AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 10 de mayo de 2018

23. ENTRE LEONES Y RATONES


Prácticas de combate.
23. El muelle y los diferenciales. Desde comienzos de la creación de la Base Aérea se había construido un hidropuerto fluvial sobre el río Orteguaza. Consistía en un muelle metálico flotante sobre en el río donde atracaban los hidroaviones. Tenia una rampa en piso de concreto que parte del río y sube una pronunciada pendiente hacia el terreno alto, donde están las instalaciones aeronáuticas. Disponía de argollas, cables y poleas para subir las aeronaves desde el agua. Termina en una  plataforma alta al frente de la entrada del hangar dotado de talleres donde se hacen las preparaciones mayores.
El muelle estaba acoderado a la orilla del río por medio de amarras flexibles que le permitían seguir los cambios de nivel del agua. Los tensores fueron descuidados algunos años antes y una creciente se lo llevó. Se fue navegando a la deriva como a unos 60 kilómetros de distancia. Allí se encalló en una de las playas y fue olvidado. Parece que el muelle se fue en búsqueda de su antecesor “Puerto Boy”, construido provisionalmente cuando el conflicto con el Perú. Lo contamos porque, donde se detuvo, está próximo a ese lugar. Es un valioso recurso, costoso material militar y hasta patrimonio de valor histórico.
Pensando en un rescate. Creímos que valdría la pena rescatarlo. No solo nos serviría para complementar los planchones que usábamos para alojamiento de los infantes de marina de la FUTACAL sino de atraque de sus lanchas de combate, “Las Pirañas”. Botes de casco blindado en fibra de vidrio, dos potentes motores fuera de borda y dotadas de poderoso armamento de combate. Material muy valioso al que hay que ponerle el mayor cuidado.
El remolcador. Para el rescate contábamos con nuestro remolcador “El Marandúa”. Herramienta indispensable en la maniobra. Es de suficiente potencia pues tiene dos propelas impulsadas con dos motores Diesel de buen caballaje y diseñado para operaciones de empuje o remolque.
Había un hábil piloto. El nivel de las aguas, en invierno, era suficientes para usar una de las dragas de succión empleadas en la extracción de material de aluvión para la pavimentación de la pista. Con ellas podíamos escavar los alrededores del muelle para liberarlo y hacerlo flotar nuevamente. Quizás, de una vez, reexplorar el viejo Puerto Boy porque nos habían dicho que aún se podían encontrar, entre la selva, abandonados viejos motores y otras cosas de los antiguos biplanos que participaron en la guerra. Objetos históricos.

Muelle flotante similar
Pensando en el combate. Simultáneamente, el otro punto de vista era el operacional, el más importante. Desplegábamos la FUTACAL. En especial sus tres elementos de combate fluvial para hacer presencia y operaciones en las proximidades de la Base Militar de Las Delicias en demostración de apoyo y acompañamiento. La misma que fue arrasada a finales de 1996. Además de hacer patrullajes por el río Mecaya.
Por el Mecaya los terroristas ingresaban mucho armamento desde el Ecuador con la complicidad de sus autoridades.  Situación que quedó en abierta evidencia pública cuando se comenzaron a revelar muchas cosas de los terroristas de las FARC en los diálogos de La Habana, años después. Aunque nosotros lo sabíamos desde mucho antes.

Que los militares ecuatorianos corruptos no hacían nada por contener el contrabando de armas. Al contrario, cobraban por facilitarlo. Como ya muchos lo saben porque los medios de comunicación y las redes sociales lo han difundido. Y se ha sabido masivamente que eran patrocinadores del terrorismo.
El mismo terrorismo que, años después, por el cual Colombia debió bombardear su campamento dentro del territorio ecuatoriano. La famosa operación donde fue abatido el cabecilla Raúl Reyes que causó un fuerte choque diplomático entre las dos naciones. 

