AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 10 de mayo de 2018

18. ENTRE LEONES Y RATONES



18. Siguió la inquietud. Una semana después, el vaquero regresó a la oficina para dar informes acerca del funcionamiento y el estado de la finca que administraba. 

Aprovechó para preguntarnos si habíamos observado donde se encontraba el mojón y las tierras que se había apropiado el colono. Le confirmamos que no habíamos observado ni nos habíamos interesado en el asunto. Que no había sido ese el propósito sino el de disfrutar de un paseo recreativo. No el de evaluar los trabajos de mejoras que había ejecutado y demás detalles. Realmente sólo le estábamos dando parte de la verdad. No le dijimos cuál era el motivo principal ya que no podíamos compartirlo con él. Que consistía en observar el comportamiento del colono con la sorpresiva visita. Si era de amistosidad natural y espontánea, o si mostraría cierta inquietud, como se dijo.

No quedó totalmente convencido con la justificación y le intrigaba el no obtener confirmación de algo que él sospechaba era otra cosa, pero no podía saber qué era.  Fue insistente en reclamar cuál había sido el motivo fundamental de esa visita porque sospechaba que tenía otra intención. Pero no lograba sacarnos la que para él fuese su explicación satisfactoria. Lo dicho no le complacía suficientemente. Pero no se lo dijimos dándole evasivas.

El creyó entonces que la visita había sido una actividad prácticamente inútil. Nos justificamos diciéndole que simplemente queríamos dar una gira de distracción que no tenía nada que ver con asuntos legales y oficiales. No quedó satisfecho porque esperaba que hubiésemos actuado de otra manera.  Lo dejamos con su inquietud que tampoco nos interesaba deshacer.
Creímos que con sus invitaciones con anteriores preavisos se nos podría estar tendiendo una trampa. No por su intención sino, quizás y lo más seguro, presionado y amenazado por nuestros enemigos. Los que buscaban una magnífica oportunidad de secuestrar o asesinar a un oficial de rango superior y, nada menos, que al comandante de la Base Aérea. Entendíamos que estaría entre la espada y la pared. Pero no podíamos darle esa oportunidad a los terroristas de las FARC. Tal vez a ello se debía su intranquilidad durante la visita. 

La verificación topográfica. Solicitamos una comisión topográfica para que se volviesen a establecer tanto los linderos como la cantidad de tierra que le había sido asignada a la institución en años posteriores al conflicto con el Perú, cuando se construyó la Base. La intención era ratificar los datos hechos hacía 60 años atrás y que realmente coincidieran en localización y en cantidad a los plasmados en la escritura.

Esta Comisión fue enviada y ejecutó el trabajo poniendo en evidencia dos cosas. Una que realmente la unidad no disponía de las 2.500 hectáreas que decía la escritura sino sólo de 1.500 por error de cálculo. Segundo, que realmente los linderos pasaban por el centro de lo que el colono creía, erradamente, era su finca. Pero que en realidad la mitad de ella era de propiedad militar.

Este estudio nos ratificó que estábamos en plena razón y derecho cuando le hicimos la observación al colono. Que debíamos poner en claro el asunto y restablecer la propiedad militar que él había usurpado.

Después, cuando el colono nos visitó de nuevo, le hicimos saber la conclusión del levantamiento topográfico. Le causó considerable disgusto y cambió de actitud. Abandonó su habitual y acostumbrada amigabilidad expresándose más bien con términos un poco ásperos.

A título personal, nos acusó de haber tenido el atrevimiento de destapar un asunto sobre el cual no habían tenido interés los comandantes anteriores. El de ponernos a revivir y traer al presente hechos que para él eran molestos, ya que ponían en duda lo que él consideraba sus infalibles e inviolables derechos de propiedad.

El tema quedó solo hasta esa posición puesto que el asunto debería tener continuidad con los siguientes comandantes que fuesen asignados después de nosotros. Por nuestra parte abrimos un expediente que dejamos como constancia del inicio de un proceso de conciliación y solución del conflicto sobre la propiedad estatal. Tema necesario para avanzar en el objetivo del CACOM.

