CRÓNICAS
DE UN CURA PAISA
POR
EL PADRE ANTONIO MARÍA PALACIO VÉLEZ
CAPÍTULO
6
ESPANTANDO
DEMONIOS.
Mirando
hacia el occidente se me empequeñece la vista mirando aquella infinita
extensión de selvas y selvas. Sólo a muchas leguas de distancia se veían, en
medio del corazón de la selva una hacienda con pastos y ganados, era que allí
estaba la mina de Dabaibe. Esa hacienda surtía de ganados a los trabajadores de
la mina. Después de eso no se veía sino el color verde cubierta de selvas y
selvas que se extendía más allá de donde los ojos, auxiliados por poderosos lentes,
se podían escrutar. Entonces me dispuse a hacer un exorcismo para expulsar a
los posibles millones y millones de demonios que estaban dispuestos a hacer el
mal en aquellas soledades.
Ya
de regreso fuimos a dormir a la tolda de Tapartó. El día 18 continuamos la
marcha y, las 10 pasamos por la tolda del Cóndor. Después avanzamos hasta Quebradabonita
donde habíamos dejado las bestias. Allí dormimos esa noche y el día 19 llegamos
a Jardín muy fatigados y con magulladuras y rasguños en el cuerpo, pero satisfechos
por haber logrado ser los primeros que subimos al San Fernando.
A la
escuela de minas de Medellín llevé una piedra de un kilo de peso de la cumbre
el San Fernando para analizarla y el resultado fue que tenía un alto contenido
de hierro.
LA
CAVERNA DE PUEBLO RICO
En 2
diciembre 1934 fui trasladado a la población de Pueblorico que queda próxima al
municipio de Tarso y a la población de Buenosaires. Me habían dicho que un poco
más abajo de esa población había una caverna que parecía que en parte había
sido hecha por indígenas en tiempos inmemoriales. Como tengo espíritu curioso y
me gusta conocer las cosas personalmente me propuse ir a examinarla.
Entonces
invité a mi hermano Nicolás, que vivía en Concordia, para que el 10 enero 1935
estuviera en Pueblorico para que hiciéramos la excursión. Partimos y fuimos a
Buenosaires y allí se nos unieron dos compañeros. Nos pusimos a buscar la
caverna y le encontramos en una falda, un poco más abajo del cementerio como se
nos había dicho. En el declive de la falda donde había una cementera de yuca se
abría una gran puerta formada por tres enormes piedras, todas verticales sobre
ellas la otra horizontal que hacía de cornisa. La puerta medía unos 3 m de
ancha por 4 de altura. Sus lados eran perfectamente paralelos.
Entramos
en una especie de zaguán en un poco más ancho que la puerta y cuyo techo de
piedra tenía una altura de 5 m. Como el interior está oscuro, encendimos
linternas. Pero en ese instante una verdadera avalancha de murciélagos
asustados por la luz de los intrusos se nos vino encima buscando salida.
Lanzando chillidos y revoloteando nos daban en la cara con sus alas negras.
Repuestos de la sorpresa y con los murciélagos ya calmados, seguimos avanzando
por ese zaguán. Como a los 10 m llegamos a una pared como de unos 4 m de ancho
por 10 de altura.
En
el frente y al nivel del suelo en esa pared de roca, se abrían dos túneles y
una grieta. A la izquierda y un poco más abajo del nivel del piso estaba uno de
los túneles pero tenía la entrada obstruida y sólo se descubría la parte
superior. Por allí era imposible entrar.
En
el centro de la roca y unos 25 cm más arriba del nivel del piso estaba el otro
túnel cuya entrada estaba completamente descubierta, redonda y estaba labrada
en la roca viva con unos 50 cm de diámetro. Enfocamos la luz de una linterna y
no le vimos fondo. Aunque estaba estrecho vimos que por allí podíamos entrar
aunque arrastrandonos. Entré el primero alumbrando con una linterna y los
compañeros atrás me siguieron.
El
túnel era recto, estaba labrado a cincel y semejaba el interior de un cañón de
artillería. Avanzamos por el cómo unos 25 m. allí no pudimos pasar porque en
ese sitio la roca era más floja, había cedido y obstruido el túnel, razón por
la cual obligó a retroceder arrastrándonos hacia atrás ya que el túnel no daba
espacio para voltearnos.
