AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 9 de mayo de 2018

5. ENTRE LEONES Y RATONES




5. El retiro del componente aéreo. Como las obras se habían detenido por tiempo considerable, se comenzó a madurar en el nivel central, la idea de que era necesario disminuir el dispositivo aéreo. Con la paralización de la ingeniería nos era difícil justificar la permanencia del Componente Aéreo que hacia parte de la FUTACAL. Argumentábamos la futura necesidad de seguridad al proyecto y del personal del Cuerpo de Ingenieros del Ejército norteamericano que hacia la interventoría cuando se reiniciaran obras. Así asegurábamos nuestra propia seguridad.

Y aunque era verdad que los trabajos estaban detenidos, también lo era el que la guerra antinarcoinsurgente se había recrudecido hasta tal punto que hacia indispensable la presencia del componente aéreo en el lugar. Como lo demostró, luego, la gran falta que hizo para apoyar el infortunado ataque y derrota de nuestras tropas en el combate de Las Delicias. Lo que veremos mas delante. 

Empezó con el retiro del avión y el helicóptero armado de transporte porque era lo que resultaba más oneroso para el presupuesto de la FAC. Avión que un principio fue artillado y avión ambulancia. Pero, luego, fue desarmado y dejado solo en la simple configuración de carguero y lanzador de paracaidistas.

Ante tal circunstancia, dimos todos los argumentos posibles para que eso no sucediera. Pero finalmente debimos darnos por vencidos por la imposición de la autoridad sobre la lógica de la razón. La última explicación que nos dieron fue que era una orden militar.

La seguridad de los personajes. Se nos dijo que se requería ese equipo volante para conformar un grupo de protección para los altos mandos militares y políticos colombianos amenazados en la capital de la nación. Supusimos que eso solo era una disculpa. La sospecha la confirmamos después.

El real motivo era la seguridad genérica de las delegaciones diplomáticas, pero en especial la norteamericana. Estaban bastante atemorizados con los comentarios que se hacían en el sentido de que las FARC estaban planeando tomarse Bogotá con una incursión proveniente de los Llanos a través del Sumapaz y las montañas orientales de la capital. Donde se hizo famoso el bandolero Romaña.

Amenaza que se creía factible porque no se había contenido en el lejano origen y en las áreas remotas de donde había surgido y se había dejado llegar hasta los núcleos urbanos de mayor importancia. Los colombianos habíamos comenzado a vivir encarcelados en las ciudades muertos de un pánico insoportable. Los que estábamos en el área rural mirábamos el fenómeno desde afuera. Casi que esperábamos que ese miedo hiciera reaccionar de manera favorable a la paquidérmica burocracia centralista. Que se dieran los cambios de doctrina que se nos habían negado con terquedad.

Como el armamento y mucha de la dotación eran del famoso Plan Colombia, los norteamericanos vieron que estaban gastando dinero en algo que no estaban necesitando ante la suspensión de los trabajos de ingeniería en GASUR. Mientras que la seguridad de sus diplomáticos, en el nivel central, estaba siendo critica. recordaban la toma de la embajada dominicana años antes en Bogotá y la de Irán. Los invadía el pánico. 

Poco tiempo después, en una visita del irascible y altanero embajador norteamericano al GASUR, se refirió al tema, aunque en forma rápida y corta, pero suficiente para que supiésemos el motivo, con lo cual confirmamos que nuestra sospecha no era infundada. Ante tal decisión, de tan alta alcurnia y siendo del máximo interés político, debimos resignarnos a quedarnos sin esas facilidades de combate.

Primaban lo personal de los asustados funcionarios en la capital y lo que ellos pensaban, erradamente, sobre el cómo confrontar la amenaza. No en las ciudades sino como argumentábamos, en el origen  lejano. La estrategia en profundidad. Que nos parecía la adecuada, pero que no gustaba, antes que la contención en la proximidad a los cascos urbanos cuando resultaba ya demasiado complicado.

La promesa. Nos aseguraron que en caso de un ataque seriamos auxiliados como primera y máxima prioridad. No nos pasaba desapercibido que eso sería poco factible. Era mucha la distancia a la que nos encontrábamos desde los lugares de donde podrían salir los auxilios de combate y las dificultades para llegar oportunamente a apoyar nuestra necesidad.
Dudas que fueron evidentes cuando solicitamos un bombardeo, altamente rentable y de gran valor disuasor, pero que sin razón, nos fue negado. Y cuando meses luego necesitamos el apoyo de fuego aéreo durante el cruento combate de la Base Militar de Las Delicias a finales de 1996.

