AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 10 de mayo de 2018

26. ENTRE LEONES Y RATONES


26. Inferioridad. Superioridad. Prioridad. Por supuesto que estos conceptos hirieron el orgullo norteamericano que se basa en la casi absoluta creencia de su superioridad en todo. Que es parte de su cultura, y en el de nuestra completa interioridad humana y social.
Actitud dominante que se refuerza con una alta susceptibilidad a todo aquello que los contradiga cuando no están en favor de sus criterios. Se enojó y en forma imprudente nos hizo una pregunta acusatoria antidiplomática. De las que plantean exigencias imperativas sin autoridad para cuestionar.

Quería saber cuál era el motivo por el cual nosotros perseguíamos los narcóticos. Le contestamos que, antes de cualquier cosa relacionada con otras naciones y sociedades, lo hacíamos por defendernos de la amenaza terrorista agresora que arriesgaba la estabilidad de nuestro país, nuestra salud pública y, sobre todo, por cumplir nuestras leyes. Usábamos exceso de posesivos con el fin de evidenciar el sentido de empatía con lo que pensábamos, que era nuestra prioridad.

Claro que eso también quería decir que si en algún caso los EE UU quisiera deponer un gobierno colombiano, no era sino que ellos compraran más Coca. Los insurgentes colombianos serían completamente financiados por sus consumidores y tendrían suficiente dinero para lograrlo. Sin que los EE UU interviniesen directamente.

No les importaría que esos terroristas fuesen de ideología antinorteamericana. Y sus jóvenes se intoxicaran con ella. Pero los adictos harían el trabajo sucio. El que no le quedaba bien hacer a su gobierno abiertamente, como lo hicieron cuando nos arrebataron Panamá. De esa manera coca, terroristas y consumidores, son una grave amenaza para la estabilidad y la existencia de nuestra nación.


Guerra que la hacíamos, incluso, en contra de nuestra personal convicción. Pues creíamos, en forma particular, que se debería controlar legislando preventivamente, como la “legalización regulada” y medios socialmente menos traumáticos. No con leyes agresivas y punitivas que se centran solo en el uso de la fuerza armada contra el productor, como acá lo hacíamos, y muy poco contra el consumidor allá.

Pero nuestros criterios personales los supeditábamos a la prioridad de la ley, como era nuestro deber fundamental. Lo que acontecía en otras naciones, donde los consumidores, eran solo efectos colaterales y accesorios.

Que no ignorábamos que nuestro esfuerzo contribuía mucho también a la solución de su problemas. Que éramos solidarios indirectamente con ellos. Pero el eje central de los esfuerzos que hacíamos era para contener la agresión terrorista en las zonas remotas de Colombia. La aislábamos para que no llegase a la población productiva. Así las personas podían desarrollar los negocios legales y tener la mínima tranquilidad indispensable para el desempeño laboral con que sostenían sus familias. Sin la amenaza del terrorismo. Nos era vital defender los centros económicos y de poder de la nación. Pero la prioridad éramos nosotros.


El riesgo de la convicción. Sabíamos que con nuestra opinión quizás estábamos arriesgando la ayuda militar que nos estaban dando. Al tiempo que teníamos que dejar muy en claro que somos una nación autónoma, que tiene por trascendente sus objetivos primordiales y nuestros intereses nacionales.

De inmediato intervino uno de sus colegas para solventar la tensión que se había suscitado con este incidente. De manera hábil sosegó los ánimos de su compañero dejándole en claro que nosotros estábamos en nuestra propia casa. Que por lo tanto era totalmente inconsecuente su actitud qué podría deteriorar el ambiente favorable a sus objetivos.
Con ello continuamos la gira en buenos términos. Aunque era evidente que el mencionado militar estaba bastante incómodo y que lo que más deseaban era poder marcharse lo más rápido posible.

El embajador. Algo similar también sucedió cuando nos visitó el embajador de los Estados Unidos quién quería ver personalmente el avance de la obra de la pista y la situación en que se encontraban los equipos y materiales que había dejado abandonado el contratista.

