AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 9 de mayo de 2018

12. ENTRE LEONES Y RATONES



12. La prueba. Debíamos convencerlos. Sin más recatos les quisimos demostrar que era agua limpia. Para ello nos pusimos de conejillos de laboratorio y, sin contenernos, tomamos varios tragos de una sola vez. Era totalmente inolora y se sentía bastante agradable. Tampoco había indicios de que fuese agua dura. Si hubiese tenido soluciones de sales metálicas o minerales tendría algún mal sabor. Si nos enfermábamos era mala y si no pasaba nada, como así se los aseguramos, era buena. Ante tanta confianza ellos también tomaron. Aseguraron que la sentían agradable y nada malo nos pasó. Después lo comprobó el examen de laboratorio.
El tanque lentamente se fue llenando.  Ante el hallazgo, simplemente, era de esperar que llenara lo que verificamos tres días después.

Los Soldados lo lavaron y nuevamente evacuaron, quedando perfectamente limpio y desinfectado con cloro. Químico que pidieron al fontanero que no creía que los soldados hubiesen sido enviados por el Comandante a pedir ese producto para tratar agua. Él era el único con el sofisticado conocimiento científico para hacer ese trabajo. No habían otras fuentes y era justamente él quien los hacia sufrir de escases.
Se le había acabado la condición de indispensable que usaba para maltratarlos. Al tiempo que ganaba réditos con sus casi que sindicalizados pobladores de Mandalay para actuar en contubernio contra la institución. La que tanto les había dado en su vida. El tanque seguía llenando.

La euforia. Les dijimos a los soldados que tenían que cuidar mucho esa agua porque era exclusivamente para ellos. Los que mucho habían sufrido de falta del líquido. El entusiasmo fue tan pleno que, como no podían bañarse en las duchas, pidieron usarlo como piscina. 

Después de tanta escasez, los atraía poderosamente apreciar esa cantidad de agua transparente, que a pesar de la considerable profundidad podían ver perfectamente el piso de concreto del fondo el tanque. Ante tal alegría los autorizamos. Si la ensuciaban, el agua se renovaría con su ayuda. Pero no fue sino decirlo y ellos se lanzaron como si fuese un baño de inmersión con los uniformes puestos. Llevaron sus otras sucias y sudadas prendas para lavarlas. En la alegría, se enjabonaban y fregaban hasta las ropas sin quitarselas y se sumergían a nadar con ellas para enjuagarlas.

Por supuesto, la muy custodiada y valiosa agua se ensució. No importaba porque se merecían usar esa agua tan limpia y abundante.  No se les había ocurrido que tuviesen tanta agua para ellos solos. Después de días de rebose y desinfección del tanque, el agua volvió a estar limpia y potable. Todos los días se refrescaban el cuerpo. Cuidaban que nadie la ensuciara ni se metían al tanque. Llevaban a la barraca en los baldes para limpiar baños y pisos.

Una solución primitiva, surgida cual si fuese de una excavación arqueológica recuperando una vieja ruina de baños termales romanos por parte de alocados ilusos. Pero satisfactoria por el beneficio que les daría a los soldados. Con ella se solventarían mientras terminaban la nueva planta. También para abastecer el Rancho para cocinar.

Un mes después fuimos nuevamente a mirar cómo estaba funcionando el Rancho y el pequeño tanque, que antes vimos a la entrada, tenía agua muy limpia. Enchapado en baldosín blanco, el agua relucía y tenía un tono azulado de lo transparente que era. Le preguntamos al ranchero si el agua del acueducto estaba llegando así de pura.
Nos informó que no había vuelto a tomar agua del acueducto porque la del “tanque de los soldados”, como así lo llamaron, era más clara y pura que la del acueducto, a pesar de que era natural y sin tratamiento químico. La nueva mentalidad se había comenzado a formar. Otro motivo más, aunque simple, sencillo y primario, para caminar en dirección de la nueva mentalidad que se requería para el futuro CACOM.

La nueva planta. Casi un año después, debido a inconvenientes de transporte de materiales, que era difícil hacer llegar a ese distante, pudimos ver que la nueva planta era de muy buena ingeniería, eficiente y de bastante capacidad de proceso. Los fontaneros debieron ser capacitados, con alguna dificultad debido a su poca preparación técnica y escolaridad, para asimilar procesos más complejos que los simplemente acostumbrados por ellos con su antiguo equipo.
También teníamos inconvenientes con las destrezas profesionales en el recurso humano. Sin embargo, el agua que se comenzó a producir era de excelente calidad y abundante. La razón era que no solo cubriría las necesidades del momento sino las futuras. Las de cuando se fuese conformando el mencionado CACOM.

