ARTILLERÍA DE CORTO ALCANCE
Nos preocupaba
la capacidad de respuesta de la Base Aérea de Tres Esquinas ante un ataque. Por
eso determinamos hacer un entrenando del plan de defensa. El esquema incluía
defensas pasivas y el emplazamiento de armas de mano junto con seis morteros como
defensas activas.
Era
importante hacer prácticas del plan. Por ello se programaron varios simulacros donde
se debían hacer disparos de tiro parabólico con los morteros.
Para accionar estas armas se hizo un repaso teórico y algunos ejercicios de tiro simulado. Todo marchaba muy bien en la práctica diurna. Se programó una nocturna, dos días después, confiando en los buenos resultados, para los que no habían disparado en la primera.
Para accionar estas armas se hizo un repaso teórico y algunos ejercicios de tiro simulado. Todo marchaba muy bien en la práctica diurna. Se programó una nocturna, dos días después, confiando en los buenos resultados, para los que no habían disparado en la primera.
Uno de
los artilleros, en esa segunda oportunidad, era uno de los hombres más antiguos
de la infantería. Por una causal coincidencia no había podido asistir al refresco
teórico. Para estar seguro de que actuaría correctamente, se hizo una charla
directa preguntándole si recorvaba bien las técnicas de manejo del arma. Aseguró
que tenía claros los procedimientos de disparo. Además era razonable el creerle
pues es un arma propia de su especialidad en defensa de bases.
Cuando se activó la segunda alarma simulada nocturna los encargados de estas armas, a orden individual, harían tres disparos reales a blancos imaginarios, ubicados a dos kilómetros de distancia, en azimut prefijado, en un área selvática y despoblada. Condición que se había verificado con anterioridad.
La primera pieza hizo los tres lanzamientos que eran seguidos y a discreción del jefe del arma. Se escucharon las explosiones de los impactos. Los vigías de tiro dieron sus reportes de las explosiones y las correspondientes correcciones. Eso nos indicaba la precisión y la activación efectiva de las ojivas.
Cuando
le correspondió el turno a la segunda pieza. El primer disparo dio un extraño
ruido de lanzamiento y no causó ninguna explosión de impacto. Sin embargo, como
se había dado libertad de hacer los tres disparos a discreción del responsable del
arma, este siguió con los otros dos lanzamientos. Supuso que la primera granada
había fallado la detonación, quizás por daño debida a la alta humedad o a descuido
en las condiciones de almacenamiento. No dio mucha importancia al hecho y
terminó haciendo los dos disparos restantes con el mismo resultado.
Lo preocupante
era que como estaba de noche no se podía hacer verificación inmediata del impacto.
Ante esta situación, fue demasiado evidente que era necesario suspender la operación de los demás morteros hasta que se pudiera hacer una aclaración exacta de tan extraño resultado, cosa que solo se podía hacerse en el día. Además que si no se aclaraba era necesario restringir una zona por contaminación con municiones activas sin ubicación definida.
Al otro
día se inició la búsqueda de las municiones, la verificación del arma, la comprobación
de la calidad y condición del resto de proyectiles del lote utilizado, encontrando
que funcionaban correctamente. Sobre las direcciones empleadas, se hicieron
rastreos, partiendo de la distancia máxima prevista de impacto y en cercanías al
emplazamiento. Aunque se tuvo mucha precaución, no se podían encontrar las
ojivas ni rastros de penetración en el follaje selvático. Al final del día todo
parecía inútil.
El mortero estaba en una fosa sobre un montículo próximo a una bodega que estaba en un nivel inferior y en la trayectoria de disparo. El arma disparaba por encima de ese depósito. Pero debido a la poca distancia, que solo era de unos veinte metros, a nadie se le había ocurrido pensar que se debía buscar en ese lugar.
Un soldado persistente ingresó al lugar y se sorprendió cuando vio tres agujeros en el techo del tamaño de las granadas. Y más cuando pudo ver que estaban en el piso sin activar pero armadas. Con el debido procedimiento se manejaron y se corrigió la peligrosa condición. Afortunadamente por la poca elevación alcanzada el impacto de la caída no se activó la espoleta de impacto. De haberse accionado estas habrían explotado muy próximas a los operadores. Como era de noche no había nadie en el lugar y no contenía ningún material en eso días.
El
motivo fue que el armero, que tan seguro estaba de sus conocimientos y habilidades,
olvidó un detalle fundamental. El arma usa una carga iniciadora, que, a su vez,
da fuego a una serie de cargas propulsoras, cuya cantidad se calcula según la distancia que se desea alcanzar. El personaje
solo puso la carga iniciadora y olvido poner las cargas propulsoras. Eso solo
le dio potencia para sacar los proyectiles del tubo del arma sin mucha fuerza,
cayendo a poca distancia.
Aunque
los componentes de ensamble deben ser organizados en un estricto orden de
secuencia, para simular un combate más real, extremó las condiciones de
maniobra y por eso no usó ninguna iluminación. En la oscuridad, se saltó las
“galletas”. Nombre coloquial dado por la tropa a las cargas de empuje. Por eso las
granadas salieron del arma solo impulsadas por la espoleta.
Fue necesario hacer todo un nuevo repaso teórico y práctico para asegurar la idoneidad del personal que había perdido la destreza del manejo del arma.
Una experiencia bastante peligrosa y desagradable, pero muy aleccionadora para todos. Incluidos nosotros, ya que nos recordó que hay cosas en las cuales es indispensable hacer verificaciones positivas sin ninguna duda. Y que los reentrenamientos son indispensables. Infortunadamente estas experiencias demandan no solo las debidas medidas correctivas sino que dejan antecedentes de deméritos profesionales en los folios de vida.
Hay circunstancias
en no solo es necesario saber volar los aviones sino hacer volar correctamente la
artillería.
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