Uno de los que lo acompañaba nos preguntó la opinión de lo que habíamos observado sobre los trabajos ejecutados. Le dijimos que en nuestro concepto el problema principal no era tanto de ingeniería ni capacidad para desarrollar el trabajo, aunque habían tenido algunas deficiencias, como las mencionadas sobre el acopio de materia prima para la obra. Su principal error consistía en que la empresa de ingeniería tenía muy poca habilidad en el manejo gerencial y administrativo. Se notaba especialmente en su capacidad de gestión en la parte financiera Ya que en lo económica no tenían de qué preocuparse porque la embajada, como contratista, era quién les garantizaba los recursos que ellos no habían sabido gastar en la forma apropiada. Y habían llegado a pensar que eran recursos ilimitados. Pues la embajada le había prorrogado y adicionado presupuesto más de lo inicialmente previsto. 

La opinión disgustó al embajador. Quizás le evidenciaba deficiencias para seleccionar al contratista. Intervino haciéndonos un reclamo injustificado en voz alta y también en actitud bastante altanera diciendo que nosotros no deberíamos emitir ese tipo de opiniones.

Nos sorprendió pues le había sido evidente que la pregunta surgió de su compañero. No había sido una exposición espontánea nuestra de criterios no pedidos. Aceptamos el imprudente reproche en forma tolerante para no agravar más la situación. Era un sujeto irascible y reactivo que actuaba por reflejos con facilidad. Actitud que en Colombia hemos visto bastante en las delegaciones diplomáticas norteamericanas. Desde el mismo nacimiento de nuestra republicana. Desde el mismo Bolívar. Y, en general, en todos los norteamericanos. 

Experiencias anteriores. El incidente anterior nos recordó tres episodios anteriores.
El primero. Entre los finales de la década de 1970 y comienzos de la de 1980, las relaciones de Colombia con Nicaragua pasaban por fuertes tensiones relacionadas con el tratado limítrofe entre ambas naciones. Esta última aspiraba desconocer el pacto. Por eso Colombia debió desplazar algunos medios militares a las islas. Estando en esas maniobras, no se supo por qué razón, los norteamericanos enviaron uno de sus aviones de reconocimiento supersónico. El tenido como uno de los aviones bimotor más veloces del mundo, que pasó sobre el archipiélago y siguió hacia Nicaragua. El avión fue detectado porque en las islas se sintió el estampido sónico.

Nadie dio y Colombia, extrañamente, no protestó ni pidió una explicación. Por eso las cavilaciones se dieron, incluso en el medio militar, que pudiese ser una misión muy secreta. O una iniciativa de parte de los EE UU sin poderse saber si fue una demostración de apoyo a Colombia o por cualquier otro motivo propio de esa nación.
El hecho es que, días después, su pudo saber que esos aviones habían salido de una Base Aérea ubicada en la costa oeste del estado de la Florida. Y que para distraer la atención, los norteamericanos hicieron algunas, supuestas, espontáneas demostraciones de amistad con Colombia. En especial con la Fuerza Aérea Colombiana. Era quien más factiblemente podía sospechar o caer en cuenta que esa operación de reconocimiento o imaginario apoyo, había sido sin consentimiento nuestro. Por eso las dudas y los resquemores quedaron.

La segunda. Unos pocos años después solíamos permanecer largas temporadas en el archipiélago de Sanandres  y Providencia. La misión era patrullar las aguas en el Caribe colombiano en detección de aviones furtivos ilegales y efectuar los vuelos comerciales entre las dos islas. En uno de esos patrullajes, sobre los cayos de Bajo Nuevo, descendimos por entre un amplio colchón de nubes para poder ver el mar y los cayos.

Es una extensa barrera de islotes arenosos de bajo fondo que forman un amplio arco desde el archipiélago hasta casi la isla de Jamaica. En ellos se encuentran muchos restos de barcos encallados a donde han llegado para el fin de sus días. Además hay algunos puestos de la Armada Nacional de Colombia custodiando nuestra soberanía. Nuestro sobrevuelo era un gesto de solidaridad y moral desde el aire para las tropas de infantes de marina que en ellos se encuentran haciendo soberanía.

Cuando salimos de las nubes, repentinamente, se nos apareció, muy próximo y en una dirección inconveniente, cruzando la proa del avión, otro avión. Era un Orión. Cuatrimotor gris turbohélice de la armada de los EE UU que estaba en el sector. Tenía un motor perfilado y no se había declarado ninguna emergencia por parte de algún avión en el área. 

