AERONAUTAS Y CRONISTAS

viernes, 1 de junio de 2018

31. ENTRE LEONES Y RATONES


31. La Llegada. En vuelo lento, muy bajo y casi tocando el piso. Las ráfagas de los rotores avivaban las cenizas, apartaban los árboles agitando las ramas, levantando hojas y polvo, en diabólicos remolinos. El peligro era latente pero seguíamos vivos, ni un disparo ni explosiones ni gritos, nada. 
El helicóptero se deslizaba, cual ángel de la noche explorando entre las ruinas de una antigua civilización extinta. Creímos estar en un lejano asteroide en búsqueda de una patrulla perdida durante una fallida exploración espacial. Con las lámparas alumbramos las construcciones incendiadas, los rincones y las destruidas torres de los valientes vigías.


La destrucción.

La pegajosa humedad, con fétido y penetrante olor sepulcral, entró por las puertas laterales de los artilleros. Era el vaho de los cadáveres que convertían el aire en irrespirable y nauseabundo gas. Nos invadió la desolación y el espectro de la muerte.
En la plaza de armas, llena de cráteres por el intenso bombardeo, antes cancha para deportes, yacían 18 cuerpos: 5 incinerados junto a las trincheras, 8 caídos dentro de las ruinas y 5 ahogados en la orilla del río. Las víctimas de un cruento final.

El fuerte e inevitable viento de la máquina, agitaba a los heroicos patriotas, inmolados pero no vencidos. Inermes, cubiertos con los harapos del equipo militar. Algunos, con los ojos abiertos en sus pálidos rostros, mostraban el último gesto de valor. Nos aproximábamos al tiempo que nos empeñábamos en detectar cualquier señal de peligro.

Repentinamente, notamos ligeros destellos de luces titilantes con suaves movimientos en la oscuridad. De inmediato detuvimos el vuelo pensando en un ataque directo. Giraron las ametralladoras, quietud, máxima alerta y tensión con los nervios a punto de reventar. Solo el silbido de las turbinas y el golpe seco del rotor, pero no se escuchaban disparos.

Como sombras surgiendo de tumbas, comenzaron a aproximarse unas siluetas arrastrando los pies y levantando los brazos en actitud de suplicantes zombis. Caminaban tambaleantes implorando ayuda. Cuando el potente chorro de luz del reflector del helicóptero los cubrió, aparecieron sus fantasmales figuras.

Encontramos lo que habíamos venido a buscar desde el lejano Guaviare. De donde habíamos partido esa tarde, a muchas millas de distancia de la amazónica selva al oriente del país, sin saber lo que nos esperaba. Eran los sobrevivientes de la arrasada Base Militar de Las Delicias, sobre el río Caquetá. Parecían seres del otro mundo que solo el brillo de sus ojos lo negaba, porque el resto era igual: lodo, hilachas, sangre, sudor y lágrimas.


Ruinas calcinadas.

Aterrizamos casi a las siete de la noche entre lo que había sido su albergue. Caminé hacia ellos para coordinar el embarque y me sorprendió un Teniente médico de la Armada acompañado de un enfermero y 22 heridos. Había llegado antes que nosotros, subiendo por el río, desde la Base Naval destacada en la frontera con el Perú. Algunos, en estado grave, tenían no menos de 4 y 5 impactos de bala en distintas partes del cuerpo; otros intentaban caminar aunque solo conseguían arrastrarse.

Debíamos partir pronto, el enemigo podía estar acechando cerca. Unos acostados y otros sentados, pero al final no cabían todos en el helicóptero. Prioridad, se abordaron los más graves. Ningún soldado deseaba quedarse a la espera de otro vuelo y confundían al oficial con sus gritos de angustia. Era una situación inevitable así fuese dolorosa. Los menos afectados para después.

Mientras tanto, mi Capitán al mando del helicóptero, había abastecido la nave con los últimos 50 galones del combustible de reserva que habíamos llevado en los bidones auxiliares. Aceleramos los motores y despegamos mientras yo miraba por la ventanilla a quienes se quedaban por falta de cupo.
En sus ojos se veía la angustia de tener que soportar el miedo de permanecer otra horrible en ese lugar. Volamos hacia la Base Aérea de Tres Esquinas.

En la cabina había un aire nauseabundo que emanaba de las heridas descompuestas, que se mezclaba con el acre olor de la sangre. Y el sulfuroso humo de las armas, que impregnaba sus cuerpos, empapados con el sudor por el fuerte calor tropical.
Además de los lamentos y el negro abrazo de la oscuridad de un infinito espacio selvático. Era como estar en el infierno. Al instante perdimos de vista la diferencia entre el cielo y la tierra. Era el panorama de un mundo sin horizontes.