El enemigo adentro.
La enfermera hostil. En nuestra Base Aérea sosteníamos y administrábamos un pequeño pero el mejor hospital de la región. Los mayores ingresos eran primordialmente recursos del ministerio de salud debido a que el pueblo cercano no había sido capaz de hacer funcionar correctamente su centro de salud. No solo por incompetencia de las personas encargadas sino por la extorsión a la que era sometida la salud pública por parte de los grupos terroristas de las FARC en el municipio de Solano, distante 8 kilómetros de muestras instalaciones.

Además de recursos económicos, según el convenio, aportaba un mínimo personal capacitado en salud. Aunque no se cumplía a cabalidad con esa obligación, si disponíamos de una enfermera que vivía en el pueblo y todos los días se trasladaba a nuestro hospital a prestar sus servicios. Eran frecuentes sus incumplimientos que le tolerábamos pues sabíamos que necesitaba del trabajo para sus ingresos económicos.

Con el tiempo comenzamos a sospechar de su poca empatía para con nuestra Base Militar. Junto con un deficiente desempeño. Le hicimos observaciones por ello pero con una actitud altanera y tan soberbia que llegaba a ser casi que ofensiva y vulgar. No acataba nuestras sugerencias hechas de la mejor manera. Con ello no se ganaba nuestra cordialidad.

Después supimos que actuaba deslealmente contra nuestras medias de seguridad, dispositivo logístico, disponibilidad de hombres y otras cosas, que para los terroristas eran información de importancia. Estaba más del lado del enemigo, fingiendo desempeñar una labor humanitaria de servicio de salud.

El incidente con el destacamento. Para mantener control sobre el casco urbano del municipio, teníamos un destacamento de 60 hombres acampados en su periferia. No solo prestaban la seguridad a la población previniendo ataques de los terroristas, que los habían asaltado años anteriores, sino que servía de respaldo a las autoridades civiles. Al mismo tiempo era nuestra fuerza avanzada preventiva de contención y de alerta temprana de factibles incursiones del enemigo.

Por pura casualidad, un hermano de la enfermera, en una ocasión, amenazó de ataque y lesión al Comandante de nuestro puesto desplegado porque le requirió una requisa por control de armas ilegales y por seguridad ciudadana. Junto con insultos de palabra, lo hizo a título personal, con sugerencias de recurrir a sus amigos para cumplir ese propósito.
Nuestro hombre pensó que era solo una reacción para coaccionarlo y se limitó a informarnos el percance dándole connotación de no ser asunto grave ni que tuviese mayores repercusiones a futuro. Trató de minimizar las intenciones.

El hermano de la enfermera acostumbre lanzar improperios y desprecios contra nuestras tropas. Mantenía una comportamiento arrogante y altanera en toda oportunidad que tenía para hacer ofensas contra todo cuanto fuese militar. No escatimaba burla refiriéndose a nuestras debilidades con sorna y preponderando las fortalezas de los terroristas. Era de actitud sicológico hostil constante. Parecía que buscaba, por encargo, desestimular nuestra actitud de combate y afectar la moral de combate. Además de pretender ganar reconocimiento social mostrándose de personaje valentón que podía despreciar a las autoridades. Como si lo hubiese aprendido en una vieja película de los peculiares vaqueros mexicanos.  

Para nosotros, la coincidencia con los pasos que daba su hermana y sus insinuaciones de odiar nuestra autoridad, no nos parecieron desechables. Mas, no había forma de hacerle una reclamación judicial por una simple reacción de actitud y de palabras contra la autoridad.
Mantuvimos simplemente una posición de precaución por si se presentaban motivos similares. Aunque si nos parecía que debíamos hacer algo para remediar sus amenazas e insulto contra nuestra unidad militar.

Después de un tiempo, el sujeto se embriago y tuvo algunos disgustos con personas de la población. Luego supimos que sus agresores no eran residentes permanentes sino ocasionales y que no parecían ser habitantes de la región. Era extranjeros sin justificación aparente para estar en el pueblo y se creía que eran parte de sus amigos con los que solía hacer alarde. En ese disgusto fue herido con armas blancas causándole varias lesiones que aunque no eran letales, lo habían dejado bastante limitado. Hasta el punto de requerir calificados servicios de salud. Lo habían convertido en un lazareno con múltiples cortadas en diversas partes del cuerpo. Las que el personal médico le cosieron con esmero. 

Fue trasladado a nuestro hospital por vía fluvial e internado. Enterados de tal situación, cuatro días después de ser atendido, decidimos saber algo más de su comportamiento hostil contra nosotros y velar por su recuperación.