Es una técnica militar que se usa cuando, sin que existan condiciones de emergencia, para ahorrar combustible y poder efectuar cruceros de larga duración o alcance. Lo que nos indicó que se trataba de otro vuelo regular de patrullaje furtivo por parte de nación extranjera, en nuestro espacio aéreo colombiano, sin reportar. Eso configuraba una violación de nuestra soberanía aérea. Cómo actuábamos de copiloto subalterno quisimos informar el incidente pero se nos negó por alguna extraña razón. Nos quedó la inquietud y cierto desencanto de frustración que guardamos en silencio.

La tercera. Regresando a Tres Esquinas. Un día, al comienzo de la tarde, apareció un avión, completamente igual al del suceso anterior, sobrevolando nuestra Base Aérea. Estaba tan bajo y próximo que lo identificamos visualmente. Preguntamos de quién se trataba al centro de comunicaciones y control del tránsito aéreo. Puesto que los vuelos de naturaleza no regular nos eran informados, por razones de seguridad, para conceder permisos excepcionales. Nos comunicaron que era un vuelo no reportado. El avión cruzó sobre la estación y siguió su camino sin ningún contacto radial ni explicación alguna. Eso nos recordó el de San Andrés.

Algunos nos pidieron claridad al respecto. Para no causar ninguna suspicacia, sobre nuestra incapacidad de ejercer dominio de nuestro espacio aéreo, que era real, lo disculpamos diciendo que era un vuelo secreto. Que sólo nosotros conocíamos y que estaba consentido previamente. Pero fue una mentira necesaria.
El percance también reforzó nuestra disgusto con lo sucedido años antes. De alguna forma esas imprudencias debían corregirse antes de que sucediera algo grave por falta de adecuado manejo. Como lo sucedido con el Fantasma en Puerto Leguízamo y contado en otra parte de este relato, pero menos traumático.

Pasó un tiempo considerable, y cuando ya nadie recordaba el último hecho y nosotros los recordábamos todos, sucedió un desastre aéreo. En las estribaciones de la cordillera oriental, entre los límites de los departamentos del Putumayo y Nariño, un avión de esas mismas características y, supuestamente, efectuando otro de esos vuelos que no se nos avisaban, se estrelló.  Perecieron todos los tripulantes. Dentro de los cuales estaba, desgraciadamente, uno de nuestros valientes hombres quien ofrendó su vida por el bien de la nación.

Estaba abordo participando en la captación de trazas de vuelos ilegales que se efectuaban en el área movilizando narcóticos. Tanto las trazas procedentes de los países del sur, trayendo narcóticos, como las que salían de nuestro sector llevándolos a norteamérica. Vuelos ilegales que nosotros no teníamos medios para detectar ni hacer interdicción aérea.

Solo podíamos hacer algún control terrestre somero. Por tanto lo que hacía el avión accidentado tenía muy poco valor práctico para nosotros. Aunque era factible que sí lo tuviese para otras instancias del comando central de la FAC, que nunca nos los dijeron. No nos participaban de esas cosas. Aunque si nos pedían hacer cuanto fuese posible en contrarrestar a la amenaza terrorista alimentada con el tráfico aéreo de los narcóticos.

Quizás solo querían demostrar resultados y ganar indulgencias de manera independiente considerando innecesario nuestro esfuerzo. Que por el solo hecho de estar dentro del espacio aéreo que ellos usaban, también furtivamente, y en un sitio tan aislado, sin contar con nosotros, era más que suficiente para hacernos partícipes de lo que, secretamente, ellos hacían dentro de la jurisdicción. Tal vez celos profesionales internos de evidente inconveniencia con la solidaridad que debe darse entre dependencias subalternas.

Acontecimientos que ya no son reversibles porque son del pasado. Pero si nos sirven de lección sobre cómo debe darse suficiente doctrina y criterios claros, generales y hasta particulares, sobre la manera de actuar en la ejecución de las operaciones aéreas. 

La falta de autonomía y la dependencia intelectual. Estás experiencias nos demostraron que la tradicional arrogancia de las misiones militares, solicitadas por los gobiernos colombianos a los extranjeros, desde los comienzos del siglo XX, no han desaparecido totalmente del panorama militar colombiano. Experiencias históricas que aún tienen sus rezagos y han sido debidas a nuestra falta de un buen desarrollo académico y cultural autónomo.

