AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 10 de mayo de 2018

17. ENTRE LEONES Y RATONES


Las brujas.
17. Mentes desocupadas. Ante un círculo tan cerrado, una convivencia tan estrecha y la falta de motivos de distracción, era normal que se generaran influencias interpersonales tanto buenas como malas.

Una fue la creciente creencia de que existían las brujas. Hasta en los oficiales, los mandos medios y, sobretodo, en la tropa, se comenzó a desarrollar un creciente miedo ante ese imaginario fenómeno. Como la oscuridad en la noche en esas regiones, en especial cuando es sin estrellas ni luna, es demasiado intensa, eso favorecía la imaginación sobre el temor. En ocasiones no es posible ni ver la mano porque a la distancia del brazo es invisible.

Lo imaginario. Se decía que en la inmensa selva habitaban y ocultaba seres misteriosos de poderes mágicos. Como es natural, los animales nocturnos habitantes en la vegetación hacen ruidos que en el profundo silencio de la noche suelen parecer lamentos misteriosos de criaturas desconocidas en pena. De tal forma que actuaba la imaginación engendrando mitos reforzados con tradiciones, tabúes y temor a lo desconocido. Lo que está por fuera de control del ser humano y le crea desconcierto.

Los soldados ubicados en los puestos periféricos de guardia comenzaron a sentir tal miedo que disparaban indiscriminadamente cuando escuchaban algún ligero ruido. No pedían la contraseña ni hacían una valoración razonable sino que pretendían alejar el peligro, por no saber si era real o fantástico. Era evidente que llegaron, incluso, a escuchar ruidos imaginarios. Trataban de disuadir cualquier opción de amenaza oculta haciendo tronar las armas.

El peligro real. La situación se volvió muy peligrosa para quienes efectuaban las rondas de verificación de los puestos de guardia ya que podían ser víctimas de esa paranoia. También se comenzó a crear la costumbre, que el hecho de disparar ya no era motivo de alarma y por ello no se activaba el plan de defensa. Se veía como algo rutinario y sin importancia. De esa manera se descuidaba la alerta indispensable para la seguridad durante las noches.

Había que detener la sicosis colectiva que llegó a niveles riesgosos. Incluso algunos, los más avivatos, aprovechaban para asustar, hacer chistes desagradables y convertir a los atemorizables en los hazme reír de los demás. De tal forma que se estaba perdiendo la frontera entre lo real o lo que era un simple motivo de burlas. Por ello se degradaba la alerta situacional de la guardia. No era fácil identificar entre lo serio y lo gracioso.

Rompiendo esquemas. Deshacer un temor colectivo, que se había convertido en creencia confirmada y arraigada lo suficiente como para que algunos llegasen a incumplir su deber de vigilancia, resultaba bastante difícil de modificar. No sabíamos cómo proceder ya que las recomendaciones resultaban infructuosas. Incluso trataban de convencernos que era real.
Teníamos a nuestro favor la fortuna de nunca haber creído en esos fenómenos fantasmagóricos, a pesar de haberlos escuchado con frecuencia de niños en el ambiente rural donde vivíamos, pero nuestras negativas e incredulidad no lograban resultados. Simplemente no lo aceptaban y seguían pensando que eran fenómenos reales.


Selva embrujada

Entonces debimos tomar una medida contundente y drástica. En una de las reuniones, con los oficiales y los suboficiales, les advertimos que personalmente comenzaríamos a pasar revista a los puestos de guardia durante altas horas de la noche. Disponíamos de una subametralladora de dotación, para defensa personal, que siempre la portaríamos durante esas rondas.

Usaríamos todos los procedimientos de identificación y alerta temprana establecidos. Por eso debían identificarnos con plenitud. Si los procedimientos se cumplían no había riesgos de que fuésemos recibidos a tiros sin razón. Si se seguían los procedimientos protocolarios previamente dados eso no debía suceder.

