AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 9 de mayo de 2018

11. ENTRE LEONES Y RATONES



11. Lo que no controlaban. De todas maneras insistimos y le dijimos que algunas cosas cambiaban y aceptó saber cuáles. Le comentamos que en nuestro ambiente era muy importante considerar los cambios bruscos de la humedad relativa del aire, la sorpresiva pluviosidad, combinada con la caprichosa nubosidad. Los cambios repentinos de luz solar y de la temperatura. Que aunque parecía que serían constantes en el día variaban de repente. Podía estar haciendo un fuerte sol y calor. Luego, rápidamente, se oscurecía y podía llover. Cambiaba la presión atmosférica, aumentaba la humedad y luego llegaba un fuerte viento frío seco. Sus tablas eran de regiones donde el clima era relativamente estable y predecible en sus parámetros. Solían consultar predicciones del clima creyendo que serían confiable. Ignorando que estamos en la Zona de Confluencia Intertropical, como se denomina, donde el clima es caprichoso. Era la naturaleza selvática que aun el hombre no ha dominado y por eso debe adaptarse a ella así le parezca ilógico.

Además, ellos cubrían con la carpa el concreto. Pero era necesario también tener en cuenta y controlar, con métodos similares, la temperatura y la humedad del “suelocemento” que ellos habían hecho y sobre el cual vaciaban el concreto. Esa parte no era protegida del sol, como si lo hacían con el concreto fresco, y cuando derramaban la mezcla de cemento sobre el suelo cemento, normalmente, estaba muy caliente y seco. Eran cuidadosos en cuanto al fraguado pero no en las condiciones previas.
Cuidaban de que esa superficie estuviese apropiadamente húmeda para la nivelación y compactado preparatorio, mas no antes de verter el concreto. Este suelo aún conservaba bastante de las características de la arcilla expansiva del piso natural con que se hacía, a pesar de agregarle cal.

Por ello se aceleraba mucho el fraguado del concreto que estaba en contacto. Le transmitía calor y le robaba el agua rápidamente al concreto por la cara inferior mientras que la superior, controlada por ellos, lo hacía de manera progresiva. Esa diferencia hacía que la fractura fuese impredecible. Ya que se generaba de abajo hacia arriba y no al contrario, como ellos creían que sucedería con su corte de iniciación. por eso aparecía en la superficie en direcciones muy distintas a los del corte.

Para lograr dominar el asunto debían cortar más profundo y rápido. Antes del tiempo, la densidad y la temperatura de la mezcla que las indicadas en sus complejas tablas y curvas de ingeniería calculadas en otras latitudes. Cuando ellos cortaban ya se habían producido fisuras internas en la cara baja en contacto con la rasante de arcilla. Había una gran diferencia con la parte alta y esas grietas terminaban surgiendo en la superficie en otras direcciones a la de sus cortes.

Eran losas de espesor suficiente para desfigurar las previsiones. Median los parámetros superiores durante el fraguado pero los inferiores eran bastante diferentes. Grietas que no se podían ver porque eran internas y se producían de abajo hacia arriba. Por ello no se guiaban por la trayectoria horizontal ni vertical del corte que ellos hacían con la esperanza de que se propagaran al contrario con precisión. El efecto de rotura por el fusible les era totalmente caprichoso porque el interno se les anticipaba.

Las varillas conectoras. Además que las dovelas no estaban quedando flotantes el concreto cuando endurecía. Son varillas de acero gruesas que se colocan entre las losas a media profundidad para mantenerlas alineadas  después de producida la fisura provocada con el corte. Tampoco no les dejaban tolerancias en sus extremos para que absorbiera la dilatación diferencial entre el acero y el concreto. Eso hacía que ellas mismas transfirieran fuerzas de empuje y tracción que iniciaba las fisuras antes de efectuado el corte. Debían permanecer libres y flotantes para que no transmitieran fuerzas entre las losas durante el fraguado. Ese descuido también era bastante contribuyente y era evidente porque muchas de las fisuras indeseables eran paralelas al corte y coincidentes con el extremo de la fila de dovelas.
Dovelas sobresaliendo del concreto. Internet.