Es doloroso descubrirlo. Por ello hemos tenido que recurrir a adaptar reglamentos e imitar ideologías y culturas extranjeras. Cómo nos sucedió cuando posteriormente se nos presentó el conflicto con el Perú.  Debimos contratar personal extranjeros de último momento y bajo condiciones de alto apremio regresando con ello a la edad de hierro. Luego participamos en la guerra de Corea. Hemos servido en los cuerpos de Paz en el Oriente Medio. En años recientes en el Asia.

Afortunadamente la deficiencia la hemos estado corrigiendo con la modernización emprendida en la última mitad del siglo XX con Corea. Que aunque lenta, en sus comienzos, ha acelerado en las dos últimas décadas. Aunque en los años 90, en Tres Esquinas, todavía sentíamos coletazos de esa falta de autonomía y autosuficiencia en lo material y lo mental de la vida militar.

Operación policial antinarcóticos.
El policía atrapado. No nos conocíamos personalmente. Solo habíamos tenido una conversación telefónica cuando nos había llamado para darnos las gracias por un apoyo aéreo que le habíamos facilitado en una de sus operaciones antinarcóticos donde las circunstancias no le habían sido favorables.

No estábamos enterados en ese momento de cuán peligrosa fue la situación de la que lo habíamos salvado y por eso solo nos pareció que se trataba de una habitual y rutinaria cortesía. La ausencia de detalles no nos permitió saber lo grave de los acontecido. Y, de todas formas, los combates se habían convertido en algo rutinario que no tenían nada de peliculezco. Era lo diario. Lo visualizamos bastante tiempo después.
Para entenderlo nos iremos al futuro de esta narración para mostrar el impacto de lo que aconteció en ese momento y que no lo notamos.

Años después tuvimos una charla personalmente donde él quiso rememorar el aconteciendo. De repente, nos dijo que aún estaba muy agradecido con nosotros. Nos sorprendió diciendo algo que nos pareció extraño: que le habíamos salvado la vida. Como no recordábamos pedimos que nos ampliara el motivo del sentimiento.

Nos explicó la casi fallida operación de destrucción de laboratorios de cocaína, en las inmediaciones del municipio del Remolinos del Caguán, al oriente de la Base Área de Tres Esquinas, en el límite de nuestra jurisdicción. El y sus hombres habían podido salir a salvo debido al apoyo con fuego aéreo que le dimos con el helicóptero artillado que les habíamos enviado para superar su muy crítica situación. 

Casi en el mismo lugar donde nosotros habíamos ejecutado  nuestra operación y en donde habíamos pedido el negado bombardeo. Los bandoleros de las FARC, que cuidaban las instalaciones ilegales, los tenían casi que copados y a punto de ser arrasados. El apoyo aéreo de fuego cercano les permito salvarse logrando una retirada exitosa.

Un plan algo cojo. Volvamos al presente. Todo comenzó cuando a primeras horas de ese día nos informaron que una escuadrilla de unos 5 helicópteros de la Policía Antinarcóticos, que había salido al amanecer de Bogotá y había hecho escala técnica en Florencia, llamó a la torre de control de la Base Aérea pidiendo permiso para aterrizar. No teníamos conocimiento de esa operación y les dimos el mejor recibimiento.

El Teniente Coronel, Comandante de la escuadrilla antinarcóticos, fue a nuestra oficina y nos explicó que no se habían reportado antes porque su operación era de máximo secreto. Que por eso no podía informarnos cuál era su blanco a atacar ese mismo día. Se nos hizo extraño que una operación de esa magnitud se iniciase a una distancia tan considerable para ser ejecutada en solo un lapso de 12 horas de luz diurna y un entorno tan exigente.

Policía antinarcóticos helicoportada

Nos preguntó si teníamos alguna forma de apoyarlo con otro helicóptero de transporte. Ellos eran muchos y estaban apretujados dentro de sus naves, lo cual no era favorable. Inicialmente pensamos que solo nos pediría suministro de combustible para las aeronaves, del cual disponíamos una pequeña reserva. O para servir de base de lanzamiento y recuperación en caso de ser necesario. Nada de esto mencionó ni cualquier otro tipo de apoyo.