Los escépticos que habían reído, cuando les comunicamos el objetivo del CACOM ya veían que no había sido nada tan utópico y que las cosas comenzaban a hacerse realidad. Tenían más que buenos motivos para acelerar su cambio de mentalidad, casi que medieval y caduco, por uno más moderno y actualizado a la realidad nacional.

La celebración. Pensamos que ameritaba una celebración interna y alistamos una sencilla ceremonia con desfile de soldados, quienes más tenían motivos de entusiasmo, con bombos y platillos. Además de la rigurosa e indispensable bendición del capellán. Como esa obra fue ejecutada directamente desde Bogotá, invitamos al General Director de Instalaciones para que presidiera la ceremonia.

Nos anunció que no solo asistirá él, como responsable del proyecto, sino que habiendo comunicado la culminación del trabajo al General Comandante de la Fuerza Aérea, había manifestado su intención de asistir personalmente. Y no solo eso sino que, a su vez, él había compartido el suceso con el Ministro de Defensa del momento, el Doctor Esguerra y, ambos, estarían en el acto al día siguiente. Gran sorpresa.

Nos fue evidente que eso no era algo que ellos habían improvisado debido al alto cargo y compromisos del ministro. Luego, el acto fue guardado intencionalmente en reserva con el solo propósito de sorprendernos gratamente con sus presencias. Nos daba poco tiempo para hacer mejores preparativos de los que teníamos previstos. Pero limpiamos y organizamos lo que pudimos para dar buena impresión en demostración de nuestro sentido agradecimiento.

Así fue, al otro día estaba aterrizando el avión con los importantes personajes. Por supuesto que estábamos complacidos con su presencia y que fuese realidad, no solo por su alto nivel sino por haber logrado una meta que nos parecía difícil de alcanzar.

Nueva planta de tratamiento

Una pregunta. Cuando el Comandante FAC descendido del avión, junto con el ministro, en una plataforma provisional en piso de tierra que habíamos construido por razones de la obra de pavimentación de la pista, alcanzó a ver las casas de los suboficiales. Las que estaban con los ya mencionados colores brillantes, fuertes y casi que fosforescentes, como las habían pintado sus moradores, lo que le llamó la atención.

De inmediato quiso saber si esas eran casas de la Unidad. Así se lo confirmamos y ante tal situación nos preguntó si nosotros las habíamos pintado de esa forma. Lo ratificamos haciéndole la aclaración de que habían sido ellos mismos, los suboficiales, por su iniciativa. Que ante su ofrecimiento y actitud colaboradora nosotros los habíamos autorizado.

Ante la pregunta pensamos, de inmediato, que expresaría su desaprobación porque habíamos roto el tradicional esquema militar. Fue todo lo contrario, pues dijo espontáneamente: Se ven diferentes y la Base está muy bonita. Dimos las gracias por el cumplido tan valioso por parte del Comandante.

Así desapareció de inmediato nuestra inquietud que nos había surgido cuando hizo la pregunta. La que pudiese ser, con razón, para una descalificación severa, como las que el acostumbraba. Y partimos para el acto programado. Luego nos dijo que hacía muchos años que él no visitaba la Base Aérea y recordaba poco de ella. Lo que había sido cuando tenía el grado de Teniente, unos treinta años atrás y que estaba complacido de volver.

El inconforme. Claro que el General Director de Instalaciones, que lo acompañaba, no se aguantó y nos dijo que, de todas formas, esos colores no eran reglamentarios. Lo que nosotros también sabíamos. Pero él no lo veía desde el punto de vista del lugar, sino del ortodoxo nivel central, ignorando las circunstancias locales y provinciales, que eran diferentes.
Quería dejar sentado que existía un dogmatismo que él protegía y que por ello no había participado en esa determinación. Explicación subliminal no pedida pero que consideró necesaria para cuidar su prestigio profesional ante el Comandante máximo. Su celo profesional por cuidar su prestigio lo hizo pensar que lo habíamos expuesto a demérito, aunque no había motivo para pensarlo. Ante tal circunstancias no había sino que callar. Lo antes dicho por el Comandante lo había aprobó todo.