Si saliésemos afectados debían asumir las consecuencias legales y penales por lo acontecido por fuera de los reglamentos. Igualmente nadie podía atreverse a hacernos un chiste porque, irremediablemente, no titubearíamos en dar una respuesta defensiva lo más letal posible. Antes de pedir una identificación positiva ni a averiguar si se trataba de una amenaza real o fingida, por parte de algún gracioso imprudente.

De nuestra parte, de inmediato, usaríamos toda la potencia de fuego sin preguntar siquiera por el quién vive. Pesaron que tal vez fuese una demostración fingida de valentía para impresionar. Cuando vieron que las anunciadas rondas si eran reales las cosas comenzaron lentamente a cambiar.

La luz fantasmagórica. Después de algunos días nos volvieron a asegurar que en la parte central y al lado de la pista salía una bruja. Solía acostarse en el suelo cubierta con su larga y negra bata. A los transeúntes nocturnos por la calle central de la Base se les manifestaba a cierta distancia. Inicialmente, como luces que surgían repentinamente del suelo llamando su atención. Y cuando era muy visible e intensa, se levantaba en forma de sombras blanquecinas que flotaba alejándose con el viento como provocándolos a seguirla. Lo que era más evidente si había algo de luna. Lo único que le faltaba era la escoba. Que lo podíamos verificar personalmente durante nuestras correrías nocturnas.

Se nos apareció. Aproximadamente, unas tres noches después poníamos atención al lugar mencionado de manera casi que desprevenida. Notamos una ligera chispa que se mantenía inmóvil por momentos. En algunas oportunidades parecía estar en el sitio y luego se movía aumentando o disminuyendo de intensidad. En otras aparecía una segunda al lado que la acompañaba. Por supuesto, nos intrigamos bastante y algo de temor nos surgió recordando los insistentes comentarios de parte de algunas personas serias y creíbles.

El bulto extraño. Debíamos investigar. Entre el lugar y nuestra posición, había una hondonada llena de malezas y no era fácil acercarse en línea recta. El mismo tenebroso pantano donde encontramos el antiguo acueducto. Aún no lo habíamos drenado. Dar un rodeo para una aproximación indirecta era lo prudente. Así lo hicimos. y algo próximos, con el reflejo contenido y en actitud de máxima alerta, notamos que junto a la luz, ya más clara y evidente, había un bulto oscuro alargado y similar al cuerpo de una persona acostada.
Esperamos estáticos un rato para ver si se movía o si ocurría algo que indicara la naturaleza del fenómeno. La luz se intensificaba por momentos. Pedimos identificación y nadie respondía ni se producía ningún ruido. Ante la incertidumbre, la única alternativa era reducir la distancia al máximo posible con el arma en la mano y dispuestos a activarla ante cualquier sorpresa.

Nos acercamos con mucha cautela y con el mayor silencio posible. sin quitar la vista del objetivo y estando a unos diez metros notamos que el piso bajo nuestros pies era blando, blancuzco y ya no crujía la yerba cuando pisábamos, Parecía como si el suelo se nos estuviese desapareciendo.

Las sombras. El aire parecía estar impregnado de algo que producía un sabor caustico si se respiraba con la boca abierta. Como si se tratara de gases sulfurosos de origen diabólico. Estábamos de frente al viento y sentimos un ligero olor de humo sin haber ningún fuego. En el mismo momento en que sopló un viento más fuerte y frío, el de la media noche que se da en los días de verano, por el rabillo del ojo notamos una neblina que con forma de globo amorfo surgió a nuestro lado y se alejó flotando. El susto fue mayor pero no le retiramos la vista.

Teníamos una potente linterna de baterías de chorro central que iluminaba a buena distancia. No la habíamos querido activar para no espantar el fantasma o al bufón que nos quería atemorizar y poder saber con plena realidad de que se trataba. Para saber porque el suelo no sonaba, nos agachamos y con la mano, sin dejar de mirar fijamente del fenómeno, tocamos el piso notando que era en sector cubierto de una gruesa capa de cenizas.

