AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 9 de mayo de 2018

1. ENTRE LEONES Y RATONES



ENTRE LEONES Y RATONES
Crónicas Militares Comentadas

LOS LEONES
1. Objetivo.

El propósito de este recuento es el de compartir la forma como demostramos, con una experiencia real, que era necesario y correcto un cambio de concepto en la doctrina militar en Colombia. Apreciación que no tenía aceptación en los colegas detractores que se obstinaban en rechazarlo. Por eso lo dejamos de testimonio y de como acontecieron los hechos.

Quizás algunos podrán tener distintas apreciaciones a las nuestras, los que las vivimos y aquí narramos. Para ellos también está abierta esta tribuna del universal medio del Internet. Para que escriban sus opiniones como sus mentes se las dicte.

Sostenemos que un militar debe ser guiado por la adecuada relación entre la teoría y la realidad. La academia y la operación. La autoridad del alto mando y la ejecución de los subalterno. La administración y la producción, como lo llaman los negocios civiles. Pero que en la vida castrense se denominan: “la logística y el combate”. Usar los términos civiles en el medio militar se le ha considerado un pensamiento “civilucho”. Que es la forma despectiva para denominar lo que se considera reprochable en lo militar, por ser la aproximación a cierta indeseable inclinación mental del militar a lo civil y como debilidad doctrinaria.

Razón por la cual argumentamos que para que el militar colombiano sea completo e idóneo, debe ser tan ilustrado en lo teórico como diestro en lo práctico. Con la pluma y con la espada. Necesita ser flexible, polifacética y multifuncional, por el amplio espectro de su actividad profesional. Porque requiere un extenso horizonte de conocimientos académicos y capacidades prácticas.
La excesiva especialización lo limita. De tal forman que su desempeño exige, paradójicamente, que su particularidad sea la generalidad. En lenguaje coloquial: todero, imaginativo, de inventiva y con capacidad de arriesgar en forma metódica, calculada y previsiva, por medio de una buena preparación intelectual.

El complejo medio militar no permite, por sus restricciones y diversidades, ser compartimentado en capacidades profesionales.  Las circunstancias imponen salirse de los limitantes nichos de confort que se generan dentro de las complejas organizaciones militares, donde se tiene que actuar con alto desempeño, tanto para la guerra regular como la irregular, en la defensa nacional. O nuestro conflicto interno de baja intensidad y del orden público. 

Una mezcla amorfa de circunstancias que hacen de su profesión tan característica y tan exclusivas que parece que no se da en ninguna otra parte. Podrá creerse que es mucho pedir. Por eso es que es tan exigente la profesión militar en Colombia. Porque, de lo contrario, solo sería un oficio que no hace los méritos suficientes para recibir los beneficios especiales que la sociedad colombiana le ha dado.

Todo lo contado sucedió en tan solo veinticuatro meses y simultáneamente. Aunque se narran por separado en dos partes: la logística y las operaciones.  Experiencia que nos afirmó la convicción de la necesaria modernización de las Fuerzas Militares en varios campos. En especial en el tradicional pensamiento costumbrista, conservador, centralista y doctrinario de los escritorios.
Versus la independencia liberal, la apertura, la descentralización de la oportunidad de acción y de pensamiento en el campo operativo. Y la toma de decisiones bajo alta exigencia y limitaciones físicas, que imponen las operaciones y el combate en el terreno.

Y nos confirmó la conveniencia de la adecuada conjunción entre la dirección y el comando centralizado. Con la ejecución delegada y descentralizada. Igual a los proyectos de construcciones civiles. Los que inician los arquitectos, ingenieros diseñadores y calculistas en oficinas. Que, luego, ejecutan y dirigen los ingenieros residentes e interventores en la obra.

Igual es en lo militar. Así algunos militares consideren inadecuado practicar criterios tan "civilistas" porque, para ellos, eso conduce a una peligrosa degradación de lo que tiene que ser la acción de comando. La que ellos creen que es solo el hacerse obedecer con el solo uso de la ruda imposición de la autoridad militar, sin usar la convicción. Porque el liderazgo, para sus acostumbradas formas de pensar, es más de exigencia que de creencia. 


