AERONAUTAS Y CRONISTAS

jueves, 10 de mayo de 2018

16. ENTRE LEONES Y RATONES


16. Hay que dirigir la orquesta. Fue una solución no surgida de la idoneidad, el conocimiento ni el ingenio. Fue de suerte y necesidad que, en algunos casos, hace que suene la flauta por casualidad. Aunque no sabemos cómo y cuáles notas salen. Porque no hemos aprendido a leer un pentagrama y menos el de la electricidad. Pero “Es flaca sobremanera, toda humana previsión, pues en más de una ocasión, sale lo que no se espera”.

Planta eléctrica
La poda.
Los serruchos perdidos. Era necesario podar unos árboles de mango próximos la casa de Rojas Pinilla. La tenían cubierta con sus ramas y la humedad la estaba pudriendo. Además arrojaban muchos frutos descompuestos que daban mal olor y hojas sobre los techos y los prados que eran un foco de zancudos. Daba un desagradable aspecto de abandono. Ordenamos podar.

El rechazo. Los empleados encargados del mantenimiento de instalaciones adujeron que no era posible porque no tenían motosierras en funcionamiento. Algo que se nos hizo extraño porque podían hacerlo usando machetes. Eso era una disculpa inválida para no hacer el trabajo. Por eso no se interesaban en arreglar las motosierras.

De todas formas les dijimos que si no teníamos herramientas de motor podían hacerlo al estilo antiguo usando serruchos troceros. Que los buscaran en el almacén de suministros. Fueron donde el almacenista quien les aseguró que no había existencia de esas sierras. Lo mismo que había sucedido con la piedra lumbre. Tenían otra vez una ingeniosa treta del almacenista a manera de disculpa.

Nos sorprendió aún más pues la base había sido construida, aunque hacía bastante años, tumbando árboles y por eso debía existir, como mínimo, serruchos troceros y de aserrío. Muchas casas e instalaciones fueron construidas de cancel y para ello debieron usar esas herramientas.

Podíamos usar la presión laboral pero preferíamos recurrir a métodos menos agresivos como la vía de la sutil descalificación profesional ante la comunidad. Pues los demás empleados siempre estaban a la expectativa de que ellos se convirtieran en la punta de lanza y los líderes para contraponerse a todo lo que les sonara autoridad y acatamiento. Su fin era demostrar que no se les podía exigir mejor o más desempeño laboral del que ellos, simplemente, consideraban se les podía pedir o deseaban hacer. Siempre a su libre albedrío que es propio de la gente con pésima disposición al trabajo y el ser útiles a la sociedad.

Vivienda de Rojas después de la poda.

Otra búsqueda. Intrigados con el asunto fuimos personalmente al almacén, en la misma forma como habíamos hecho cuando buscamos la piedralumbre. El almacenista nos informó lo mismo que nos habían dicho los trabajadores. Pensamos que debía el almacenista ser aliado con sus compañeros pues él tenía conocimiento a quien había entregado las sierras de motor, pero se lo reservaba con silencio premeditado para entorpecer.
Era un empleado civil como los encargados del mantenimiento de las instalaciones. Era compinche con los compañeros en ese asunto. En ese momento no era lo más adecuado, proceder con la alternativa de la imposición y las sanciones drásticas. Eso estaba  fuera del propósito más lejano del cambio de mentalidad. Dejamos el asunto de lado, por el momento, y seguimos con nuestras pesquisas.

Buscamos en el almacén, que se encontraba en las mismas condiciones de descuido que vimos cuando la visita anterior y no encontrábamos los serruchos. Como es un objeto de gran tamaño y no se puede guarda en los compartimentos regulares de los entrepaños, era factible que, los hubiesen puesto sobre la estantería donde hay más espacio. Algo que se acostumbra hacer en las bodegas. Por eso el almacenista no los veía y tampoco los tenía relacionado en el listado de elementos en existencia.