El causante. Entonces, prendimos la luz y la dirigimos al lugar de inquietud y descubrimos un viejo tronco de un árbol caído, ya sin ramas, que debajo albergaba brasas semicubiertas por las cenizas. Cuando pisábamos removíamos la ceniza y esa era la causa de las blancas nubes flotantes que nos pasaban por el lado.

Algunos días antes, al lugar le habían prendido fuego para el control de malezas en la berma de la pista de aterrizaje para no tener que podar. Los soldados lo hacían con cierta frecuencia para ahorrarse el trabajo. El viejo árbol aún estaba con rescoldos que se intensificaban cuando hacia viento. Viento que retiraba la ceniza que se alejaba volando en forma de nube blanquecina. Estábamos en tiempo de sequía y por ello no habían caído lluvias que apagaran totalmente el tronco.

Casi que se nos sale una espontánea risotada por lo gracioso del caso y para desahogar con ello el miedo, que también nos había asaltado. Afortunadamente, nos contuvimos porque de haberlo hecho, esa carcajada embrujadora nos habría convertido en parte de fantasma. De seguro, los soldados de los puestos de guardia y demás noctámbulos, al otro día, nos habrían asegurado que hasta la habían escuchado risas burlonas de brujas, a los asustadizos en medio de la noche. O de físico pánico nos habrían lanzado una ráfaga de balas para espantar al lumínico y volador fenómeno.


Tronco humeante

Las brujas se fueron. Ese era el espanto que tanto asustaba a los militares. En la siguiente reunión semanal pusimos en evidencia, entre serio y burlesco, sabiendo que se trataba de cosas normales. Todos se rieron de sí mismos viendo que convierten lo normal en cosas atemorizantes provenientes del mundo irreal de los fantasmas. Fenómenos agrandados y deformados cuando se especula sobre los mundos fantásticos que son explicables. Retornó la confianza y se disolvió el miedo que llegó casi que a limitar a personas valientes para el combate. Mentalidades influenciables con fantasías que les hacían perder la confianza en sí mismos. La brujería medieval se esfumó.

Sobre finca raíz.
Los linderos corridos. Su padre había sido un antiguo colono en una región del Caquetá bastante aislada del desarrollo nacional. Fue uno de iniciadores de la colonización en los tiempos cuando se había construido la primera infraestructura de la Base Aérea actual. Había construido una casa cercana a la unidad militar para habitar con su familia y explotar ganaderamene los terrenos. Por esa razón tenía muy buenos nexos tanto su padre, como él, con los militares, en especial con sus Comandantes.

Algunos de los empleados y habitantes de la Base Aérea se abastecían de leche en esa hacienda y la Unidad les compraba ganado gordo para el sacrificio. Era un personaje muy reconocido y se le tenía plena confianza por lo cual podía entrar y salir libremente. Su casa estaba ubicada a unos 4 km de distancia sobre el viejo carreteable que comunicaba a la Base Aérea con el casco urbano del municipio de Solano. Poblado separado de la Base unos 8 kilómetros por carretera destapada o camino de tierra.

En una ocasión fue a solicitarnos un poco del petróleo del que teníamos disponible para los helicópteros con el fin de usarlo en un refrigerador donde almacenaba la leche, la carne y los víveres de consumo de su familia. Éste era un refrigerador de mecha, como solíamos llamarlos.

Como a diario hacíamos drenajes de los depósitos de kerosene, para extraer la humedad, le hicimos el favor, ya que este combustible se tenía que desechar. Quedando muy agradecido con frecuencia venía a visitarnos e invitarnos a ir de paseo. Invitaciones que rechazábamos con algo de reticencia debido a motivos de seguridad personal. Alejarse de los predios de la unidad era riesgoso.

Teníamos una alta amenaza por parte de los grupos insurgentes que merodeaban por esa región y a los cuales combatíamos con determinación y mucha ofensiva. Ellos eran quienes prestaban seguridad a las plantaciones y a los laboratorios de coca que los colonos habían construido y que nosotros destruíamos.