Alto nombramiento. Nos asignaron al Departamento de Operaciones del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares, EMC. Un cargo militar del nivel central y por ello considerado como un alto privilegio profesional. Destinación que nos honraba sobre manera. Los Estados Mayores, dentro de la organización militar, son el equivalente a las Juntas Directivas de las empresas y negocios privados. Ellos trazan las doctrinas de la institución, crean los planes operativos y los ponen a consideración del Comandante para dar las órdenes. Después de eso, controlan la ejecución y corrigen lo que sea necesario. El EMC es el máximo de todos los Estados Mayores en el país. Es quien define, supuestamente, las políticas de defensa nacional en el más alto rango.  aunque era un cargo de oficina en contraposición a nuestra inclinación y preferencia por las operaciones aéreas.


Los pilotos esquivos. Se daban dos clases de pilotos. Los que queríamos volar por reto y casi que por emocionante aventura de dominar máquinas exigentes. Eran los aviones viejos. Hasta peligrosos porque implican buenos conocimientos. Los que tenemos por afición el estudiar, por  que el conocimiento nos da idoneidad. Mas no por llamar la atención para mostrar que se es inteligente. Destreza y reto que, para nosotros y perfil personal, es tenido como algo valioso, así no nos produzca resultados benéficos, réditos promocionales o económicos ni fama artificial, en la vida real.


Rimbombante autoestima. Es reflejo natural el evitar las dificultades. Pero quienes las esquivaban eran los que hacían más alarde de capacidades para volar en sus conversaciones de casinos ante los colegas. O con sus demás amigos que nada sabían de aviación para impresionar falsamente. Incluso haciendo ver la profesión como si tratara de una aventura quijotescas y de mucho valor para afrontar el peligro. Cuando realmente lo que estaban haciendo era ocultando su miedo con sus historias épicas.


Incómoda rasquiña. Regresemos al tema. En definitiva, en el EMC nos causaba escozor la burocracia militar y el ver a tanto oficial, de alto grado, matando el tiempo en tareas superfluas, con poca capacidad analítica y baja creatividad. Personas que aunque conocían la realidad nacional, la ignoraban con premeditación por conveniencia. Procuraban no tratar los temas trascendentes. Meterse en esos asuntos complejos podían arriesgarse a ser removidos de tan cómodos cargos. Necesitaban pasar sin importancia y sin idoneidad, así fuese sin mérito profesional. Aunque sin la satisfacción de un buen desempeño por el deber cumplido.
Algunos con muy buena hoja de vida en el campo del combate y excelentes resultados en las operaciones militares. Que les asignaban esos cargos administrativos y de oficina como un premio y descanso por sus resultados, pero que no encajaban en el rendimiento intelectual que se requería en esos cargos.


Lenta mutación. No se podía intentar nada diferente ni proponer un mejoramiento, cambiando esa enquistada tradición. Porque eso era violentar anticuadas costumbres y dogmas que, aunque ya tenían poca aplicación, se les veía como infalibles. Como durante generaciones anteriores esa inercia había tenido algún éxito, predominaba el criterio de “mejor malo conocido que bueno por conocer”, sin importar que la razón indicase la necesidad de innovar.
Para ellos cambiar era riesgoso y hasta temeroso, por la infalible guillotina profesional de ser decapitados si hacían algo diferente. Así estuviese justificado. No era correcto hacer cambios porque si el invento no funcionaba a plena satisfacción del superior, terriblemente severo y dispuesto a evaluar más por capricho que por justicia, se corrían riesgos personales, que, con sutileza, eran evitables. De esa forma la modernización era extremadamente lenta. No dependía de la instantánea fuerza argumental sino del muy lento relevo generacional.


Oportuna intervención. En varias oportunidades tratamos de hacer evidencia de la situación. Sanos intentos que chocaron, provocando diabólicos rechazos. Con explosiva y enojosa soberbia calculada cerraban toda posibilidad de adelantar cualquier clase de autocrítica constructiva.
Las malas costumbres. Por eso nos nombraron de Comandante de Tres Esquinas, lo cual mucho nos agradó. Bastante por lo que haríamos, pero más por lo que dejábamos de hacer. Pues nos alejaba de quienes no nos gustaba compartir, pero debíamos soportar por obedecer. 