Los argumentos no lo convencieron mucho. Bastante razonable puesto que no nos veían como ingenieros sino como simples militares colombianos que si mucho sabíamos algo del clima y combates, pero no del comportamiento del concreto.
Luego supimos, por medio de los obreros, que había cambio los procedimientos y con ello fue suficiente, porque no les volvimos a ver la pesada carpa ni las bombas fumigadoras de antisolar ni los técnicos y complejos equipos de inyección de adherente catalizado. Habían superado el inconveniente aunque no dijeron nada de cómo lo lograron. Quizás por razones de su cultural arrogancia. Que presume siempre y de antemano que somos especie que aunque humana de calidad inferior. Cosas del aún existente colonialismo septentrional con el meridional.

El empradizado. Otra urgencia era la de empradizar las bermas de la pista. Las abundantes lluvias lavaban la arcilla y creaban canalones en el talud arriesgando la futura estabilidad de las placas de concreto por socavación. Como el material de grava que se aspiraba del río y se clasificaba, era escaso y costoso, lo único abundante era la arena sobrante muy delgada y liviana que no era útil para ese fin . Era muy liviana y el agua la arrastraba con facilidad. Por ello decidieron usar el empradizado para contener la erosión.

La técnica escogida fue la de cubrir el suelo con sacos llenos de tierra negra fértil para sembrar el prado, porque la arcilla roja es estéril, al tiempo que evitaba, en parte, el arrastre de la escorrentía. Funcionaba bien en cuanto a lo primero y se espera que también en lo segundo.
Luego, cuando el suelo estaba húmedo, sembraban las semillas esparciéndolas al voleo. Esperaban que germinaran y se propagara el prado. Se nos hizo raro que eso parecía que no les funcionaba. Algo podía estar sucediendo.

Solíamos caminar a lo largo del tramo ya pavimentado de la pista en tardes de paseo, cuando la temperatura había bajado. Por casualidad descubrimos la razón que impedía que fructificara la siembra.

Casi en la última hora de luz, observamos una larga y perfecta fila, en diagonal, de pequeñas tórtolas que avanzaban ordenadamente cual rastreadoras militares de un campo minado, picoteando cuantas semillas encontraban. Eran tantas y actuaban de manera tan organizada que no quedaba ninguna. Cubrían un largo tramo rápidamente deshaciendo lo que los sembradores habían hecho en el dia.

Se lo comentamos al extranjero quien se extrañó que no se lo hubiésemos dicho antes. Le explicamos que solo hasta ese día nos habíamos dado cuenta del asunto y eso solo por casualidad. Que no pensara que se lo estuviésemos ocultando.

Lo que no le dijimos era que ellos no las habían observado porque solían trabajar desde muy temprano en jornada continua y terminaban temprano en la hora de la tarde, cuando era el momento más caluroso para descansar. Nosotros hacíamos lo mismo. pero, alargábamos algo más la jornada laboral, cuando el sol estaba próximo a ocultarse salíamos a hacer inspecciones adicionales. Diferencias de criterios. Para ellos los asuntos profesionales eran cosas de empleados por remuneración y para nosotros de patriotismo. 

Que las aves no lo hacían en la mañana porque estaban en la selva y con su presencia en la obra las espantaban. Cuando ellos abandonaban el lugar, ellas se apoderaban del área y hacían su trabajo. Les habían aprendido su rutina. En cambio, nosotros, teníamos que estar activos y disponibles las veinticuatro horas del día.

Hasta para cosas simples hay que considerar la naturaleza del lugar que ellos no habían estudiado. No supimos si corrigieron el problema pero si los dejamos perfectamente enterados y sorprendidos.

Volvamos al agua.
El desengaño. Habíamos logrado ya mucho solucionando la primera parte. La de secar la mitad de la pista sin pavimentar. El inconveniente de la falta de firmeza de la pista. Asunto que no era preocupación para los ingenieros porque aún no habían llegado con su trabajo de concreto a ese sector pero si para nosotros que la necesitábamos para el abastecimiento aéreo.

Faltaba la segunda. No encontramos los depósitos de agua porque, simplemente, cuando los canales llegaban a un terreno más llano retirado, donde la fuerza del agua no socavara los taludes de la pista, terminaban donde se iniciaba la selva

Ante tanta frustración a alguien se le ocurrió que en el pueblito de Mandalay debían existir personas de edad que tuviesen alguna idea al respecto. Sería útil cualquier cosa que pudiese recordar donde eran las fuentes antiguas de agua. Con tan buena suerte que aún vivía la persona más indicada.

