Las brujas.
17. Mentes desocupadas. Ante un
círculo tan cerrado, una convivencia tan estrecha y la falta de motivos de distracción,
era normal que se generaran influencias interpersonales tanto buenas como malas.
Una
fue la creciente creencia de que existían las brujas. Hasta en los oficiales, los mandos medios y, sobretodo, en la tropa, se comenzó a desarrollar un
creciente miedo ante ese imaginario fenómeno. Como la oscuridad en la noche en
esas regiones, en especial cuando es sin estrellas ni luna, es demasiado
intensa, eso favorecía la imaginación sobre el temor. En ocasiones no es
posible ni ver la mano porque a la distancia del brazo es invisible.
Lo imaginario. Se
decía que en la inmensa selva habitaban y ocultaba seres misteriosos de poderes mágicos. Como es natural, los animales nocturnos habitantes en la
vegetación hacen ruidos que en el profundo silencio de la noche suelen parecer
lamentos misteriosos de criaturas desconocidas en pena. De tal forma que
actuaba la imaginación engendrando mitos reforzados con tradiciones, tabúes y temor a lo desconocido. Lo que está por fuera de control del ser humano y le
crea desconcierto.
Los
soldados ubicados en los puestos periféricos de guardia comenzaron a sentir tal
miedo que disparaban indiscriminadamente cuando escuchaban algún ligero ruido.
No pedían la contraseña ni hacían una valoración razonable sino que pretendían alejar
el peligro, por no saber si era real o fantástico. Era evidente que
llegaron, incluso, a escuchar ruidos imaginarios. Trataban de disuadir cualquier opción
de amenaza oculta haciendo tronar las armas.
El peligro real. La
situación se volvió muy peligrosa para quienes efectuaban las rondas de
verificación de los puestos de guardia ya que podían ser víctimas de esa
paranoia. También se comenzó a crear la costumbre, que el hecho de disparar ya
no era motivo de alarma y por ello no se activaba el plan de defensa. Se veía
como algo rutinario y sin importancia. De esa manera se descuidaba la alerta
indispensable para la seguridad durante las noches.
Había
que detener la sicosis colectiva que llegó a niveles riesgosos. Incluso
algunos, los más avivatos, aprovechaban para asustar, hacer chistes
desagradables y convertir a los atemorizables en los hazme reír de los demás.
De tal forma que se estaba perdiendo la frontera entre lo real o lo que era un simple
motivo de burlas. Por ello se degradaba la alerta situacional de la guardia. No
era fácil identificar entre lo serio y lo gracioso.
Rompiendo esquemas.
Deshacer un temor colectivo, que se había convertido en creencia confirmada y
arraigada lo suficiente como para que algunos llegasen a incumplir su
deber de vigilancia, resultaba bastante difícil de modificar. No sabíamos cómo
proceder ya que las recomendaciones resultaban infructuosas. Incluso trataban
de convencernos que era real.
Teníamos a nuestro favor la fortuna de nunca haber creído en esos fenómenos fantasmagóricos, a pesar de haberlos escuchado con frecuencia de niños en el ambiente rural donde vivíamos, pero nuestras negativas e incredulidad no lograban resultados. Simplemente no lo aceptaban y seguían pensando que eran fenómenos reales.
Teníamos a nuestro favor la fortuna de nunca haber creído en esos fenómenos fantasmagóricos, a pesar de haberlos escuchado con frecuencia de niños en el ambiente rural donde vivíamos, pero nuestras negativas e incredulidad no lograban resultados. Simplemente no lo aceptaban y seguían pensando que eran fenómenos reales.
Selva embrujada
Entonces
debimos tomar una medida contundente y drástica. En una de las reuniones, con
los oficiales y los suboficiales, les advertimos que personalmente
comenzaríamos a pasar revista a los puestos de guardia durante altas horas de
la noche. Disponíamos de una subametralladora de dotación, para defensa personal, que siempre la portaríamos durante esas rondas.
Usaríamos
todos los procedimientos de identificación y alerta temprana establecidos. Por
eso debían identificarnos con plenitud. Si los procedimientos se cumplían no
había riesgos de que fuésemos recibidos a tiros sin razón. Si se seguían los
procedimientos protocolarios previamente dados eso no debía suceder.