Según su plan, luego de cumplir con lo que tenía previsto, dentro de lo cual parecía que no estaba en su mente un combate, se replegarían hacia la misma ciudad de Florencia de donde procedían. Es decir, que solo habían llegado a nuestra unidad sólo para ver si podíamos prestarles el helicóptero solicitado. Ni siquiera como destino alterno si fuese necesario. Nada más.

El consuelo a nuestras dudas. No disponíamos del helicóptero de transporte. Solo un helicóptero liviano artillado destinado para hacer ametrallamientos. Pero en ese momento solo estaba en actitud defensiva de nuestras instalaciones porque no estábamos en posibilidad de adelantar operaciones ofensivas.
Viendo que esa operación estaba como bastante coja en planificación, se lo ofrecimos. Como a manera de simple cortesía ya que no podíamos dejarle en evidencia que estábamos en desacuerdo con sus cálculos con respecto a la doctrina a aplicar para una operación helicoportada en la Fuerza Aérea. La policía ya tenía sus propios criterios en el uso de lo que es el medio aéreo y nos correspondía, en ese momento, ponernos a mostrarle las diferencias institucionales.

Solo nos consolaba el hecho de saber que la Policía Nacional había progresado bastante en capacidad y fuerza de choque. Sus hombres estaban bien entrenados en combate y dotados. Además de ser francamente valerosos. Porque otros no se habrían atrevido a emprender una operación de guerra irregular, bajo esas condiciones.

No sabíamos hasta dónde eran sus capacidades. Pero era un aliciente pensar que nuestra Policía ya podía asumir confrontaciones, ya no de simples protestas ciudadanas y prevención del delito, sino de confrontaciones en conflictos de baja intensidad. Pensamos que llegaban directo desde Bogotá con las mencionadas preconcepciones deformadas sobre lo que era la vida en el sur de la periferia nacional. Era mejor no poner en duda su profesionalismo que podía ser causa de disgusto, además de inconveniente, en especial en ese momento. Sería inoportuno.

La receptividad. A la oferta no le prestó mayor atención. Nos pareció que no entendió su importancia o no conocía cuán útil podría ser, porque no expresó nada al respecto. Le dijimos que lo solicitado se lo habríamos podido dar si nos hubiese informado antes. Que acabábamos de enviar el helicóptero de transporte pedido a mantenimiento, unos pocos días antes. Pensamos que ese mantenimiento lo habríamos podido aplazar para ayudarlo si hubiese compartido su necesidad, aún bajo su duda en cuanto a la confidencialidad, pero ya el helicóptero no estaba.

Se dio cuenta que el exceso de compartimentación del secreto también puede ser inapropiado. Creemos que desconfió de nosotros. Tal vez pensando que nuestra permanencia en el área era motivo razonable para sospechar que pudiésemos filtrar la información en favor de los delincuentes. O, mejor, que hubiésemos desarrollado tolerancia o hasta contubernio con la amenaza. Especulando todo era factible, aunque sin importar el motivo.

Algunos, en el centro de país pensaban que podríamos estar cohonestando el delito del narcotráfico, por omisión, por no luchar con suficiente empeño contra el terrorismo. Como se lo imaginó el norteamericano que se disgustó. O para hacernos la estadía lo menos incómoda posible mientras se cumplía el tiempo de traslado. Sobre todo eso incluía el no hacer enojar al tigre. Algunos ligeros rumores se habían sabido al respecto.

La indebida desconfianza. La corrupción interna también se da y los policías recelaban bastante de los militares y al contrario, en ese momento. Con el tiempo eso cambió. No era justo su temor pero, en la Fuerza Aérea, no lo merecíamos sin conocernos a fondo. Más cuando nuestra solidaridad era importante para lo que ellos y nosotros estábamos ejecutando.

De todas formas nos informaba, en general, de su presencia, casi que por protocolo. Aunque lo vimos más como subliminal petición de algún nivel de alerta porque calculaba que lo que pensaba hacer era riesgoso. En algo lo podíamos auxiliar, aunque él quería mostrarse completamente autosuficiente en el resto de conceptos. No fue explícito, como debió serlo.

