AERONAUTAS Y CRONISTAS

viernes, 1 de junio de 2018

32. ENTRE LEONES Y RATONES


32. El método. Teníamos que participar en algo, de lo que habíamos descubierto, a los soldados para que percibieran, de una forma realmente creíble, la amenaza. Aunque algunos de nuestros asesores, en especial el Mayor Comandante de la FUTACAL, estaban en desacuerdo de dejar en evidencia ante la tropa sobre esa peligrosa fuga de información. Creía que podría interpretarse como una grave debilidad de nuestro sistema de defensa y, por ello, pérdida de moral de combate de los soldados.

Decidimos correr el riesgo. Iríamos personalmente ante los soldados, sin hacer mucho alarde de autoridad ni amenazas atemorizantes. Más bien con humilde actitud de reconocimiento de falta de fortaleza en cuanto a la posible infiltración. Pero demostrando nuestra determinación a combatir en un ataque. Y no seriamos para hacerles un cuento sino para mostrarles completamente el documento que demostraba, sin ninguna duda, lo que no les podíamos trasmitir de palabra.

Pero también confianza al hacerles ver con crudeza y claridad la realidad. La que era tan peligrosa para nosotros, por ser los altos mandos del lugar, como para ellos como subalternos. Dudábamos pero confiamos que ante las lealtades y dedicaciones que habíamos visto en los simples trabajos en logística, como el de la búsqueda del agua para solucionar sus graves necesidades básicas, podría tomar el asunto por la vía positiva antes que la negativa. Era ambiguo para nosotros, hasta ese momento, la teoría de lograr entusiasmo en la actitud combativa por la vía de la logística. Luego nos dimos cuenta que el interés por las necesidades de la tropa tiene tanta, o hasta más importancia sicología en los ejércitos, como el entrenamiento en el empleo de las armas y las maniobras. Ellos estaban agradecidos por habernos interesado tanto en su calidad de vida.

Asumimos que era igual a las dudas que nos asaltaron en la noche de Las Delicias. Sorpresivamente ingresamos al patio central de la casona del cuartel solo acompañados de un oficial ayudante y el mayor comandante de la infantería de aviación. Mandamos reunir a todos los soldados disponibles de ese cuerpo de soldados no profesionales. Les explicamos el motivo de importancia de esa visita intempestiva. Por supuesto que se interesaron en la comedia, pues no solo era motivo de inquietud sino hasta de distracción. Como siempre.

Por esos días habíamos estado sometidos a mucha tensión aumentada con las especulaciones sobre la desmesurada demostración de fuerza del enemigo y, por supuesto, del  peligro que corríamos todos. Algo poco corriente sería un agradable rato de distracción para ellos olvidar sus preocupaciones. Y quien mejor que el comandante para lograrlo. O hacia el ridículo suplicandoles una entrega absoluta, porque podía estar muerto de miedo, o les enseñaría algo interesante. 

Para magnificar sus temores y la importancia de su lealtad y el deber que teníamos todos, les narramos como habían podido infiltrar nuestra seguridad y secreto hasta lograr tanto detalle. Lo demostraba la minucia de la información recopilada. En la medida en que lenta, pero progresivamente les dejábamos clara la importancia de todos y la de ellos en una situación de ataque. Observábamos las caras y los comportamientos.

Algunos cabizbajos, escudriñaban la cartulina con incredulidad y  trataban de ocultar sus temores. Otros comenzaron a mirarnos directamente a la cara sin interesarse por el plano extendido ante ellos pues conocían bien y en forma real todo lo que estaba en él. Hacían lo mismo que nosotros. Buscaban en nuestra actitud si lo que les estábamos revelando era debido a miedo o excesiva confianza.

El lenguaje subliminal. Después de un rato de exposición y adoctrinamiento, dejando entrever que era inevitable que estuviésemos infiltrados, surgió lo que menos esperábamos y lo menos previsto. Algunos soldados comenzaron a mirar con mucha sutileza a un soldado que permanecía totalmente inmóvil. Notó que era observado con miradas rápidas y frecuentes por sus compañeros y no soportó más la presión sicológico colectiva.