Si
saliésemos afectados debían asumir las consecuencias legales y penales por lo
acontecido por fuera de los reglamentos. Igualmente nadie podía atreverse a
hacernos un chiste porque, irremediablemente, no titubearíamos en dar una
respuesta defensiva lo más letal posible. Antes de pedir una identificación
positiva ni a averiguar si se trataba de una amenaza real o fingida, por parte de algún
gracioso imprudente.
De
nuestra parte, de inmediato, usaríamos toda la potencia de fuego sin preguntar
siquiera por el quién vive. Pesaron que tal vez fuese una demostración fingida
de valentía para impresionar. Cuando vieron que las anunciadas rondas si
eran reales las cosas comenzaron lentamente a cambiar.
La luz fantasmagórica.
Después de algunos días nos volvieron a asegurar que en la parte central y al
lado de la pista salía una bruja. Solía acostarse en el suelo cubierta con su larga
y negra bata. A los transeúntes nocturnos por la calle central de la Base se
les manifestaba a cierta distancia. Inicialmente, como luces que surgían
repentinamente del suelo llamando su atención. Y cuando era muy visible e
intensa, se levantaba en forma de sombras blanquecinas que flotaba alejándose
con el viento como provocándolos a seguirla. Lo que era más evidente si había
algo de luna. Lo único que le faltaba era la escoba. Que lo podíamos verificar
personalmente durante nuestras correrías nocturnas.
Se nos apareció.
Aproximadamente, unas tres noches después poníamos atención al lugar mencionado
de manera casi que desprevenida. Notamos una ligera chispa que se mantenía
inmóvil por momentos. En algunas oportunidades parecía estar en el sitio y
luego se movía aumentando o disminuyendo de intensidad. En otras aparecía una segunda al lado
que la acompañaba. Por supuesto, nos intrigamos bastante y algo de temor nos
surgió recordando los insistentes comentarios de parte de algunas personas
serias y creíbles.
El bulto extraño.
Debíamos investigar. Entre el lugar y nuestra posición, había una hondonada
llena de malezas y no era fácil acercarse en línea recta. El mismo tenebroso pantano donde encontramos el antiguo acueducto. Aún no lo habíamos drenado. Dar un rodeo para una
aproximación indirecta era lo prudente. Así lo hicimos. y algo próximos, con el reflejo
contenido y en actitud de máxima alerta, notamos que junto a la luz, ya más
clara y evidente, había un bulto oscuro alargado y similar al cuerpo de una
persona acostada.
Esperamos estáticos un rato para ver si se movía o si ocurría algo que indicara la naturaleza del fenómeno. La luz se intensificaba por momentos. Pedimos identificación y nadie respondía ni se producía ningún ruido. Ante la incertidumbre, la única alternativa era reducir la distancia al máximo posible con el arma en la mano y dispuestos a activarla ante cualquier sorpresa.
Esperamos estáticos un rato para ver si se movía o si ocurría algo que indicara la naturaleza del fenómeno. La luz se intensificaba por momentos. Pedimos identificación y nadie respondía ni se producía ningún ruido. Ante la incertidumbre, la única alternativa era reducir la distancia al máximo posible con el arma en la mano y dispuestos a activarla ante cualquier sorpresa.
Nos
acercamos con mucha cautela y con el mayor silencio posible. sin quitar la vista del objetivo y estando a unos diez
metros notamos que el piso bajo nuestros pies era blando, blancuzco y ya no crujía la yerba cuando
pisábamos, Parecía como si el suelo se nos estuviese desapareciendo.
Las sombras. El
aire parecía estar impregnado de algo que producía un sabor caustico si se respiraba con la boca abierta. Como si
se tratara de gases sulfurosos de origen diabólico. Estábamos de frente al
viento y sentimos un ligero olor de humo sin haber ningún fuego. En el mismo
momento en que sopló un viento más fuerte y frío, el de la media noche que se
da en los días de verano, por el rabillo del ojo notamos una neblina que con
forma de globo amorfo surgió a nuestro lado y se alejó flotando. El susto fue
mayor pero no le retiramos la vista.
Teníamos
una potente linterna de baterías de chorro central que iluminaba a buena
distancia. No la habíamos querido activar para no espantar el fantasma o al bufón
que nos quería atemorizar y poder saber con plena realidad de que se trataba. Para saber
porque el suelo no sonaba, nos agachamos y con la mano, sin dejar de mirar
fijamente del fenómeno, tocamos el piso notando que era en sector cubierto de una
gruesa capa de cenizas.