Trincheras. Últimas defensas.

Los primeros rescatados. Treinta minutos después llamamos: Torre Tres Esquinas, Tres Esquinas; helicóptero FAC 4122… FAC 4122. Contestaron: Siga FAC 4122, Control Tres Esquinas”. Informamos la hora de llegada y el número de heridos.
Encontramos un punto de luz en la distancia en medio del mar de árboles. Era nuestro lugar de aterrizaje en la oscuridad, la Base Aérea del GASUR. Señalizado solo con los medios de iluminación disponible en el lugar. Mecheros, luces de algunos vehículos y linternas, hacían de precario faro de navegación visual y señalero del lugar de aterrizaje. 

Adicionalmente habían puesto en operación todos los pocos medios disponibles para ayudarnos. Habían prendido el alumbrado público, las dependencias y viviendas, para que en algo nos sirvieran de orientación. Se pretendía crear una mancha de luz en medio de la infinita selva.

Tres Esquinas era una Base Aérea enclavada en medio de la jungla con el fin de hacer presencia nacional y desarrollo fronterizo. Misión asignada desde el ya olvidado conflicto con el Perú y por ello sin dotación como unidad de combate y poder aéreo.

Aterrizamos y pronto, aparecieron las destellantes luces de las ambulancias mezcladas con las voces de los médicos y las enfermeras. Hasta aquí había llegado nuestra ayuda esa noche y nuestro relato. Nos teníamos que alistar para continuar el rescate al día siguiente.
Hasta aquí el relato del Mayor.

El avión ambulancia. Sin embargo, para nosotros no era el fin de tan dramático rescate. Faltaba trasladar a los heridos a un centro de salud con adecuados servicios.

Fuimos enterados del vuelo del helicóptero desde San José del Guaviare directo a Las Delicias. Sabíamos que debíamos estar listos para recibir los heridos y darles la mejor atención en nuestro pequeño hospital durante esa noche. Mientras, al otro día, podía llegar un avión ambulancia para trasladarlos a Bogotá, donde podían recibir mejor atención.

Cuando esa noche llegaron los primeros heridos, sentimos muchas cosas. Lógicamente, lástima y congoja. Teníamos que mantener el control y un dominio para poder actuar con racionalidad. No queremos decir que el comandante deba tomar una posición de insensibilidad. Todo lo contrario, hay que mantener la cordura, la lucidez para actuar con el mejor tino. Lo cual no significa que no sea consciente de la barbarie y el dolor de sus hombres.


Funeral para un héroe.

La tripulación del helicóptero, de por sí, había hecho mucho ese día por rescatar a los heridos. Incluso había actuado por fuera de las normas de vuelo, ya que no estaba dotado para operación nocturna. Y, sin embargo, en una descomunal entrega, había arriesgado su vida, ignorando las severas normas aeronáuticas, para ayudar a los heroicos soldados heridos.

Las condiciones meteorológicas empeoraron con nubes bajas, espesa neblina y algo de llovizna, que no permitían otro vuelo seguro del helicóptero. Igual que la noche anterior. De por si esa operación había sido muy peligrosa y antirreglamentaria. Indisciplina de vuelo que normalmente se castiga con mucha severidad. Pero ante estas necesidades, mirábamos para otro lado y teníamos que ignorar muchas reglas sacramentales. Ya que ni el helicóptero ni la tripulación estaban equipados para operación nocturna.

De todas formas le preguntamos a la tripulación si podía efectuar un segundo vuelo a lo cual respondió que no era posible a costa de correr grandes riesgos contra la seguridad. Igual que la tripulación de la escuadrilla de aeronaves que había hecho el apoyo aéreo de combate la noche anterior.

Comprendimos perfectamente la explicación. Ante tal posibilidad no se ameritaba arriesgar a una tripulación sana, una aeronave en perfectas condiciones de operación, además de la vida que los heridos que pudiera rescatar. En caso de accidentarse la aeronave, en lugar de ser una ayuda sería otra pérdida prevista.

Esa noche no hicimos más vuelos de rescate con el helicóptero y los heridos que no pudieron ser recuperados esa noche debieron esperar hasta el otro día. La situación era desesperante. Era lo mejor que podíamos hacer ante la falta de recursos aéreos para ejecutar otras maniobras de rescate. Los que quedaron fueron rescatados al otro día cuando las condiciones fueron favorables.

