AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 9 de mayo de 2018

13. ENTRE LEONES Y RATONES


Necesidad de los soldados profesionales.

13. Alojamiento. En una ocasión llegó a nuestro despacho el Mayor Comandante de la FUTACAL con una inquietud, la de hacer un reconocimiento a su hombres. No era nada especial sino casi que su deber como su Comandante inmediato y el nuestro como superior de la Base Aérea. Consideraba que las precarias condiciones campamentarias en que estaban los soldados deberían mejorarse.

Campamento temporal. Internet.

Sabía que no disponíamos de recurso para construirles un alojamiento estable y mejor que el de sus simples carpas de campaña temporales a la orilla del río que se había convertido en alojamiento permanente. En un lugar más sano al que tenían entre la selva y las vegas del río, húmedo e insalubre debido a la presencia de zancudos y malaria. 

Como pretendía no ser un simple trasmisor de inconvenientes a su superior, sin antes haber hecho el mejor esfuerzo de encontrar solución con sus recursos, se acompañaba de una propuesta factible que corregiría el problema. Así fuese algo simple que no lograra todo lo que debía hacerse por los soldados. Pero estimularía a sus hombres y nos aseguraba que ellos darían más si hacíamos ese pequeño esfuerzo para mejorar su calidad de vida.

La solicitud. Consistía en que les permitiéramos vivir dentro de las instalaciones de Base Aérea haciendo uso apropiado de los recursos y manteniendo un comportamiento adecuado. En especial en lo relacionado con el personal femenino. Debían acomodarse al prudente trato social y comunitario y las formas de vida militar propia de la Fuerza 
Aérea . Inicialmente se pretendía seguir usando las carpas en algún lugar disponible entre las edificaciones. Pero el Mayor pensó que hasta si fuera posible permitirles acomodarse bajo el techo de uno de los corredores exteriores de la vieja casona, que hacía de barraca, habitada por la Infantería de Aviación. El solo hecho de permanecer bajo techo les sería muy favorable.

Tal sugerencia nos causó cierta duda pues estaban por delante las advertencias que nos habían hecho cuando llegamos a asumir el cargo. De mantenerlos alejados de la Base y en general de la Infantería de Aviación de soldados regulares, que no estaba bajo el mando directo del Mayor del Ejército, comandante de la FUTACAL, sino de otro Mayor de la FAC.

Eso podría provocar roces entre tropas y hasta entre los mismos comandantes de los dos destacamentos. De por sí el Mayor Comandante de la Infantería Aérea, inicialmente, nos expresó el temor que sus soldados regulares se contagiaran de los famosos malos hábitos de la FUTACAL. Le explicamos las bondades que podríamos lograr para beneficio de todos, sin dejar de ofrecer que, si las cosas no resultaban, tomaríamos las medidas correctivas y podíamos deshacer el intento.

Los dos oficiales nos aseguraron que podían manejar adecuadamente los impases que se presentaran usando la sinergia que produciría la unión de todos nuestros esfuerzos. Con esa seguridad y la confianza que nos habían demostrado los dos oficiales, con sus cualidades de mando, aceptamos.

El Comandante de la Infantería de Aviación. Para hacer honor al mérito, es necesario evidenciar que las capacidades y los esfuerzos del Mayor de la FAC, Comandante de la Infantería de Aviación, eran similares a los del Mayor Comandante de la FUTACAL.

El componente del Ejército de la FUTACAL dejó sus vegas en el río y se instaló en los corredores externos de la barraca de tropa de aviación. Con ello, quedaban en condiciones de vida similares a los Infantes de Marina, que vivían en el puerto sobre el río Orteguaza y la Infantería de Aviación. Los infantes de marina tenían un alojamiento en tierra firme. Otros en unos planchones flotantes techados. Y permanecían al pie de sus seis artilladas lanchas de combate, dotadas de potentes motores fuera de borda. 

La visita. Después de algún tiempo fuimos a averiguar personalmente como era la nueva situación de los soldados de la FUTACAL bajo su nueva ubicación. Esperábamos, que por el traslado a un mejor lugar de alojamiento, que nos recibirían de buenas maneras. No vimos las expresiones de cordialidad que acostumbra la tropa agradecida con sus comandantes interesados por ayudarlos a corregir sus necesidades. Pero lo entendíamos.

