AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 10 de mayo de 2018

20. ENTRE LEONES Y RATONES




Araracuara.
20. Exótico lugar. No todo era trabajo. También había que conocer el entorno y estudiar el terreno en forma real y presencial para saber cómo orientar las operaciones que simultáneamente estábamos ejecutando,  que se narrarán después, en la segunda parte de esta crónica. Recorriendo el país se encuentran lugares exóticos. Uno de ellos es la Araracuara.

A media distancia entre el nacimiento del río Caquetá, en la cordillera oriental y su desembocadura en el Amazonas, se encuentra un promontorio de roca de poca altura,. Romo en su cima por naturaleza y por la acción del hombre que sobresale de la selva espesa.

La calma al ingreso del cañón

El río embravecido. El río, durante años, cortó la peña y creó un estrecho cañón de unos 80 metros de ancho, 100 metros de profundidad y 500 metros de longitud. Son dos paredes paralelas verticales, de peña desnuda. El río que, normalmente, corre lento por muchos kilómetros, sobre el suelo selvático, repentinamente se enfurece de manera atemorizante en la estrechez.

El torrente a la salida. Al fondo el boquerón

Por lo cerrado de la garganta, toma velocidad creando un fuerte torrente enloquecido que levanta vapor y truena con violencia. A la salida hay un amplio lago donde nuevamente se apaciguan las aguas para seguir su tranquila marcha.

Debido a estos rápidos, la navegación del río se parte en dos, la inferior y la superior. Ninguna embarcación puede sobrepasar a menos que sean arriesgados navegantes de deportes extremos. Para salvar el obstáculo, se construyó una trocha semicarreteable que une los extremos para transbordar las mercancías y a las personas.

Arriba la selva. La  pista. El cañón abajo y perpendicular a la pista

Los colonos pedreros. Por lo aislado e inaccesible del lugar, hace años, el gobierno creó una colonia prisión en el lugar, de donde no se sabe que alguien pudiese escapar. Para mantener ocupados a los detenidos, resocializarlos, mejorar el acceso para los abastecimientos, así como mejorar la presencia nacional, violada años antes por los caucheros de la Casa Arana, se les dio la tarea de construir una pista sobre la roca.

Pista en piso de roca cortada

Al bajar del avión, una de las curiosidades que se ven son los cortes hechos en la peña con los cinceles de los presidiarios en su titánica labor. Las cunetas y todo el piso fueron labrados en la piedra de la colina. La pista inicia justo en el borde del acantilado del río y termina en el lado opuesto del promontorio. Es como aterrizar y despegar de un portaaviones.

Cuando volábamos por esa región, ya no existía la Colonia Prisión. Sin embargo, en el pequeño poblado que se formó a la orilla del río, Puerto Arturo, vivían bastantes expresidiarios que habían cumplido la pena y voluntariamente quisieron quedarse cuando la colonia fue trasladada a la Isla Prisión de la Gorgona.

El apostolado. Con ellos, y a su pedido, se quedó el último de los médicos que prestó sus servicios en la antigua penitenciaria. Atendía el pequeño hospital que el gobierno decidió dejar. Un paisa que hacia un apostolado social. En algunas ocasiones les llevábamos periódicos, revistas o vino para solventar su necesidad intelectual y procurar algo de comunicación. Aunque él ya estaba acostumbrado a un franciscano aislamiento. La radio casi no entraba y menos la televisión. Él nos correspondía con amabilidades cuando debimos pernoctar en el lugar.

El control de la natalidad. En una oportunidad le pedimos que nos contara algo propio de la región en asuntos de medicina natural. Dijo no conocer mucho al respecto porque no le había prestado atención al tema. Solo recordaba que en una o dos oportunidades le habían comentado que algunas mujeres nativas, únicamente ellas y no los hombres, sabían de una planta que si la consumían quedaban estériles. Pero que si deseaban recuperar la fertilidad, tomaban otra y la recobraban. Eso no lo había comprobado pero se lo habían narrado. Eran tribus que vivían más bien lejos y se mantenían aisladas. 