El acto. Se efectuó el acto según lo previsto en la misma planta de agua funcionando, que relucía con un impecable color blanco y sus válvulas pintadas de azul brillante. Como engalanada para una ceremonia de gran lujo. Se podía ver el agua entrante barrosa proveniente del río y la trasparente saliente después del proceso alimentado el acueducto. Permanecieron los visitantes poco tiempo en la unidad debido a sus altos deberes oficiales. Tanto ellos como nosotros quedamos más que satisfechos con sentimientos del deber cumplido.

Un caso vacuno.
El matarife. Debido a la distancia del resto del país y el aislamiento, era necesario improvisar con cierto ingenio soluciones a situaciones imprevistas para las cuales no se disponía de los recursos necesarios ni la facilidad para conseguirlos con la oportunidad que las circunstancias lo requerían.

Una de las tareas rutinarias consistía en que los días sábados se sacrificaba una o dos reses para el abastecimiento del personal de la unidad bajo un cobertizo sencillo de techo de lámina de zinc al que solíamos llamar "El Matadero".
En esta labor se desempeñaba cual matarife y carnicero empírico, pero de muy buena voluntad, uno de los empleados al cual llamamos amistosamente "Pistolero". Por su actitud colaboradora y siempre dispuesta a servir. Era muy apreciado dentro la comunidad.

Las personas interesadas en comprar carne para la semana hacían fila mientras observaban esa labor. Tenían que madrugar y esperar antes de que se agotara el producto. 

Como a las nueve de la mañana, se nos aproximó el empleado encargado de manejar la finca de ganado de la unidad, llamada “La Remonta”, para informarnos que uno de los dos toros reproductores, que eran unos bonitos ejemplares de raza pura adquiridos en el Fondo Ganadero del Caquetá, había muerto, a pesar de las muchas medidas que había tomado cuando días antes comenzó a mostrar síntomas de enfermedad. El empleado se encontraba preocupado porque pensaba que se le acusaría de alguna culpa, ya fuera por acción o por omisión, en la muerte del valioso ejemplar.

Tratamos de indagar el motivo. Nos causó una cierta intriga la muerte sin ninguna explicación aparente. El empleado contó que no había visto que tuviese fiebre ni ninguna lesión o cualquier otro síntoma del mal funcionamiento orgánico. Sólo que el día anterior había observado que el toro se mostraba agitado en la respiración y había vomitado parte de la materia digerida siendo de un color oscuro anormal que parecían ser sangre necrotizada.

El veterinario forense. Se nos ocurrió que sería conveniente tomar alguna acción más a fondo para investigar las causas. No sólo para evitar muertes posteriores de ganado sino tener algún motivo que explicara la muerte. Para eso era necesario efectuar una necropsia para hacer una inspección de los órganos internos.

Como la persona más hábil para estos procedimientos era el mismo matarife, le pedimos que tan pronto terminará sus tareas de carnicero se fuera al potrero e hiciera una disección completa del cadáver del animal. Lo abriría en dos partes teniendo cuidado de no dañar los órganos internos. Y aunque este empleado no tenía ninguna educación en biología le sugerí que observara con cuidado el estado de todos los órganos para ver si encontraba algo diferente a lo que él habitualmente veía en el despresamiento de las reses para el consumo interno. Nosotros también queríamos ver el estado en que se encontraban.

Se nos hizo que dicha acción podía ser más que ridícula puesto que nuestra preparación era muy poca para intentar algún diagnóstico forense. Solamente recordábamos cosas muy elementales de las lecciones sobre anatomía y biología que habíamos aprendido hacía años, cuando fuimos jovenzuelos de colegio secundario.

Entonces se nos vino a la cabeza que quien más podía saber al respecto era el Teniente médico principal que prestaba servicios en nuestro hospital local. Así que también le solicitamos que nos ayudara en dicha tarea y nos dieran su opinión.

El médico reactivo. La reacción de este profesional fue de inmediato rechazo con la colaboración que le pedíamos. Argumentó que él era un profesional de la medicina humana y que no tenía, no sólo ningún conocimiento al respecto sino que no estaba en condiciones de dar una opinión sobre campos que eran propios de la veterinaria.