Las oportunidades. La ventaja que teníamos era que habíamos visitado muchas veces esa Base Aérea en los vuelos rutinarios de transporte, apoyo logístico y abastecimiento. Junto con los puestos de frontera del Ejército y la Armada Nacional. Y no solo en vuelos momentáneos sino pasando algunas temporadas en ese destino. Por eso la conocíamos bien. Ambiente selvático que, en mucha forma, armonizaba con nuestro espíritu campechano y rural de origen montaraz. Origen y pensamiento que, en los altos estratos sociales de la ciudad capital del país, muchos creen necesario ocultar para no parecer faltos de alta alcurnia y sin orígenes de nobleza para ingresar a la elevada élite militar. Los abolengos que, supuestamente, se deben tener cuando se llega a altos grados militares.


El estigma del origen. En los cimeros estratos militares, el origen provincial es sinónimo de ineptitud innata. Pero la naturaleza agreste y primitiva, que rodeaba a esa Base Aérea, nos era de cierta empatía. Sobre todo por la autonomía para actuar a nuestros gustos y costumbres. La sola distancia de los centros de poder nos hacía sentir la libertad que deseábamos para dar rienda suelta a la creatividad y la innovación sobre las cosas simples y cotidianas, que tanto extrañábamos. Aunque también nos gustasen las de alta academia, tecnología y nivel científico, que nos agradaba estudiar.


Entre cielo e infierno. Al fin y al cabo habíamos recibido una buena formación religiosa, durante seis años, en un internado católico de un pintoresco pueblo del suroeste antioqueño. Allí donde nos enseñaron las teorías del alma, la formación espiritual, la moral, la ético, la sensibilidad social y los depurados sentimientos de compasión con el sufrimiento humano.
Después pasamos al mundo de los militares que nos enseñaron las teorías de la guerra. Que no es otra cosa que el ejercicio de la fuerza, hasta la violencia si es necesaria,  en forma científica, planificada y estudiada.
Es decir, en nuestra formación, fluctuamos entre los dos extremos: el del cielo y el del infierno. Nos ubicábamos en cualquiera de las posiciones intermedias según lo demandaran las circunstancias. 
Aunque estábamos, lógicamente, más cómodos cuando los deberes coincidían con nuestra doctrina y forma de pensar, entre la cruz del Gólgota o la tumba del infierno. O entre la pluma y espada. Por eso la espada la tomábamos según la necesidad: por la empuñadura si era necesario usar el cortante filo de la hoja. O por la hoja si lo apropiado era mostrar el crucero de la empuñadura. Como hicieron los conquistadores españoles argumentando la propagación con la fuerza del cristianismo en América.


El extranjero atrevido. Ante tales situaciones, veíamos con naturalidad, las picaronas burlas que se nos hacían y escuchábamos en los corrillos de corredores. Y las sarcásticas conversaciones e indirectas relacionadas con nuestro nombramiento. No ignorábamos los comentarios, preguntas indiscretas, rumores de doble sentido e ironía que suscitaba nuestra designación.


Una pregunta insolente. Estando en esas un oficial extranjero nos pidió tener una conversación informal. Se la aceptamos, mas por curiosidad que por deber. En la charla se atrevió un oficial norteamericano, como es el habitual en los que son emigrantes latinos en los Estados Unidos, con oportunidad de ser autoridad en ese país,  a hacernos una burlona pregunta sobre lo que él pensó era la gran preocupación y los presuntos miedos que deberíamos tener por el traslado a tan difícil guarnición. Que de existir en nuestro ánimo, no eran buenos para su proyecto de ingeniería que ejecutaba en esa Base Aérea.
Inquietud que recibió una esquiva respuesta. Evidenciamos que él suponía que esa era una de nuestras debilidades profesionales, surgidas de dar crédito al “rumor general” infundado. Asunto de interés a sus objetivos. El mismo rumor al que su famoso General Mac’Arthur había dado grado militar y bautizado como el “General Rumor”. Comandante imaginario que tenía más autoridad y se le acataba más que a él.


Las opciones. Como no acostumbrábamos andar en esos círculos de circo coloquial, no estábamos enterados del último chisme. Aunque si intuíamos que nuestra nueva destinación era una de las factibles razones de la cita ordenada por el Comandante general de presentarnos en su despacho. La otra era que nos anunciaran el retiro del servicio en vista de los malos comentarios que nuestros colegas del EMC habían lanzado, de antemano, sabiendo que por ese medio mucho se influye en la toma de decisiones de los superiores.


