaz hasta de recoger las basuras y si administra los ferrocarriles estos desaparecen. La iniciativa privada y la libre competencia es el mayor empuje.



EL MERCADO MUNDIAL

El objetivo es crear las condiciones de un capitalismo popular (Nota: Por medio de la democracia social) haciendo a los trabajadores socios solidarios de las empresas. Miremos el mundo. España, Unión soviética, China con sus modelos estatista comunista que se derrumban ante la libertad a la competencia y a la privatización, que registra índices de extraordinaria pujanza.

El dilema es cómo salir de la pobreza sin violencia en un Estado devorador, burócrata y fosilizado ante el modelo mundial libre y competitivo. Sólo basta comparar las dos Coreas, las dos Alemanias, el horror de Camboya, Vietnam o Etiopía, comparándolos con los países en abierto desarrollo al mercado internacional. O, la otra opción, es seguir la vía del África dónde sólo existe la pobreza, la represión y la violencia creciente. Seamos lúcidos.

No sigamos en esta historia circular de los mitos en los que creíamos, para ver las cosas claras sólo cuando llegamos a viejos. Hay una revolución en nuestras manos. Pero ella no está en la cartilla de dos abuelos barbudos del siglo XIX.

Ustedes, que son todavía estudiantes y son la generación del siglo XXI, asumen el reto de sacar a este país de la pobreza sin cortar la cabeza a la libertad.

Nota: Y sin creer que ello se logra colgándose en el patíbulo del terrorismo y el delito. 
Porque el fanatismo idealista basado en utopías de perfección, está demostrado, no termina en ningún éxito ni logro valioso. Cómo le aconteció a Camilo Torres ni a los países comunistas que han perecido en el intento. Debiendo mutar, finalmente, para su vergüenza mundial, al capitalismo, democrático, social y moderado. Han sido sus inútiles y dolorosos intentos, aunque heroicos por lograr el mundo mental idealmente perfecto, pero que ignora el falible mundo real.

El comunismo es tan idealmente bueno espiritual, del campo imaginario, que resulta malo imponerlo, a la fuerza y ahora, al falible mundo humano y material. Todavía la civilización no está en capacidad de lograr esos niveles de perfección en un solo y primer intento. Es una meta tan elevada que tenemos que escalar por pasos sensatos y, aun, esta distante. Enero. 2020.



Documento Histórico. El testimonio de Miguel Ángel Quevedo

Miguel Angel Quevedo, Propietario y director de la revista semanal CUBANA BOHEMIA, fue una figura decisiva en casi todos los cambios políticos que se produjeron en Cuba antes de la llegada de Fidel Castro al poder. Se suicidó solo y repudiado en 1969.

Bohemia era leída en todo el continente americano y, por supuesto, la revista más popular de Cuba por lo menos a finales de la década de los 50. Fue fundada en 1909 con el lema de “La revista que siempre dice la verdad”. Entre sus principales colaboradores estuvieron los más grandes articulistas, ensayistas, escritores y líderes de su época, como Jorge Mañach, R. García Barcenas, Eduardo Chibás, Oscar Salas, Gustavo G. Sterling, José M. Peña, Fernando Ortiz, Ramón Grau San Martín, René Méndez Capote, Agustín Tamargo, Gustavo Robreño, Herminio Portell Vilá y tantos otros.

Un ejemplar de sus “Bodas de Plata”, publicado en 1934, obra en poder de CONTACTO Magazine. Es una verdadera joya de ese momento.

En plena dictadura de Fulgencio Batista, Bohemia apoyó la revolución de 1959. El 26 de julio de 1958 publicó el famoso “Manifiesto de la Sierra”. El 11 de enero de 1959 publicó una edición especial, con una tirada de un millón de ejemplares, que se agotó en pocas horas, sólo once días después de la caída de Batista.

Con la llegada de Fidel Castro al poder, la prensa cubana no tardó en sufrir la ofensiva antidemocrática del nuevo caudillo. Periódicos, revistas, canales de televisión y emisoras de radio fueron expropiados o clausurados. Bohemia no fue la excepción. De inmediato se conculcaron todas las libertades fundamentales universalmente aceptadas. Bohemia aún existe hoy día, como un vocero más del gobierno de Castro, muy lejos de sus días de gloria.

Quevedo logró salir de Cuba, pero con un horrible sentido de culpabilidad por haber defendido desde Bohemia la revolución popular de 1959 y haber atacado a casi todos los políticos, legítimos o no, que habían gobernado Cuba. Y sobre todo por haber difundido o justificado todas las acciones de Castro.

Sr. Ernesto Montaner
Miami,
Florida                                                   Caracas, 12 de agosto de 1969

Querido Ernesto:

Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado — ¡al fin! — sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.

Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable». Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.

Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Los buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe, vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca.

No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.

Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder.

Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.

Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía (la cual sacó a Castro de la prisión tras el ataque al Cuartel Moncada). Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.

Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.

Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo, que de las acciones de la Sierra Maestra.
Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.

Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros. Y fue culpable el Departamento de Estado USA, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.

Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico. Por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.

Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, les hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.
Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.

Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín.

Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.

Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que puedan aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío, con sus anuncios, a publicaciones tendenciosas.
Sembradoras de odio y de infamia. Capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.

Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Núñez de Arce cuando dijo:
“Cuando un pueblo olvida sus virtudes lleva, en sus propios vicios, su tirano.

Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono, con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.


Miguel Ángel Quevedo