Ellos se habían sentido, por mucho tiempo, demasiado ignorados. Aún guardaban algo de pasados resentimientos contra todo lo que fuese presencia de autoridad. Y en los últimos años las cosas no habían mejorado por lo que se merecían. Además de creerse soldados superiores por ser profesionales, voluntarios, con retribución salarial y permanentes. Todo lo contrario a los soldados regulares del servicio militar, obligatorio, temporal y sin soldada. Entre ellos también se dan las clases sociales que se generan cuando es poco el nivel académico y formativo escolar en la mentalidad humana.

Podíamos justificarlos, en algo, con el hecho de que en la conciencia colectiva de todo el Ejército es tradición pensar que el espíritu militar en la Fuerza Aérea es relajado y bastante “civilista”. Como peyorativamente lo denominan para demostrar su desacuerdo con nuestras costumbres internas de la FAC. Todo porque usamos menos expresiones verbales groseras y las actitudes propias de su rudo espíritu militar tradicional. Lo que para ellos, supuestamente, debe terminar en demostraciones de aprecio del subalterno con su superior. Protocolo que es con frecuencia fingido, porque cae en la simple  exigencia del superior, mas no por sentimiento auténtico del subalterno.

Por eso su actitud era displicente, nos ignoraban, no usaban las obligatorias y habituales cortesías militares. Es su forma de demostrar cierto aire de arrogancia que los haga ver indispensables ante la autoridad. Y para demostrar a sus inevitables superiores, no importaba el grado que tuviesen, que los preferían más bien alejados. Cercanos para lo que necesitaban pero retirados cuando no les eran necesarios. Una actitud rentista y utilitarista, por interés material, que desarrollan las tropas cuando pierden el sentido de pertenencia.

Ignorancias fingidas. Lo que observábamos con claridad pero sin inmutarnos, también fingidamente. Haciendo como que no nos importaba su irreverencia actitudinal. La de ignorar deliberadamente el ceremonial militar cotidiano. Normas tan arraigadas y exigidas dentro de la cultura militar para demostrar el constante, y hasta molesto, reconocimiento de la autoridad. Comportamientos despreciativos que las tropas suelen usar para indicar que desconocen la subordinación debida.  

Nuestro postizo desinterés por el asunto era para hacerles creer, premeditadamente, que tal vez no nos dábamos cuenta de lo que hacían. Y que si ellos habían logrado transmitirnos su mensaje subliminal, no nos importaba. O ya fuese por nuestra pobreza de espíritu, debilidad en la autoridad o hasta temor o recato en reaccionar como precisamente ellos esperaban que sucediera. que en caso de ser exigente les daría derecho para tener otro buen motivo, provocado, para justificar su forma de actuar y demostrar más rechazo.

Idéntico al aire de autosuficiencia, casi que de soberbia, que demuestran los dirigentes sindicalistas que con ello buscan influenciar dudas y presiones sicológicas sobre los directivos empresariales para lograr sus exigencias laborales. Querían que se les viera como si fuesen una agremiación de empleados que podían demandar beneficios. Con una pequeña diferencia, que eran un sindicato armado castigado penalmente por la ley. Todo eso lo toleramos.

El sacro espacio vital. El visitarlos en su lugar de permanencia y ver sus costumbres fue, para ellos, una violación al santuario de su círculo vital. Sentían que se estaban exponiendo a ser supervisados en su intimidad y que de ello podrían surgir reclamaciones que deseaban evitar. Además de procurar minimizar la posibilidad de que se les pidiera su opinión de si estaban satisfechos con las mejoras que habían recibido. Lo que podría usarse como motivo para pedirles más resultados o agradecimientos cual obligación moral del superior de exigir. Preguntas previstas por ellos de incómodas por tener que responder y que piensan que se hacen con intencionalidad cizañosa. Eran precisamente las formas de pensar que buscábamos cambiar. Y vimos que aún faltaba bastante.

Encontramos que sus condiciones de vida habían mejorado significativamente. Si es que así podría llamarse. Porque aun dormían en hamacas que colgaban para pasar la noche entre los estantillos que sostenían el techo del corredor exterior de la barraca de la Infantería de Aviación. Las retiraban en el día para disponer de espacio, preparaban algunos alimentos en pequeñas estufas o reverberos de gasolina y no tenían un depósito donde guardar los equipos, víveres y armamento. Nos pareció que, de todas formas, estaban en condiciones bastante deprimentes.

