LA HECATOMBE
MILITAR
Conscientes del gran
peligro que se corre cuando se tiene una fuerza militar conformada por muchos
hombres y dotados de armas de alta potencia, nuestras FF AA, en forma
espontánea, fueron creando sus propios reglamentos de disciplina y penal
militar.
Desde los primeros
días del nacimiento de la República.
Por ello han sido una
de las instituciones más avanzadas en el campo disciplinario y ético dentro de
la gran estructura laboral de funcionarios del Estado.
Con el general
presidente Rafael Reyes, en la primera década del siglo XX, las FF AA avanzaron mucho en la moral profesional
comenzando a estructurar una sólida doctrina y cultura militar. De tal manera
que la mayoría de las instituciones del gobierno quedaron atrás en tales
aspectos.
Hasta que a finales
del siglo XX se presentó en el congreso un reglamento disciplinario genérico
para todas los funcionarios del gobierno. Su principal promotor fue el congresista Samuel Moreno Rojas, en ese
momento. El después afamado alcalde de Bogotá por su corrupción en el manejo
presupuestal cobrando coimas por contratos.
Sabiendo que ya las FF
AA disponían de un bastante, perfeccionado
y funcional Reglamento Disciplinario, ellas consultaron si el recién nacido
reglamento anulaba el histórico y tradicional de las FF AA. Y si se deberían comenzar a aplicarlo.
La pregunta era por el preocupante temor que se vislumbraba en las diferencias entre los dos
reglamentos. Pues la nueva iniciativa era extremadamente débil y tolerante para
ejercer dominio y control de unas FF AA. Se tenía la incertidumbre de si la
anulación del viejo y eficaz reglamento militar, logrado por la vía de la
necesaria severidad, produjese relajamientos de dos aspectos tan importantes
como son la disciplina y la justicia penal militar. La respuesta determinó que el
nuevo reglamento anulaba y se sobreponía a las viejas normas militares.
No fue necesario
esperar mucho tiempo para comenzar a tener evidencias del daño causado con el desmembramiento
doctrinario y para mostrar las debilidades.
Los primeros indicios
fueron la forma como, lo no planeado pero sí real, algunas unidades se fueron
aliando con grupos de autodefensas, paramilitares y delincuentes para combatir
las poderosas mafias criminales del narcotráfico y a los insurgentes. Como lo
fue la guerra entre los mafiosos de Cali contra los de Medellín.
La de los dos clanes
mafiosos contra los subversivos y las autodefensas, que extorsionaban. Y la de las mismas FF AA contra
todos. Se aliaron hasta con el diablo con tal de lograr control de la situación.
La mayoría a título particular de algunos militares y policías. Otros pocos a nombre oficial, porque veían que a nivel institucional las FF AA estaban perdiendo a la guerra. Pero en una forma tan eficaz, pero ilegal, qué
hasta los mismos insurgentes comenzaron a temer.
Cómo fue el caso de
la condición principal que pusieron las FARC al gobierno, en los diálogos del
Caguán. La de desmantelar primero dichas organizaciones paramilitares para acogerse al perdón
que el gobierno les ofrecía. Porque sabían que ese mismo beneficio no lo
obtendrían de los grupos contrainsurgentes, organizados por particulares.
Posteriormente, para
acabar de agravar la situación. Un ministro de defensa civil, abogado pero
no diestro en milicias, Camilo Ospina, eliminó la justicia penal militar
pasándola a la jurisdicción civil. Erradamente creyó que de esa manera
controlaría tales desmanes.
Y como si eso fuera
poco, en el proceso de descuadernamiento de los dogmas, que deben regir a las
fuerzas armadas, se le ocurrió agregar, al mismo ministro, una resolución del
17 de noviembre de 2005, que otorgaba beneficios económicos, laborales y
profesionales extras a las tropas, de estímulo al combate, por el incremento de
resultados operacionales.
Se empeoró el daño
hecho y comenzó a surgir la hecatombe. En poco tiempo aparecieron los famosos y
temidos “Falsos Positivos”. Que cuando ya habían alcanzado un número increíble
de víctimas inocentes, se calcula más de cuatro mil, surgió la protesta social
y las consabidas acusaciones.
Tanto con pérdida
descomunal del prestigio de la institución militar, que ha sido muy respetada y apreciada por el pueblo
colombiano por años. Como las demandas penales y las indemnizaciones económicas
contra el Estado.
Los dirigentes y
líderes sociales, que promovieron esa intromisión de la política en los asuntos
militares, no sabían cómo se rige la vida castrense. Y
aunque se les hizo la debida advertencia, de todas formas, se atrevieron a
demoler los pilares fundamentales del poder militar.
Tal ignorancia
política, sobre la cultura militar, nos ha llevado a la actual y vergonzosa
situación. Donde una fuerza militar ha sido vencida y diezmada más en lo
político y por los jueces ignorantes de lo que es un cuartel y la lucha judicial,
que en el combate con las armas. Y han puesto en contra de las tropas a todo el
pensamiento colectivo nacional.
Son los altos precios
qué debe pagar una nación cuando sus dirigentes no están a la altura ni tienen la
formación que se requiere para la profesión castrense.
Será muy difícil y
largo reponerse de tan grabé desastre.
Pero, finalmente,
quién paga todos los platos rotos es el pueblo con la pérdida de moral y
espíritu de combate de las valerosas tropas que deben defenderlo.
También que, en esos errores, está el pueblo quien aporta a sus hijos para el indispensable
servicio militar, paga el sostenimiento de las tropas, pone a sus demás hijos
de víctimas y elige a los dirigentes públicos. Escogidos por el pueblo
con sus votos y con su Sagrada Fe en los principios democráticos. Pero víctima
de su propio invento.
Pierde por todas partes. Y a los políticos que destruyen a la organización militar nadie les cobra sus graves y maquiavélicos errores. Por eso es mejor que se cumpla el sabio y viejo refrán popular que dice: zapatero a tus zapatos.
Pierde por todas partes. Y a los políticos que destruyen a la organización militar nadie les cobra sus graves y maquiavélicos errores. Por eso es mejor que se cumpla el sabio y viejo refrán popular que dice: zapatero a tus zapatos.
Cuando la política
ingresa por la puerta del Batallón, la milicia sale disparada por la ventana
como bala de cañón.
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