AERONAUTAS Y CRONISTAS

martes, 4 de febrero de 2014

40 DIAS EN EL VAUPES. PARTE 18



40 DÍAS EN EL VAUPÉS
1950
PARTE 18
•         LA CREACIÓN DEL HOMBRE. Hace muchísimos años que Dios subió por el Río Negro y entró por el Vaupés, con una gran canoa llena de peces y aves. Cuando llegó a la isla de que dista unos 150 km de las bocas, arrimó a una gran piedra en la cual se ven aún las señales. En seguida arrojó los peces que llevaba y con su gran poder los trasformó hombres y así aparecieron las tribus. Antes de dispersarlos el Dios colocó, a cierta distancia, una escopeta diciéndoles que el primero que la cogiera quedaría más cerca de los blancos mientras que los otros tendrían que va avanzar más arriba. Todos corrieron. Uno de los Desanos llegó primero y la cogió. Entonces los Desanos se establecieron abajo de la isla de Jacaré, cerca de los blancos y los otros en el Rio Negro hasta las bocas del río Curicuriarí.

•         LOS MACUES RAPTAN UNA BLANCA. El relato que vamos a hacer no es leyenda sin un hecho histórico, ocurrió en tierras actualmente brasileñas. Lo hizo en lengua Geral (yeral) doña Luciana Wenceslao de Cándido, hecha prisionera por los Macues con un hijo pequeño y vertida al portugués por el padre José Leao en 1942. Sacerdote salesiano. Contó: “En 1927, cuando yo estaba en compañía de mi esposo Feliciano Cándido y otros parientes que trabajábamos en la extracción de balatas (caucho) en el Río Maya, afluente del Caburí, fuimos asaltados por los indios salvajes Macues.


SANGRADO DEL CAUCHO
El primero que cayó víctima de las flechas envenenadas fue mi sobrino Cándido de Oliveira, quien habiéndose arrastrado unos 200 m de distancia fue ultimado a garrotazos. Yo hui despavorida detrás de mi marido y de mis parientes llevando conmigo a mi hijito de dos años, Franquelino y sosteniendo con mis manos a otros de cinco. Con los Macues persiguiéndonos de cerca disparando sus flechas envenenadas, clavaron una de ellas en pleno pecho de mi hijito de cinco años. Este quedó muerto inmediatamente sin lanzar un grito. Cuando empecé a llorar y gritar de dolor y desesperación, los indios me alcanzaron y me hicieron prisionera junto con mi otro hijito.
Me obligaron a andar durante seis días en la selva hasta las cabeceras del río Maya. Después de este largo viaje, que me dejó extenuada, llegamos hasta las propias habitaciones de los Macues. No constaban de grandes malocas comunes como es costumbre entre los indios, sino de casi un centenar de casas chicas independientes unas de otras, cubiertas con hojas. Los ranchos formaban un cuadrilátero, dejando en medio una ancha plaza de 100 m por 200, poco más o menos. Grande fue mi asombro al encontrar allí tanta gente, pues había unos 300 hombres, sin contar las mujeres y los niños. Eran hombres de amplias espaldas, complexión fuerte robusta, de una altura media de 1.65 m.
El color de los Macues, si se compara con las otras tribus, es más claro, quizás porque ellos viven en la sombra del bosque y no expuestos a los rayos calcinantes del sol tropical. Los hombres se rapan los cabellos, dejando apenas una porción en forma circular que pintan de color rojo, extraído de la planta Urucú. No usan traje algunos de los hombres ni las mujeres, comprobando con esto que yacen en máximo grado del salvajismo. Pude darme cuenta de que hay otras poblaciones indígenas más populosos aunque la primera, en las selvas colindantes entre Venezuela y el Brasil. No existe la poligamia entre estos Macues. La prole es muy numerosa y muchos de edad avanzada, prueba que es una raza resistente.
 POBLADO INDIGENA
A pesar de mi convivencia de tres meses entre ellos, no me fue posible distinguir jefe alguno en la tribu. Parece que no existe porque la autoridad que se reconoce es la del padre de familia del lugar. A los primeros rayos de la aurora todos se levantan y salen al baño en el río cercano. No toman mingo (bebida india) sino agua sola. Los hombres, no bien clarea el día, después de pintarse de manera fantástica, salen todos a la casa de pacas, micos, dantas y otros animales, alimento principal de estos salvajes. No bien llegan a la casa, hecha en una gran olla los animales cogidos con piel, pelos y huesos. Durante largo tiempo los cocinan hasta que es reducido a un caldo espeso, casi sólido, que el jefe de familia reparte entre los miembros de su propio hogar. Los Macues no cultivan la mandioca sino sólo maíz y las habichuelas.
Entre ellos se respeta sobremanera la propiedad hasta tal punto que los ladrones los fustigan hasta de muerte. Pero es otro precio si se trata de los bienes de los blancos civilizados, tenidos por los Macues como enemigos implacables a quienes robar, maltratar y hasta asesinar no es ningún pecado, sino patriotismo. Sin embargo, aunque yo pertenezco a la raza blanca, no me maltrataron ni a mi hijo Franquelino, menos negaron alimento que nos dieron en abundancia.
Un día, aprovechando la feliz ocasión de que todos los hombres habían salido de cacería y las mujeres a sus chagras, me volé del poblado indígena, dirigiéndome apresuradamente hacia el oeste, llegando sin aliento y enflaquecida por el terror, después de una semana de viaje por el maya al Caburí, donde encontré aún a Gregorio Olava, uno de los que vivían con nosotros, el cual no había huido, y nos recibió con gran cariño a mí y mi hijo.
Gregorio nos procuró canoa para seguir nuestro viaje en busca de los seres queridos del hogar y la familia, quienes a mi llegada quedaron fuera de sí por la alegría de mi regreso”.

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