La entrevista. Cuando llegó el día de cumplir la entrevista, asistimos con toda la resolución y con la desprevención de aceptar cualquiera de las dos alternativas: traslado o despido. Por supuesto que los intrigantes si sabían de qué se trataba. Lo que para nosotros era una dualidad incierta. Ambas nos eran totalmente aceptables. Si resultaba ser el nombramiento, era el reto que deseábamos y además un alivio a nuestro aburrimiento en el EMC. La otra nos llevaba a disfrutar de la pensión e iniciar otra meta más en la vida civil. Para la que, en parte, también nos habíamos preparado.

El deposito. Los Estados Mayores son primordialmente asesores y con esas acciones crean el fundamento de la doctrina militar. En especial el EMC, pues es quien determina los dogmas institucionales y los derroteros del Comandante General de las FF MM. Es decir, el máximo nivel de mando para cuidar la soberanía nacional. 

Debía ser un motivo de satisfacción profesional estar en él. Sin embargo, no estábamos cómodos y nos era, más bien, una mortificación.  Nos dimos cuenta que el habitual comentario burlón en los pasillos, sobre la multitud de cargos poco útiles en el centro nacional de la cúpula militar, denominado como el famoso “Depósito de Coroneles”, no era un invento ligero. Ni simple tema de jocosas conversaciones durante las desinhibidas charlas de la oficialidad en los ratos de ocio en los casinos. Era una realidad contundente.

Según el rumor coloquial entre los militares, es a donde se mandan los oficiales que no tienen mucha destreza operacional y espíritu combativo. Además de no mostrar mayor habilidad mental o intelectual. Pero que, sin ser descalificables para el servicio, es necesario ubicarlos donde no causen mayores estorbos.

Los pilotos reticentes. Exactamente, según esa mentalidad, un cargo apropiados para nosotros. Los que éramos aficionados a volar los aviones más viejos, porque exigen las máximas habilidades e imponen muchos retos en las destrezas de vuelo. Las tripulaciones escogidas, para esos aviones, eran las consideradas como las adecuadas para quienes también eramos vistos como los pilotos más bien mediocres y de pobre desempeño operacional. E, igualmente, para los cargos de oficina. Apreciación, premeditadamente fabricada, para esconder otra realidad muy diferente.

Además de que llenábamos la necesidad de los comandantes de encontrar pilotos voluntariamente dispuestos a volarlos. La mayoría de los colegas buscaba afanosamente esquivarlos y por ello se presentaba constante déficit de tripulaciones para esos equipos. Incluso recurrían al chocante y velado tráfico de influencias con los superiores.
Los dispuestos a operar la tecnología vieja y riesgosa éramos pocos. Se nos veía como los demasiado sumisos como para no pedir volar mejores aviones ni hacer objeciones cuando a esas aeronaves nos asignaban. O porque, según  ellos, éramos incapaces de volar aviones más sofisticados, debido a nuestra poca idoneidad profesional para el vuelo. Esa era su teoría para justificar su indeseable comportamiento de esquivar misiones de riesgo. O satisfacer su exagerado sentido de arrogancia personal o la consabida vanidad de los profesionales del vuelo.

Los aviones que volamos eran los que los demás pilotos despreciaban y trataban de evadir. No solo porque existía el mito de que a las mejores tripulaciones se les debía premiar con aviones de última generación más costosa. Y por ello se incurría en los menores riesgos de accidentalidad. Motivo de orgullo que satisfacía la exagerada egolatría propia de los que, históricamente, han sido tenidos como los valientes hombres capaces de dominar el miedo y el peligro  a las alturas.

Sin embargo, eran estos los más temeroso a perecer en un accidente aéreo debido a la baja tecnología y antigüedad del equipo. Temor que salía primordialmente de su pobre capacitación en el empleo eficiente, debido a su desinterés y reticencia al estudio, para conocer las reales capacidades de esas aeronaves anticuadas y operarlas en forma segura.

Por ello terminaban siendo más choferes mecanicistas, que auténticamente profesionales racionalista. Buscaban afanosamente los aviones deslumbrantes y apropiados para alardear. Los que hemos llamado los simples “Pilotos Mueve Suiches”. Simplemente porque desconocen a profundidad el funcionamiento de la máquina y la forma de emplearla en cualquier condición. En especial en las imprevistas y las de máxima exigencia. Les gustaban solo los aviones que no eran amenazas reales y con los que no era necesario penetrar en profundidad sobre su funcionamiento para ser confiables. Donde las condiciones de emergencia fuesen muy remotas.