Las normas no pueden ser absolutas cuando son superadas por las exigencias de un deber mayor. Aspectos que solo se pueden evaluar en el momento en que se presentan. No tiempo ni mucho que pensar, solo decidir bajo condiciones de altísima exigencia y riesgo.
Circunstancia que tampoco son vistas por los posteriores jueces de los hechos, desde los cómodos lugares y tranquilos ambientes de las oficinas y los poco comprensibles tribunales. Sin los apremios de las situaciones. Aunque lo legal es fundamental, está por abajo cuando hay excepciones legítimas. Las mismas que confirman las reglas. Y dentro de esos motivos está el ayudar a la sobrevivencia. De quienes no solo son seres humanos, sino que han arriesgado lo más valioso que poseen, su vida, por la máxima causa, la patria.

El avión. Estábamos en eso preparativos, ya de noche, cuando recibimos una sorpresiva llamada por lo extraordinariamente inusual. Nos llamó, desde Bogotá, el Señor General Jefe de Operaciones Aéreas, para informarnos que tenía la posibilidad de ordenar un vuelo nocturno con un avión Hércules ambulancia, transporte pesado, para que aterrizara en el GASUR.

Operación altamente riesgosa porque no era de configuración regular. Sabía que nuestras facilidades aeronáuticas no estaban dotadas para tal operación nocturna. Que disponía de una tripulación de un pesado transporte militar, entrenada en operaciones de esa naturaleza, exclusivamente militar. Un avión Hércules C-130. Pero que aunque conocía el procedimiento, no estaba actualizada. De todas formas era peligroso. Aunque le habían asegurado que podían hacerlo con seguridad. Nos confesaba que estaba pensando en cosas no tan ortodoxas. Vimos que si nosotros corríamos riesgos por alejarnos de los dogmas, nuestros máximos comandantes también. Las cosa estaban cambiando ya mucho en el nivel central. 

Que maravillosa entrega la de estos pilotos militares. Como lo demostraron las tripulaciones de los aviones, que ametrallaron la anoche anterior. Y la del helicóptero que rescató a los heridos del lugar de combate. Más la de nuestro General. Todos querían ayudar a los heroicos soldados. Que habían puesto mucho, más que nosotros.

El poder militar no está en lo que hace uno solo hombre, sino en el empeño grupal. Y hemos jurado no abandonarnos nunca. A los subalternos, los compañeros y a los superiores. Ejemplo que nos era un gran estímulo para seguir luchando. Ya fuese buscando agua o combatiendo.

Para ello el Señor General nos pidió opinión en cuanto a la gravedad de los soldados. Y si la condición médica, para salvarles la vida, justificaba correr tan alto riesgo. Le pedimos que nos diera un momento para consultar con los médicos.
Ellos nos aseguraron que si no eran evacuados con prontitud, de seguro, algunos, podrían fallecer esa noche.
Ellos también habían consultado antes la opinión de los médicos de la Armada Nacional que habían llegado a Las Delicias y por su intermedio ya sabían bastante sobre el asuntos.

Así se lo hicimos saber al Señor General quien, ante tal panorama, ordenó al instante, el vuelo.

Transcurrida una hora, después del arribo del helicóptero, cuando, desde lo profundo del negro cielo, se escuchó el distintivo rumor del avión ambulancia que se aproximaba. No lo veíamos ni entendíamos cómo conseguiría aterrizar, más si lo sentimos sobre nosotros trayendo una esperanza de salvación. 

De repente y cuando más próximo se sentía, la potente luz de una bengala abrió un gran hueco en lo alto de la ignota y oscura bóveda celeste e iluminó el espacio. Instantáneamente la noche se había convertido en día. El avión apareció suspendido en el aire, dentro de una resplandeciente burbuja de luz, cual aéreo y musculoso dios griego que, con las alas abiertas, acude a cubrir a sus guerreros.


Dios alado con destellos de fuego.

Su silueta en cruz giró majestuosa para aterrizar, contrastando con el negro fondo del firmamento. Cuando tocó tierra, dejó en claro su llegada con un potente chirrido de ruedas y frenos, soltando una nube de humo del caucho quemado de sus ruedas y los motores rugiendo a máxima potencia para contener la pesada y veloz mole salvadora.
Sus hélices brillaron en cuatro grandes círculos reflejando los últimos destellos en el horizonte de la bengala, que ya se aproximaba a ser engullidas por la selva.

Todos nos unimos a la celebración con gritos de espontáneo júbilo. Lo había logrado y los sobrevivientes se salvarían. La tripulación había hecho una impecable maniobra de acercamiento, aproximación y aterrizaje en medio de tanta oscuridad.
Habían aportado su espíritu patriótico, técnico, profesional y de capacidad aérea. Militares que merecen reconocimiento porque ponen en alto, de manera silenciosa, rutinaria, valiente y sin alardes, el poder aéreo nacional.  

