AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 10 de mayo de 2018

14. ENTRE LEONES Y RATONES



14. Las fuentes de la información. De nuevo acudimos a los viejos de la tribu. Comentaron que había existido, pero desaparecido, hacía bastantes años, una ladrillera al costado sur de la pista de aterrizaje y no distante. Consistía en una veta de arcilla, un molino de maceración, una enramada donde se moldeaban y secaban los ladrillos a la sombra. Y un horno de coción. El lugar era identificable, someramente hacia el poblado abandonado donde encontramos los aljibes, pero había sido cubierto por la selva. Lo fundamental era encontrar el horno. Con el tendríamos un importante avance porque nos evitaría construirlo partiendo de ceros.

La búsqueda. Un sábado, encabezamos una exploración selvática con 50 soldados armados de machetes y nos adentramos en la manigua a buscar indicios. Como estos hornos se construyen con el mismo ladrillo, la consigna era, igual que con los desagües de la pista, buscar muros o residuos de ladrillo. Los que de seguro debieron abandonar cuando en el proceso se dañan y desecharían en el mismo lugar. Después de cortar rastrojos y palos, un soldado encontró un ladrillo. Nos concentramos en el lugar y vimos que había una ligera hondonada longitudinal cubierta por arboles vivos, materia orgánica descompuesta de hojas, ramas podridas y raíces. Era el horno del cual no quedaba nada.

Luego nos contaron que, en ocasiones de mucho apremio, para tapar los huecos de la pista, habían tomado los ladrillos del horno y lo habían derruido. Es no solo fue la solución incorrecta sino que habían destruido la fábrica donde podían producir ladrillos para ese mismo fin. Por supuesto que ante tal descuido los empleados de la Base también habían aprovechado para sacar materiales con que hacer algunas obras en sus casas particulares. La Base se había quedado sin la gallina ni los huevos de oro por una mala decisión.

En el desmonte encontramos bastantes arboles de guayaba que alguien había sembrado y la selva no había logrado hacerlos desaparecer. El desmonte los hizo fortalecer y dar mejor cosecha. Después los soldados acudían al lugar a hartarse de guayabas. 

El tonel.  Lo único que sacamos en provecho fue que observamos una chatarra extraña próxima a la vía que conducía a la balastrera y el desaparecido poblado que pasa justo próxima a donde debía estar el horno. Antes la vimos pero no le habíamos prestado atención pensando que era algo que habían abandonado por no ser importante. O que había sido algún residuo de un depósito de hierros olvidados y ese elemento, por lo voluminoso, había sobrevivido.

Consistía en un extraño cilindro de lámina gruesa y oxidada, puesto en forma vertical del tamaño un poco más grande que una caneca de 50 galones. De las usadas para cargar combustibles. Pensamos que sería un tubo inútil. Lo raro era que estaba en las proximidades de las ruinas del horno. Tenía bocas redondas laterales en la parte baja con tapas metálicas circulares cogidas por arriba con un tornillo flotante que les permitía girar para abrir. Las que cerraban por su propio peso. Creímos que sería algo antiguo sin importancia.
Un tonel macerador

De curiosos miramos en su interior y tenía un eje central grueso, desde abajo hasta arriba donde sobresalía. Se sostenía con travesaños inferiores y superiores en cruz que le permitían girar libremente porque ese eje pasaba por un orificio entre las crucetas. A él estaban adheridos con soldadura varios ángulos perpendicularmente en varios niveles a todo lo largo a manera de cuchillas batidoras. Aún se podía mover sin usar mucha fuerza. Necesitábamos nuevamente consulta.

Los sabios recordaron que ese barril era el molino donde se maceraba el material para hacerlo homogéneo, porque aunque la veta de arcilla era de material de grano delgado, necesitaba ser ligero para que no se produjeran ladrillo porosos, lo que los hace frágiles. 

Debía ser casi greda de una finura como la que se usa para esculpir figuras de barro, esculturas o hacer vasijas de barro. No tenían proceso de prensado ni de inyección como se hace actualmente con maquinaria moderna. Los ladrillos solo se perfilaban echando la arcilla en moldes cuadrados de madera llamados gabelas. Que son rejillas de tablas con huecos del tamaño y forma del ladrillo que se ponen sobre mesas. Llenadas, se rasaban por arriba para emparejar y se aplanaban con la mano. Se sacaba la gabela levantándola con cuidado y quedaba el bloque de barro cuadrado que era el ladrillo crudo.  Y que de la veta de ese material no sabían nada pero que era cerca al molino.