Tenemos que admitir que en los aviones de pasadas generaciones se presentaban más emergencias que en los aviones de última tecnología. La llamada tecnología de punta. Precisamente por ello los anticuados eran exigentes y demandaban mejores destrezas humanas de pilotaje adquiridas con dedicado estudio. Lo que para los mediocres es aburrido e incómodo.

Bastantes de estos heroicos, precisamente, perecieron por sus deficiencias en capacidades y profundización en el tema. Y tampoco queremos decir que los que logramos sobrevivir seamos mejores. O que fue que nos cobijó la simple suerte. Por supuesto que si. Aunque con bastante ayuda estudiando con meticulosidad los secretos del avión. Pero como mínimo éramos prudentes en ver la realidad y afrontarla como se debía. De todas formas esos superhéroes preferían los aviones modernos que tienen más automatismo y confiabilidad. Los que por ello no demandan los aburridos estudios para lograr la mínima seguridad operacional y la mejor calidad exigida en el desempeño profesional.


PILOTO MEDIEVAL 

Esa pedantería también les permitía, a los esquivos pilotos de los aviones antiguos, poder mostrar su exorbitante orgullo de decir que eran los elegidos para volar los modernos y costosos. Porque, supuestamente, eran los mejores en el desempeño y a los que se debía confiarles lo mejor y lo más valioso.

La tradicional y fuerte arrogancia propia de los pilotos. Los que quieren parecer que no son seres humanos que caminan sino que levitan. La soberbia que, cuando el arte de volar se mezcla a la de los militares engreídos, se potencia al máximo.
Egocentrismo que para lo militar, podríamos decir, hasta es necesario por las características de la profesión para afrontar con éxito los riesgos. Porque cuando un militar no se autoestima lo necesario para correr los peligros del servicio, de antemano, está vencido. Pero en cuanto a lo de volar aeronaves,  no tiene ninguna justificación esa odiosa actitud. El modernismo, prácticamente, ha eliminado casi todo el riesgo que en el pasado romántico era inherente al peligro de remontar las alturas de manera aventurera. La confiabilidad de los aviones modernos es casi que absoluta y por ello el pilotaje actual no es una osadía.

En el EMC. El mayor interés era la limpieza y el orden del recién activado “Centro de Operaciones Conjuntas” COC. Que de operaciones no tenía nada. Únicamente se dedicaba a recopilar información sin darle ninguna utilidad practican en toma de decisiones. Además, el descuido en el empleo de la información era notorio. No la usaban sino a manera de simples y morbosos chismes. Solo era para la búsqueda amarillista de culpables en rangos inferiores, escudriñando errores operacionales ajenos. Así se resaltaban ellos como excelentes militares superiores porque, los demás, eran demasiado ineptos subalternos. Era la regla general. Mientras ellos, de grados altos, tenían muchas culpas por su forma de actuar tan impropia en sus cargos, funciones y deberes.

Tenían disponible toda la teoría sobre los hechos acontecidos a los demás para descalificar. No para ameritar. Nunca para una autovaloración de lo que desde el nivel central ellos hacían. Reveses operativos que, en gran parte, se debían corregir de arriba hacia abajo y nunca al contrario. Para eso era que les servía su autoridad, no en forma positiva sino retrógrada. Al menos en la parte ideológica, la que era de su competencia, por ser su responsabilidad prioritaria el nivel estratégico nacional. No la del nivel táctico, donde se enfrascaban sin ser su prioridad. No era claro el cómo cambiar esa preconcepción, infortunadamente, arraigada por una larga tradición y falta de evolución.

Las culpas de lo que no salía bien, a nivel Brigadas o Batallones, siempre eran debidas a la falta de idoneidad en los dirigidos, donde bastantes salían muertos o heridos en combates fallidos. Y nunca debido a los errores en las decisiones, que en el nivel central, en su mayoría se dejaban de tomar. O las que se tomaban en forma inadecuada. Precedía mucho el concepto de la perpetua infalibilidad pontifical. Sus pensamientos se reducían a análisis de asuntos casi que meramente de nivel brigada, con sentencias casi que sacramentales. Muy lejos de los conceptos macro estratégico, ya fuesen del amplio campo interno nacional y más del internacional, como lo son los objetivos y las proyecciones de ese importante departamento.