Rápidamente embarcamos a los soldados de nuestro valeroso Ejército y, a la media noche, despegó desapareciendo nuevamente en el oscuro velo. Exhaustos y complacidos respiramos profundo por la satisfacción de una nueva misión cumplida con aquel fatídico rescate. Nuestro mejor premio fue el saber que estos hombres pronto llegarían a un lugar donde curarían sus heridas debidas a su invaluable lealtad y entrega a la patria.

Después las cosas comenzaron a cambiar significativamente para las Fuerzas Armadas en su lucha contra los inhumanos y violentos. El cansancio no lo sentíamos porque nos embargaba la adrenalina y el gratificante estímulo del deber cumplido.

La persecución. Después de esos hechos, se envió una fuerza de combate en persecución de los atacantes. Acción que es bastante difícil en medio de la inmensa jungla y por ello las probabilidades de éxito eran casi que imposibles. En especial por el efecto de dispersión y mimetismo selvático. 
Sin embargo, como ocho días después, se lograron capturar algunos enemigos y causarles daños considerables a su vital logística.

Unos de los materiales confiscados fueron, debido al abandono en fuga, equipos y algunas bolsas plásticas con varios kilos de munición para fusiles. Dentro de los morrales de campaña dejados, se encontraron valiosos documentos . Dentro de ellos una libreta donde habían anotado en forma muy detallada de cómo habían planeado el ataque.

Se incluía el número de hombres, cuadrillas a participar, lugares de reunión inicial, formas del planeamiento, los lugares de concentración, vías de aproximación y la maniobra de ataque. También las fuerzas de apoyo, logística, trasporte, retirada y dispersión.  Incluso unos videos donde mostraban la maqueta que construyeron para hacer los entrenamientos y las diferentes prácticas de asalto.

El siguiente plan. Para nosotros lo más interesante fue una cartulina de color verde claro de un metro aproximado de longitud y medio de ancho.  Minuciosamente doblada y empacada dentro de tres bolsas plásticas para protegerlas de la constante humedad.

Se veía, por su empaque, que era un documento muy valioso. Estaba, al parecer en uno de los equipos personales de campaña de una guerrillera, pues contenía algunos otros detalles femeninos. Posiblemente por su meticulosa delicadeza femenina se la habían encomendado llevar.

Al abrirlo, pudimos ver que tenía dibujado a mano y con suaves trazos a lápiz todo un gráfico de nuestra Base Aérea. Era bastante detallado pero concentrado en los asuntos de importancia. El alojamiento de tropas, el hangar de aeronaves, los accesos camineros, carreteables y fluviales. La pista de aterrizaje, torre de control, casetas y torres de comunicaciones, plantas del acueducto y la electricidad y las oficinas de comando. Puestos de vigilancia, algunas trincheras.

Además las instalaciones auxiliares tales como casas, escuela, poblado de empleados civiles, iglesia, talleres y vías. Por supuesto, estaba muy definida la oficina de comando y la casa de habitación. Pero lo más llamativo era el alojamiento de tropas y los emplazamientos de armas, trincheras y facilidades defensivas.

Estaban planificando ya un asalto a nuestra unidad. Quizás el ataque a Las Delicias era una comprobación, a menor escala, de lo que demandaría una ofensiva contra nosotros, en una proporción diez veces mayor. En ese momento se nos hacía casi que imposible que ellos lo intentaran.

Pero ya era evidente que se estaban aproximando y tenían en estudio esa decisión. Tiempo después, cuando se tomaron la capital del Vaupés, Mitú, demostró que estaban alcanzando ya capacidades de combates de guerra regular. Así que nuestra amenaza no era despreciable.

El infiltrado. Lo más inquietante era la forma de cómo habían logrado reunir tanta información. Por supuesto que sabíamos de factibles  infiltrados. No que fuesen permanentes pero sí temporales u ocasionales. Tales como los arrieros, los pacientes del hospital, los colonos que esporádicamente nos visitaban, el indio vendedor de pescado en el puerto de Mandalay y otros. Pero tales detalles demandaban un buen conocedor de todo lo nuestro. Y ese debía ser alguien que habitaba y permanecía oculto dentro de nosotros.

Teníamos que detectarlo. De alguna forma debía descubrirse. Por supuesto que de quienes menos sospechábamos era de la tropa. Pues eran ellos los que serían la más afectados en caso de que tuviésemos que combatir y los primeros expuestos a perecer para defender la unidad. Dentro del amplio rango de posibilidades nada era descartable. Podríamos empezar por esa alternativa.

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