Araracuara.
20. Exótico lugar. No todo era trabajo. También había que conocer el entorno y
estudiar el terreno en forma real y presencial para saber cómo orientar las
operaciones que simultáneamente estábamos ejecutando, que se narrarán después, en la segunda parte de esta crónica. Recorriendo
el país se encuentran lugares exóticos. Uno de ellos es la Araracuara.
A media distancia entre el nacimiento del río Caquetá, en la
cordillera oriental y su desembocadura en el Amazonas, se encuentra un
promontorio de roca de poca altura,. Romo en su cima por naturaleza y por la
acción del hombre que sobresale de la selva espesa.
La
calma al ingreso del cañón
El río embravecido. El río, durante
años, cortó la peña y creó un estrecho cañón de unos 80 metros de
ancho, 100 metros de profundidad y 500 metros de longitud.
Son dos paredes paralelas verticales, de peña desnuda. El río que, normalmente,
corre lento por muchos kilómetros, sobre el suelo selvático, repentinamente se
enfurece de manera atemorizante en la estrechez.
El
torrente a la salida. Al fondo el boquerón
Por lo cerrado de la garganta, toma velocidad creando un fuerte
torrente enloquecido que levanta vapor y truena con violencia. A la salida hay
un amplio lago donde nuevamente se apaciguan las aguas para seguir su tranquila
marcha.
Debido a estos rápidos, la navegación del río se parte en dos, la
inferior y la superior. Ninguna embarcación puede sobrepasar a menos que sean
arriesgados navegantes de deportes extremos. Para salvar el obstáculo, se
construyó una trocha semicarreteable que une los extremos para transbordar las
mercancías y a las personas.
Arriba la selva. La pista.
El cañón abajo y perpendicular a la pista
Los colonos pedreros. Por lo aislado e inaccesible del lugar, hace años, el gobierno
creó una colonia prisión en el lugar, de donde no se sabe que alguien pudiese escapar.
Para mantener ocupados a los detenidos, resocializarlos, mejorar el acceso para
los abastecimientos, así como mejorar la presencia nacional, violada años antes
por los caucheros de la Casa Arana, se les dio la tarea de construir una
pista sobre la roca.
Pista
en piso de roca cortada
Al bajar del avión, una de las curiosidades que se ven son los
cortes hechos en la peña con los cinceles de los presidiarios en su titánica
labor. Las cunetas y todo el piso fueron labrados en la piedra de la colina. La
pista inicia justo en el borde del acantilado del río y termina en el lado
opuesto del promontorio. Es como aterrizar y despegar de un portaaviones.
Cuando volábamos por esa región, ya no existía la
Colonia Prisión. Sin embargo, en el pequeño poblado que se formó a la
orilla del río, Puerto Arturo, vivían bastantes expresidiarios que habían
cumplido la pena y voluntariamente quisieron quedarse cuando la colonia fue
trasladada a la Isla Prisión de la Gorgona.
El apostolado. Con ellos, y a su pedido, se quedó el último de los médicos
que prestó sus servicios en la antigua penitenciaria. Atendía el pequeño
hospital que el gobierno decidió dejar. Un paisa que hacia un apostolado
social. En algunas ocasiones les llevábamos periódicos, revistas o vino para
solventar su necesidad intelectual y procurar algo de comunicación. Aunque él
ya estaba acostumbrado a un franciscano aislamiento. La radio casi no entraba y
menos la televisión. Él nos correspondía con amabilidades cuando debimos
pernoctar en el lugar.
El control de la natalidad. En una oportunidad le pedimos que nos contara algo propio de la
región en asuntos de medicina natural. Dijo no conocer mucho al respecto porque
no le había prestado atención al tema. Solo recordaba que en una o dos
oportunidades le habían comentado que algunas mujeres nativas, únicamente ellas
y no los hombres, sabían de una planta que si la consumían quedaban estériles.
Pero que si deseaban recuperar la fertilidad, tomaban otra y la recobraban. Eso
no lo había comprobado pero se lo habían narrado. Eran tribus que vivían más
bien lejos y se mantenían aisladas.