El Teniente Coronel no nos comentó que su comandante, el Coronel Jefe de Antinarcóticos, la máxima autoridad nacional en ese campo de la Policía Nacional, participaría personalmente. No había llegado con ellos. Luego supimos que cuando ellos efectuaran el asalto aerotransportado y tuviesen dominada el área, el Coronel, volaría después, en otro helicóptero, directo desde Florencia al blanco.

Como unas dos horas más tarde de su partida, nos llamó desde Bogotá, un ayudante del Coronel, pidiendo algún tipo de ayuda. Estaban en una crítica situación combatiendo rodeados de enemigos. El Coronel se podía comunicar con Bogotá, que estaba lejos y con nosotros, los más próximos y confiables amigos, que les podían dar algún apoyo, así fuese somero aunque vital, no tenía ningún contacto.
Se comenzó a poner en evidencia las falencias que habíamos sospechado del plan de operación. Faltó la armonización de las comunicaciones. Por intermedio del auxiliar supimos que la operación era en inmediaciones del municipio de Remolinos del Caguán, y la ubicación aproximada. Ellos si sabían dónde era con precisión. No la compartieron con nosotros con antelación sino ya cuando vieron que la cosa era grave.

El asalto. Cuando los policías cayeron sobre el objetivo, los terroristas FARC se replegaron al monte y luego regresaron. Los estaban hostigando con fuego nutrido. Nos pedían alguna ayuda con un apoyo de tropas. Habían olvidado que les habíamos dicho que no teníamos la facilidad de trasportar tropas en forma rápida y menos a esa distancia, estando de por medio un buen tramo de selva. Por eso no podíamos hacerles un efectivo apoyo próximo de combate, ni en reserva ni en retaguardia, con tropas.

Policía en combate desembarcando de un helicóptero

Nuestros sentimientos. Sufríamos angustia de saber que podía ser una catástrofe que tendríamos que presenciar sin poder hacer algo efectivo. Nos sentimos inclinados a no hacer un apoyo de ametrallamiento con el único helicóptero liviano artillado que disponíamos. El mismo que les habíamos ofrecido. Debido a lo imprevisto de esa operación, ni ellos nos lo habían pedido y menos nosotros habíamos calculado la necesidad de una operación de combate con apoyo de fuego aéreo activo. Cuando les habíamos mencionado el recurso, al Comandante de la escuadrilla antinarcóticos, no mostró interés en ello, como está dicho antes, y por eso no abordamos el tema en detalle.

Entonces, no acordamos los parámetros básicos tales como medios, frecuencias de radio, claves, encriptamiento de comunicaciones, codificación, identificación de blancos, ubicación, maniobra y demás cosas importantes para el caso. Con bastante temor, de todas formas, mandamos al helicóptero artillado para hacer fuego periférico, presencia de apoyo aéreo y ablandamiento disuasor. Todo improvisado.

Decidimos correr el alto riesgo de causar bajas con fuego amigo, por ser el menor peligro que pudiese suceder, ante la opción de la terrible masacre de los aproximadamente 45 policías que estaban combatiendo. La alternativa de no dar la peligrosa ayuda podría ser más grave que la de hacerlo. Aun a riesgo de ser, luego, acusado de ordenar operaciones de alto riesgo sin la debida evaluación y planificación.

Las consecuencias jurídicas. Nos venía a la mente lo que la prensa tanto había molido publicando argumentos descalificantes sobre el bombardeo en el poblado de Santo Domingo en los Llanos Orientales. Era una situación casi que idéntica. Estábamos violando todas las reglas de combate. Algo bastante mal hecho pero era lo menos peor.

Sabíamos de las terribles consecuencias jurídicas por las que pasaban unos queridos oficiales compañeros que tripulaban el helicóptero en los Llanos Orientales. Estaban detenidos y a punto de ser condenados a largos años de cárcel por haber ejecutado un bombardeo en la localidad de Santo Domingo. Eran acusados de haber causado muertes de habitantes. Sobre todo, por los medios de comunicación, los señaladores estaban exigiendo condena y de esa forma eran nuestros pilotos. Dados, de antemano, de culpables. 