La explanada. En otra búsqueda encontramos que había un terreno plano como del tamaño de media cancha de futbol por donde estaba el viejo molino. Parecía haber sido hecho para ese fin aunque era un poco alejado de las actuales instalaciones deportivas. Tenía mucha maleza. Casi por simple curiosidad y porque de todas formas si aprovechábamos ese trabajo inicial, podríamos tener otra cancha para los soldados que habían construido su barraca de madera también próxima.
Hicimos llevar un cargador de pala. El banqueo terminaba a un lado en un barranco descendente que parecía haber sido un lleno de tierra para agrandar el área. Al otro lado era un talud ascendente de unos dos metro de alto.

La veta. Como lo pensado era agrandar la cancha, mandamos cortar el terraplén para ver si se podía hacer con maquinaria o si por casualidad encontrábamos algo de roca. En general para verificar las características del terreno. Eso nos indicaría si podíamos agrandar la cancha. Cuando el cargador raspó con el cucharón, de abajo hacia arriba, arrancando la cubierta de malezas, aparecieron cuatro estratos de arcilla roja perfectamente definidos. El primero de arriba, cubierto de malezas, era una delgada capa de material orgánica negra que permitía el crecimiento de las yerbas. Debajo arcilla roja mezclada con arena de la no apropiada para los ladrillos. De la misma que habíamos usado antes en el intento fallido de hacer los primero ladrillos. El tercero, de una hermosa greda fina y más colorada que el anterior pero sin nada de arena ni ninguna otra materia extraña. Finalmente y debajo, nuevamente la arcilla roja con arena. Eureka, encontramos la veta.

De allí sacaban la arcilla, la llevaban al molino para macerar, luego a las gabelas donde se conformaba el ladrillo, pisando y nivelando a mano. Después de secados a la sombra se metían al horno donde se endurecían a alta temperatura. Descubrimos todo el viejo proceso, lo único que nos era útil en ese momento era la veta. Por estar la mina de la materia prima en ese lugar era donde estaba la fábrica de ladrillos. El principal material con que se construyeron los anticuados edificios, de la Base. Las construcciones que a pesar de ser un clima húmedo y caluroso habían perdurado hasta nuestros días.

Estrato de arcilla

De esa fábrica no quedaba nada de lo hecho por el hombre. Solo el talud, después de suspendidos los trabajos porque la guerra también se terminó, de donde se sacaba la arcilla pero que estaba oculto con vegetación. Eso era lo importante. Afortunadamente no teníamos conflicto internacional pero sí interno. Nuestra propia guerra contra el terrorismo.

El proceso. Teníamos ya demasiado. La materia prima y el conocimiento de cómo producir ladrillos. Solo algunas limitaciones materiales, como el molino con el cual macerar, las gabelas fáciles de hacer de madera y el horno por construir. No teníamos el carbón que supliríamos con abundante combustible vegetal, la madera seca que sacaríamos de la selva. No tan energético aunque abundante, así se alargase el tiempo de quemado. 

Analizamos el motivo por el cual era necesario moler la materia prima. La razón era que al tener un material de partícula bastante pequeña no solo se deja moldear sino que al reducirse el granulado había menos burbujas y aire atrapado en la masa. Por lo cual los ladrillos se hacen macizos y fuertes. De esa manera se logra un ladrillo sólido y resistente.
Si comprimíamos la arcilla podíamos suplir con compresión la maceración y sacar el aire atrapado en el material. Si era suficiente, evitábamos la molida.

El macerador de caneca que encontramos no era fácil de reconstruir y además era de un diseño de bajo rendimiento. En su tiempo era movido por un caballo que, atado a un yugo, tiraba de una palanca horizontal que hacía girar el eje central caminando circularmente alrededor del tambor. Si le poníamos un motor, que no teníamos, y tendría que ser de gasolina. Y sus oxidados componentes no resistiría un fuerte trabajo.

