Cuando
uno Abre los Ojos
Plinio
Apuleyo Mendoza
El
desengaño de un revolucionario arrepentido
Crónica
comentada
Ideológicamente, experimento
una gran confusión. No sé qué ubicación darme. Sí de derecha, de centro o de
izquierda. Hasta hace muy poco, preferí definirme de izquierda. Cuando era
estudiante, y quizás todavía, entre ustedes mismos, el concepto izquierda se
asociaba con una idea dinámica de reformas sociales y de supresión de
injusticias. La derecha, en cambio,
sugiere conservación de privilegios indebidos y congelación de
injusticias ancestrales. La izquierda, a groso modo, significaba estar del lado
de los pobres. La derecha, del lado de
los ricos.
GAITÁN
De
Gaitán a Castro
Gaitán hablaba de cómo el rico
era más rico, mientras el pobre era más pobre. De cómo el oligarca citadino
liberal o conservador, explotaban el campesino liberal o conservador. Gaitán
aludía a las realidades verificables como las desigualdades sociales,
enmascaradas por el enfrentamiento entre los dos partidos históricos. Gaitán
asume, a su manera, una forma de lucha de clases.
Era un pronunciamiento
esencialmente emocional, pues más allá de sus ardientes protestas no alcanzaba
uno a percibir los perfiles concretos de su propuesta política. Pero tocaba una
fibra muy palpitante de un muchacho, pobre en un colegio de ricos, muy
sensible. Eso también tocaba a un condiscípulo suyo alto y tímido con la
semilla de la inconformidad que le sembraba Gaitán. La que se le quedó bajo la
sotana cuando se metió de cura. Y bajó su uniforme de fatiga cuándo se hizo
guerrillero. Era Camilo Torres
Nacía una sensibilidad
izquierdista que, con las lecturas marxistas, daría a esa elección pasional una
estructura ideológica. En 1951 tuve la impresión de estar asistiendo a un nuevo
amanecer de la historia. Desfilaba por las calles cantando himnos. Tendría que
esperar 20 años para saber los testimonios desgarradores e irrefutables que
vivían en Checoeslovaquia en el momento más terrible de las purgas del
estalinismo.
EL SACERDOTE CAMILO
El continente estaba lleno de
dictadores y, como culminación de este fulgurante proceso, llegó Fidel Castro a
La Habana. A la cabeza de una guerrilla triunfante. El fervor parecía haber
encontrado la respuesta justa a tantas frustraciones de las injusticias.
Me sumergí en aquel proceso
revolucionario con la entera convicción de que la historia de América Latina
había dado un paso decisivo hacia adelante. Entré, de lleno, en el delirio con
todos los fervores y deslumbrantes espejismos, por todo el continente, siguiendo
el modelo de Cuba y el Che Guevara. Fue el sueño de toda nuestra generación.
Vi, con deslumbrante estupor,
a un partido minoritario y marginal, el comunista de la isla, como se
infiltraba y tomaba posiciones estratégicas en el nuevo Estado. Pero no me gustaba
ver a los honestos compañeros que eran desplazados por otros menos capaces.
Simplemente, porque no se ganaban la confianza o no pertenecían al partido. La
adhesión popular era sustituida por la intriga, la delación, el espionaje
policivo y el encuadramiento ritual. Hasta en los desfiles y las
manifestaciones populares.
¿Porque
la guerrilla?
Pero aquellas cosas nos
parecían simples accidentes y nuestra fe en Fidel sobrevivió hasta que no nos
quedó duda que la revolución había sido desvirtuada. Aun así, con Allende en el
poder, estábamos emotivos y no quisimos ver los desastres de su gestión
económica, las colas, la sombría inconformidad de la clase media, la ruina de
la agricultura y de la industria, la moneda por el suelo, la penuria. No
analizamos nada, era una decisión pasional.
Pretendemos mostrar que la
ideología fanática suele nacer y anestesiar, en especial, la conciencia. La
enajena, impide el análisis ponderado de la realidad y de cómo participa de esa
alineación y ese maniqueísmo. Como simpatiza con lo socialista. Miraba con
recelo la derecha, aunque tuviese la claridad sobre lo comunista.
EL REDUCTO GUERRILLERO
Y con ese condicionamiento
sentimental de la izquierda, veíamos, en esos países, un panorama sombrío. La
línea del desarrollo gradual se rompió y se distorsionó gravemente. Ciudades
creciendo de manera tentacular, de barriadas viviendo del rebusque. La
inseguridad. Campos azotados por la violencia. El desempleo. El clientelismo
político, las instituciones inoperantes, la educación universitaria elitista.
