AERONAUTAS Y CRONISTAS

miércoles, 10 de febrero de 2016

VUELO DE ARTILLERIA

ARTILLERÍA DE CORTO ALCANCE

Nos preocupaba la capacidad de respuesta de la Base Aérea de Tres Esquinas ante un ataque. Por eso determinamos hacer un entrenando del plan de defensa. El esquema incluía defensas pasivas y el emplazamiento de armas de mano junto con seis morteros como defensas activas.

Era importante hacer prácticas del plan. Por ello se programaron varios simulacros donde se debían hacer disparos de tiro parabólico con los morteros.
Para accionar estas armas se hizo un repaso teórico y algunos ejercicios de tiro simulado. Todo marchaba muy bien en la práctica diurna. Se programó una nocturna, dos días después, confiando en los buenos resultados, para los que no habían disparado en la primera.




Uno de los artilleros, en esa segunda oportunidad, era uno de los hombres más antiguos de la infantería. Por una causal coincidencia no había podido asistir al refresco teórico. Para estar seguro de que actuaría correctamente, se hizo una charla directa preguntándole si recorvaba bien las técnicas de manejo del arma. Aseguró que tenía claros los procedimientos de disparo. Además era razonable el creerle pues es un arma propia de su especialidad en defensa de bases.

Cuando se activó la segunda alarma simulada nocturna los encargados de estas armas, a orden individual, harían tres disparos reales a blancos imaginarios, ubicados a dos kilómetros de distancia, en azimut prefijado, en un área selvática y despoblada. Condición que se había verificado con anterioridad.

La primera pieza hizo los tres lanzamientos que eran seguidos y a discreción del jefe del arma. Se escucharon las explosiones de los impactos. Los vigías de tiro dieron sus reportes de las explosiones y las correspondientes correcciones. Eso nos indicaba la precisión y la activación efectiva de las ojivas.


Cuando le correspondió el turno a la segunda pieza. El primer disparo dio un extraño ruido de lanzamiento y no causó ninguna explosión de impacto. Sin embargo, como se había dado libertad de hacer los tres disparos a discreción del responsable del arma, este siguió con los otros dos lanzamientos. Supuso que la primera granada había fallado la detonación, quizás por daño debida a la alta humedad o a descuido en las condiciones de almacenamiento. No dio mucha importancia al hecho y terminó haciendo los dos disparos restantes con el mismo resultado.
Lo preocupante era que como estaba de noche no se podía hacer verificación inmediata del impacto.

Ante esta situación, fue demasiado evidente que era necesario suspender la operación de los demás morteros hasta que se pudiera hacer una aclaración exacta de tan extraño resultado, cosa que solo se podía hacerse en el día. Además que si no se aclaraba era necesario restringir una zona por contaminación con municiones activas sin ubicación definida.


Al otro día se inició la búsqueda de las municiones, la verificación del arma, la comprobación de la calidad y condición del resto de proyectiles del lote utilizado, encontrando que funcionaban correctamente. Sobre las direcciones empleadas, se hicieron rastreos, partiendo de la distancia máxima prevista de impacto y en cercanías al emplazamiento. Aunque se tuvo mucha precaución, no se podían encontrar las ojivas ni rastros de penetración en el follaje selvático. Al final del día todo parecía inútil.




El mortero estaba en una fosa sobre un montículo próximo a una bodega que estaba en un nivel inferior y en la trayectoria de disparo. El arma disparaba por encima de ese depósito. Pero debido a la poca distancia, que solo era de unos veinte metros, a nadie se le había ocurrido pensar que se debía buscar en ese lugar.

Un soldado persistente ingresó al lugar y se sorprendió cuando vio tres agujeros en el techo del tamaño de las granadas. Y más cuando pudo ver que estaban en el piso sin activar pero armadas. Con el debido procedimiento se manejaron y se corrigió la peligrosa condición. Afortunadamente por la poca elevación alcanzada el impacto de la caída no se activó la espoleta de impacto. De haberse accionado estas habrían explotado muy próximas a los operadores. Como era de noche no había nadie en el lugar y no contenía ningún material en eso días.


El motivo fue que el armero, que tan seguro estaba de sus conocimientos y habilidades, olvidó un detalle fundamental. El arma usa una carga iniciadora, que, a su vez, da fuego a una serie de cargas propulsoras, cuya cantidad se calcula  según la distancia que se desea alcanzar. El personaje solo puso la carga iniciadora y olvido poner las cargas propulsoras. Eso solo le dio potencia para sacar los proyectiles del tubo del arma sin mucha fuerza, cayendo a poca distancia.
Aunque los componentes de ensamble deben ser organizados en un estricto orden de secuencia, para simular un combate más real, extremó las condiciones de maniobra y por eso no usó ninguna iluminación. En la oscuridad, se saltó las “galletas”. Nombre coloquial dado por la tropa a las cargas de empuje. Por eso las granadas salieron del arma solo impulsadas por la espoleta.



Fue necesario hacer todo un nuevo repaso teórico y práctico para asegurar la idoneidad del personal que había perdido la destreza del manejo del arma.

Una experiencia bastante peligrosa y desagradable, pero muy aleccionadora para todos. Incluidos nosotros, ya que nos recordó que hay cosas en las cuales es indispensable hacer verificaciones positivas sin ninguna duda. Y que los reentrenamientos son indispensables. Infortunadamente estas experiencias demandan no solo las debidas medidas correctivas sino que dejan antecedentes de deméritos profesionales en los folios de vida.

Hay circunstancias en no solo es necesario saber volar los aviones sino hacer volar correctamente la artillería.


















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