Visitar a los enfermos. Lo visitamos en el cuarto de enfermo. Le hicimos ofertas de atención científica y nuestro directo interés personal por atenderlo con especiales deferencias. Incluso facilidades de alimentación y traslado a la ciudad de Florencia por vía aérea para que recibiera mejores servicios.

Este último ofrecimiento fue más con intención de evaluar su reacción que de ayuda. Porque nuestros médicos habían diagnosticado que no se justificaba un vuelo ambulancia. Aunque si lo aceptaba se lo daríamos para tratar de conquistar su buena voluntad. De inmediato reaccionó desechando muestra oferta con expresión casi que de susto. Decía que no era necesario. Que prefería más bien poder regresar al pueblo lo más rápido posible para terminar su recuperación en ese lugar. Que no le era adecuado recibir tanta atención de nuestra parte.

Eso era lo que queríamos saber. Cual seria su posición al respecto. Algo que nos extrañó y se le hizo notorio el temor . El que trataba de ocultar manteniendo la serenidad. El motivo era una posible reacción personal de parte del suboficial al cual había amenazado días antes en el pueblo y quien ya había regresado después de cumplir su comisión en el destacamento. Se sentía totalmente vulnerable y por ello su comportamiento orgulloso y agresivo se le había desaparecido de manera repentina. Creyó que nosotros éramos de su mismo talante, vengativo y rencoroso.


El hospital.

Decidimos aprovechar esa circunstancia para inducirlo a pensar que no tenía nada que temer de parte de nuestros hombres porque no eran similares  a él y sus amigos, ni guardaban bajos deseos de agresión. Le dejamos claro que no estábamos resentidos por sus bien sabidas y públicas ofensas. Le aseguramos que su limitada situación no era motivo de preocupación puesto que teníamos muchos medios para cuidar la Base Aérea y por eso ningún peligro podría tampoco sobrevenirle desde afuera. Que mientras estuviese bajo nuestra responsabilidad podía estar totalmente tranquilo.

Insistimos pero no se convencía. Guardaba mucho silencio, no sabía hacia dónde mirar. Un sudor le comenzó a correr por la frente y parecía que un temor adicional lo abordaba.

Para ratificar nuestras palabras, ordenamos que el suboficial ofendido se presentara en el hospital sin hacer presencia en la habitación. Debía estar atento a ingresar cuando se le llamara. Después de bastantes argumentos en esa dirección y negativas, ordenamos que el suboficial ingresara.
Su miedo fue evidente pero le aseguramos que no se intentaría nada contra él pues como superior máximo del suboficial, éramos plena garantía de su protección estando obligados de cuidar de su integridad.

El reto. Lo que si nos atrevimos a decirle, a manera de reto, para poner a prueba sus tan pregonado valor, que le ratificara al suboficial, delante nuestro, las mismas amenazas que había proferido días antes. De esa forma podría ver que aun así no tendría ningún motivo para temer. Pero no tuvo el valor de hacerlo.

Buscábamos apabullarlo por todos los medios, incluida su indefección física en la que se encontraba, para que recibiese una lección suficientemente justificada y similar a lo que solía hacer con los demás. En especial con nuestros hombres. Que por ser personas prudente, cumplidoras de la ley y pacíficas, no lo agredirían en ninguna forma y tolerándole todos sus abusos. Él sabía que el suboficial estaba en indefección cuando lo atropelló porque era un fiel seguidor de la ley.

Usaba de escudo los altos valores morales de la profesión militares para será demasiado atrevido. Pero sin imaginar que, luego, el indefenso sería él, por limitación ya no moral y legal, sino francamente física. No era persona de suficiente racionalidad para prever tal cosa. Aunque trataba de superar tal deficiencia con una exorbitada creencia en su, supuestamente, ilimitada astucia. Como para llegar a creer que las ventajas siempre estarían de su lado.

Llegó el momento de dejarle clara la realidad que él se negaba a admitir esforzándose en no responder ni contrargumentar nada de lo que le decíamos. Pedimos al suboficial que se retirara y nos quedamos los dos en privado.

