INTRODUCCIÓN
A RELATOS
Las intimas relaciones entre los diversos hechos profesionales, entre ellos mismos y con nuestra
vida particular y de nuestra más profunda mentalidad, nos han hecho ver la necesidad
de dar constancia de ellos. Hemos estado aplazando esa decisión porque de no hacerlo
será casi que imposible comprender las razones de nuestros comportamientos. Que
con frecuencia parecían anacrónicos, descabellados y hasta irracionales.
Porque no se encuentra
relación ni justificación alguna para que dejáramos que esos hechos acontecieran
espontáneamente. Y/o hasta los propiciáramos sin que nadie lo supiese. En el primer
caso, porque ellos solos progresaban en la dirección que queríamos. En la segunda,
porque podíamos direccionar o provocar para que avanzaran al fin que
buscábamos.
Al ser plasmados en estas
crónicas y sabidos por los actores que en ellas participaron, ya muchos comprenderán
la razón de lo que, para esos actores, era nuestra extraña actitud, bastante enigmática
en su momento. Mas, para nosotros perfectamente clara. Dejándolos, incluso, pensar,
tanto antes como ahora, que lo contado es producto de actitud mitómana.
Aunque quienes los presenciaron
podrán decir, con total fundamento, si lo acontecido fue real, cuanta relación tienen
con la realidad o si lo contado es, en parte imaginación o novela. O, incluso,
ambas cosas y en qué proporción.
Dejamos al libre albedrío lo
que se quiera pensar o decir al respecto de lo narrado. Pues, al fin y al cabo,
uno de los fundamentos más dogmáticos de nuestra profesión es la cuidar, con toda
determinación, la sagrada libertad de pensar, expresar y actuar de los
ciudadanos. Con tanto celo que hasta los que desacuerden o estén en contra
podrán negar, pero sin lograr desmentir. Y hasta calumniar haciendo mal
uso de esa misma libertad. Será la conciencia colectiva y social, la llamada
Voz del Pueblo, quien diga quien tiene toda o la mayoría razón. Ya que
ella es el perfecto, acertado e infalible juez humano.
Narraciones sin ser historia.
Como no somos historiadores ni pretendemos serlo, no buscamos ni tenemos la
obligación de convertir los testimonios en un referencial fiel de los sucesos.
Por ello, aunque los hechos son reales, las apreciaciones son puramente
personales. Así tenga o parezca lo real, tener mucha relación con lo contado.
Hay que aceptar que algunos de
estos sucesos fueron ideados y ejecutados para nivelar los efectos adversos
contra nosotros por diversas razones. Que no es necesario buscar los
fundamentos del porqué ni que pretendían. Pues serán ellos, los mismos sucesos, quienes aclaren por
qué actuaban a su manera.
Contra ellos actuamos usando
el criterio de iguales y proporcionales efectos en la compensación. Sin que ellos
se percataran de que estaban pagando su imprudencia o agresión injustificada. Aunque
si nos daban satisfacción completa a la deuda contraída con nosotros. Provocando
que ellos se hiciesen víctimas de sus propias invenciones y descalificaciones.
Razón por la cual les era raro
y poco común que les soportásemos su hostilidad. Atropello que hacían de manera
burlona. Y respondíamos haciendo demostración de inmensa tolerancia, humildad y
alarde de gran debilidad de carácter o falta de autoestima. Hasta el punto que nosotros
mismo nos reímos, con ellos, de sus fabricados burlas en contra nuestra.
Así ellos creían que aceptábamos
y confirmábamos. Los hacíamos sentir con derecho y estimulados a continuar en
su altanero comportamiento para profundizaran en los deméritos. Y que éramos tontos
por aceptar y que no guardaríamos ningún sentimiento. Aunque, realmente, estábamos
era buscando eliminar las prevenciones. Como se dice en los cuarteles “bajar la
guardia”, a manera de retirada táctica. Dando la impresión de falta de
fortaleza y debilidad ante la amenaza. Cuando, lo pensado, era para llevarlos
al momento y la posición de oportunidad más favorables.
La mayoría de ellos no
actuaron con plena claridad de lo inapropiado de sus actos ni con
intencionalidad ni premeditación y menos por perversión. Muchos solo actuaron por
el instinto natural inconsciente del matoneo, la competencia o los celos propios
de la naturaleza humana entre las personas. Pero que, por ello, no dejan de ser
actos reales ni hostilidad sicológica.
Que en el campo militar llega, algunas veces, a ser física. De
considerable abuso retrogrado en el uso de la autoridad, la jerarquía y la
posición dominante con los subalternos. O el de algunos compañeros que se
consideran con el derecho de convertirse en dominantes altaneros de sus colegas. Y menos que,
por todo eso, se atenúen o deshagan o desjustifiquen las culpas. Dándonos el
derecho, posterior y legítimo, de ser resarcido. Porque sin tener justificación era injustificado e imposible
responder.
Creemos que nadie ni nosotros podemos
explicar ni comprender como funcionan muchas cosas en la vida íntima, secreta y
paralela de algunas personas. Personas, como nosotros, que hemos estado en condiciones, inexplicablemente,
privilegiadas por haber vivido situaciones poco corrientes en el cotidiano
transcurrir de la mayoría. Circunstancias que no surgen de la simple casualidad
sino de la correlación inevitable del principio causa/efecto. Por no haber sido
actores ofensivos sino defensivos. No haber sido la acción sino la reacción.