Debiendo estudiar los asuntos relacionados con la propiedad militar, especialmente, lo relacionado con los linderos y los documentos legales, encontramos que algunos de los potreros del colono estaban dentro de la propiedad oficial. Su padre había tumbado la selva y montado potreros sembrando pasto para ganado. Si intención era, con los años, de hacerse a una propiedad por la vía de la escrituración de baldíos que asignaba el gobierno a los colonos que se establecieran y desarrollaran labores productivas del suelo. Pero no tuvo en cuenta que se había introducido a la propiedad ya escriturada al Ministerio de Defensa. Su padre ya había fallecido y el continuó con esa labores como heredero de la supuesta propiedad sin adelantar los trámites legales correspondientes.

Habiéndole puesto en evidencia esta circunstancia, el colono se incomodó con nuestro descubrimiento. Nos hizo la observación de que estaría dispuesto a devolver esos terrenos pero siempre y cuando le reconociéramos las mejoras. Se acompañó con la advertencia de que tenían un alto valor comercial que debía pagarle el Estado. Valor que sobrepasaba en mucho lo que comercialmente era justo pagar en esa región.

Como respuesta le dijimos que su padre había hecho esas mejoras dentro de la propiedad del Ministerio de Defensa, sin ningún consentimiento o por parte de los legítimos y legales dueños, según las escrituras que procedían del año de 1936. Además de que él acostumbraba guardar un interesado silencio cómplice al no poner en evidencia el hecho a los comandantes, que pero ser rotativos, no se enteraban de su ilegalidad.  Si se le fuese a reconocer algún valor por esas mejoras serían por medio de un peritazgo independiente y no por su único parecer. Que era el procedimiento legal establecido por la ley.

Sin embargo, que en nuestras opinión personal casi que ni debería reconocérsele ya que, tanto su padre como él, habían actuado no de muy buena fe. Habían efectuado mejoras en terrenos que sabían perfectamente que no les pertenecían. Él aducía que eso se había hecho hacía mucho tiempo por parte de su padre y que por lo tanto él no tenía conocimiento. Aducida ignorancia, el más corriente y mañoso argumento de quien no tiene la razón, que era imposible que se le creyese.

De todas formas, nos ratificaba la invitación para que fuésemos a visitar "su propiedad" y conociéramos su hacienda, los terrenos que la componían y además propiedades. Para que nos formáramos una idea clara de las mejoras en caminos, pastos, linderos e instalaciones que ellos habían construido.

Las invitaciones periódicas, adornadas con sugerencias de amistad, siempre estaban acompañadas de unas repetitivas y muy claras advertencias de que debía avisar con anterioridad la visita, con el fin de atendernos lo mejor posible. Insistencia que se nos hizo un poco extraña. Le confirmamos que daría satisfacción a su petición cumplidamente.

Por el contrario, decidimos que lo haríamos totalmente al contrario, sin dejárselo saber. Preferimos, más bien, la vía de la sorpresa. Con diplomática alerta temprana nos hacíamos vulnerable.

El fondo Rotatorio de la FAC poseía una finca ganadera llamada La Remonta, que administrativamente dependía directamente de nosotros. El manejador era un empleado oriundo de esta región y había vivido toda la vida en ella. Lo consultamos al respecto de la situación del colono sobre su propiedad. Nos contó lo mismo que el colono narró.

Adicionalmente dijo que el lindero de la Base era un trazo recto aproximadamente de unos dos kilómetros y medio de largo, paralelos a la pista de aterrizaje en el costado sur. Lindero que pasaba por el centro de la finca del colono. la otra mitad estaba sin mantenimiento y por ello gran parte perdió dentro de la selva. El trazo podía volverse encontrar buscando los mojones de concreto que se habían hecho para demarcación.

Uno de ellos era visible exactamente en uno de los corrales para manejo del ganado que había construido el colono, anexos a la casa. Por medio de él se podía tener una idea por donde pasaba el perdido lindero. Recomendó que fuésemos a visitarlo y aprovecháramos, sin hacer alusión del motivo de la visita, para que pudiéramos verlo. Acordamos que en alguna ocasión le avisaríamos para que dispusiera algunas bestias, fuésemos hacer la visita y el reconocimiento.