Los monstruos de río. Un día charlamos sobre la pesca en el río. Para nuestra curiosidad, pero de la manera normal para ellos, nos hablaron sobre ejemplares de un tamaño y peso que asombraba. Como no podíamos creer lo que nos contaban preguntamos si tenían alguno de esos peces para verlo. Nos invitaron a pasar el río en canoa por donde la orilla era más panda, para mostrarnos. La pesca la guardaban refrigerada en cuartos fríos en espera de cuando llegaran aviones de carga para mandar al mercado de Bogotá.

La abundante pesca

Cuán grande seria nuestra sorpresa al ver unas bestias que descabezadas colgaban desde el techo del refrigerador, tan alto como una habitación, de garfios de carnicero y la cola llegaba doblando sobre el piso. El espesor en la parte más ancha era tal que, rodeados entre los brazos, los dedos no alcanzaban a tocarse. No supimos cuántos kilos podrían pesar pero no sería raro que fuese lo mismo que un novillo.

Los anzuelos. La curiosidad se centró en la técnica de pesca. Como los atrapan en el lago que se forma a la salida de los raudales. Los colonos dicen que ellos emigran río arriba y llegan al remanso. Ante la imposibilidad de remontar los rápidos, se quedan engordando en el lago y quizás en periodos de reproducción. No era muy científica la deducción pero era la única explicación factible al gran tamaño de estos peces de río.

En verano. Internet.

Los pescadores hacían flotadores con galones vacíos de plásticos, de vistoso color amarrillo, del lubricante de los motores fuera de borda. Eso los hace visibles a la distancia. Además, algunos, acondicionaban una batería con un bombillo de linterna que, cuando el pez jala la cuerda del anzuelo, se prende en la noche y pueden ver cuando el pez atrapa la carnada. El anzuelo lo hacen con varillas de acero de construcción bastante grueso y en la punta afilada colocan la carnada, que es un pollo completo. La cuerda es una manila.

Iniciaban una atenta vigilancia viendo cuán rápido el galón se hunde y esperan que sea cada vez más lenta, en la medida en que el pez se canse de tanto intentar escapar al fondo. Cuando eso se logra, con suavidad lo llevan a la orilla donde la profundidad no sobrepasa la cintura de un hombre. Uno o dos botes se colocan a cada lado del cansado pez y, entre varios, lo arponean a una orden simultánea, sosteniéndolo para que otro pescador, de pie y entre el agua, le corte la columna dorsal detrás de la cabeza. Usan una cierra de motor o a un baquiano con hacha. Ya muerto lo destripan lanzando las vísceras al río para alimento de los que están en capilla. Lo sacan y lo refrigeran en espera del avión.

El lago de la pesca. Internet

En la televisión presentan documentales donde un pescador se dedica a encontrar “monstruos de río” en diversas partes del mundo, incluido el Amazonas. Pero lo que saca no es ni la tercera parte de los que vimos pescar a los colonos en este extraño lugar de la selva colombiana.

La crónica del diablo. Otra de las curiosidades que experimentamos y que el médico nos contó, fue la de un colono. Por medio del médico nos dijo que quería narrarnos sus aventuras. Nos relató unas extrañas historias vividas en la selva. Se había perdido y duró bastante tiempo sobreviviendo a punta de raíces y alimañas que podía conseguir. Eso lo llevó a unos delirios donde veía grandes monstruos y se sentía perseguido de fantasma y demonios, que lo querían confundir. Con los días, logró entrar en contacto con indígenas que lo ayudaron a salir de la selva. 
Años después historias iguales leímos en un libro titulado, “Mi alma se la dejo al diablo” de un afamado periodista escritor de crónicas de la selva colombiana.


La boca del monstruo selvático

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