Nos interrumpió para dar su opinión. Inicialmente algo moderado en sus palabras fue exponiendo su apreciación general. Después pasó a resaltar que el peligro era mayor para los comandantes que para la tropa. Para ello se centraba en mostrar cómo nuestras oficinas y hasta la casa era una de los dibujos más notorios. Con identificación propia. Mientras las demás simplemente no tenían tanta importancia porque no incluía el grado  ni el cargo de quienes las ocupaban. Por la fluida capacidad de expresión, buena destreza en la palabra y uso de términos poco corrientes, evidenciaba que era un soldado analítico. Que había sido capacitado algo más de lo que era habitual en la tropa.

Un traidor. Con ello parecía que pretendía ganar confianza positiva dentro de sus compañeros, a favor de sus argumentos, y negativo para con nosotros. Y hasta posiblemente atemorizarnos. También, que estaba disgustado porque habíamos capturado esa vital información y la habíamos mostrado a toda la tropa a manera de estímulo para el combate. O como si se hubiese perdido un valioso tiempo y los esfuerzos en recopilarla. Lo que era tan importante que quien la perdió no la habían sabido resguardar. Hasta algunas veces acompañaba su discurso con manotazos reflejos y cierto aire de disgusto.

Lo dejamos que progresara en esa dirección. Ya los demás no lo observaban por lo interesante de su tema sino porque descubrieron que sus ocultas dudas sobre su compañero eran reales. Las que los habían inducido a observarlo con detenimiento y no se habían atrevido a delatar, porque tal vez antes había logrado atemorizarlos si lo denunciaban. Pero era el momento de no callar más. Por eso las miradas pasaban rápidamente de él a nosotros como esperando que reaccionáramos al momento. Como eso no sucedía y permanecíamos impávidos, sospecharon que no nos inquietaba su rabieta. Que, tal vez, estábamos aprovechando para que se autodescubriese lo más posible, que era nuestra real pretensión de la visita. Y que, en ese caso, era prudente dejar para después las consecuencias de lo acontecido y así  ganamos más confianza en ellos.

En un momento, cuando sus ideas se le agotaron y ya comenzaba a ser repetitivo, fue el momento de interpelarlo porque empezó a ser aburrido. Tampoco le estaba favoreciendo su forma de hablar. Aunque se cuidaba de no usar términos y conceptos aprendidos literal y mecánicamente, en tediosa cátedra propia de adoctrinamiento insurgente. Era evidente que incluía la verborrea de guerrillerada raza.

Entonces dijimos unas cuantas palabras de conclusiones y de nuestra mejor disposición para ayudarlos y dirigirlos con la mejor destreza si llegase a ser innecesario un combate defensivo de toda la Base Aérea. Que les reforzaríamos la dotación de armamento. Pero lo más importante era que debían deshacerse de las dudas que había propalado el General Rumor.
Dentro de la cual estaba el desconsolante comentario de que les suspenderíamos su licenciamiento próximo aduciendo la indispensable necesidad de defender la Base con ellos, como tropas ya entrenadas y veteranas.

Que otras tropas habían sido alistadas en las demás bases de la FAC para ser llevadas rápidamente por vía aérea si lo necesitáramos. Eso sólo era parcialmente cierto. Pero les impactó tanto que se relajaron completamente y hasta expresiones de agradecimiento demostraron por nuevamente ser considerados con sus preocupaciones y necesidades. Habíamos ganado total confianza y, por supuesto, descubierto la vía de la fuga de la información y al desleal traidor.