Una fuerza aérea se característica por su largo alcance y desempeño en profundidad de combate, pero eso tiene sus limitaciones. Nos era muy claro el perfil del dispositivo de poder aéreo con las unidades aéreas amigas y la realidad nacional.

La doctrina del momento. Teníamos que aceptar la doctrina militar imperante en ese momento. Doctrina que se ha dado en forma silvestre, ya que ha surgido de un proceso de mutación espontánea y sin ningún planeamiento estratégico de defensa nacional. Precisamente la que debía ser rediseñada en las dependencias centrales del EMC, en donde nos despeñábamos antes de ser destinados a ese Comando. Predominaba la de ir detrás de los hechos, en lugar de anticiparse tomando la iniciativa. No dejando que los demás la generaran tomando la delantera y nosotros la persecución de hechos cumplidos en forma tardía.

Si esos cálculos y planes han existido, por lo menos nunca han sido difundidos ni expuestos, a los niveles de mando que están en la obligación de conocerlos para aplicarlos. Son tan reservados que ni siquiera quienes los han de planear y, mucho más, ejecutar no los conocen. Que no puede ser tan guardados ni siquiera bajo el concepto de la necesaria seguridad de la información por compartimentación. Todo parece indicar que no es secretismo sino, mejor, oscurantismo. No es estratificación de la información, más bien ausencia de ella. Era lo que se vivía en el EMC y que conocíamos bien.

La configuración. El dispositivo militar nacional era el de una inapropiada concentración de fuerzas militares en el centro de la nación, basado en el hecho de que donde hay más gente debe haber más fuerza militar. Como si la fuerza militar fuera para dominar la población interna y no para proteger, a esa misma población, del peligro externo.

Y aunque, en este caso, no se trataba de una amenaza externa internacional contra la nación, si de una amenaza interna que se creó en la periferia del país y próxima a las fronteras patrias. Algo bastante similar a un intento de invasión internacional. Por lo cual debía verse y tratarse como tal. Lo que en el EMC no se veía.

Ya habíamos tenido las experiencias del M19 trayendo armas e invadiendo por la costa pacifica. La que fue exitosamente contenida en los combates en el Chocó desde la zona cafetera. Y los acontecidos en la costa nariñense, próxima a la frontera del Ecuador. Junto con el hundimiento del carguero Karina. País donde se refugiaron, finalmente. salvamento al que acudieron debido al valor y profesionalismo de un compañero de EMC. El único con mentalidad visionaria. Años después, también, reconfirmamos este punto de vista con la presencia del terrorista que debimos abatir pasando la frontera con el Ecuador.

Ademas, el dispositivo militar estaba pensado en priorizar el orden interno y la amenaza delictiva, objetivo propio de la fuerza policial y no de la militar.

Fronteras descuidadas. Se había creado una sentida ausencia militar y una difusa presencia periférica fronteriza, objetivo fundamental de la fuerza militar, como lo es el de protección de la soberanía y la defensa nacional en profundidad. Ya sea para la necesaria posición inicial, defensiva y disuasora. O porque es la primera línea en el avance preliminar en caso de necesitarse una ofensiva destructora contra la amenaza.

Como no tenemos ese fuerte dispositivo permanente, tenemos que crearlo en cualquier momento. Movilización que el enemigo externo aducirá de justificación para su propia movilización diciendo que le dimos motivos de ataque por provocación.
Por supuesto que no tenemos que ser como los norteamericanos desplazando permanentemente portaaviones, que no tenemos, hasta el lejano océano Indico como fuerza preventiva inicial en profundidad. Pero si como mínimo fortalecer nuestras fuerzas aeroterrestres y fluviales. A nivel fronterizo terrestre, marítimo, fluvial y aéreo. Y de soberanía marítima. Esas son las teorías y doctrinas miliares mundiales y nosotros no pensábamos de esa forma.

La historia lo confirma. Nuestro descuido y debilidad fueron los que dieron motivo a los atrevidos intentos de invasión peruana a nuestra provincia de Quito. Cuando Bolívar y Sucre debieron vencerlos en la batalla de Tarqui. El de la Pedrera y Tarapacá en 1911 y al de Leticia en 1932.

Además del apoderamiento que había hecho la Casa Arana peruana a la franja entre el río Napo y el Putumayo, con avances hacia el río Caquetá, a comienzos del siglo XX. O el apoderamiento de una gran parte del Vaupés por parte del Brasil. Las condiciones existentes a finales de siglo }XX eran idénticas a las vividas durante el conflicto con el Perú. Tal como está sucediendo actualmente con Nicaragua en el archipiélago de San Andrés. O Venezuela en el golfo de Coquibacoa y el río Arauca. Y la humillante amputación de Panamá por los norteamericanos.