Y con disgusto de otras como Venezuela y Nicaragua. El que fue atendido por el Señor Presidente Alvaro Uribe ante el foro de la OEA a donde debió ir a dar explicaciones. Situación que nos habríamos evitado si hubiésemos podido eliminar la presencia terrorista en la frontera con antelación.
Múltiple propósito. Era pues una operación logística y, al mismo tiempo, de operaciones de combate. El fin era esconder una operación militar en profundidad con la supuesta intención de rescatar una antigüedad que, a la larga, no tenía mayor importancia militar.
Algo complejo y costos en ambos campos, pero interesante y de interés nacional. Tenía varios objetivos simultáneos aunque, legalmente, estaba algo por fuera de nuestra guarnición y sin causar mayores inconvenientes a las demás jurisdicciones.
Pensamos, ahora, que si hubiésemos logrado hacer la operación, que tuvimos que aplazar por falta de recursos, quizás habríamos podido disuadir el ataque a Las Delicias. Aunque en ese momento no estábamos seguros pero si sospechábamos que sucedería. Como disuasor era el bombardeo de otro campamento que solicitamos meses antes del ataque a Las Delicias y que nos negaron. El que narraremos más adelante. 
La realidad es que esa conclusión, ya tardía, confirma que lo mejor, en cuanto a la iniciativa en la ejecución de acciones militares, siempre es provechoso tomar la delantera, cuando hay motivos de duda razonable, así no existan sospechas firmes sobre los sucesos del futuro.

La doctrina dice que si se hacen acciones que demuestren capacidad de movilidad, alcance, presencia, maniobra y otros conceptos de la guerra, son altamente disuasoras de posteriores amenazas. Estábamos convencidos del antiguo refrán latino del “Si vis pachen, para belllum”: "Si quieres la paz, preparate para la guerra".
Cuando comenzamos a ambientar la idea, como siempre, le salieron opositores. Algunos con mucha razón. Como la escasez de recursos en materiales y equipo para el combate. Otros no tan razonables. Su argumento más fuerte era que éramos demasiado imaginarios y fantasiosos en cosas que no ameritaban esos esfuerzos. Como los logísticos.
Claro que el comandante ve, con mucha frecuencia y desde otros muchos puntos de vista o criterios, no siempre tan visibles para los demás. Como el mantener la mente y el cuerpo de sus hombres en permanente actividad. Tiene que sacarlos de sus nichos de confort y anquilosamientos totalmente contraproducentes para las tropas. Por ejemplo, el de ponerse a pensar en brujas imaginarias y espantos fantásticos.
Una dificultad. Salió un inconveniente no previsto. La drástica pérdida de potencia de los motores del “Marandúa”. En viajes anteriores, desde la Base hasta la ciudad de Florencia a traernos abastecimientos, había mostrado reducción de la fuerza. Tratamos con el piloto el asunto y nos dijo que había revisado todo sin encontrar el motivo. Que se daba por vencido.
Le ayudamos, a manera de cazafallas improvisado, con ideas factibles. Como los malos ajustes de las bombas de inyección del combustible, pérdida de recorrido en los aceleradores, filtros de aire saturados y otras razones. Todo lo había verificado y estaba bien.
Tendríamos que hacer una muy costosa reparación recuperativa a ambos motores enviándolos a Bogotá por vía aérea y pagar los costos del mantenimiento. Dinero no disponible en el presupuesto. Otra solución parecía imposible.
Se nos iluminó el bombillo. Pensando en ello, recordamos que teníamos unos grandes expertos en los temas de la navegación fluvial. Nosotros éramos unos primíparos en ese campo y solo manejábamos la navegación aérea. La Base Naval de la Armada Nacional sobre el río Putumayo a 160 kilómetros al sur.  A la que le hacíamos frecuentes vuelos de apoyo. Ellos nos podían dar una mano con mucho agrado y profesionalismo.
Coordinamos con el comandante y nos comprometimos a enviarle nuestra pequeña reliquia aérea, pero cumplidora, el avión Beaver, para que trajese a un ingeniero naval y nos diera un diagnóstico de las máquinas. El avión de pistón y hélice de los años 30 era una fiel y útil locomotora, aunque lenta, pues nos transportaba hasta media tonelada de víveres en cada vuelo. No importaba la edad sino el servicio. Un carguerito muy estimado. De museo pero trabajador. Así fue. Temprano llegó el oficial y abordó el asunto con pleno empeño.