La visita. Días después, en forma imprevista, le dijimos que llevase varias bestias frente a la oficina ensilladas para hacer un paseo por los alrededores en el término de una hora. No le especificamos a dónde iríamos, ya que tampoco habíamos puesto sobre aviso a nuestro esquema de seguridad para evitar filtraciones de lo que haríamos. Pretendíamos, así fuese con algo de riesgoso si nos alejamos del perímetro protegido y vigilado de la Base, confiar en la clandestinidad y la sorpresa.

Preguntó por dónde iríamos pero no le quisimos decir, que simplemente tuviera las bestias listas. De todas formas, al momento de partir, nos hicimos acompañar de dos militares más armados y el mismo manejador. Para ciertas actividades campestres acostumbrábamos portar la referida ametralladora. Arma ligera, moderna y de muy buen desempeño, por simple precaución. Tomamos la carretera que conduce de la Base Aérea al pueblo de Solano, ya que la casa del colono se encontraba a mitad de camino, como a unos 4 km de distancia, a un lado de la vía. Habiendo llegado a la desviación nos dirigimos hacia la casa como a unos 500 metros del camino central.

Fue una gran sorpresa para el colono encontrar que nosotros estamos llegando sin haber avisado. Nos recibió con mucha cordialidad aunque con algo de evidente susto. No le habíamos hecho el prometido preaviso de nuestra visita. Nos hizo la observación aduciendo que no se encontraba listo para atendernos en debida forma. Que le hubiera gustado mucho saberlo para habernos hecho un agasajo de recibimiento con la mejor cortesía.

Nos disculpamos diciendo que no era necesario ya que no era una visita protocolaria sino simplemente algo informal. Que habíamos salido a dar un simple paseo y que se nos ocurrió dirigirnos hacia su casa en último momento. 

Observamos que se encontraba más que simplemente sorprendido. Se le veía alguna inquietud y más bien asustado. Parecía que nuestro comportamiento y nuestra sorpresa le habían sido de desagrado, que bastante bien trataba de disimular.

Nos hicimos los desentendidos, lo tratamos de la mejor forma y con cordiales demostraciones de amistad y familiaridad, para tranquilizarlo. Elogiamos su propiedad, su casa, su familia y sus pastos. Mostramos interés por el estado de sus ganados, su comercialización, los precios y demás asuntos que le eran de su mayor interés personal, familiar y económico.

El mojón. El administrador de nuestra finca, entonces, se dio cuenta que la  intención era el mirar donde se encontraba el mojón que él nos había mencionado en nuestra conversación meses antes. Que la visita improvisada tenía relación con el hecho de observar por donde era el lindero que el padre del colono había invadido. Esperaba que le preguntara por su ubicación o que nosotros mismos lo descubriéramos dentro de los corrales cuando estuvimos caminando las instalaciones.

También le extrañó que, durante la charla con el colono, no preguntáramos ni pusiéramos la conversación sobre los linderos ni que nos preocupáramos por el asunto. Creía que si no se trataba el tema habríamos perdido el propósito del fingido paseo, que era el hacer una inspección directa y personal del marcador de la propiedad oficial. Por ello, trataba  de demorar nuestra partida con conversación improvisada dentro del corral, cuando abordábamos las bestias para el regreso. Donde dicho hito estaba en procura de que viéramos y mencionáramos el referido mojón. Quería estar seguro que lo habíamos verificado claramente pero nos hicimos los desentendidos. No le prestamos atención. Montamos y nos despedimos.

Para el regreso decidimos no usar la misma ruta por la que habíamos llegado. Procedimos por en medio de los potreros a medio galope como si no quisiera detallar nada especial. Los demás nos seguían. En el recorrido pudimos ver cuánto terreno se había apropiado el colono sin ningún derecho y los trabajos ejecutados.

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