Después de construidas las trochas en el sur de la nación, por razón de esa guerra, muy poco era lo que se había hecho para comunicar la región. En ese tiempo se habían construido caminos de herradura de Pasto a Puerto Asís. De Garzón a Mocoa, que tan indispensables fueron con el reciente desastre ocurrido en el 2017.

El de Guadalupe y Aipe a Florencia, remontando el alto de Gabinete. El de Algeciras hacia San Vicente del Caguán pasando por Balsillas, Las Perlas y El Pato. Y el de Colombia, Huila, a la Uribe, Meta. Estas dos últimas, usadas después por los bandoleros de las FARC en su fuga desde Marquetalia y Sumapaz.
Durante muchos años la vía fluvial y la vía aérea eran los únicos medios disponibles en tan amplia área. Con los años se convirtieron en carreteables de especificaciones muy sencillas. No pasaron de simples vías de piso de tierra de poca duración, baja velocidad y frecuente cierre.

CARRETERA A MOCOA

Regresando al tema.  La reducción del parque aeronáutico, nos condujo a hacer una valoración minuciosa de toda la circunstancia y las medidas prácticas que deberíamos tomar para compensar, en todo lo que más fuese posible con las nuevas circunstancias y el debilitamiento. 
Además del poderoso crecimiento de la potencia de combate del enemigo que nos rodeaba, que había logrado un alto nivel de presencia y dominio del área. Era casi que el gobierno en todos los aspectos económicos y sociales. Incluido hasta el religioso.

El contrapeso. Nuestra conclusión fue que debíamos replegar dos unidades militares. Una era la unidad que teníamos en avanzada en el casco urbano de Solano, por la distancia y la pérdida de la posibilidad de apoyo aéreo, a la que se nos había llevado con el retiro del equipo de vuelo. Aunque eso era contrario a lo que pregonábamos.

Debimos hacer lo mismo que tuvo que hacer Bolívar, admitiendo lo que no nos parecía lo correcto, como cuando los federalistas de Tunja le pidieron combatir a los centralistas de Bogotá. Aunque él era furibundo centralista. Condición previa para darle el Ejército que él pedía para atacar a los realistas en Venezuela y se vio obligado a atacar las fuerzas centralistas de Nariño.  No pudo evitar combatir a sus simpatizantes en la doctrina política que él consideraba la indispensable para gobernar el país. Una retirada táctica política, momentánea y planificada, para después contraatacar militarmente con mejor ventaja.

Valoración y repliegue. Se trataba de nuestro Puesto Militar de la Infantería de Aviación, emplazado en el municipio de Solano, a 8 km del GASUR. La distancia era corta, pero la única forma de llegar, en caso de combate, era un viejo carreteable que se había convertido en trocha, por más de 50 años de abandono o por el río Orteguaza. Bloqueadas esas dos vías por el enemigo no se podía hacer nada por ellos. Y menos por vía aérea, ante la ausencia de las aeronaves ya comentado.

Nos demoramos en hacerlo porque pretendimos obtener consentimiento de alto mando. Más por seguir la sagrada tradición de que nada un subalterno debe hacer sin no ha sido ordenado por su superior o mínimo avalado. Nunca por nuestra convicción. Costumbre que se ha deformado haciendo que se transfieran las más mínimas decisiones locales hasta los más elevados niveles  centrales. Lo que tanto le complace a los altos mandos. Y a los subalternos faltos de convicciones y carácter para evadir responsabilidades si lo actuado no es acertado o del gusto de los superiores.

Nosotros, como nadie en ese tiempo, no podíamos hacer esa retirada según ese dogma, así quisiéramos asumir la responsabilidad y las consecuencias de nuestros actos. Y no era el caso tampoco de seguir la actitud de Bolívar cuando en Barranca no se acogió a las órdenes que le había dado Lamar y dejó su desesperante espera poniéndose a combatir por su cuenta realistas por el río Magdalena. Cualquiera de las dos cosas les seria descalificable.

Lo que si era certero era que en caso de llegar a suceder un revés militar, sabíamos que seríamos acusados por no habernos replegado, aun sin permiso. En ese caso la posición sí sería la de que no era necesario el permiso previo. O, simplemente, por no pedirlo a tiempo. De cualquiera de las dos formas se le encontraría un defecto.