Beaver U6A
Tan solo era el medio día cuando se presentó el oficial a la oficina, con el resto de mecánicos que le habíamos asignado para ayudarle. Quería decirnos que las máquinas estaban en perfecto estado, no necesitaban reparación costosa y que ya habían solucionado el problema.
Consistía en una elemental limpieza de los filtros del aceite de los diferenciales. Por nuestros pocos conocimientos navales no les habíamos hecho el mantenimiento preventivo básico. Los filtros son internos pero de acceso externo. Están debajo de unos tapones que no sabíamos para qué eran. Son metálicos, lavables y bastó limpiarlos para que el aceite pudiese circular adecuadamente recuperándose la fuerza en los propulsores.
Los diferenciales son las cajas de trasmisión de la potencia entre los motores y las propelas que reducen la velocidad de rotación. Acción indispensable para que las hélices funcionen a las revoluciones apropiadas en el agua. Tiene un sistema de engranajes que emplean aceite que pasa continuamente por los filtros. Si estos se saturan, el aceite no circula y se pierde la potencia. Eso no lo sabíamos por ser un campo sobre el cual no estamos familiarizados. De no haber tenido la profesional asesoría habríamos incurrido en un alto costo sin motivo. Es lo valioso de tener buenos amigos y nuestros colegas de la ARC son ideales. 
Agradecimos tan valiosa ayuda del experto naval y nos aliviamos de una preocupación. Por supuesto que esperábamos que el comisionado debería permanecer algunos días haciendo la reparación, porque pensamos que era algo grave. Pero ante tanto éxito le facilitamos el avión de inmediato para que regresara a su hogar. Y aprendimos otra cosa más.
La espera. Estaba solucionado el problema. Faltaban los demás. Y cómo las cosas se nos complicaban cada día, en cuanto al combate, fue pasando el tiempo y, finalmente, no logramos ejecutar la operación del rescate del muelle. Nos quedó la satisfacción de haberlo intentado aunque sin lograrlo.
Con frecuencias las circunstancias nos superan y no todo se lleva a buen término. El muelle tendrá que esperar bastantes años más descansando en su playa. O pereciendo para siempre en una solitaria playa de un serpenteante río que circula lentamente, cual gigante anaconda,  en medio de la inmensa selva. Y el hidropuerto seguirá sin su muelle. La operación de combate tampoco la logramos.

Disparando mortero
Bombardeo parabólico.
Artillería liviana. Nos preocupaba la capacidad de respuesta de la Base Aérea ante un ataque. Por eso determinamos hacer un reentrenamiento del plan de defensa. El esquema incluía defensas pasivas y el emplazamiento de armas de mano junto con seis morteros como defensas activas.
Era importante hacer prácticas del plan. Por ello se programaron varios simulacros donde se debían hacer disparos de tiro parabólico. Para accionar estas armas se hizo un repaso teórico y algunos ejercicios de tiro simulado. Todo marchaba muy bien en la práctica diurna. Se programó una diurna de pocos disparos que se efectuó sin novedad. Después de ello otra nocturna, basado en los buenos resultados del anterior, dos días después, confiando en los buenos resultados, para los que no habían disparado en la primera.