Los monstruos de río. Un día charlamos sobre la pesca en el río. Para nuestra
curiosidad, pero de la manera normal para ellos, nos hablaron sobre ejemplares
de un tamaño y peso que asombraba. Como no podíamos creer lo que nos contaban
preguntamos si tenían alguno de esos peces para verlo. Nos invitaron a pasar el
río en canoa por donde la orilla era más panda, para mostrarnos. La pesca la
guardaban refrigerada en cuartos fríos en espera de cuando llegaran aviones de
carga para mandar al mercado de Bogotá.
La
abundante pesca
Cuán grande seria nuestra sorpresa al ver unas bestias que
descabezadas colgaban desde el techo del refrigerador, tan alto como una
habitación, de garfios de carnicero y la cola llegaba doblando sobre el piso.
El espesor en la parte más ancha era tal que, rodeados entre los brazos, los
dedos no alcanzaban a tocarse. No supimos cuántos kilos podrían pesar pero no
sería raro que fuese lo mismo que un novillo.
Los anzuelos. La curiosidad se centró en la técnica de pesca. Como los atrapan
en el lago que se forma a la salida de los raudales. Los colonos dicen que
ellos emigran río arriba y llegan al remanso. Ante la imposibilidad de remontar
los rápidos, se quedan engordando en el lago y quizás en periodos de
reproducción. No era muy científica la deducción pero era la única explicación
factible al gran tamaño de estos peces de río.
En
verano. Internet.
Los pescadores hacían flotadores con galones vacíos de plásticos, de vistoso color amarrillo, del lubricante de los motores fuera de borda. Eso
los hace visibles a la distancia. Además, algunos, acondicionaban una batería
con un bombillo de linterna que, cuando el pez jala la cuerda del anzuelo, se
prende en la noche y pueden ver cuando el pez atrapa la carnada. El anzuelo lo
hacen con varillas de acero de construcción bastante grueso y en la punta
afilada colocan la carnada, que es un pollo completo. La cuerda es una manila.
Iniciaban una atenta vigilancia viendo cuán rápido el galón se
hunde y esperan que sea cada vez más lenta, en la medida en que el pez se canse
de tanto intentar escapar al fondo. Cuando eso se logra, con suavidad lo llevan
a la orilla donde la profundidad no sobrepasa la cintura de un hombre. Uno o
dos botes se colocan a cada lado del cansado pez y, entre varios, lo arponean a
una orden simultánea, sosteniéndolo para que otro pescador, de pie
y entre el agua, le corte la columna dorsal detrás de la cabeza. Usan una
cierra de motor o a un baquiano con hacha. Ya muerto lo destripan lanzando las
vísceras al río para alimento de los que están en capilla. Lo sacan y lo
refrigeran en espera del avión.
El
lago de la pesca. Internet
En la televisión presentan documentales donde un pescador se
dedica a encontrar “monstruos de río” en diversas partes del mundo, incluido el
Amazonas. Pero lo que saca no es ni la tercera parte de los que vimos pescar a los
colonos en este extraño lugar de la selva colombiana.
La crónica del diablo. Otra de las curiosidades que experimentamos y que el médico nos contó, fue la de un colono. Por medio del médico nos dijo que quería narrarnos sus aventuras. Nos
relató unas extrañas historias vividas en la selva. Se había perdido y duró
bastante tiempo sobreviviendo a punta de raíces y alimañas que podía conseguir.
Eso lo llevó a unos delirios donde veía grandes monstruos y se sentía
perseguido de fantasma y demonios, que lo querían confundir. Con los días,
logró entrar en contacto con indígenas que lo ayudaron a salir de la selva.
Años después historias iguales leímos en un libro titulado, “Mi alma se la dejo al diablo” de un afamado periodista escritor de crónicas de la selva colombiana.
Años después historias iguales leímos en un libro titulado, “Mi alma se la dejo al diablo” de un afamado periodista escritor de crónicas de la selva colombiana.
La boca del monstruo selvático
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