Las consecuencias. Después supimos que ese enemigo ya había conquistado a algunos miedosos que fueron neutralizados por la mayoría de sus mismos compañeros. El sacado del anonimato se vio tan supervisado que captó que su situación podía serle peligrosa. Por ello decidió desertar unos pocos días después.
Lo que no calculó era que el ir a buscar acogida y protección con sus compinches, era lo más fatal que pudo hacer  por haberse dejado poner en evidencia. lo mismo que los otros casos anteriores y a contados sobre asuntos logísticos y de seguridad. Desafortunadamente muchos de los guerrilleros rasos ingenuos y por ello amenazables o embaucables, creen que en la cultura insurgente existe la lealtad completa, sin darse cuenta que es al contrario.
Si quieren atemorizar o cobrarse una venganza, por algo ínfimo, como el comerse una panela sin permiso, la solidaridad no existe. La brutalidad es su único y exclusivo método de lograr adhesión. Método que llega al fusilamiento por simple gusto y como doctrina regular de ejercer la autoridad brutal.

A pesar de que tratamos de hacerle un detallado seguimiento de inteligencia, su existencia fue, en adelante, totalmente desconocida para nosotros. Como si hubiese pasado al similar hermetismo que se da en el sepulcral silencio de los difuntos.
     

Insignias de General.

Los visitantes. Con motivo del suceso, llegó a Tres Esquinas toda una constelación de Barras, Estrellas y Soles, a averiguar por lo que había acontecido. Casi todos del Ejército pues, parece que la desgracia de esa unidad les hizo caer en cuenta que Las Delicias existía y su historia. Tal vez recordaron lo que habíamos sugerido y que, el comandante del batallón de La Tagua, que dependía de ellos, había solicitado, replegar ese destacamento demasiado avanzado hacia las fauces del enemigo. Lo que también había sido negado desde Bogotá, como él mismo nos lo confirmó.

Por supuesto que esa sugerencia era contraria a nuestra idea de que las FF MM deberían ser de desconcentración. Pero una la retirada planificada, cuando un caso específico lo indique de apropiado, es una demostración de acertada táctica de combate. En lo militar no todo es absoluto y siempre fluctúa entre lo garantizado y lo indefinido. En eso se basa lo que el General Mosquera solía recordar: La castrametación. O cuando Bolívar combatió a los centralistas de Nariño. Siendo él ferviente seguidor de esa doctrina. Pero que le era indispensable para que Camilo Torres le volviese a dar otro Ejército para liberar a Venezuela y luego a la Nueva Granada. Y las tres cosas las logró.

Extrañamente no se dirigían a La Tagua, donde está aposentando ese batallón subalterno del Ejército, responsable de esa destruida unidad militar, para pedir razones. Llegaban a Tres Esquinas, quienes no teníamos bajo nuestra responsabilidad dicha Base. Además de que estábamos totalmente por fuera de la línea de mando del Ejército.

Se notaba que algunos tenían la presunción de encontrar algo en que hubiésemos fallado para descubrir un culpable en quien descargar las consecuencias y desviar la atención de las causas periféricas y contribuyentes. Las que pudiesen llegar a estar próximas a alcanzar a las órbitas al centro de Vía Láctea. Por ello, les era importante encontrar las que dirigieran las responsabilidades hacia afuera del centro de la galaxia.

Los mismos que nos obstaculizaban son sus dudas, falta de decisión y leguleyadas, a quienes estábamos en la periferia del cosmos nacional y donde realizábamos las verdaderas operaciones de combate. Éramos los cometas errantes pero atrapados por la poderosa fuerza gravitacional de mil soles. Seguía latente la doctrina del EMC que habíamos conocido.

Los altos mandos y las autoridades de control. En esos mismos vuelos comenzaron a llegar, con los muchos altos mandos militares, autoridades de supervisión interna, que estaban interesadas conocer, de primera mano, tanto lo que había acontecido como lo que estábamos haciendo. Los atendimos a todos en la mejor forma. En especial a las autoridades civiles de control del estado y otras personalidades, a quienes les dimos la información preliminar. Con ella nos debían adelantar las investigaciones de tipo penal, disciplinario y administrativo, por todo cuanto presumían que no habíamos actuado con la debida suficiencia, prontitud o acierto. O hasta también un factible exceso.