Al
lado derecho estaba la grieta que parecía hecha a causa de una enorme presión rajándola
en un corte recto en dos paredes paralelas dejando un pasillo de 45 cm de ancho
por 10 de altura. Este pasillo avanzaba guardando la distancia de las paredes
de roca en un trayecto de unos 10 m. Al cabo de los cuales se abría una grieta
transversal en el piso, de una pared a otra, de unos 20 cm de ancha. A partir
de esta grieta el pasillo doblaba en ángulo recto a la derecha pero ampliando
el espacio a metro y medio.
TUNEL
Éste
segundo pasillo adelantaba otros 10 m y terminaba en un salón de 4 m de ancho.
El techo era también una plancha de piedra. A la luz de las linternas
examinamos el salón pero estaba completamente vacío. Ni un objeto ni una
descripción y nada.
A la
derecha de este salón se abría otra grieta de unos 45 cm de ancha y bastante
altura. Pero no pudimos ingresar por ella porque una laja de piedra se había
desprendido de la altura y obstruyó el paso. Por los resquicios que dejaba la
piedra desprendida pudimos observar que el pasillo se internaba.
Dos
horas estuvimos en aquella caverna. Nos metimos hasta donde nos pudimos
internar y la observamos con todo detenimiento pero como ya dije antes no
encontramos nada.
A mí
se me hace que aquella caverna fue hecha por una generación indígena. Lo prueba
la puerta que es un rectángulo perfectamente hecho. Esta portada se asemeja a
la de una iglesia. Lo prueba también el túnel labrado en la roca por donde
penetramos 25 m. y él túnel recto y redondo como un cañón conservando su
diámetro en toda su longitud. En todo caso exploramos aquella caverna que es
bastante curiosa.
SEGUNDA
ESCALADA DEL SAN FERNANDO.
En
una licencia que se le haya concedido en el mes de junio de 1941 fui a
Concordia y me encontré con dos amigos, Antonio Jesús Uribe y Horacio Muñoz,
quienes desde Jardín me invitaban a una nueva expedición al San Fernando.
Acepté
la invitación ya que ellos habían sido los compañeros en la expedición de enero
de 1934. Convenimos que el 2 agosto 1941 nos veríamos en Andes para de allí
salir hacia el San Fernando.
Mi
hermano Jesús Antonio a quien también le gustan estas andanzas y quien había
subido conmigo al farallón del Citará se ofreció acompañarlos y mi padre Jesús
María Palacio quien tenía 71 años se ofreció también.
El 2
agosto nos reunimos en Andes Jesús María Palacio, mi papá, mi hermano Jesús Antonio,
Antonio Jesús Uribe, Otilio Velázquez, Horacio Muñoz y el que esto escribe. Contando
además dos peones y así completamos ocho personas. Nos proveimos de una buena
carpa y provisiones para 15 días.
3
agosto salimos de Andes y llegamos a Quebradabonita. Primera jornada de la
anterior excursión. Era necesario parar allí porque estaba a la entrada de la
selva y de allí en adelante empezaba la serranía. El hecho es que ya se había
abierto un camino de bestia por parte de la mina de Dabaibe para poder entrar
con economía los alimentos y las herramientas. Este camino llegaba hasta la
cordillera de San Nazario.
El 6
agosto subimos al San Fernando y allí sobre la roca en forma de bandera armamos
la carpa exactamente en el mismo lugar donde siete años antes lo habíamos
hecho, en junio de 1934. Porque en ese lugar había caído un rayo que abrió un
cráter en la roca. Quizás ese mismo rayo estaba destinado para volvernos polvo
en esa espantosa tempestad que nos sorprendió en esa montaña en 1934. Pero que
seguramente por intervención de la virgen Divina lo detuvo para que no nos
hiciera daño y volviéramos después.
Recorrimos
toda la cima del cerro de norte a sur y en ninguna parte encontramos señales de
que alguien hubiese subido después de nuestro primer acto ascensional.
Al
día siguiente fuimos al promontorio donde siete años antes habíamos plantado
una cruz y el pie de ella habíamos dejado una botella con una boleta dentro.
Allí estaba la cruz pero no vimos la botella porque el musgo la había cubierto.
Escarbamos y a 20 cm de profundidad encontramos la botella que conservaba la
boleta perfectamente legible a pesar del tiempo y la humedad. Hice un nuevo
relato, la firmamos y junto con la boleta anterior la pusimos de nuevo en la
botella. Después de bien tapada y lacrada la dejamos de nuevo al pie la Cruz.