Se nos hizo evidente que lo habían asaltado los celos profesionales y algo de xenofobia entre dos ramos de la ciencia por simple vanidad. Que aunque con alguna similitud en lo científico parecían disputar el prestigio en cada una de sus áreas. Fue tan inapropiado su comportamiento que aunque tuvimos la intención de recurrir al uso de la autoridad, decidimos que lo mejor era no llevarlo al campo profesional para evitar que se afirmará más en su rabiosa actitud.

Él consideraba nuestra solicitud un atrevimiento de nuestra parte y por ello dejamos el asunto más bien casi que en el campo personal. Fue más que evidente que si dentro de los militares y los pilotos existe una habitual pedantería injustificada, como ya los hemos expresado al comienzo de este relato, también se da en otras actividades.
Siendo una de ellas la de la medicina. Debido al valioso servicio que esa profesión presta al bienestar de la humanidad, bastantes médicos, en especial los jóvenes, son dados a considerase personas especiales, merecedores de tratos exclusivos, hastas el punto que pueden darse el lujo de ser casi que hasta altaneros con sus superiores.

Le dimos las gracias y le dijimos que no era necesario entonces que colaborara en esa actividad y que podía estar tranquilo. Con ello buscamos desprevenirlo y amortiguar su reflejo opositor y negativo. Sin embargo, le solicitamos, nuevamente, que cuando requiriésemos sus servicios lo mandaríamos llamar para que fuese a donde nos encontráramos. No para que cumpliera con la actividad que le habíamos ordenado sino simplemente para que escuchara la conclusión a la que llegaríamos a pesar de nuestros mínimos y primitivos conocimientos en el tema. Así fuese para tener que aceptar que no habíamos logrado nada pero que con humildad lo admitiríamos.

Ejemplar similar

La observación. Así se hizo. Aproximadamente a las 11:30 de la mañana se nos comunicó que no solo el cadáver estaba a nuestra disposición, como lo habíamos ordenado, sino que también se había encontrado la causa de su muerte.
Se nos hizo muy extraño que el administrador de la finca y el carnicero ya tuviesen un diagnóstico tan definido como para atreverse a dar una causa específica. Pedimos que no se nos dijera puesto que esperábamos llegar por nuestros propios medios a una conclusión la cual confrontaríamos con la de ellos.

Observando los órganos del mediastino y él intestino sólo pudimos ver que había una ligera presencia de sangre necrotizada en el diafragma, que también impregnaba las paredes de la cavidad torácica. También en la cavidad intestinal aunque en menor cantidad. Dedujimos, entonces, que el animal había sufrido una hemorragia interna pero no sabíamos el motivo. 

Preguntamos al matarife si había observado algún trauma, musculatura macerada, huesos rotos o alguna perforación en la piel que indicara que de pronto hubiese recibido un disparo de arma. Eso podría ser posible debido a la presencia de insurgentes en el área que, según nuestras pesquisas de inteligencia, indicaban que en ocasiones se aproximaban bastante al perímetro de la unidad. Las respuestas fueron totalmente negativas.

Al administrador de la finca le preguntamos si acaso se había presentado alguna pelea entre los toros o alguno de ellos había sufrido una caída o se había rodado en los potreros recibiendo también respuestas negativas. Otra alternativa podría ser que hubiese sido atacado con puñal o que uno de los soldados de guardia hubiese tenido un accidente con el arma impactando el animal. Pero ninguno de estos incidentes fue ni estaba reportado en las novedades de guardia. Ni el administrador había escuchado ninguna detonación de arma por eso días ya que vivía en la casa de la finca.

El caso era bastante extraño. Sólo se nos ocurría que hubiese sufrido alguna aneurisma u obstrucción arterial que hubiese causado rotura y hemorragia, pero no tenía forma de comprobar tales dudas. No tuvimos más alternativa que confesar nuestra incapacidad a los presentes. 

Y mandamos llamar al médico, como le había advertido. En ese momento el administrador nos dijo que miráramos con más cuidado todos los órganos que de pronto podía encontrar alguna anormalidad. Y acogiendo su sugerencia comenzamos a observar la disección desde el cuello hacia el estómago pasando por el corazón.