Mortero
Uno de los artilleros, en esa segunda oportunidad, era uno de los hombres más antiguos de la infantería. Por una casual coincidencia no había podido asistir al refresco teórico. Para estar seguro de que actuaría correctamente, se hizo una charla directa preguntándole si recordaba bien las técnicas de manejo del arma. Aseguró que tenía claros los procedimientos de disparo. Además era razonable el creerle. Es un arma propia y común en su especialidad en defensa de bases.
Cuando se activó la segunda alarma simulada nocturna los encargados de estas armas, a orden individual, harían tres disparos reales a blancos imaginarios, ubicados a dos kilómetros de distancia, en azimut prefijado, en un área selvática y despoblada. Condición que se había verificado con anterioridad.
La primera pieza hizo los tres lanzamientos que eran seguidos y a discreción del jefe del arma. Se escucharon las explosiones de los impactos. Los vigías de tiro dieron sus reportes de las explosiones y las correspondientes correcciones. Eso nos indicaba la precisión y la activación efectiva de las ojivas.
Extraños disparos. Cuando le correspondió el turno a la segunda pieza. El primer disparo dio un extraño ruido de lanzamiento y no causó ninguna explosión de impacto. Sin embargo, como se había dado libertad de hacer los tres disparos a discreción del responsable del arma, este siguió con los otros dos lanzamientos.
Supuso que la primera granada había fallado la denotación, quizás por daño debida a la alta humedad o a descuido en las condiciones de almacenamiento. No dio mucha importancia al hecho y terminó haciendo los dos disparos restantes con el mismo resultado. Lo preocupante era que como estaba de noche no se podía hacer verificación inmediata del impacto.
Ante esta situación, fue demasiado evidente que era necesario suspender la operación de los demás morteros hasta que se pudiera hacer una aclaración exacta de tan extraño resultado, cosa que solo se podía hacer en el día. Además, si no se aclaraba, era necesario restringir una zona por contaminación con municiones activas sin ubicación definida.
La búsqueda. Al otro día se inició la búsqueda de las municiones, la verificación del arma, la comprobación de la calidad y condición del resto de proyectiles del lote utilizado, encontrando que funcionaban correctamente. Sobre las direcciones empleadas, se hicieron rastreos, partiendo de la distancia máxima prevista de impacto y en cercanías al emplazamiento. Aunque se tuvo mucha precaución porque tenían las espoletas activas. Pero no se podían encontrar las ojivas ni rastros de penetración en el follaje selvático. Al final del día todo parecía inútil.
El mortero estaba en una fosa de un montículo próximo a una bodega. Esta quedaba en un nivel inferior y en la trayectoria de disparo. El arma disparaba por encima de ese depósito. Pero debido a la poca distancia, que solo era de unos veinte metros, a nadie se le había ocurrido pensar que se debía buscar en ese lugar.
El hallazgo. Un soldado persistente ingresó al lugar y se sorprendió cuando vio tres agujeros en el techo del tamaño de las granadas. Y más cuando pudo ver que estaban en el piso sin activar y armadas. Con el debido procedimiento se manejaron y se corrigió la peligrosa condición. Afortunadamente, por la poca elevación alcanzada, con el impacto de la caída, no se activó la espoleta. De haberse accionado estas habrían explotado muy próximas a los operadores. Como era de noche no había nadie en el lugar y no contenía ningún material en eso días.

Granada de mortero
El motivo fue que el armero, que tan seguro estaba de sus conocimientos y habilidades, olvidó un detalle fundamental. El arma usa una carga iniciadora, que, a su vez, da fuego a un tren de cargas propulsoras en serie, cuya cantidad se calcula según la distancia que se desea alcanzar. El personaje solo puso la carga iniciadora y olvido poner las cargas propulsoras. Eso solo le dio potencia al arma para sacar los proyectiles del tubo sin mucha fuerza, cayendo a poca distancia.

Aunque los componentes de ensamble deben ser organizados en un estricto orden de secuencia, para simular un combate más real, extremó las condiciones de maniobra y por eso no usó ninguna iluminación. En la oscuridad, se saltó las “galletas”. Nombre coloquial dado por la tropa a las cargas de empuje. Por eso, las granadas salieron del arma solo impulsadas por el fulminante que inicia la secuencia de lanzamiento. Con el inconveniente que la ojiva ya tiene su espoleta de detonación activada y lista para detonar al suficiente impacto con el objetivo. Por eso desactivar municiones armadas para explotar es altamente peligroso.
Cargas de impulso
Fue necesario hacer todo un nuevo reentrenamiento teórico y práctico, para asegurar la idoneidad del personal que había perdido la destreza del manejo del arma.
Una experiencia bastante peligrosa y desagradable, pero muy aleccionadora para todos. Incluidos nosotros, ya que nos recordó que hay cosas en las cuales es indispensable hacer verificaciones positivas sin ninguna duda. Y que los refrescos teóricos son indispensables. Infortunadamente estas experiencias demandan no solo las debidas medidas correctivas sino que dejan antecedentes de deméritos profesionales en los folios de vida.

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