AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 10 de mayo de 2018

19. ENTRE LEONES Y RATONES



El caso Mandalay.
19. Niveles de compromiso. El nivel de compromiso laboral con la nación, dentro las FF MM, tiene dos niveles. El primero y más considerable y por ello uniformados, es el de los militares. En segundo lugar, el de los empleados civiles del ramo de la defensa, pero no uniformados. Aportan servicios laborales de menor responsabilidad pero de alta necesidad. Algunos, incluso, esenciales para las actividades militares.
En el caso de que sus funciones llegasen a ser de mayor importancia para la supervivencia nacional, ese recurso humano es el primero en optar para ser uniformado. Entra a ser parte del escalafón militar con los respectivos niveles de obligatoriedad del nivel del militar profesional. Situación solo extrema, como es en el caso de guerra internacional o de supervivencia de la nación por grave conflicto interno. Esta claridad es para facilitar la comprensión de la situación que describiremos a continuación.

El freno. No era ese el caso extremo el de la Base de Tres Esquinas y estábamos muy lejos de ello. De todas formas, algunos de estos empleados oponían resistencia al cambio. En especial los que llevaban más años en ella que, lógicamente, era el personal civil permanente, ya que el militar éramos flotantes.
Cualquier intento de modificación el estado de falsa calma, por lo poco confiable, en la que habían vivido, era ya bastante resistido. Más de lo que se podría considerar, en el resto de las bases aéreas en todo el país, como tolerable. Si es que se pudiese pensar que lo fuese. Situación que, para ellos, no debía modificarse. Menos con una loca idea de crear una base aérea con capacidad real de combate.

La manera de frenar ese objetivo, era la inacción y la baja productividad laboral como método de oposición a las trasformaciones. Esas pocas, afortunadamente, mentalidades inconformes, con el riesgo de propagación a otras, preferían seguir en connivencia con los grupos terroristas y narcotraficantes en un acuerdo, no explícito pero sí tácito, de no mutua agresión. Pacto que no se nos había expresado abiertamente pero era vivencial. Era evidente en el lenguaje actitudinal y perfectamente deducible.
Sus comportamientos daban motivos razonables para llegar a nuestra conclusión después de la valoración válida y creíble del contexto. 

Riesgoso equilibrio. Todo cuánto intentábamos por modificar ese riesgoso y dudoso equilibrio, les era totalmente inconveniente y les causaba temor. Temían salir de su nicho de confort. Aunque sabían que ese balance de poder era inherentemente sensible y peligrosamente inestable. Les acrecentaba la incertidumbres el que, en cualquier momento, por un pequeño motivo, tendiese a salirse, con facilidad, de su punto de equilibrio. Ya fuese por parte de la amenaza externa o, incluso, hasta por debilidad de la fuerza militar para seguirlos protegiendo de manera confiable.

Confianza en nosotros que se había debilitado de manera ya inapropiada. A pesar de que había sido depositada por casi tres generaciones dándoles oportunidades laborales durante seis décadas en una región donde eran casi inexistentes. Por ello hemos visto cómo algunos fluctuaban, ejerciendo alguna presión sobre nuestras iniciativas, según la conveniencia, entre la lealtad a los militares o las simpatías con los ilegales.
Eran pocos los casos y aislados, pero reales. Por eso, empleaban una calculada y moderada resistencia al desempeño laboral o la colaboración a las ideas que debíamos emprender. Que, incluso, se filtraban al campo militar de manera bastante sutil, como las contadas sobre las historias de seres fantásticos o la muerte del toro, en lo militar. De su parte, como la distribución del agua o el obstáculo a las prácticas de tiro. Además de otras menores pero cotidianas que usaban a manera de ponerle frenar la rueda del carro del cambio de mentalidad. No habían creado agremiación organizada opositora pero si con la actitud mental de dificultar el desempeño laboral. Lo que era un incipiente inicio de cultura sindical.

Pulso de fuerzas. Por supuesto que sabíamos de su vulnerabilidad y no podíamos abusar de nuestra posición dominante. Tampoco podíamos dejar que progresaran sus  intentos de oponerse a la proactividad, el espíritu de cuerpo, el sentido de pertenencia y a la indispensable actitud facilitadora, en ese momento de modernización. Tal circunstancia nos obligaba a dejar en claro y en forma expresa su condición laboral  como empleados civiles en la institución. Y su estadía privilegiada dentro de la instalación militar. Gozando casi que hasta de los mismos privilegios materiales y casi que del exclusivo fuero militar. Generosidades que muy pocos gozan en Colombia. Lo que generaba, con algunos, roses de criterios y contraposición de ideas que por su naturaleza eran inevitables.

Conveniencias e inconveniencias. Por ello no fue bien visto cuando se les puso en evidencia que por varias generaciones habían construido y usado las viviendas de Mandalay sobre una propiedad oficial quién tenía escriturado esos terrenos. Argumento que, para ellos, no tenía mucha validez, porque aún en su mentalidad no había llegado el concepto de la propiedad escriturada y confirmada con registro oficial. Siempre y cuando no fuesen sus fincas como colonos en terrenos que, aunque baldíos nacionales, no tenían propiedad certificada por autoridad legal superior. 

Para esos fines si tenían claro eso conceptos y normas. El respaldo, a lo que consideraban  sus propiedades, eran el de los ilegales, como el del colono invasor del predio que fuimos a visitar. O, al menos, para resolver conflictos entre ellos, pero no de índole legítimo ni legal. Claro que eso se daba por ausencia del Estado, mas no por ello válidos. Ausencia que por eso la estábamos afirmando aunque para ellos traumática por distorsionar el entorno en que habían vivido por años y al cual estaban habituados.

Debilidad de gobierno. Tendían a creer que su aldea de Mandalay era una Microrepública Independiente por fuera de nuestro dominio y control. Por supuesto y más, del resto de la nación. Autonomía para todo aquello cuánto les conviniera cómo era el concepto de propiedad y, más bien poco, todo aquello cuanto no les conviniese. Cómo era el cumplimiento de deberes. La ley era entonces útil para los beneficios y lo ilegal para las obligaciones.

Creían  tan fuerte en ese derecho de propiedad, a su manera,  sobre el suelo  y las mejoras hechas sin acuerdo  que, incluso, las  negociaban entre ellos sólo afincados en una simple tradición. El precio para quien compraba era, supuestamente, el que le daba garantía sobre el derecho de usufructo del suelo o a construir o hacer mejoras, más sin respaldo legal ni oficial.  Derecho que extendían a futuro para vender a quienes ellos quisieran después de jubilados o cediéndolas por heredad de palabra o cuando cesaran en el ejercicio del cargo.
No solo a los que tuviesen algún vínculo laboral, familiar o de tradición con la unidad militar. Lo que era un peligroso postigo en la ventana de las seguridad. Por ese resquicio era por donde, según lo detectamos, se estaba infiltrando, dentro de nuestras instalaciones, personas con antecedentes y simpatías subversivas. Es decir, se estaba entrando el tigre a la casa.   

Sin culminar. Era parte de la mentalidad que era necesario ir modificando puesto que por tolerancias de muchos años, por parte de quienes ejercieron autoridad, se había afincado ese pensamiento costumbrista que ya se había convertido casi que en norma en la conciencia colectiva. Era un tema álgido a nivel interno. Que no podía distraernos del objetivo fundamental. Especialmente el de la atención que debíamos darle a los demás asuntos. Por eso no ahondamos más en el tema. Lo dejamos en evidencia al momento de nuestra partida con el respectivo expediente para procedimientos futuros.

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