El fontanero jubilado. Un pensionado que había sido fontanero y que se quedó a vivir en el pequeño caserío. Aún más, él había aprendido el arte de su padre que también había sido fontanero y cuando se jubiló le había heredado el cargo. Por eso disponía con los conocimientos que le había enseñado su padre. Con dos generaciones podríamos saber bastante.

Dijo que el poblado actual de Mandalay no había sido siempre en ese lugar. Inicialmente era exactamente como a un kilómetro al sur de la parte central de la actual pista de aterrizaje. Justo sobre un camino, ya en malas condiciones, por donde solíamos sacar material de aluvión delgado de una cantera que estaba entre la selva para llenar los huecos de la pista. Terreno un poco más bajo de la pista y aledaño a donde conducían los canales.

Allí se habían construido los campamentos de quienes desmontaron el área en la década de 1930. Con el tiempo se hizo un poblado. Por su ubicación, inconvenientes de acceso y cuando luego ya se dispuso de red eléctrica y acueducto de aguas tratadas en la Base aérea, fue abandonado y trasladaron las casas al interior de la unidad militar. El actual Mandalay. Allá los moradores se abastecían de pozos artesianos.

El pozo. El sitio ya estaba nuevamente cubierto de selva. Con la ayuda de los Soldados, los buscamos bajo la vegetación de grandes árboles y encontramos uno. Estaba dentro de unas ruinas casi totalmente desaparecidas de lo que había sido una casa. Se identificó perfectamente porque el brocal, como de unos 40 centímetros de alto sobre el terreno, estaba en perfecto estado. Las paredes circulares habían sido recubiertas con ladrillo.

Todo, en ese tiempo y lugar, se hacía de ladrillo cocido. Interiormente no había sido invadido por la vegetación y podía verse el espejo de agua del fondo completamente limpia. Pero su ubicación, distancia no era aprovechable. Se requería mucho bombeo para hacerla llegar. De seguro había más pozos y los reservorios utilizables para los soldados seguían sin descubrir.


Pozo encofrado en ladrillo cocido.

Otra alternativa. Recurrimos al mismo personaje. Reflexionando, recordó que cuando niño su padre solía llevarlo a su trabajo a un lugar donde creía que extraía agua. Era en el costado norte de la pista y entre esta y la calle central de la Base. En ese lugar, su padre, solía desarrollar algunas actividades que no recordaba con claridad. La calle tiene un hundimiento en ese lugar, que llaman La Batea o La Hamaca. Hay un pequeño puente por donde pasan las aguas lluvias acumuladas en las cunetas de ese costado de la pista y que no habíamos notado.

Con la obstrucción del puente por la maleza, las aguas se recogieron formando una pavorosa ciénaga. Sitio al que le teníamos desafecto pues era un criadero de zancudos transmisores de paludismo y un peligro para las personas. Habíamos pensado con frecuencia desaguar ese pantano por su inconveniencia. A su lado y un poco más alto estaba el alojamiento de tropas, el que tanto sufría por falta de agua.

Pues había que hacer lo mismo que se hizo con las aguas que hacían falsear la pista y detener la operación aérea. Hacer que el agua no se estancara. Teníamos que construir un canal de drenaje desde la orilla del río. Pasar por debajo del puente de la vía, cruce que estaba casi que totalmente colapsado de barro y malezas. Y llegar hasta el pie del talud de la pista donde estaba el lago de aguas estancadas.

La obra se inició con la valiosa ayuda de los soldados. La motivación para trabajar era la de encontrar agua para solventar sus necesidades mientras se construía la nueva planta de tratamiento.

El pantano. Ellos pusieron un gran esfuerzo que después de unos días comenzó a tener resultados. Excavando de la orilla del río hacia arriba, en la medida en que se aproximaban al lago, comenzó a salir un grueso chorro. Durante algunos días debimos detener el trabajo en espera de que bajara el nivel porque la fuerza del torrente impedía excavar.

El piso del canal se ablandó tanto que los soldados se enterraban y no podían sacar la tierra. Debieron improvisar tablones sobre los que se paraban. De esa forma eran las palas las que se levantaban por arriba de las orillas del canal, en lugar de que fuesen ellos los que se enterraban con su propio peso.

Había una capa gruesa de plantas y raíces flotantes que cubría el pantano. En la medida en que descendía el nivel de las aguas, la alfombra superficial también bajaba. Esta nata nos causaba temor pues en el caso de romperse repentinamente, cuando caminábamos por encima, lo más factible era que uno se quedara sumergido en el agua debajo de ella sin posibilidad de salir. Era una cubierta que oscilaba como una ola a cada paso que se daba.