Las Cinvar-Ram. De niños habíamos visto como los campesino usaban una ingeniosa prensa mecánica inventada por un creativo ingeniero mecánico santandereano para hacer ladrillos de tierra cruda. Fueron las famosas prensas llamadas Cinvar-Ram. Trabajan con una poderosa fuerza de compresión producida con una palanca que extrae el aire de la tierra que se pone en la caja de moldeo. Y aunque esos ladrillos no eran cocidos, si eran lo suficientemente compactos para que con ellos pudiesen construir sus humildes viviendas a bajo costos y en lugares apartados. Si podían, los endurecían con algo de cal o de cemento.
En ese tiempo en el campo era altamente costoso construir casas de ladrillo cocido por las dificultades de transporte y poca disponibilidad comercial que los encarecía.

Con ellas podíamos evitar totalmente la maceración, reducíamos la porosidad y dábamos forma al ladrillo sin usar molde, en una sola operación. Las gabelas llenadas y razadas no los dejaban todo lo fuerte que se podía lograr. Sin embargo, en caso de guerra todo hueco es trinchera, dice el refrán popular y con ellos construiríamos lo que necesitábamos.
Lógicamente que para muchos era otro proyecto loco de un comandante militar, que por nuestro grado y cargo, según ellos, no debería estar metido en ese tipo de asuntos.


La Cinva-Ram

Las buscamos en el comercio para comprar. No era como ahora que todo está en Internet, y no las encontramos. Decidimos fabricar una Cinvar-Ram. Recordábamos poco del diseño. Con la ayuda de familiares nos enviaron información por correo. Fuimos al botadero de chatarra donde podíamos sacar las planchas de acero, ejes, ángulos y palancas. Escogiendo el material en el arrume, ¡Sorpresa! Había una caja cuadrada de gruesas paredes en acero y con el tamaño y dimensiones donde cabía un ladrillo. Removimos los hierros que la escondían.

Encontramos una vieja y dañada Cinvar-Ram. Se podía arreglar, aunque con dificultad, pero era más fácil repararla que hacer una nueva. Seguimos buscando y para agrado ya no encontramos una sino tres. Estaba demostrado que no éramos los únicos en encontrar solución a la falta de ladrillos. Otros ya habían hecho lo que nosotros estábamos tratando de reinventar.  Eso no era nada nuevo en ese alejado lugar. Cuando existen necesidad la gente es más creativa de lo que nos imaginamos.

Los juguetones. De las cuatro reparamos dos y comenzaron a funcionar. Debido a los jóvenes que son los soldados, muchos son casi niños recién salidos del hogar, conservan espíritu infantil, gozón y juguetón. Aun en las cosas que son serias. Por eso el servicio militar es un formador de hombres. Se colgaban hasta tres de las palancas y las dañaban. Después de varias reparaciones decidimos reforzar las palancas de compresión junto con las cajas que explotaban ante tanta fuerza. Nuevamente de la chatarra, con acetileno, cortamos planchas viejas de acero duro sobrante de viejos buldócer y reforzamos hasta tal punto que parecían cajas fuertes. Dejaron de estallar. Las palancas de tubo recibieron ángulos soldados a lo largo y no se rompían.

El secadero. Se construyó un destartalado chircal de madera tosca cubierto con gruesos plásticos sobrantes del que se usaba en la carpa para cubrir el concreto. Debajo de ese techado se pusieron camas longitudinales de madera redonda a manera de estanterías que formaban galerías. En ellos se filaban los ladrillos crudos para que a la sombra secaran lentamente sin agrietarse. Con la apropiada arcilla y la compresión desapareció el inconveniente de las rajaduras.

Primitivo chircal o secadero del ladrillo crudo.

El Marandúa. De los hornos que habíamos visto no nos eran factible construir uno. Pensamos en algo compatible con nuestras oportunidades. Un horno para quemar ladrillo se construye con ladrillo ya terminados y no teníamos ni siquiera esos ladrillos para construir el horno. Tendríamos que comprar ladrillos y transportarlos por río desde Florencia en el remolcador de la Base. El famoso Marandúa porque lo habían fabricado en esa Base Aérea sobre el río Tomo en el Vichada, al oriente del país, cuando se pretendió construir la ciudad del futuro, Marandúa, por iniciativa del entonces presidente de la nación a comienzos de la década de 1980. Cuando el proyecto se detuvo fue cortado en partes y llevado en avión al occidente y reensamblado en el río Orteguaza. Ladrillos que nos salían también costosos.