Donde sólo se educan los hijos de la clase alta que tienen asegurado el mercado
laboral.
Entonces la guerrilla parecía
como la expresión inevitable de todo el deterioro económico y social. He aquí
que, examinando de cerca el hecho guerrillero, empezamos a abrigar las primeras
dudas sobre la validez de estos diagnósticos. Los que a la guerrilla le sirven
de caldo de cultivo como expresión de la pobreza y la miseria. Pero una cosa es
el caldo y otra su causa. Pobreza mayor que la de Colombia hay en otros países
y, sin embargo, no hay allí guerrillas.
Nota: es verdad que el
capitalismo no lograba corregir esas graves deficiencias con acierto. Pero que
el comunismo, cuando surgió como solución ideal y como lo más deseable en los
países donde se implantó, terminó produciendo peores defectos sociales.
Además, no es tan excluyente
nuestra democracia, porque quienes no sean liberales y conservadores no tienen
que buscar la vía armada para sus proyectos políticos. El partido comunista
tiene existencia legal y representación, con fuerza electoral, en el
parlamento, las asambleas y los concejos. Eligen alcaldes. Con periódicos que
circulan libremente, espacios en la televisión, influencia en centrales
obreras. Y pueden hablar sin que nadie se los impida. Y hasta combinar las
formas de lucha, tanto la legal como la ilegal.
¿Qué
hacer?
En Colombia gobernantes
honestos decidieron hacer aperturas políticas y sociales. Belisario Betancur
hizo aprobar la amnistía y el indulto para los guerrilleros a extremos difíciles
de sobrepasar. No obstante, nada de eso ha servido para menguar la lucha
armada. Por el contrario, se ha hecho más fuerte, más intensa y más extendida.
En El Salvador, Napoleón Duarte hizo una extensa reforma agraria y no consiguió
la paz
Nota: Porque la guerra ella se
enquistó de manera morbosa, emocional e irracional y por ello por fuera de toda
justificación lógica metal.
Leyendo los documentos de la
séptima conferencia de las FARC en 1982, se ven las cosas con más claridad. El
objetivo de la toma del poder. Es más qué reformas. Se trata de una revolución
marxista leninista. Lo dicen abiertamente. No es un secreto. La estrategia es
militar. Pasan de 29 a 49 frentes, con emboscadas, ataques a cuarteles y
destrucción. La otra es política. Cambiar la Constitución. Con partidos para
crear una conciencia revolucionaria en masa. La tregua no es un fin sino un
recurso táctico.
El proyecto que proponen es,
paradójicamente, el mismo que hoy está en crisis en el mundo. En Moscú, el
propio Gorbachov, dejó en evidencia como el sistema degeneró en una sociedad
estancada y fosilizada. Y en China, con estudiantes que se lanzan a las calles,
pidiendo democracia por la ineficiencia burocrática. Por la incapacidad para
producir riqueza, los privilegios de los dirigentes y la penuria del pueblo.
Todo eso se ve también en Cuba, Camboya, Rumanía, Polonia, Corea del Norte,
Vietnam, Angola y Mozambique.
EL FRACASO COMUNISTA
En Colombia la solvencia es
sólo para una minoría armada inconforme, cuyo único poder es económico y
militar, basado en el cultivo y tráfico de cocaína, los secuestros, el boleteo
y la vacuna. El dinero se utiliza en la compra de armas para incrementar la
capacidad militar. No para el beneficio social.
El tercer elemento es la
fuerza subversiva con un objetivo a largo plazo, el poder. Al paso que el orden
institucional y democrático no tiene ninguno, pues sólo es uno cada cuatro años
según el presidente de turno.
Entonces, nos preguntamos, que
es lo que se debemos hacer. La única respuesta es que al reto militar, que
plantea la guerrilla, debe ser objeto de una respuesta eficaz en el mismo
terreno. Y a su reto pregonado reto político, el progreso, que realmente no lo
es, debe enfrentarse con otro también político.