El causante. Entonces,
prendimos la luz y la dirigimos al lugar de inquietud y descubrimos un viejo
tronco de un árbol caído, ya sin ramas, que debajo albergaba brasas
semicubiertas por las cenizas. Cuando pisábamos removíamos la ceniza y esa era
la causa de las blancas nubes flotantes que nos pasaban por el lado.
Algunos
días antes, al lugar le habían prendido fuego para el control de malezas en la
berma de la pista de aterrizaje para no tener que podar. Los soldados lo hacían
con cierta frecuencia para ahorrarse el trabajo. El viejo árbol aún estaba con rescoldos
que se intensificaban cuando hacia viento. Viento que retiraba la ceniza que se
alejaba volando en forma de nube blanquecina. Estábamos en tiempo de sequía y
por ello no habían caído lluvias que apagaran totalmente el tronco.
Casi
que se nos sale una espontánea risotada por lo gracioso del caso y para
desahogar con ello el miedo, que también nos había asaltado. Afortunadamente,
nos contuvimos porque de haberlo hecho, esa carcajada embrujadora nos habría
convertido en parte de fantasma. De seguro, los soldados de los puestos de
guardia y demás noctámbulos, al otro día, nos habrían asegurado que hasta la
habían escuchado risas burlonas de brujas, a los asustadizos en medio de la
noche. O de físico pánico nos habrían lanzado una ráfaga de balas para espantar
al lumínico y volador fenómeno.
Tronco
humeante
Las brujas se fueron. Ese
era el espanto que tanto asustaba a los militares. En la siguiente reunión
semanal pusimos en evidencia, entre serio y burlesco, sabiendo que se trataba
de cosas normales. Todos se rieron de sí mismos viendo que convierten lo normal
en cosas atemorizantes provenientes del mundo irreal de los fantasmas. Fenómenos agrandados y deformados cuando se especula sobre los mundos fantásticos que son explicables.
Retornó la confianza y se disolvió el miedo que llegó casi que a limitar a
personas valientes para el combate. Mentalidades influenciables con fantasías que
les hacían perder la confianza en sí mismos. La brujería medieval se esfumó.
Sobre finca raíz.
Los linderos corridos. Su
padre había sido un antiguo colono en una región del Caquetá bastante aislada
del desarrollo nacional. Fue uno de iniciadores de la colonización en los
tiempos cuando se había construido la primera infraestructura de la Base Aérea
actual. Había construido una casa cercana a la unidad militar para habitar con
su familia y explotar ganaderamene los terrenos. Por esa razón tenía muy buenos nexos tanto su padre, como él, con
los militares, en especial con sus Comandantes.
Algunos
de los empleados y habitantes de la Base Aérea se abastecían de leche en esa
hacienda y la Unidad les compraba ganado gordo para el sacrificio. Era un
personaje muy reconocido y se le tenía plena confianza por lo cual podía entrar
y salir libremente. Su casa estaba ubicada a unos 4 km de distancia sobre el
viejo carreteable que comunicaba a la Base Aérea con el casco urbano del
municipio de Solano. Poblado separado de la Base unos 8 kilómetros por
carretera destapada o camino de tierra.
En una
ocasión fue a solicitarnos un poco del petróleo del que teníamos disponible
para los helicópteros con el fin de usarlo en un refrigerador donde almacenaba
la leche, la carne y los víveres de consumo de su familia. Éste era un
refrigerador de mecha, como solíamos llamarlos.
Como a
diario hacíamos drenajes de los depósitos de kerosene, para extraer la humedad,
le hicimos el favor, ya que este combustible se tenía que desechar. Quedando muy
agradecido con frecuencia venía a visitarnos e invitarnos a ir de paseo.
Invitaciones que rechazábamos con algo de reticencia debido a motivos de
seguridad personal. Alejarse de los predios de la unidad era riesgoso.
Teníamos
una alta amenaza por parte de los grupos insurgentes que merodeaban por esa
región y a los cuales combatíamos con determinación y mucha ofensiva. Ellos
eran quienes prestaban seguridad a las plantaciones y a los laboratorios de
coca que los colonos habían construido y que nosotros destruíamos.