La causa del miedo. Le dijimos que a quienes verdaderamente él temía no era a nuestros hombres, de la Base Aérea, sino a sus amigos de afuera. Los mismos a quienes también conocíamos. Que de todas formas se enterarían de esa visita tan personalizada. Así no pudiesen saber sobre los temas tratados en nuestra conversación. Pero gran motivo de incertidumbre que les inquietaría sobremanera.

De inmediato le regreso la palabra y preguntó sobre cuáles amigos nos referíamos. Le dejamos en evidencia quienes eran sus amigos. Y que ya no por causa nuestra podía temer sino por ellos. Porque les disgustaría mucho que él hubiese acudido a nosotros para curar sus heridas, que ellos le habían provocado. Y menos la visita de misericordia que le estábamos haciendo. De la que ellos irremediablemente se enterarían por boca de los demás pacientes y la que sería interpretada como un peligro para ellos.

Sospecharían mucho de lo que él nos hubiese contado  sobre ellos, sus amigos, en su crítica situación e indefección de enfermo. O como gratitud por la buena atención recibida. Ya fuese para ganar nuestro favor o por simple debilidad como paciente clínico. Le quedo muy evidente que había cometido el error de ponerse del lado de la maldad en lugar de haber escogido el camino de la bondad y de lo correcto. Por eso le ofrecimos estar de nuestra parte antes que la de ellos, lo que no aceptó.

Siguió sudando y palideciendo, sin que estuviese haciendo calor. Solo por la gran tensión psicológica por la que estaba pasando. Preveía lo peor. Y el miedo ya era casi pánico. Su respuesta fue un total silencio sepulcral. Lo despedimos con los mejores deseos de alivio contando con nuestra mejor ayuda.

La renuncia. Pocos días después, por su propia exigencia, decidió marcharse a su casa bajo su responsabilidad y riesgo, aunque los médicos le dejaron de presente su aún insatisfactoria situación. Pero fue imperativo su deseo de no estar más bajo nuestros cuidados. No quiso aceptar ningún tipo de protección personalizada y se contentaba con la seguridad de área que, en general, le prestábamos a toda la comunidad.

Deseaba, a toda costa, estar alejado de nosotros pensando que con ello no seguiría siendo motivo de sospechas por parte de los peligrosos terroristas con quienes había hecho amistad. Se dio cuenta de lo peligroso que le sería, en algún momento, esas peligrosa fraternización. Descubrió que no había captado cuál sería su lealtad en caso de necesitarlos para ofender, crear más miedo en la población y alardear de ser nuestro enemigo.

Pasados unos pocos meses fue víctima de reclamos de sus amigos, que se convirtieron de un día para otro en sus enemigos. Así le pagaron sus apoyos anteriores y le cobraron el hecho de haber acudido a nuestro socorro, obligado por las heridas que ellos mismos le causaron. Desde cuando se instaló en el pueblo, tratamos de darle más seguridad personalizada simulando que eran rutinarios patrullajes por las proximidades de su casa. Pero él los esquivaba. Con ese gran peligro se cumplió lo que habíamos previsto sin poder evitárselo teniendo que vivir escondido a toda hora. Después supimos que se había ido a establecer en otra población y sufrió un grave atentado.

Los resultados. La ascendencia negativa, que había logrado el sujeto en la mentalidad colectiva de los habitantes del casco urbano, comenzó a cambiar en favor de todos. Los visitantes extraños dejaron de aparecer sin motivo. El comportamiento de su hermana la enfermera fue mejor pero de todas formas nos hizo el favor de renunciar. Las operaciones de control y de seguridad ciudadana se hicieron más efectivas. Las personas eran ya facilitadoras y proactivas, en lugar de obstaculizadoras. La armonía de las autoridades civiles con sus gobernados mejoró notablemente.

El suboficial vio que sus comandantes lo respaldaban decididamente y a sus hombres. La atención en el hospital se incrementó y con ello el presupuesto oficial recibió más uso social. La población redujo su temor de acudir a nuestros servicios. La hostilidad sicológica en el casco urbano se atenuó. A las cuadrillas de bandoleros insurgentes les fue evidente que la Base Aérea no era un objetivo fácil de abordar. Y que los hombres que los combatíamos, usábamos también múltiples formas de lucha, dentro de las cuales estaban la guerra psicológica.

Estos y otros hechos, dentro de los cuales están los acontecidos en la Operación Conquista 2, dieron pie para el combate de Las Delicias.

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