Nota: Lo ideal es las dos
cosas al tiempo. Pero como el dinero siempre es escaso, tiene que ser primero
el orden productivo. El otro, el
progreso, le viene detrás. No al contrario porque sin concierto no hay
producción y por lo insaciable que es el ser humano. Que cuando quiere y se le
da de todo, sin que le cueste esfuerzo productivo, sin justificar el abuso, cae
nuevamente en el desorden improductivo. Para, nuevamente, exigir por la fuerza
regresando al comienzo. Y ese equilibrio solo se da, lo más aceptable y
retributivamente posible, en el capitalismo. Porque el comunismo es un
imposible humano.
La
otra revolución
El cambio es crear una mística
democrática frente a la subversión, cuando todo marcha mal. Pero eso es iluso.
Estamos necesitando una revolución pero capitalista y no comunista, pacífica y
no violenta, democracia y no tiranía, participación y no humillación.
Colombia no es un país pobre.
Es un país empobrecido por ausencia de una correcta estrategia económica. La
idea que nos ha nutrido a todos es que el Estado, y sólo él, puede resolver
nuestros problemas. Que la creación de riqueza se puede conseguir con leyes.
Cuando la realidad es que la riqueza proviene de la expansión de la capacidad
productiva. Por eso el Estado ineficiente se llenó de reglamentaciones y de
leguleyos que en lugar de facilitar entraban la producción.
Nuestro subdesarrollo no se
debe al intercambio comercial ni a las multinacionales ni a la inversión
extranjera ni a nuestra idiosincrasia o al clima tropical. Se debe a la falta
de la reducción del Estado qué tiene excesivos controles y regulaciones. Que
nos impiden competir en los mercados internacionales.
La verdadera fuerza
revolucionaria no es el Estado sino el mercado. El Estado dice regular la
actividad económica y, en realidad, la envuelve en una maraña de trabas. Dice
ser nivelador social y crea monopolios industriales con sus políticas de
favoritismo proteccionista. Con el despilfarro del clientelismo político y la
pésima administración de los servicios sociales. Es incapaz hasta de recoger las
basuras y si administra los ferrocarriles estos desaparecen. La iniciativa
privada y la libre competencia es el mayor empuje.
EL MERCADO MUNDIAL
El objetivo es crear las
condiciones de un capitalismo popular (Nota: Por medio de la democracia social)
haciendo a los trabajadores socios solidarios de las empresas. Miremos el
mundo. España, Unión soviética, China con sus modelos estatista comunista que
se derrumban ante la libertad a la competencia y a la privatización, que
registra índices de extraordinaria pujanza.
El dilema es cómo salir de la
pobreza sin violencia en un Estado devorador, burócrata y fosilizado ante el
modelo mundial libre y competitivo. Sólo basta comparar las dos Coreas, las dos
Alemanias, el horror de Camboya, Vietnam o Etiopía, comparándolos con los
países en abierto desarrollo al mercado internacional. O, la otra opción, es
seguir la vía del África dónde sólo existe la pobreza, la represión y la
violencia creciente. Seamos lúcidos.
No sigamos en esta historia
circular de los mitos en los que creíamos, para ver las cosas claras sólo
cuando llegamos a viejos. Hay una revolución en nuestras manos. Pero ella no
está en la cartilla de dos abuelos barbudos del siglo XIX.
Ustedes, que son todavía
estudiantes y son la generación del siglo XXI, asumen el reto de sacar a este
país de la pobreza sin cortar la cabeza a la libertad.
Nota: Y sin creer que ello se
logra colgándose en el patíbulo del terrorismo y el delito.
Porque el fanatismo
idealista basado en utopías de perfección, está demostrado, no termina en
ningún éxito ni logro valioso. Cómo le aconteció a Camilo Torres ni a los
países comunistas que han perecido en el intento. Debiendo mutar, finalmente,
para su vergüenza mundial, al capitalismo, democrático, social y moderado. Han
sido sus inútiles y dolorosos intentos, aunque heroicos por lograr el mundo
mental idealmente perfecto, pero que ignora el falible mundo real.
El comunismo es tan idealmente
bueno espiritual, del campo imaginario, que resulta malo imponerlo, a la fuerza
y ahora, al falible mundo humano y material. Todavía la civilización no está en
capacidad de lograr esos niveles de perfección en un solo y primer intento. Es
una meta tan elevada que tenemos que escalar por pasos sensatos y, aun, esta
distante. Enero. 2020.