Nos encaramarnos escalando un estante y justo casi al frente vimos un serrucho trocero. Cubierto de una gruesa capa de polvo que indicaba el largo tiempo que llevaba sin que nadie lo moviera. De seguro el almacenista lo sabía pero no esperaba que un comandante fuese tan suspicaz como para descubrir el escondite.
Estaba en perfecto estado, aunque debía llevar más de cincuenta años en ese lugar. Buscamos más y encontramos tres. Incluido uno de aserrío, que aunque no era aplicable, se lo pusimos de presente al almacenista para hacerle más evidente su pobre idoneidad por no saber el inventario del material a su cargo. Y hasta la picardía de su mala fe. Claro que si quien llegase a necesitar la herramienta fuese uno de su familiares particulares o uno de sus colegas empleados civiles, de seguro habría sabido donde estaba.


Serruchos Troceros

El reproche. Después les mandamos decir a los trabajadores remisos sobre nuestro descubrimiento. Pero que ya no harían ese trabajo pues los soldados eran capaces de hacerlo mejor que ellos y con más disposición. Queríamos dejar la comparación de lo que hacían las personas con espíritu de servicio y sin recibir paga laboral como ellos. Se lo merecían por su comportamiento despreciable y su mediocridad profesional. Los asignamos a otras labores.

Cuando los soldados terminaron el trabajo se merecieron una licencia. Algo que era de mucho valor pues tenían muy escasas oportunidades de salir a un descanso.  También les evidenciamos a los empleados que cuando se quiere hacer algo no había que buscar impedimentos. Les estábamos echando en cara sus salarios. Al tiempo que les demostrábamos que no eran agradecidos con la institución que tantos favores y comodidades les había facilitado a sus ancestros, ahora a ellos y sus familias.

Medidas drásticas. Quedaron demasiado mal ante sus compañeros, que en su mayoría eran cumplidores, en cuanto al prestigio social. Lo logrado con su negativa, como la del médico, había sido lo contrario. En su lugar habían quedado descalificados y eran motivo de burla. Eran medidas drásticas. Que en esas circunstancias se hacían más que necesarias o de lo contrario los objetivos propuestos no serían logrables. Necesitan modificar sus maneras de comportarse.

Con esa actitud era evidente que buscaban entorpecer el progreso  y que estaban inclinados a ser un obstáculo y, en parte, la causa de la mala imagen que de esa unidad militar se tenía en el nivel del comando central. Aspecto que era evidente en favor de los terroristas que pululaban en la región. Era difícil trabajar con empleados adversos y resistentes, con el fin de estar más en favor del enemigo que de la institucionalidad. Pero ese era el recurso humano disponible. Como se acostumbra decir, a manera de consuelo, en el ambiente de los cuarteles: "No hay más que hacer. Es lo que da la tierrita".  
Se hacían indispensables metiendo un palo a la rueda que giraba hacia el objetivo de alcanzar el CACOM. Lo que era lo favorable a los insurgentes locales.

Las palmas selváticas. De igual manera era necesario limpiar unas viejas palmas que por su antigüedad les colgaba un abultado racimo de hojas secas. Dentro de ese grueso manojo, lleno de humedad, alimañas y podredumbre habitaban murciélagos y hasta serpientes. Estaban algo próximas a las casas y propiciaban un ambiente malsano. Dimos la instrucción de podarlas y acondicionarlas dejando solo las hojas nuevas y verdes de lo alto.

Lo asumimos. Por supuesto que el solo subirse a ellas era un trabajo incómodo y esforzado. Por ello también surgieron muchas disculpas para demorar y evadir ese deber. Ante tal negativa les dijimos que no se incomodaran y no insistimos en el asunto.
Dijimos que personalmente lo haríamos sin su intervención. Se rieron creyendo que nunca seriamos capaces de hacerlo. Lo más seguro nos imaginaron trepando a lo más alto al mejor estilo de leñadores y aserradores canadienses. Dotados de arnés de seguridad y estribos de espuela metálica con una sierra en la mano haciendo el ridículo. Otro motivo de comentarios jocosos y burla. Por supuesto que espantando arañas venenosas y alimañas. Que estaríamos metidos en un gran problema del que saldríamos derrotados.

Fuegos pirotécnicos. Esperamos una tarde calurosa de verano, fuimos a las palmas y prendimos fuego a las puntas bajas de las hojas secas. Las llamas tomaron fuerza subiendo como chispa en un pajar, formado una gran antorcha. Estábamos dispuestos a que se murieran pero ellas ni los empleados perezosos podían vencernos.