La cultura. Era la cultura del EMC. Teníamos que entrar en el elevado costo de caer en la paquidermia burocrática. Y esa pesada toma de decisiones es contraproducente ante las rápidas y dinámicas fortalezas de ocasión, que demandan las operaciones tácticas y el combate activo.

Sin embargo, las tradicionales costumbres nos maniataban. Existía un terrible desconocimiento o, al menos, una confusión que impedía ver que la incertidumbre militar disminuye en la medida que aumenta la distancia entre la táctica y la estrategia. Porque la primera se aproxima a lo real, mientras que la segunda ronda por las nubes de lo ideal. Y la incertidumbre militar crece  cuando la distancia entre la estrategia bélica se aproxima a la política.

Por eso nos demoramos hasta que fuese evidente que muestras presunciones tuviesen su razón clara para ellos. A un riesgo de errar por omisión. Y esa evidencia nos la dio el descalabro de la toma de la Base Militar de Las Delicias. Después de eso replegamos el puesto avanzado de Solano. Así pareciera una confirmación de debilidad ante el enemigo o miedo, pero era necesario tener un fundamento demasiado claro de que ciertas decisiones deben tomarse a nivel táctico. Aunque los altos mandos, con frecuencia, las consideran como si fuesen de importancia estratégica nacional, sin serlo.

Con respecto al caso de la Base Militar del EJC en Las Delicias, parecía como si hubiésemos esperado sacar provecho de una dura adversidad, la que habían sufrido nuestros soldados en ese bárbaro ataque. Pero era más por motivos de razón y lógica con relación a la doctrina imperante en el nivel central que de abusivo aprovechamiento local. En esto no había habido planificación ni intención ni premeditación. Solo fue casual ante los obstáculos, por lentitud y acaparamiento del mando, surgidos en el pensamiento doctrinario centralismo militar del alto mando.

La comprobación. La realidad nos dio la razón sin pedirla. Que no éramos unos ilusos cuando desaprobábamos la forma como el EMC, organismo asesor, orientaba sus actividades. De por si, al mismo Comandante del Batallón de la Tagua, un excompañero de estudios en la Escuela Superior de Guerra, al que pertenecía la Base Militar de Las Delicias, personalmente le habíamos sugerido replegar esa Base ante el escaso apoyo que le podíamos dar, tanto él como nosotros.

La Base estaba ubicada sobre el río Caquetá a distancia intermedia entre su batallón en La Tagua y GASUR. Aunque no la conocíamos ni sabíamos de sus capacidades, la veíamos a simple vista bastante desprotegida.

Recomendación que le dimos en una oportunidad cuando él viajaba en nuestro avión e hizo escala en GASUR en el vuelo de apoyo de  Bogotá a La Tagua. La respuesta fue negativa. Nos explicó que lo había, también, solicitado y su Comandante del Ejército, en Bogotá, no lo había permitido. También él era víctima del centralismo tanto como nosotros. 

La delegación. Muchas decisiones, para ser tomadas al nivel local, en el EMC las convertían como de su exclusiva incumbencia. Criterios creados más por consideraciones caprichosas personales que de interés y razones fundamentales del nivel central. Los acongojaba un constante miedo de delegar a los subalternos. No se daban cuenta que esa falta de autonomía suele ser grave error por excesivo centralismo que impide la libertad de ejecución.

Les era imposible equilibrar la dirección centralizada de la estrategia nacional con la ejecución descentralizada de la táctica operacional. Cultura que supo muy bien crear y aplicar el Estado Mayor Alemán cuando desarrolló la triunfante, inicialmente, Guerra Relámpago. Con la que exitosamente Rommel dejó sorprendido a sus superiores, además de su enemigo, a pesar de que no se le había indicado que le hiciese de esa manera.

Más bien lo estaban considerando demasiado atrevido. O porque se suponía que ellos, los sabios de la tribu, debieron ser capaces de verlo por mágico alquimismo desde la distancia sin ir al frente de batalla. Precisamente era el acaparamiento del mando y la forma de actuar sin delegación, que habíamos descalificado estando en el EMC.

En ese momento fuimos consientes y comprobamos plenamente que lo que no compartíamos en el EMC, era real. Una barrera peligrosa y bastante inapropiada cuando se estaba en la línea de combate. Habíamos pasado del cielo al infierno. No ya en lo religioso sino en lo militar. Vimos que las teorías tienen razón cuando se basan en evaluaciones razonables. Sobre todo con lógica y sentido común. 

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