Entonces, era preferible, en este caso, así fuese legalmente y penalmente muy peligroso, proceder pecando por exceso y acción, que no por defecto o pasividad. Paradoja que teníamos que asumir y resolver aun a costa de mucho desprestigio profesional posterior. Se nos podía acusar por improvisación e incompetencia profesional por no hacer nada, con culpabilidad penal. Y también por lo contrario, el no prestar el apoyo  aun riesgo de la amenaza judicial.

El apoyo. El helicóptero artillado se guío por unas referencias muy someras. Desde Bogotá ya nos habían confesado que la operación se ejecutaba en un lugar cercano a Remolinos del Caguán. Solo hasta ese momento supimos del sector. Era el mismo donde un tiempo antes habíamos destruido parte de los laboratorios con la operación ya descrita. 
La que no culminamos con el solicitado bombardeo. En este día el humo de los laboratorios ya incendiados y el combate le permitió a la tripulación identificar el lugar mas no los blancos a batir. Ametralló de la mejor forma que pudo orientada únicamente por apreciación visual, ya que no había contacto radial.

Logró que el enemigo bajara la ofensiva de tal manera que la escuadrilla de helicópteros, que los habían desembarcado y que estaban en espera en Florencia, los pudieron evacuar. Lograron salir con vida en retirada improvisada pero a salvo. Más no sin haber cumplido la misión de destrucción de una considerable cantidad de laboratorios donde las FARC procesaban la hoja de coca.

Helicóptero artillado

Cambio de pensamiento. El municipio de Remolinos era donde se producía la mayor cantidad de pasta de coca en la región.  Luego, y ya más tranquilo, el Coronel nos llamó desde Bogotá para expresarnos su gratitud.
Con esta operación improvisada se inició un cambio de mentalidad en cuanto a la confianza mutua entre las dos fuerzas: la Fuerza Aérea y la Policía Nacional, que por tradición siempre habían actuado separadamente, casi que hasta con recelo profesional, e institucional y por ello sin ninguna unificación. Confianza que fue creciendo con los años.

Para comienzos de la década del 2.000 nos encontramos en Medellín y revivimos eso sucesos, en la charla personal mencionada y a manera de anécdotas profesionales. Para ese tiempo ya era General y nosotros militares en condición de jubilados. De todas formas compartimos algunos detalles sobre el área metropolitana, que fueron la base de algunas de sus tareas. La necesidad, en su máxima expresión en ese momento, fue la necesaria para romper las barreras intraorganizacionales.

La sinergia trilateral. Tanto con el rescate en Remolinos, la FAC realizó con mucho éxito las operación contra el bandolero FARC llamado El Negro Acacio, al occidente del país. El responsable del lanzamiento en paracaídas en los Llanos de un cargamento de armas traídas desde el África con aviones de carga rusos. Negociado hecho con el siniestro personaje político peruano, intrigante internacional y mercenario. Nuevamente aparecen los rusos y los peruanos. La operación de abatimiento del Negro Acacio, que fue ejecutada totalmente y de manera exclusiva por el CACOM 2, ubicado  en Villavicencio. 

Cuando la Policía vio los resultados de ese ataque, se reforzó aún más la confianza entre las dos fuerzas armadas. El efecto fue que para finales de la década del 2010 ya daba muchos resultados positivos con la sinergia que comenzó producir la conjunción de la invaluable información de inteligencia que disponía la Policía con el poder certero del bombardeo aéreo.

El éxito de muchas de las intervenciones de la FAC puso en evidencia que es una fuerza pequeña, demasiado discreta, prudente y de bajo perfil, pero decisoria en la confrontación por su letalidad, flexibilidad, alcance y sorpresa. Todo debido al uso de sofisticada tecnología que se hace realidad con alto conocimiento y preparación en el empleo de la ciencia. Luego se sumó el Ejército. Quien vio que debía hacer un cambio en lo que era su apreciación sobre la capacidad del combate aéreo.

Con ello se dieron mejores resultados, que fueron tan evidentes que los contingentes terroristas se vieron obligados a negociar con el gobierno llegando a la firma del acuerdo en el 2016.  Dentro de las condiciones, quizás la más exigida, fue la suspensión de los bombardeos aéreos, que ya causaba pánico y deserción en las filas terroristas. Clemencias que el gobierno les concedió.

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