Pantano

Llegó el momento en que esa red toco fondo y como hacía verano, pues en invierno habría sido casi imposible de sacar el agua por la cantidad que se acumulaba, se secó. Aprovechamos para prenderle fuego quedando el lecho del pantano a la vista cubierto se cenizas y casi que totalmente seco, duro y al mismo tiempo esterilizado. El cultivo de insectos, ranas, culebras, babillas eléctricas y los zancudos, desapareció. El lugar quedo saneado. Nos hacía recordar que estábamos haciendo algo similar a lo que se debió hacer en la construcción del canal de Panamá. Aunque a mucho menor escala.

El hallazgo. Con ello apareció, en la parte central de lo que era la laguna, un muro bajo de ladrillo cubierto de barro espeso y negruzco. Ese sitio no secó del todo cuando bajaron las aguas sino que siguió siendo un residuo de lodo. Pensamos que eso se debía a que era el punto más bajo del fondo y que por ello ni el canal ni la quema lo habían secado. Olía a materia vegetal descompuesta. La que se había acumulada durante años en la vieja ciénaga.

Fue claro que el pequeño muro era parte de un tanque cuadrado construido bajo el nivel del suelo, bastante grande lleno de lodo. Podía fácilmente almacenar unos setenta mil litros. La pared posterior estaba contra el pie del talud de la pista que pasa unos metros arriba sobre el terraplén. Los dos costados laterales eran perpendiculares a las barrancas. El cuarto, del frente, paralelo a la vía. Hasta él llegó el canal por el que habíamos drenado las aguas hacia el río.

La limpieza. Había que vaciarlo para saber si tenía alguna utilidad. Ya fuese como fuente de agua o simple acumulador de las lluvias que se recogían, en parte, las cunetas de la pista. Si funcionaba superaríamos la falta de canecas y sería el reservorio buscado. Posiblemente debía tener un drenaje de fondo. Para ello tendríamos que cavar por el exterior de las paredes para encontrar el desagüe. El lodo dentro del tanque impedía encontrarlo. Como estaba bajo el nivel del terreno, si retirábamos la tierra exterior se romperían los muros con la presión del lodo que contenía y se perdería el esfuerzo.

La única forma era sacando todo el lodo a mano. Con trabajo humano, porque una bomba no funcionaba debido a la gran cantidad de ramas, piedras y hasta troncos caídos en su interior.

Pues en un día completo de trabajo como de unos 40 soldados lo limpiaron. Con su ingenio llevaron cuantos tarros de pintura que ellos solían guardar sacándolos de la basura. En ellos recogían agua en pequeñas cantidades para cada uno suplir su necesidad.

Tanque a nivel de piso

Cuando la profundidad fue considerable, construyeron improvisadas escaleras y hacían fila ascendente pasando los baldes. Igual que súbditos egipcios construyendo una pirámide. Pero no para tumba del faraón sino para su propio beneficio. Estaba demostrada la gran capacidad de ejecución de obra de la tropa. Que no solo se refleja en estos asuntos sino que luego se hicieron reales en las operaciones de combate.

Es casi increíble ver lo que un grupo de hombres motivados es capaz de hacer. También ellos, con su dedicación y entrega, reforzaban nuestros empeños en superar obstáculos acumulados por descuidos desde el pasado. 

Nos preocupaba que el lodo tuviese alguna enfermedad. Corrimos el riesgo y nadie se enfermó. El tanque no tenía drenaje. Era ciego. El fondo era de concreto a tres metros de profundidad. Estaba en perfecto estado y por eso se había llenado de agua y fango. No tenía ninguna fisura ni fuga. Posiblemente debido a que las mismas aguas del pantano lo habían preservado de dilataciones y fracturas.

El llenado. El problema era el cómo llenarlo. Recordamos las aguas de los techos. El más próximo y grande era el del alojamiento de la tropa. Es una vieja casona de estilo hacienda ganadera, con patio central y corredores perimetrales, tanto interiores como exteriores. De muros gruesos en ladrillo, como es lo usual en instalaciones militares, y también de los tiempos de la guerra. El área de captación era grande. Si poníamos canales de alero y tubería podíamos conducir el agua al tanque que estaba en un nivel más bajo que el del barracón. Había que comprar canales, tubería para bajantes y conducción y no teníamos fondos presupuestados.