La mayoría de los hechos han
estado, por fuera de nuestra la voluntad. Han actuado como si fuese un sino inevitable
que no hemos podido esquivar y que nos ha sido impuesta por la circunstancias. Aunque,
de todas formas, no creemos en la predestinación puesto que siempre hemos pensado
que los actos siempre tienen sus motivos de acontecer y sus respectivas consecuencias.
Lo que llamaríamos, el destino natural. Si ese acto se puede evitar, el destino
es definible o modificable. Y como el futuro, en su mayoría, es previsible o
direccionable, la predestinación no existe. Ellos son, simplemente, el resultado
de lo que en el presente hacemos. Todos moldeamos nuestro propio futuro.
Es más, cuando nos hemos
opuesto con vehemencia al deseo de compañeros, en especial, subalternos, por
caridad cristiana y sensibilidad humana a que las cosa no sean como algunos
colegas intentan que sean, hemos corrido riesgos tan altos como los mismos que
corrieron los actores de los sucesos y que son motivo de estos recuentos. En escasas
oportunidades nos ha sido admitida una ligera desviación del fin que sus
motivadores pretendían, pero nunca suprimirlas completamente. El resto hemos tenido
que dejar que sigan su curso insuperable.
Compañeros que, debido a un
trato considerado con sus necesidades y sufrimientos, después de haber sido muy
injustamente tratados y atropellados, crearon una estima por nosotros que, podríamos decir, nos llegaron reverenciar como a un rey o prácticamente, a adorar como a
Dios. Sentimientos que aún perduran después de los años. Dispuestos a complacernos
o demostrar su cariño en todo, según nos lo han dicho y demostrado en varias
ocasiones. Todo lo contrario al descomunal y, algunas veces letal odio que las
tropas también sienten y hacen cuando las abusan. Y que no es necesario
especificar.
No podremos entrar en los detalles,
lo cual dejará un gran margen de incertidumbres y nubosidades, que son inevitables.
De todas formas serán suficientes para que los que han sabido de estos acontecimientos
podrán usar la narración para correlacionar con sus propias evidencias. Así
no puedan lograr toda la claridad para aceptarlas como verdades completas.
Nosotros solo aportamos los
sucesos generales y dejamos a los demás, lo que puedan agregar en favor o en
contra. Sabemos que de esa forma se suscitan otras interpretaciones favorables, diferentes
o contrarias. Las que no nos limitarán para plasmar los testimonios tal como los
hemos vivido.
Evitamos, conscientemente,
mencionar nombres propios porque el objetivo no es personalizar, que es algo mezquino
y de forma, sino que iremos al fondo donde está el valor que le permite a los
demás el repetir o evitar los hechos a futuro como cada cual quiera. Claro que para los acuciosos, que
quieran investigar, pueden usar la información para, por su cuenta, particularizar.
Pero eso es tarea de otros que está por fuera de nuestra intención.
Teníamos planeado hacerlo más
tarde. Un suceso repentino nos ha inducido a hacerlo desde ya por partes. Falleció
un hermano, en forma fulminante. Nos era muy apreciado, aunque nos causó
disgustos y reproches por su díscola actitud y su intransigente forma de actuar.
Sus extravagancias nos merecían rechazo pero, le teníamos gran consideración. Lo
veíamos víctima de las circunstancias de su propia vida. Por eso tratamos de
ayudarlo en sus proyectos y estudios.
El hecho nos hizo recapacitar
en anticipar estas evidencias porque no tenemos la vida asegurada para
postergar el recuento de las “Palabras Pendientes”, como lo dijo Alfonso López
M.
Parece que algunas personas
estamos rodeadas de un sínodo insuperable que pareciese condenar a la desgracia
han quienes han querido ser impropiamente contradictores. Como si una poderosa
fuerza, más que simplemente terrenal, llevara a la desgracia a quienes nos han tratado
de imponer una injusta voluntad. Superioridad que no podemos esquivar porque
ella actúa por su propia cuenta sin que necesitemos incitarla o pedirle que esté
a nuestro favor. Ni siquiera estimulada para que actúe. Esto nos parece fantástico.
Pero los hechos nos han conducido a pensar de esa forma, pues son demasiados. Están por fuera la simple
casualidad, la lógica o de la posibilidad de ser provocados.
Ha sido nuestro destino y no nos
ponemos en su contra, porque ya son hechos cumplidos sin posibilidad de retorno
ni reparación ni modificación. Rebasan las posibilidades de lo que acontece a
la mayoría de persona naturales, porque de extraordinario no tenemos nada. Solo
podemos ver, ahora, lo que nos aconteció en el pasado sin que en ese tiempo nos
diéramos cuenta. en su momento, no los veíamos como aventuras. Era lo cotidiano y normal. Con
los años y el reposo de la vida tranquila es donde los hemos descubierto.
Porque ni siquiera son hechos revelados por otros medios o personas, sino sacados
de la única y simple experiencia personal.
En la mayoría de los casos hemos
optado por las lecciones que recibimos de maestros sabios que nos enseñaron que
en la vida siempre hay una segunda oportunidad. Que, por eso, nunca debe expresarse,
de inmediato, todo cuanto al instante se piensa. Porque permite dejar al
descubierto lo que debe ser el íntimo y el motivante en el futuro.
Por ello fuimos gustosos
lectores, como se nos aconsejó, de famosas obras novelescas. Dentro de las
cuales, se nos dijo, podíamos encontrar muchas de las necesarias normas de vida
que debíamos practicar si queríamos sobrevivir dentro de la agresiva selva
social. Lo que se podría revelar, pero después de acontecido, donde se hace
verdad el sabio refrán popular: De las aguas mansas líbrame Señor.
Las crónicas se irán contando progresivamente en la medida en que sean escritas.
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