Los descubrimientos. Pudimos ver que aunque habíamos pedido que no se interviniera ninguno de los órganos éste había sido abierto. Como las dos partes estaban juntas no había visto que este había sido cortado en toda su extensión en dos partes. Que separándolas se podía ver la cavidad interna del ventrículo izquierdo. Sospechamos que por alguna razón no se había tenido en cuenta la instrucción de dejar intactos los órganos. También captamos que el pericardio mostraba una pequeña llaga que era totalmente anormal.
Corazón abierto

Entonces aproximándonos también apareció otra laceración en la pared interna del ventrículo coincidente con la externa y otra menor en la pared interna opuesta a la mencionada. Supusimos que el animal tenía que haber sido lanceado con un instrumento cortopunzantes demasiado delgado como para que penetrara la piel por el costado hacia el corazón sin que pudiese ser detectada una herida externa. Buscamos esa lesión pero fue imposible encontrarla.

Entonces supusimos en forma muy anormal, especulativa y demasiado imaginaria, que el corazón había sido infectado por algún organismo que lo había perforado y así se lo hicimos saber a los dos empleados. Pero no podíamos asegurarlo porque eso estaba por fuera de nuestros conocimientos.
Entonces, un poco sonriente, el matarife se nos aproximó y nos dijo que él tenía ese organismo en la mano mostrándonos un delgado alambre de metal, del que se usa para amarrar las varillas de acero en las construcciones de concreto reforzado, de aproximadamente 20 cm de longitud y algo oxidado.

Le dijimos que eso no podía ser puesto que no había ninguna posibilidad de que fuese el causante y menos sin una lesión externa por donde hubiese ingresado. Ambos nos dijeron que cuando ellos llegaron al corazón también observaron la misma llaga que yo había captado y que sin ninguna precaución habían abierto el corazón de un solo tajo para mirar cómo estaba por dentro. En ese momento sintió que el filo del cuchillo rosó contra algo sólido que parecía ser metálico.
Encontraron clavado y atravesando el ventrículo de lado a lado, apoyándose en ambas paredes de la cavidad, él mencionado alambre. Aunque eso era imposible para nosotros debíamos dar credibilidad a lo que ellos decían.

La vía de ingreso. Entonces, antes de que llegase el médico, que por alguna razón parecía tardarse más de lo previsto, decidimos que, de cualquier manera, teníamos que encontrar la forma como este objeto extraño había llegado al corazón. La única alternativa, sin causar lesiones externas era que hubiese sido ingerido. Pero también seguía siendo muy improbable que llegase al corazón. Debía haber seguido la vía digestiva donde debió haber causado daños intestinales o haber sido arrojado por el efecto peristáltico. Más, viendo la sangre hemorrágica pudimos ver entonces que en el diafragma también había otro orificio más grande que el del corazón y éste a su vez coincidía con otro mayor en la pared del estómago.

A través de esta última se podía ver la materia vegetal digestiva masticada e impregnada de mucha sangre. Nos quedó claro que el alambre había sido tragado mientras el animal pastaba en los potreros.
Los que se encontraban contaminados de basuras que habían sido arrojadas desde hacía años. Y donde se ejecutaban las obras de pavimentación. En ella se usaba alambre de amarrar en la construcción de los emparrillados de las losas con varillas de acero estructural.

El alambre, entonces, se había incrustado en la pared del estómago y por la compresión, la había perforado llegando al diafragma. El cual también fue abierto debido a los movimientos cíclicos de la respiración. De esa forma avanzó al corazón que, con sus palpitaciones, hizo que el filoso elemento fuese perforando la pared muscular.
En esta acción debieron contribuir mucho los espasmos que sufría el animal cuando vomitaba tratando de arrojar la sangre y el elemento extraño.

Las perforaciones produjeron una vía hemorrágica que, partiendo desde el mismo corazón, llegaba al sistema digestivo, no solo desangrando al animal sino ocasionando los vómitos.

El médico. Para ese instante llegó el médico al cual le recomendamos que, tal como le habíamos dicho, no hiciera ningún diagnóstico ni observación al respecto. Que solo se limitara a escuchar lo que le íbamos a explicar.

Le dijimos que tanto el matarife como el vaquero, con su poca educación y sus primarios conocimientos habían encontrado con facilidad la causa de la muerte del animal. Motivo que le había parecido un despropósito cuando le solicitamos su colaboración. En forma rápida, simple y corta, le explicamos lo sucedido y el hallazgo logrado.