Así fue. Las largas y pesadas hojas secas caían encendidas. En la parte más alta, donde se adherían las hojas a la palma quedó un grueso anillo de brasas que duró dos días incandescente. Pero, finalmente, también se desprendió. Solo quedaron unos pocos cogollos marchitos aunque vivos. Pensamos que, finalmente, las palmas morirían. Es una planta de muy lento crecimiento. Pero meses después estaba totalmente fresca y luciendo nuevos retoños. Cuando la selva se incendia son las que más sobreviven. Su madera es de gran dureza. Es una macana casi que de características metálicas. Con ella los indígenas hacen puntas de flechas y los dardos de sus servatanas ennvenedadas para la caceria y como armas de guerra.

En ocasiones anteriores habíamos visto grandes incendios, avivados por los vientos alisios en tiempo de verano, de los pajonales, en los Llanos Orientales. Notando que las palmas se conservaban después de haber pasado el fuego. Son plantas muy resistentes a los incendios forestales que en esas regiones se producen en forma natural o por los colonos que usan esa técnica a manera de control de malezas.

Palmera silvestre

Resurgieron. El fuego las había liberado de la enfermedad que las estaba matando y de todo ese material vegetal descompuesto. Las esterilizo liberándolas de las plagas. La naturaleza también tiene sus métodos curativos aunque hay que ayudarla. Y los empleados quedaron desengañados de sus expectativas burlonas.

Las comunicaciones internas.
Mala telefonía. La multitud de necesidades obligaba a intervenir en todo. Un día notamos que cuando usábamos el teléfono interno este no funcionaba o fallaba con frecuencia. Era más fácil comunicarse con Bogotá que localmente. En especial cuando era mayor la distancia. Era anormal porque la pequeña planta telefónica, con solo cien abonados semiautomáticos, pero voluminosa en tamaño, la escuchábamos funcionar a diario. Estaba en un cuarto próximo a nuestra oficina.

Era de una marca europea de muy buena calidad aunque bastante anticuada. Operaba en forma análoga, con tecnología de circuitos y conmutación electromecánica activados por pulsos. Le pedimos a la dependencia responsable de las comunicaciones que corrigiera el inconveniente.

Lo irrecuperable. A los dos días llego el responsable y nos dijo que no era posible porque estaba demasiado deficiente. Había solicitado al comando central en Bogotá que nos dotara de una planta nueva, de última tecnología digital, por tonos y con circuitos integrados de alta confiabilidad.
La respuesta al pedido había sido negativa pues no tenían presupuesto para ello y no estábamos incluidos dentro del plan global de modernización que habían previsto para otras bases aéreas en el resto del país.

Indagamos por la hoja de vida del equipo, sus mantenimientos preventivos y correctivos periódicos. La respuesta es que no existían. Entonces le asignamos el deber de abrir un registro a partir de ese momento. Así el registro histórico no existiera, teníamos que partir desde ese elemental detalle que había sido un gran descuido. Para subsanar el problema, debíamos hacer una valoración y con ello saber que materiales se requerían para hacer un mantenimiento recuperativo. Y la respuesta fue que ya no existían repuestos en el comercio para esos equipos. Es decir el problema era incorregible. Además que la planta ya no resistía ni siquiera una intento de rescate y menos repotenciación.

La capacitación. Al encargado le preguntamos algunos detalles técnicos y descubrimos que esa persona tenía deficiencias de capacitación básica y de conocimiento de las especificaciones propias del equipo. Le era difícil contestar cosas tal como el tipo de corriente eléctrica que usaba la planta. El voltaje empleado. Sobre el mantenimiento de los acumuladores, el funcionamiento de los pulsos y otras cosas elementales. Pero nada le era familiar, a pesar de que era un suboficial de la rama técnica y especializado en comunicaciones. Con lo poco que nos informó, casi que a base de preguntas obligadas para inducirlo a pensar, pues no era expresivo por su bajo nivel de manejo del tema, vimos que tenía similitudes con las redes eléctricas de la telegrafía alámbrica por Morse que existía hacía años en los pueblos. En algunos  de ellos, nuestros  familiares habían sido telegrafistas y les aprendimos, por pura curiosidad juvenil, algunas cosas aunque simples. Más las que nos enseñaron en el bachillerato.