Remolcador y plancho acoderados, iguales al Marandúa. 

El estigma. Nuevamente surgió la creatividad del soldado ingeniero ladrillero que los demás veían de lambón, como lo calificaban algunos compañeros celosos porque no patrullaba. Además, para mayor envidia se le daban licencias. Las que sus contradictores también querían pero no se ofrecían a trabajar en el proyecto porque se consideraban tan suficientemente militarotes, rudos y combativos, como para prestar su fuerza física y creatividad en asuntos administrativos y logísticos. Y cuando comprendieron que si lo hacían obtendrían los mismos beneficios, ya su orgullo se lo impedía a menos de exponerse a ser vistos como faltos de firmeza en sus ideas ante los demás compañeros. Descalificación colectiva y pérdida del prestigio social inaceptable. Los tabúes y estigmas limitadores que suelen surgir dentro círculos humanos cerrados, como son los de tropa. En especial cuando es en mentalidades y doctrinariamente, insuficientemente formadas.

El horno. El soldado tenía la solución. También la aprendió de su padre. Si hacía con cuidado las paredes y los quemadores de un horno mediano temporal con ladrillo crudo y cargaba su interior con una primera tanda de ladrillos también crudos, podía producir una cantidad suficiente para construir un horno definitivo de ladrillos cocidos. No podía ser grande porque si se apila mucho ladrillo crudo se revienta porque no resiste su propio peso.  Como los ladrillos de las paredes recibirían calor solo por la cara que daba al interior, resultaba un ladrillo mitad endurecido y mitad crudo, la exterior.

El horno

Se desarmaba este horno inicial y se volvía a reconstruir volteando los ladrillos. Así terminarían cocidos completamente. Hecho esto tuvimos un horno de ladrillo terminado y definitivo, que producía de continuo sin tener que desarmar.
Junto al chircal se hizo un leñero dónde se acumulaba la madera para secar, traída de la selva y se inició la producción. La madera no era un combustible tan energético como el carbón pero disponible. Solo que se requería de más tiempo para lograr las temperaturas necesarias. A los primeros ladrillos se le dio destinación específica, la batería de baños, la despensa, el rancho y el comedor de la tropa.

La licencia. Tanto estos trabajos como los éxitos operacionales más significativos, como fue la baja en combate de unos bandoleros y la destrucción de laboratorios de coca, que luego narraremos, además de el de la ladrillera, ameritaba un premio extraordinario para los soldados. Que no fuese la necesaria facilitación de comodidades logísticas mínimas, decidimos concederles una licencia larga y colectiva a toda la FUTACAL.
Estimulo que estaría acompañado con una sorpresa. Por dificultades de transporte, antes solo se daban licencias a grupos pequeños, cortas y según lo permitían los pocos cupos que quedaban disponibles del avión en los vuelos programados primordialmente para abastecimientos. Y tenían prioridad los heridos y enfermos para tratamientos médicos. En esta oportunidad fue lo contrario. La prioridad fueron los soldados, la licencia y el regreso del avión con materiales para compensar la capacidad disponible.

Aprovechamos uno de los pagos mensuales de la soldada para que dispusieran de algún dinero para llevar a sus casas y gastos. Un grupo fue llevado a Neiva en el avión grande, como ellos lo llamaban, que solo era el anticuado DC 3, y un grupo menor a Armenia en un bimotor pequeño. Eran los lugares donde quedaban más próximos a sus hogares. Los soldados no podían creer que eso fuese realidad. Nunca les habían dado una facilidad tan amplia y completa. Incluso pensamos que algunos desertarían, pero corrimos el riesgo. A los 15 días todos regresaron felices y dispuestos a seguir cumpliendo con sus deberes con más entrega. Hasta los que desaprobaban a los soldados ladrilleros admitieron que se favorecieron, ganando indulgencias con padrenuestros ajenos. sin embargo ellos también habían ganado sus propios méritos porque tenían bastante acosado al enemigo.

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