Una barraca. Por eso le comentamos al Mayor que les propusiera que ellos pusieran la mano de obra y nosotros les podíamos facilitar el terreno y algunos materiales. Además de las herramientas para que construyeran un alojamiento propio de madera. Les prestaríamos las motosierras con el combustible con que podían sacar de la selva la madera requerida. Lo aceptaron y se inició la tarea.

Habíamos previsto un alojamiento aproximado de unos 80 metros cuadrado. Pero después de dos meses habían construido casi el doble. Además de camarotes. Se les dieron colchonetas, material para el techo y un suelocemento. Ellos pusieron también las puntillas y demás materiales. Era de cancel, con buena ventilación y protegidos de las lluvias y los soles que en esa región son fuertes.


Barracón de madera

El cambio de actitud no solo había hecho su ingreso en los suboficiales, que pintaron sus casas, sino en la misma tropa. La moral de combate fue subiendo como la espuma. Estaban tan agradecidos como dispuestos a las operaciones.

La ladrillera.
Mejorar lo logrado. El barracón que construyeron los soldados de la FUTACAL con madera no era suficiente. Era necesario complementarlo con otras facilidades inmediatas. Necesitaban una batería de baños, una cocina donde preparan alimentos  con despensa y comedor, fundamentalmente. Pensamos que debería ser de mejores materiales. Nos estábamos metiendo de maestros constructores por pura necesidad.

Teníamos dos máquinas de hacer bloques y adoquines de cemento. Años anteriores habían producido mucho adoquín de concreto con el que pavimentaron un buen trayecto de la vía principal de la Base. El inconveniente era que resultaba costoso llevar cemento por vía aérea porque por vía fluvial se había vuelto peligroso. Los bandoleros tenían casi bloqueado y dominaban el río.

En un caserío intermedio entre la ciudad de Florencia y la Base Aérea habían asesinado al gobernador del Caquetá.  Tres alcaldes del municipio de Solano, el único casco urbano aledaño a la Base Aérea, y varios concejales. Además de particulares que se habían negado o no habían podido pagar las extorsiones.

Volver a las ideas originales. En la región no se encuentra material duro pues no hay vetas de roca ni aluvión pesado. El disponible está a muchos kilómetros, es costoso, demorado y es complicado transportarlo por río. Era necesario otra alternativa. La solución era producir ladrillos cocidos de arcilla ferrosa, la que abunda en la región. La idea surgió porque, cuando hicimos mantenimiento al aire acondicionado en la oficina, nos dimos cuenta que, para ello, no había sido necesario poner el tradicional chasis de ángulos de hierro para sostenerlo. Las paredes de ladrillo cocido eran tan gruesas que lo sostenían sin el soporte. 

Recordamos que esas dependencias administrativas fueron construidas con razón de la guerra con el Perú y con especificaciones de instalación militar. Un espesor tal que hasta resistía un impacto de artillería. Como no encontraron material rocoso debieron fabricar el ladrillo y produjeron lo que llamamos “piedra artificial”. ¿Cómo lo hicieron? Teníamos que averiguarlo y repetir la historia.

Aprendiendo. El aprendizaje sería empírico. Para ayudarnos visitamos unas ladrilleras en el municipio de Madrid en Cundinamarca. Resultaron de dimensiones industriales no apropiadas para nuestra necesidad. Son hornos de túnel de proceso continuo, bastante largos para producción en gran cantidad. Se introduce un tren de planchones con carretas sobre rieles cargados con ladrillos crudos que se desplazan lentamente y que, sin detenerse, permanece el tiempo necesario para solidificar los ladrillos. Se alimentan con carbón mineral molido por bocas superiores con un mecanismo dosificador en forma constante. Había que buscar algo más artesanal.

En visita a Leticia, la capital el Amazonas, preguntamos por una ladrillera viendo que muchos edificios estaban construidos con ladrillo. En el batallón nos dijeron que allí existía la única ladrillera y justo era propiedad el batallón que producía para la venta.
Nos llamó la atención que un batallón estuviese produciendo ladrillo. El origen fue una solución que en tiempo atrás el Capitán Alvaro Valencia Tovar, actualmente General fallecido, había construido un horno para producir los ladrillos requeridos para construir el aeropuerto. Los ladrillos iniciales habían sido llevados desde Cartagena. Navegando por el Atlántico ingresaban por el río Amazonas hasta Leticia. La misma travesía que a comienzos de siglo hicieron las primeras tropas enviadas para contener la segunda invasión del Perú a Colombia.