No prevalecía el principio de la buena fe y menos el de la presunción de la inocencia. Y eso que ya teníamos nueva Constitución Nacional. La prioridad era la vieja tradición de pensar, de antemano, que siempre las cosas están mal hechas. Evaluadas por quienes casi nada saben del asunto y observan los toros desde la barrera. Si mucho desde el burladero. La idea era la de encontrar alguna deficiencia en el apoyo que dimos. Ya fuese por defecto o por error en nuestras decisiones y procedimientos. No importaba que esa deficiencia fuese consecuencia de órdenes dadas por ellos mismos. De esa forma buscaban un San Benito en quien direccionar las culpas para reducir la posibilidad de que alguien descubriera que gran parte del error había sido el producto de sus mismas actuaciones.

Esos organismos de control estaban más concentrados en lo que faltaba por hacer, así fuese en lo que no podíamos hacer por insuperable deficiencia de recursos, que en lo mucho que habíamos logrado con los pocos medios disponibles.

Después de eso terminó la parte bélica. Se inició la batalla más difícil para un soldado, la jurídica. La tropa teme más al enemigo interno que al externo. El último puede acabar con su vida en un instante. El otro le ocasiona una agonía eterna. Aunque la institución militar solía dar respaldo a sus hombres en lo militar, en cuanto a lo judicial ignoraba demasiado a sus subalternos. Todo cuanto fuese relacionado con las investigaciones administrativas o penales se hacía bastante la desentendida. Dejaba que el involucrado se defendiese, a título personal, ante los entes investigadores y de control cuando se traba de la procuraduría, la contraloría, la fiscalía y demás. Hasta permitía que la justicia penal militar fuese relevada o suplantada por la jurisdicción ordinaria. Además de dejar que el afectado costeara, de su propio pecunio, que normalmente es solo el salario, los gastos de defensa.

No importaba que lo que debía investigarse fuese producto de su desempeño profesional como causa y razón del servicio. Y cumpliendo su deber y órdenes. Eran dos enemigos. Las balas y los tribunales.

Los tribunales

El General Comandante General. Después de esa avalancha de lumbreras cósmicas, que nos azotaban con sus coletazos de destellos fugaces, días después, con los ánimos y las emociones más apaciguadas y de último, llegó el astro que más alumbra: El Comandante General de las FF MM.
La máxima antigüedad y autoridad militar en la nación. Era el personaje más importante que nos visitaba. Después del Ministro de la Defensa, cuando fue a inaugurar la planta de tratamiento de aguas, un cargo político. El Comandante General, en el fin de  año anterior, había estado, momentáneamente, en la unidad llevando una delicada cortesía de regalos navideños para la tropa.  

Afortunadamente, era una persona permeable y sin prevención. Como no se hizo o, hasta, ordenó que no se anunciar su visita, como es el protocolo militar. Por ello no teníamos previstos ni le hicimos los obligados honores ceremoniales que ordenan los reglamentos. Llegó como una persona corriente sin preaviso. Personaje comprensivo y sin esa actitud precalculada y perseguidora de los rangos inferiores que acostumbran demostrar sus altos poderes a los subalternos para afincar su autoridad, por vanidad o para deslumbrar favorablemente a sus superiores.

Nos impresionó con su actitud amable, receptiva, deseosa de saber sinceramente y sin ningún prejuicio preelaborado, la realidad de nuestras circunstancias en la primera línea de batalla. Con el deseo de aportar para solucionar y apoyar, en lugar de hostilizar y de acusar. Con un pensamiento proactivo, permeable, racional, comprensivo y contribuidor. Sin deseos de persecución ni recriminación. Facetas propias de un buen líder que acompaña a quienes sufren los apremios más directos de la confrontación.