Debiendo
estudiar los asuntos relacionados con la propiedad militar, especialmente, lo
relacionado con los linderos y los documentos legales, encontramos que algunos
de los potreros del colono estaban dentro de la propiedad oficial. Su padre
había tumbado la selva y montado potreros sembrando pasto para ganado. Si
intención era, con los años, de hacerse a una propiedad por la vía de la
escrituración de baldíos que asignaba el gobierno a los colonos que se
establecieran y desarrollaran labores productivas del suelo. Pero no tuvo en
cuenta que se había introducido a la propiedad ya escriturada al Ministerio de
Defensa. Su padre ya había fallecido y el continuó con esa labores como heredero
de la supuesta propiedad sin adelantar los trámites legales correspondientes.
Habiéndole
puesto en evidencia esta circunstancia, el colono se incomodó con nuestro
descubrimiento. Nos hizo la observación de que estaría dispuesto a devolver
esos terrenos pero siempre y cuando le reconociéramos las mejoras. Se acompañó
con la advertencia de que tenían un alto valor comercial que debía pagarle el
Estado. Valor que sobrepasaba en mucho lo que comercialmente era justo pagar en esa región.
Como
respuesta le dijimos que su padre había hecho esas mejoras dentro de la
propiedad del Ministerio de Defensa, sin ningún consentimiento o por parte de
los legítimos y legales dueños, según las escrituras que procedían del año de
1936. Además de que él acostumbraba guardar un interesado silencio cómplice al
no poner en evidencia el hecho a los comandantes, que pero ser rotativos, no se
enteraban de su ilegalidad. Si se le
fuese a reconocer algún valor por esas mejoras serían por medio de un peritazgo
independiente y no por su único parecer. Que era el procedimiento legal
establecido por la ley.
Sin
embargo, que en nuestras opinión personal casi que ni debería reconocérsele ya
que, tanto su padre como él, habían actuado no de muy buena fe. Habían efectuado
mejoras en terrenos que sabían perfectamente que no les pertenecían. Él aducía
que eso se había hecho hacía mucho tiempo por parte de su padre y que por lo
tanto él no tenía conocimiento. Aducida ignorancia, el más corriente y mañoso argumento de quien no tiene la razón, que era imposible que se le
creyese.
De
todas formas, nos ratificaba la invitación para que fuésemos a visitar "su
propiedad" y conociéramos su hacienda, los terrenos que la componían y además
propiedades. Para que nos formáramos una idea clara de las mejoras en caminos,
pastos, linderos e instalaciones que ellos habían construido.
Las
invitaciones periódicas, adornadas con sugerencias de amistad, siempre estaban
acompañadas de unas repetitivas y muy claras advertencias de que debía avisar
con anterioridad la visita, con el fin de atendernos lo mejor posible.
Insistencia que se nos hizo un poco extraña. Le confirmamos que daría
satisfacción a su petición cumplidamente.
Por el contrario, decidimos que lo haríamos totalmente al contrario, sin dejárselo saber. Preferimos, más bien, la vía de la sorpresa. Con diplomática alerta temprana nos hacíamos vulnerable.
El
fondo Rotatorio de la FAC poseía una finca ganadera llamada La Remonta, que administrativamente
dependía directamente de nosotros. El manejador era un empleado oriundo de esta
región y había vivido toda la vida en ella. Lo consultamos al respecto de la
situación del colono sobre su propiedad. Nos contó lo mismo que el colono
narró.
Adicionalmente
dijo que el lindero de la Base era un trazo recto aproximadamente de unos dos kilómetros
y medio de largo, paralelos a la pista de aterrizaje en el costado sur. Lindero
que pasaba por el centro de la finca del colono. la otra mitad estaba sin
mantenimiento y por ello gran parte perdió dentro de la selva. El trazo
podía volverse encontrar buscando los mojones de concreto que se habían hecho
para demarcación.
Uno de
ellos era visible exactamente en uno de los corrales para manejo del ganado que
había construido el colono, anexos a la casa. Por medio de él se podía tener
una idea por donde pasaba el perdido lindero. Recomendó que fuésemos a
visitarlo y aprovecháramos, sin hacer alusión del motivo de la visita, para que
pudiéramos verlo. Acordamos que en alguna ocasión le avisaríamos para que
dispusiera algunas bestias, fuésemos hacer la visita y el reconocimiento.