Un largo viaje que no justificaba tan descomunal esfuerzo para llevar un material de construcción. Pedimos ver esa maravilla, para nosotros, porque para el batallón era algo militarmente intrascendente. Se veía como una desviación de su misión principal de seguridad fronteriza y soberanía, así fuese una fuente de recursos económicos.

El horno aún funcionaba después de muchos años. Es una instalación grande de magnífico diseño. Era lo que buscábamos. Casi idéntico a los bosquejos imaginativos a mano alzada que habíamos pintado en nuestras libretas diarias de notas. De allí sacamos buenas ideas.

Visto otro horno, casi que completamente derruido en Florencia, también nos ayudó. De cada una de estas visitas teníamos alguna enseñanza. Procederíamos por la vía del ensayo error pero no dejaríamos perder la iniciativa.

Intento fallido. Hicimos sacar arcilla para hacer un ensayo inicial para ver qué sucedía. Unos soldados hicieron unos ladrillos manualmente, se dejaron secar al sol. Se metieron en un hueco en suelo sobre el cual prendimos fuego. Lógicamente que después supimos que de esa manera era imposible lograr algo. El material debía ser de buena calidad. El que escogimos contenía mucha arena, necesitaba maceración, un mejor moldeado, secado a la sombra para que no se agrietara, porque eran arcilla expansiva y, con el calor de esa hoguera, no se lograba petrificar. El intento solo produjo sonrisas chistosas en nuestra presencia y burlas en ausencia.
Pero no nos dábamos por vencidos aunque fuesen reproches personales. Pero que no admitíamos que llegasen a cualquier asomo de irrespeto o deterioro de autoridad. En lo particular podía hacerse pero nunca en lo profesional, sin que generara una acción disciplinaria.

El buen curioso. El desilusionante ensayo fue observado por un soldado de la FUTACAL que no dijo nada. Tal vez por timidez o por evitar ser considerado imprudente por sus compañeros.
Entre los soldados se dan situaciones donde se critican entre ellos cuando se muestran colaboradores con sus superiores. Temen ser calificados de lambones y cepilleros, buscando beneficios individuales. Lo que limita sus buenas intenciones de ser proactivos y mostrar sentido de pertenencia con la institución. Creen que esa no es la forma de lograr el posicionamiento grupal ni el reconocimiento social. Piensa que lo correcto es que, colectiva y culturalmente deben ser opuestos, limitadores y reacios a colaborar con todo lo que sea autoridad. Pensamiento que se debía cambiar.

Pero alguna inquietud le quedó y como supo que no desistíamos, decidió hablar al Mayor Ingeniero del Ejército, su Comandante de su agrupación. Le sugirió que nos comentara que de esa manera no se harían nunca ladrillos. Que él tenía una somera experiencia pues en el municipio de Garzón, Huila, su padre tenía una ladrillera y veía cómo los hacía. Con sus ideas podía ayudar si estábamos dispuestos a aceptar su apoyo, si le facilitamos la ayuda de otros 4 compañeros.
Pues de inmediato le mandamos decir que no solo era bienvenida su contribución sino que lo nombrábamos Director del Proyecto. Que contara con todo nuestro respaldo y colaboración. En el país de los ciegos el tuerto es rey. Dejamos de dirigir el trabajo y le dimos libre albedrío asegurándole que sí tampoco le resultaba no le haríamos ningún reclamo.

El ingeniero ladrillero. Para estimularlo lo exoneramos de sus pesados deberes de patrullaje y combate, junto con sus ayudantes. Con ello dábamos un mensaje indirecto a sus compañeros quienes verían que la iniciativa se recompensaba. Sin importar que fuese considerado de “regalado” (quienes dan más de lo debido o exigido). Término despectivo para descalificar a los colaboradores para mantenerlos dentro del redil de los remisos al buen desempeño. Porque con su actitud colaboradora los hace quedar mal. Y no solo que se valoraba la creatividad en asuntos administrativos, sino que, esa misma doctrina, se extendía a la del combate y las operaciones.
Un cambio de mentalidad fundamental en el objetivo final del CACOM. Había que sacar ventaja a la adversidad y la envidia puede ser usada para romper malos paradigmas y hacer que se pase del comportamiento obstaculizador a la actitud proactiva.

Era necesario complementar con más información de cómo habían producido los ladrillos en 1930.

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