Documento Histórico. El testimonio de Miguel Ángel Quevedo
Miguel
Angel Quevedo, Propietario y director de la revista semanal CUBANA BOHEMIA, fue
una figura decisiva en casi todos los cambios políticos que se produjeron en
Cuba antes de la llegada de Fidel Castro al poder. Se suicidó solo y repudiado
en 1969.
Bohemia
era leída en todo el continente americano y, por supuesto, la revista más
popular de Cuba por lo menos a finales de la década de los 50. Fue fundada en
1909 con el lema de “La revista que siempre dice la verdad”. Entre sus
principales colaboradores estuvieron los más grandes articulistas, ensayistas,
escritores y líderes de su época, como Jorge Mañach, R. García Barcenas,
Eduardo Chibás, Oscar Salas, Gustavo G. Sterling, José M. Peña, Fernando Ortiz,
Ramón Grau San Martín, René Méndez Capote, Agustín Tamargo, Gustavo Robreño,
Herminio Portell Vilá y tantos otros.
Un
ejemplar de sus “Bodas de Plata”, publicado en 1934, obra en poder de CONTACTO
Magazine. Es una verdadera joya de ese momento.
En plena
dictadura de Fulgencio Batista, Bohemia apoyó la revolución de 1959. El 26 de
julio de 1958 publicó el famoso “Manifiesto de la Sierra”. El 11 de enero de
1959 publicó una edición especial, con una tirada de un millón de ejemplares,
que se agotó en pocas horas, sólo once días después de la caída de Batista.
Con la
llegada de Fidel Castro al poder, la prensa cubana no tardó en sufrir la
ofensiva antidemocrática del nuevo caudillo. Periódicos, revistas, canales de
televisión y emisoras de radio fueron expropiados o clausurados. Bohemia no fue
la excepción. De inmediato se conculcaron todas las libertades fundamentales
universalmente aceptadas. Bohemia aún existe hoy día, como un vocero más del
gobierno de Castro, muy lejos de sus días de gloria.
Quevedo logró salir de
Cuba, pero con un horrible sentido de culpabilidad por haber defendido desde
Bohemia la revolución popular de 1959 y haber atacado a casi todos los
políticos, legítimos o no, que habían gobernado Cuba. Y sobre todo por haber
difundido o justificado todas las acciones de Castro.
Sr.
Ernesto Montaner
Miami,
Florida Caracas,
12 de agosto de 1969
Querido
Ernesto:
Cuando
recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi
muerte. Ya me habré suicidado — ¡al fin! — sin que nadie pudiera impedírmelo,
como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.
Sé que
después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán
presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis
errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable».
Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.
Culpables
fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores,
arremetiendo contra todos los gobernantes. Los buscadores de aplausos que, por
satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados
por la aprobación de la plebe, vestían el odioso uniforme que no se quitaban
nunca.
No
importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando
a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo
que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo
también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a
Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia,
porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente
hasta el campamento de Columbia.
Fidel
no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez.
Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por
estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder.
Los
periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo
Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la
Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el
asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.
Fue
culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía (la cual sacó a Castro de la
prisión tras el ataque al Cuartel Moncada). Los comentaristas de radio y
televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió
delirantemente en las graderías del Congreso de la República.
Bohemia
no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que
aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica
del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la
calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.
Fueron
culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al
régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que
se ocuparon más del contrabando y del robo, que de las acciones de la Sierra Maestra.
Fueron
culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra
a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba
a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al
Gobierno a entregar el poder.
Fue
culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las
fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros. Y fue culpable el Departamento
de Estado USA, que respaldó la conjura internacional dirigida por los
comunistas para adueñarse de Cuba.
Fueron
culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico. Por no ceder y
llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel
en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.
Fueron
culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los
cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, les hicieron el
juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas
elecciones.
Todos
fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y
pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro,
que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más
«virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.
Muero
asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Traicionado y abandonado por amigos a
quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles.
Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín.
Los
titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y
tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída.
Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos
eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo
de Mao Tse Tung.
Ojalá
mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que puedan
aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir
jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para
que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para
esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes
después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío,
con sus anuncios, a publicaciones tendenciosas.
Sembradoras de odio y de
infamia. Capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación,
o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de
odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.
Fuimos
un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros
pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Núñez de Arce
cuando dijo:
“Cuando
un pueblo olvida sus virtudes lleva, en sus propios vicios, su tirano.
Adiós.
Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono, con los
brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.
Miguel
Ángel Quevedo
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