La visita. Días
después, en forma imprevista, le dijimos que llevase varias bestias frente a la
oficina ensilladas para hacer un paseo por los alrededores en el término de una
hora. No le especificamos a dónde iríamos, ya que tampoco habíamos puesto sobre
aviso a nuestro esquema de seguridad para evitar filtraciones de lo que haríamos.
Pretendíamos, así fuese con algo de riesgoso si nos alejamos del perímetro
protegido y vigilado de la Base, confiar en la clandestinidad y la sorpresa.
Preguntó
por dónde iríamos pero no le quisimos decir, que simplemente tuviera las
bestias listas. De todas formas, al momento de partir, nos hicimos acompañar de
dos militares más armados y el mismo manejador. Para ciertas actividades
campestres acostumbrábamos portar la referida ametralladora. Arma ligera, moderna y de muy buen
desempeño, por simple precaución. Tomamos la carretera que conduce de la Base
Aérea al pueblo de Solano, ya que la casa del colono se encontraba a mitad de
camino, como a unos 4 km de distancia, a un lado de la vía. Habiendo llegado a
la desviación nos dirigimos hacia la casa como a unos 500 metros del camino
central.
Fue
una gran sorpresa para el colono encontrar que nosotros estamos llegando sin
haber avisado. Nos recibió con mucha cordialidad aunque con algo de evidente
susto. No le habíamos hecho el prometido preaviso de nuestra visita. Nos hizo la
observación aduciendo que no se encontraba listo para atendernos en debida
forma. Que le hubiera gustado mucho saberlo para habernos hecho un agasajo de
recibimiento con la mejor cortesía.
Nos disculpamos
diciendo que no era necesario ya que no era una visita protocolaria sino
simplemente algo informal. Que habíamos salido a dar un simple paseo y que se
nos ocurrió dirigirnos hacia su casa en último momento.
Observamos que se encontraba más que simplemente sorprendido. Se le veía alguna inquietud y más bien asustado. Parecía que nuestro comportamiento y nuestra sorpresa le habían sido de desagrado, que bastante bien trataba de disimular.
Observamos que se encontraba más que simplemente sorprendido. Se le veía alguna inquietud y más bien asustado. Parecía que nuestro comportamiento y nuestra sorpresa le habían sido de desagrado, que bastante bien trataba de disimular.
Nos
hicimos los desentendidos, lo tratamos de la mejor forma y con cordiales
demostraciones de amistad y familiaridad, para tranquilizarlo. Elogiamos su
propiedad, su casa, su familia y sus pastos. Mostramos interés por el estado de
sus ganados, su comercialización, los precios y demás asuntos que le eran de su
mayor interés personal, familiar y económico.
El mojón. El administrador
de nuestra finca, entonces, se dio cuenta que la intención era el mirar donde se encontraba el
mojón que él nos había mencionado en nuestra conversación meses antes. Que la
visita improvisada tenía relación con el hecho de observar por donde era el
lindero que el padre del colono había invadido. Esperaba que le preguntara por
su ubicación o que nosotros mismos lo descubriéramos dentro de los corrales
cuando estuvimos caminando las instalaciones.
También
le extrañó que, durante la charla con el colono, no preguntáramos ni pusiéramos
la conversación sobre los linderos ni que nos preocupáramos por el asunto. Creía
que si no se trataba el tema habríamos perdido el propósito del fingido paseo,
que era el hacer una inspección directa y personal del marcador de la propiedad
oficial. Por ello, trataba de demorar
nuestra partida con conversación improvisada dentro del corral, cuando
abordábamos las bestias para el regreso. Donde
dicho hito estaba en procura de que viéramos y mencionáramos el referido mojón.
Quería estar seguro que lo habíamos verificado claramente pero nos hicimos los
desentendidos. No le prestamos atención. Montamos y nos despedimos.
Para
el regreso decidimos no usar la misma ruta por la que habíamos llegado. Procedimos
por en medio de los potreros a medio galope como si no quisiera detallar nada
especial. Los demás nos seguían. En el recorrido pudimos ver cuánto terreno se
había apropiado el colono sin ningún derecho y los trabajos ejecutados.
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