Las influencias. Después supimos que algunos de los compañeros de trabajo habían abogado para que nos asignaran a una región alejada y peligrosa. De las clasificadas como de “orden público”, donde se pasan incomodidades y riesgos. Intentaban librarse de alguien imprudente e irreverente que, con sus puntos de vista, les hacía pasar incomodidades, a sus intereses, con nuestras apreciaciones .

Es una forma habitual no solo de salir de personajes fastidiosos sino el sutil castigo para aquellos que no se adaptan a sus normas y costumbres personales. Las que se implementan para sobreaguar en el cargo por la vía de las menores molestias familiares y sociales, así no cumplieran con los deberes profesionales. 

En el momento no lo supimos. Luego descubrimos sus veladas influencias, supuestamente, para supuestamente degradarnos de esa forma, a manera de sanción. Al contrario, nos hicieron un bien.  Con sus intrigas nos habían ayudado a salir de la "leonera" que tanto nos mortificaba. Y en donde tan incómodos nos sentíamos, para mandarnos a lo que, para ellos era, una despreciable "ratonera". Pero en la que podíamos aplicar las ideas e iniciativas reprimidas que nos exprimían internamente.

Una oportunidad. Fue una oportunidad de ocasión. Podíamos gozar de la libertad y la autonomía que anhelábamos para actuar bajo nuestras maduradas convicciones. Excepto por una ligera inquietud sobre las molestias materiales que se podían causar a la familia, que tampoco eran muchas. De resto, nos sentíamos agradados con el traslado y la nueva designación a una unidad militar atrasada y remota y, por ello, con grandes metas por lograr. Algo que los demás veían con miedo pero para nosotros era un reto a superar.

No podemos negar que, de todas formas, teníamos algo de incertidumbre de tener que comandar en un lugar alejado y escaso de recursos físicos, lo que era un real duelo personal. Al fin y al cabo esa unidad era considera, por tradición muy arraigada dentro de las mentalidad extraoficial institucional, como un lugar de destierro y degradación. Lo que tampoco ignorábamos.

Es una acostumbrada forma de matoneo, entre militares, el estar compitiendo con autovaloraciones grupales para gozar, con morbo ácido, viendo a quienes ellos consideran los descalificados. El placer de sentirse los calificados por no haber sido, supuestamente, degradados. Por eso existen tales formas de valoraciones no reglamentarias, folclóricas, pero que influyen bastante en las decisiones que los comandantes toman. Es una costumbre antigua dentro del conservador medio militar. Dos casos históricos están en el nombramiento de César a Hiberia o de algunos Generales al frente ruso por Hitler.

Incluso hasta un oficial de la misión militar norteamericana en Colombia pidió, a nuestros superiores, hacernos una entrevista para una velada valoración. El mismo de la entrevista ya mencionada. Nos ordenaron que fuésemos a esa cita. Que debió ser al contrario. Pero por la refleja sumisión a todo lo que provenga del norte, nos lo ordenaron de inmediato. No es que nos impongan las situaciones. Sino que nos doblegamos complacientes ante todo lo que suene septentrional, confirmando con ello nuestra innata mentalidad sumisa meridional.

Tendríamos que trabajar coordinadamente. Esa misión extranjera tenía en desarrollo unos proyectos costosos de infraestructura en ese lugar, dentro de los planes para combatir el narcotráfico. Y ese territorio era fundamental. No solo por los inmensos cultivos de coca sino porque era la ruta aérea por la cual se traía la materia prima semiprocesada desde Perú y Bolivia. La misma que era refinada en la mayoría en los laboratorios del lugar. De allí salían muchos vuelos clandestinos con producto terminado, coca pura, hacia los EE UU.

Le aclaramos que era un tema que trataríamos solo a nivel interno institucional y únicamente con personal nacional. Eso le disgustó. Con ello rechazábamos sus observaciones sobre un asunto que el consideraba con derecho a saber por los aportes presupuestales que su país hacía, supuestamente, en favor de nuestra integridad y fortaleza nacional. Decidió tragarse el sapo y cambio de tema sobre otras cosas menos importantes, para aligerar la tensión que entre ambos había provocado su imprudencia.