En forma un poco sarcástica le pedimos que siguiera dedicando a sus refinados conocimientos de medicina humana para el bien de todos los habitantes de la Unidad Militar y que no tuviese ninguna preocupación por el incómodo impase que le habíamos hecho pasar.
En adelante no se le pediría un favor por fuera de las exclusivas y refinadas funciones profesionales que él tenía a su cargo. Las mismas razones por las cuales había argumentado no tener el deber de participar en lo solicitado.

La diplomática lección. Se veía que el profesional se encontraba bastante incómodo. Pero como ya le habíamos hecho la advertencia de limitarse a apreciar, le dijimos que su servicio, en este caso, había terminado. Se podía retirar para nosotros terminar el procedimiento de disponer del cadáver. Que era suficiente con su asistencia. Así lo hizo en silencio y con notoria evidencia de encontrarse bastante avergonzado.

Había sido herido su orgullo y su megalomanía injustificada. Fue más que suficiente la sanción moral antes que la reglamentaria, que bien se mereció. Por haber desconocido nuestra autoridad, en público, para darse ínfulas de superioridad y equivocada firmeza de carácter ante un superior. Debía darse por bien servido que lo que se le acaba de decir, solo había sido ante dos sencillos empleados. Mientras que el había actuado ante el bastante público. Los  que estaban esperando comprar la carne de la semana en el matadero.

También sabía el oficial que, quizás pensó, erradamente, que sería más profesional, en su área científica, si negaba el acatamiento de sus deberes en el campo militar. O si aceptaba, con ello se estaba exponiendo a la descalificación social en su medicina humana.

La réplica indirecta. Los muchos asistentes que se encontraban en el matadero cuando le pedimos el favor, se enteraron de su negativa desprestigiando y poniendo en ridículo nuestra autoridad, por el momento.
A cambio nosotros estábamos haciéndole esas apreciaciones sólo delante de los dos empleados a los cuales, premeditadamente, no les dimos la orden de que dejasen en secreto y sin comentar a nadie las ideas que le acabábamos de poner en evidencia al médico.

Pero también sabíamos que como también habíamos estimulado su orgullo personal de trabajadores sencillos, evidenciando al atrevido y arrogante galeno, comparando su destreza empírica delante de una persona con demasiada ilustración academia, les sería imposible el no comentarlo. Para nosotros era claro que por esa falta de precaución todos los habitantes de la Base Aérea se enterarían del percance sin pedir que se difundiera.

Pero no con abuso de autoridad, apabullándolo delante de un público, como él se atrevió y lo hizo con nosotros, sino por boca de otros. A los cuales no los inducíamos a hacerlo, más si era evidente e inevitable que lo divulgaran. Como así lo fue.
Posteriormente, se veía al mencionado oficial en actitud bastante afligida. Nunca se imaginó que fuese a ser víctima de sus propios actos. Más que una sanción disciplinaria severa recibió una lección moral de conciencia para que la aprendiera de por vida. Que es más castigadora que las reprimendas profesionales. Ya esa lección le sería de constante hostilidad de conciencia. Además del desprestigio profesional, la descalificación social y la pérdida de la respetabilidad grupal. Más que suficiente para corregir su imprudente actitud.

Lo que sí no nos queda duda es que el médico en lugar de aportar en este caso un poco de su sabiduría, recibió una contundente lección de subordinación, moral profesional y buena actitud con la comunidad. Resultado más que suficiente, resarcidora y justificable.

Nos habíamos atrevido a actuar en una campo en el que teníamos mucha factibilidad de fracasar, por ser de algo  muy lejos de nuestro saber. El oficial médico continuó en el servicio a la institución aportando sus idoneidades profesionales con mucho éxito militar y médico.

En esas circunstancias era necesario recurrir a cualquier procedimiento con el fin de encontrar solución a los problemas corrientes y cotidianos a pesar de nuestra falta de idoneidad para acometerlos. La situación nos obligaba de manera inevitable. No importaba que fuesen del campo veterinario, médico, de vuelo o militar. Aunque pudiésemos volar aviones teníamos que poner a volar la imaginación.

El registro. Tomamos fotografías debido a lo extraordinario del suceso y enviamos copias de ellas al rector de la Universidad Nacional, que en ese tiempo era Antanas Mocuss, con una nota donde lo enterábamos del asunto y con el fin de que fuese usada como lección en su facultad de veterinaria. No supimos si recibió el correo pues no tuvimos respuesta. Pero quedamos satisfechos con haber intentado algo de algún valor académico y militar.

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