Un sumidero. Meditando la solución, una tarde fuimos a observar la obra, un poco desconsolados por la posibilidad de perder tanto esfuerzo.  Como había hecho sol, los muros, aunque sucios de barro, estaban secos. De repente, algo nos llamó la atención. En la parte alta del muro lateral derecho, próxima al ángulo con el muro del otro costado, había un parche de lodo aun adherido y semihúmedo. Era algo no corriente pues todo el resto de los muros estaban secos. Mirando de cerca vimos que debajo del lodo parecía haber algo circular.

Con la ayuda de dos soldados, que se habían aproximado a mirar de curiosos, les pedimos limpiar un poco para verificar de qué se trataba. Creíamos que era agua perdida, que desde el terreno se filtraba hacia el interior del tanque por una rotura entre los ladrillos. No era bueno que estuviese el muro fracturado. Quitaron el lodo y vieron que era algo así como la boca de un tubo de alcantarillado de gres. Limpiaron más y efectivamente sacaron un tapón de barro que llenaba un tubo de gres. Bastante raro pues no había ninguna red de aguas, ni limpias ni negras, que tuviese razón de existir en ese lugar.

La fuente oculta. Al retirar más tierra, hasta donde les alcanzaba la mano comenzó a salir algo de agua que aumentaba ligeramente y que fue bajando por la pared del tanque. 

Parecía que habíamos descubierto una pequeña fuente. Pues era necesario sacar tierra por fuera del tanque para ver de qué tubería se trataba. Los soldados se aperaron de herramientas y trajeron otros compañeros entusiasmados con el cuento que les llevaron los espontáneos voluntarios. Que su Coronel parecía haber descubierto agua para abastecer el tanque.

Rápidamente abrieron una brecha de medio metro de profundidad sobre el tubo y encontraron que se trataba una tubería completa, en buen estado, con orificios por donde se filtraba a su interior el agua freática. habíamos descubierto que los iniciadores de la base aérea, de esa forma, recogía el agua.

Si la tubería era perforada para captar agua del terreno, no podía ser una cantarilla y el tanque menos un pozo séptico. Era la ingeniosa solución para captar agua fresca, pura y filtrada de las arcillas del suelo, ya que provenía directamente del nacedero.

Siguieron destapando para ver cuán larga era y pronto, a unos 4 metros de distancia, encontraron una caja de inspección para limpieza periódica, hecha también en ladrillo y con tapa de cemento. La levantaron y la caja estaba en perfecto estado. Solo algunas raíces que se habían metido e impedían que el agua corriera hacia el tanque. Así fueron destapando unas seis cajas en un trayecto de tubería de unos cuarenta metros de largo que fueron limpiados. Comenzó a llegar al tanque no un simple hilo de agua sino un caudal como de media pulgada. Nos habíamos salvado de comprar tubería y teníamos excelente agua.

Tubería de gres perforado para filtros

Justo al frente de esa entrada de agua también había la misma humedad en el muro opuesto y resultó ser otra red de suministro, que limpiada también funcionó. Era más larga que la anterior.

La calidad del producto. Los Soldados estaban escépticos sobre la pureza. Nos expresaron su miedo para usarla en el consumo humano. Pensaban que debía estar contaminada después de años de estar esa agua bajo tierra. También albergábamos ese temor. Pero parecía que no había sido tocada y ni habia razón para pensar fuese impotable. Al menos provenía del origen más confiable, el fondo de la tierra, como lo es el nacimiento de todas las aguas naturales. 

Tenía que ser mejor que el agua del río que se trataba en la planta y que todos consumíamos. Si llegase a necesitar tratamiento sería solo de desinfección biológica ya que la purificación física la había hecho la misma naturaleza.

Era transparente, bastante fresca por venir del oscuro interior del suelo y sin mal olor. Para disolver las dudas y el temor de los Soldados podíamos hacer análisis en un laboratorio. Inicialmente en el laboratorio del hospital que teníamos en la Base Aérea y luego enviar muestras a la ciudad de Florencia para un diagnóstico final en un laboratorio especializado de análisis de aguas. Algo que demanda tiempo. Además era riesgoso que por un fuerte prejuicio sin fundamento científico se echara a perder los buenos resultados hasta el momento logrados por un simple rumor.

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