El reto. Le dijimos que estábamos seguros que esa planta era recuperable y que si él no era capaz, según lo que aseguraba, nosotros sacaríamos una hora diaria en la tarde, después de nuestras ocupaciones y la podríamos a funcionar. Posiblemente no en toda su capacidad pero sí bastante, pues estaban útiles solo doce abonados de los cien que tenía. Y si el problema era la red, la podíamos renovar por partes.

Le pareció que le estábamos hablando con demasiada autosuficiencia. Era anormal que personas de nuestro rango y cargo pudiésemos intentar tal labor, que sólo era propia, en los detalles, de su campo técnico y operativo. Mientras que nosotros también, en nuestra interioridad, lo veíamos a él, como se acostumbra observar a los operarios de las empresas de comunicaciones oficiales en las calles de las ciudades, trabajando desinteresadamente. Porque están amangualados en sindicatos corrompidos y asociales.


Planta telefónica

Actitud proactiva. Para no entrar en confrontación creciente le preguntamos sobre otros temas relacionados con sus deberes y mostramos interés en ayudarle a solucionarlos. Pretendíamos generarle confianza. Algo que lo interesó pues no esperaba tal actitud de parte de nosotros. Una autoridad que se suponía no le interesaba indagar sobre asuntos menores, solo propios para personal subalterno.
Nuestro propósito era el de intrigarlo y darle la confianza para que preguntara de cómo podíamos lograr el reto. El que de lograrse lo dejaría descalificado. Sospechaba que no buscaríamos dejar oculto que le estaríamos haciendo su trabajo. Y justo resultó. No quería que le pasara lo mismo que a los operarios de mantenimiento de instalaciones con los serruchos troceros o el médico. Preguntó sobre cómo era posible la reparación.

Le dimos una explicación sencilla. Consistía en algo tan elemental como el simplemente hacerle limpieza al lugar y al equipo, que estaba lleno de polvo y descuidado. Lo más importante era descarbonar los contactos eléctricos de los relevos que se habían sulfatado o cargonado y con el mugre de tantos años de descuido e indolencia de los responsables. Suponíamos que los condensadores que se usaban para evitar las chispas que se producen y causantes del quemado de los contactos, estarían inservible. Son elementos que, aunque eran de la vieja tecnología de los condensadores electrolíticos, casi nunca se dañaban. Sí así fuese los cambiáramos, que también era factible y como mínimo debíamos evitar el aislamiento entre los contactos. Estaba atento porque no había imaginado que le hablaríamos en esos términos.

Que en vista de que no dispusiéramos de los líquidos limpiadores especificados para ese trabajo, que era lo más correcto y como, según él, la planta ya estaba en sus últimos momentos de su vida útil, se podía hacer con simple lija de grano fino para no desgastar demasiado el material de aporte del contacto. Entonces le pedimos que nos consiguiera un simple pedazo de lija de alta numeración y lo haríamos.

Ante eso nos pidió que se lo dejáramos hacerlo y veríamos si daba resultado. Seguía escéptico que fuera tan simple. Ante su ya muy gentil ofrecimiento y cambio de actitud, lo aceptamos.

El progreso. A la semana siguiente lo mandamos llamar para que nos diera razón de lo hecho. Nos comentó que aún no había terminado de hacerlo pues le faltaban unos pocos. Con lo ejecutado había logrado recuperar casi el noventa por ciento de todos los abonados. Algo considerable pues era dudoso que un equipo de tantos años, operando en un ambiente tan húmedo y sin mantenimiento pudiese casi que estar funcionando en toda su capacidad. No se había imaginado que con una simple limpieza y una lija se lograra tanto. También estaba claro la altísima calidad y durabilidad de los equipos de comunicación que producía esa compañía alemana de tecnología en comunicaciones. 

Le dijimos que con un poco de ingenio y credibilidad se podían lograr buenos resultados. Desde ese momento acostumbraba participarnos de sus logros en los asuntos técnicos de las comunicaciones en aprecio por haberle dado una buena lección.

Solicitamos la nueva planta y nos prometieron que nos incluiríamos en el plan de modernización. Lo cual se hizo realidad un año después. Mientras tanto nos solventamos completamente con la vieja maquinaria aún funcional.

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