Por ese medio descubrimos que era otro de los que no sabían que preferimos, mil veces, ser “cabeza de ratón”, con deseos de enfrentar a un felino en la primera línea de combate. Sin tener que seguir siendo una simple “cola de león”, espantando moscas en la segura retaguardia de los mediocres. La misma que otros usaban de burladero para defenderse de los riesgos profesionales inherentes.


El Rey León y El Simple Ratón

Los rumores. Entre los oficiales de nuestra generación y, en especial, en los compañeros de promoción de oficiales de la FAC, estaba vivo el pensamiento y la plena convicción que quien fuese el destinado a ser el Comandante del Grupo Aéreo del Sur “GASUR”, lo sería por razones de incompetencia y degradación, debido a sus escasas capacidades profesionales. Por supuesto que nosotros también creíamos lo mismo durante los veinte años de servicio activo que ya teníamos.

Desde luego, el nombramiento como Comandante de esa unidad era un motivo más que evidente por el cual debíamos, según la tradición, sentir desengaño y disgusto por tan grave descalificación. Pero el fuerte deseo de salir de donde estábamos y el saber que seríamos muy autónomos para actuar, nos hicieron buscar motivaciones con actitud mental positiva, en lugar de incurrir en razones negativas. Sacando provecho la adversidad, lo veíamos como la oportunidad de demostrar lo que pensábamos, y que nada gustaba en el Olimpo de los altos mandos.

El citador. Como necesitábamos saber si la asignación había sido por descalificación o, por el contrario, por ameritación, lo cual era remoto, conservamos una prudente expectativa. Esperábamos lo que nos plantearía el Jefe de Recursos Humanos de la FAC cuando nos llamase a anunciarnos la asignación que deseábamos para salir de la tigrera. Para sorpresa quien nos citó fue el General Comandante de la FAC.

Noticia que se hizo pública en los mentideros y todos estaban a la espera de nuestra reacción ante la sorpresa que sufriríamos, cuando nos enteráramos de la noticia. Les hacía falta ver cómo actuaríamos para tener un buen motivo de socarronería usando el hazme reír del momento. Faceta que alimentaban con sus chistes graciosos de los habituales burlones y bufones cortesanos de ocasión, para alentar y mejorar su prestigio entre su público de oportunidad y sus superiores. Sus virtudes eran el hacerse los célebres a falta de méritos de más valor. Eran bastante populares en ese medio de oficinistas desocupados y  la burocracia militar de escondederos.

Resultaba lógica el primer motivo dela citación. Nuestra promoción estaba en el tiempo y en el grado donde se acostumbraba designar al Comandante de esa unidad. Además, ya habían sido designados los demás cargos y parecía que solo faltaba el candidato para el GASUR. Un factor contribuyente era la coincidencia que éramos de los últimos escalafonados dentro de la promoción y por ello bastante factible que fuésemos los señalados. Quienes ocupaban los puestos más altos en el escalafón solían ser tenidos en cuenta para cargos administrativos, de menor exigencia y mejor comodidad personal. No para los puestos operativos de más responsabilidad, obligaciones y riesgos profesionales, como lo era GASUR. El Comandante del GASUR era un cargo fundamentalmente operativo. Aunque también resultó, como lo vimos luego, de bastantes y difíciles retos administrativos y logísticos.

Si era el despido, ya habíamos afincado proyectos que nos daban la estabilidad para disponer de tranquilidad. Afortunadamente en esos tiempos se estaban produciendo algunas transformaciones políticas de privatización en la administración oficial antioqueña, que, por pura casualidad, nos serian favorables.

El descubrimiento. Pues resultó ser la primera. No nos sorprendió el nombramiento sino la forma como el Comandante nos lo planteó. Era más una oferta de confianza que de una descalificación. Si no se nos hubiese ofrecido de esa forma habríamos caído en el mismo desengaño del mariscal Sucre. Bolívar lo asignó a recoger desertores, rezagados y organizar la logística de retaguardia, antes de iniciar la campaña del Perú, sin haberle puesto de presente las razones del porqué de ese deber. La que para Sucre fue de segundo orden y la vio como desprecio a sus méritos. Por eso Bolívar le debió mostrar lo fundamental que era esa misión para superar a los españoles diciéndole que si no era Sucre el adecuado para ello, él, Bolívar, lo haría personalmente. Los resultados se vieron después cuando Sucre fue el vencedor en Ayacucho. Por algo Napoleón dijo que la guerra era más un esfuerzo de logística que de batallas.


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