Los que le antecedieron. Los anteriores mandos también habían llegado expresando, de antemano, sus intenciones en ese mismo sentido. Pero era evidente que esas explicaciones no pedidas ni necesarias para con un subalterno, eran postizas y solo debidas a la gravedad de lo acontecido. Preferíamos el silencioso lenguaje actitudinal pero convincente del Comandante General, al del poco creíble de los demás mandos locuaces por ceremonialismo. 

Nunca antes se habían interesado por la realidad que se vivía en esa región del país, a pesar de haberla puesto en evidencia con nuestra sugerencia de replegar la Base de Las Delicias. Las solicitudes fracasadas de apoyo de combate con eficaces bombardeos y la ambigua respuesta a nuestra solicitud de retiro del puesto de infantería de aviación del municipio de Solano. Además de la mencionada reducción del equipo aéreo que apoyaba a la FUTACAL.

Estaban inquietos. No por la amenaza real sino por las críticas que surgían como relámpagos en los medios de comunicación. Las mismas que eran la comidilla de la eficacia institucional en la capacidad de combate y en el control de la amenaza pública armada de los grupos terroristas fortalecidos en esa área de la nación.
Se interesaban más por complacer y evitar las críticas de la prensa y los medios noticiosos, que a las doctrinas y los análisis militares.

El diálogo. El General Harold Bedoya nos propuso un diálogo cordial y eso nos abrió las puertas para intentar poner en evidencia lo que tanto nos inquietaba y teníamos reprimido. Llegó directo a la oficina. Después de una corta introducción de lo acontecido le explicamos los hechos. Escuchó con atención sin dar ninguna apreciación ni valoración.

Nos dijo que deseaba dar una caminata por la Base Aérea para crearse una idea de cómo era. En ocasión anterior había estado en la Base pero solo unos cortos minutos porque estaba en gira por la región llevando un mensaje de navidad para los soldados, y por eso no la conocía.

Con su moderada calma y serena actitud, que contrastó con las de los anteriores, nos dio confianza para dialogar con la tranquilidad de ser más un apoyo que otra preocupación adicional a las tantas que habíamos tenido y que nos habían traído. Aunque parecía tener en su mente problemas graves que debían ser los habituales de su pesado cargo.

Por eso lo invitamos a tomar un refresco caminando la corta distancia desde la oficina donde estábamos al casino de oficiales. Podía ver las instalaciones. Además de lograr un ambiente más relajado, por fuera del acartonado y la fría atmósfera de los despachos militares.

El casino está sobre el sereno y majestuoso río Orteguaza. Su terraza posterior brinda una bonita vista sobre el cauce y donde se ve la selva densa que cubre la otra orilla. Notamos que le había gustado la vista porque se quedó en silencio contemplando la densa naturaleza. Nos preguntó que si esa era ya la jungla virgen del Amazonas, como para captar de cerca al ambiente en que vivíamos y la situación más real de nuestro entorno. Estaba impresionado por su proximidad y la forma de cómo rodea todo el complejo militar en un abrazo de indomable gigante natural.

Los supersónicos. Mientras tomábamos el refresco, contemplando la abrumadora jungla, nos informaron que una escuadrilla de aviones Mirage había salido de la Base Aérea de Palanquero, ubicada en la Dorada, Caldas. Procedían a hacer una pasada baja sobre Tres Esquinas en un acto de solidaridad y demostración de fuerza para levantarnos la moral.

Pensamos que había sido, quizás, iniciativa del Comando de la FAC en esos momentos difíciles que nos había dejado el combate de las Delicias. Era factible que fuese para ratificar lo que nos había dicho cuando nos comunicó el nombramiento para esa Base Aérea, de contar con su respaldo y apoyo. O que, conocedor de la visita del Comandante General, quiso que se enterara del fuerte respaldo con que contábamos de parte del alto mando de la FAC. Todo era probable pero la diferencia estaba en que nunca, por esa unidad fronteriza, hacían presencia aviones supersónicos, que son la máxima expresión de poder aéreo en la nación.

Era una situación, para nosotros en Tres Esquinas, inusual y extraordinaria. Claro que para el personal de la unidad también fue motivante e impactante. Se dieron cuenta que el risueño proyecto de un CACOM era más serio y determinante que lo que les había parecido cuando se lo informamos.

Recordamos la falta que se nos había hecho esos aviones cuando nuestros hombres habían destruido los laboratorios de Remolinos. Y de cómo se nos había obstaculizado para negarnos el apoyo aéreo de bombardeo, que de seguro habría disuadido el ataque a Las Delicias.

La oportunidad. Se nos ocurrió que era la oportunidad especial para poner en evidencia las limitaciones que teníamos para combatir con efectividad. Las debidas a los complejos procedimientos para obtener una autorización de apoyo de bombardeo cuando era necesario.

Para que no se asustara, con la retumbante sorpresa que produce el fuerte ruido de las turbinas, le hicimos saber el inmediato sobrevuelo bajo de los aviones. Algo incrédulo nos pidió que le ratificáramos esa información. Entonces le explicamos cómo los aviones, que estaban próximos, en poco tiempo pasarían en formación de escuadrilla de alta velocidad sobre la Base en un acto de acompañamiento. Así fue. Aún estábamos hablando cuando aparecieron sorpresivamente los aviones en vuelo bajo sobre la selva, casi rozando sobre las copas de los árboles del otro lado del río, dirigiéndose directo hacia nosotros. Pasaron raudos a poca altura con un gran rugido de turbinas, impactando con su impresionante velocidad y demostración de fuerza.

Como la provocada por uno solo de ellos, y estos eran dos, durante el discurso de Timochenco en la ceremonia de firma del acuerdo del gobierno con las FARC en Cartagena. Algo similar a las demostraciones aéreas en la Feria Aeronáutica en Medellín.


Mirage

Después del paso de los aviones, le explicamos que en muchas ocasiones valiosas se requerían la toma de decisiones inmediatas para hacer uso de la potente capacidad de fuego de los aviones lo cual no siempre era fácil. El procedimiento no se podía demorar porque consumían mucho combustible que necesitaban para el regreso al centro del país después de un ataque. Y nosotros estábamos casi en la frontera.

Lo que no sabía. El General nos preguntó que si nosotros lo hacíamos cuando los motivos lo ameritaban. Por la pregunta nos dimos cuenta que no estaba enterado que era él la única persona que tenía la potestad para ordenar o autorizar un bombardeo. Vimos que debíamos explicarle, con respetuosa diplomacia, sobre esa orden.

Además de que las solicitudes se debían procesar a través del Centro de Operaciones FAC lo que complicaba el trámite. Era difícil que una persona ocupada pudiera atender asuntos tan ocasionales, alejados del teatro de las operaciones y sin el debido conocimiento de circunstancias que surgían en forma repentina. No se podían evaluar asuntos propios tales como la oportunidad, la sorpresa y la flexibilidad, principios fundamentales de la guerra. Se quedó meditando un momento el asunto para, luego, añadir que había que revaluar esa situación.

Le dijimos, usando la cordial confianza infundida, lo que en Bogotá sus subalternos no hacían. Porque según ellos eso era evidenciar una falencia o, como mínimo, una incomodidad para el comandante. Pensaban que serían vistos como un irrespeto a su autoridad. Anacronismo que riñe con todas las teorías del manejo de un conflicto y la eficacia demandadas por las circunstancias sobre el uso del poder militar.

Por eso siempre hemos pensado que el conflicto interno colombiano tiene muchas complejidades que lo prolongan sin razón. Las graves deficiencias de gobierno para el desarrollo nacional. Falta de liderazgo político sobre orden público y seguridad nacional. Desconocimiento del adecuado empleo del poder político/militar. Y desaprovechamiento de la eficacia, la moral y patriotismo con capacidad de combate de las FF AA.

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