EL DIABLO EN LA PESEBRERA. (Narración
de Luis Fdo. González)
Una
noche, por el año 1964, como a las 8, ya viviendo en el pueblo, fui, como de
costumbre, a llevar la mula Guardia de mi papá a la pesebrera de Tocayo Vélez.
Esto yo lo hacía rutinariamente cuando mi papa llegaba de la finca al pueblo todos
los días después de que la desensillaba y le dábamos panela y maíz.
Cuando
llegué a la pesebrera de Tocayo, estaba muy oscuro y la puerta estaba cerrada
por dentro. Entonces llamé a Tocayo para que me abriera, porque él dormía en
una piececita donde estaba la picapasto al pie de la puerta. Nadie me
contestaba, posiblemente estaba borracho, que era lo más frecuente en él.
Con un
poco de susto, me asomé por debajo de la puerta para ver si me podía deslizar
hacia adentro, pero cuando me asomé, vi, como a 20 metros, la cara del diablo
al fondo de la pesebrera. Era enorme, como de 2 metros de altura y estaba
perfectamente trazada con unas líneas de luces amarillas, parecidas a las luces
de navidad. Su cara era un poco gorda y medio redondeada y el contorno de sus
ojos terminaba puntiagudo hacia los lados y las comisuras un poco hacia arriba,
pero vacíos.
La
expresión de su boca era levemente sonriente, como burlona. Con labios gruesos y
en total quietud. Algo así como un buda. El corazón me dio un vuelco y quise salir
corriendo. Sin embargo, me quedé mirándolo y pensé que era una sugestión mía,
que eso no podía ser cierto, aunque no muy convencido del todo.
Entonces
pensé que no podía volver a la casa y decirle a mi papá que no había podido
dejar la mula porque el diablo estaba en la pesebrera, seguramente me daría una
pela por mentiroso.
Entre
los dos miedos, y llenándome de valor, resolví arrastrarme por debajo de la
puerta con la sensación de indefensión que ello produce. Pero sin dejar de
mirar el rostro del diablo. Cuando estuve adentro, me sentí aún más indefenso. Busqué,
casi a tientas, la tranca de la puerta y la abrí con gran alivio.
A toda
prisa entré la mula, la metí en la primera celda junto a la puerta, le quité la
jáquima, puse la tranca de la celda y salí a la calle. Luego amarré la puerta
con una cuerda que colgaba de unas argollas y salí corriendo como alma que
lleva el diablo. Cuando llegue a la primera esquina volteé a mirar hacia la
pesebrera y vi la puerta abierta. Con mucho susto me devolví a amarrar otra vez
la puerta y volví a salir corriendo. Cuando llegué a la esquina miré nuevamente
hacia atrás y la puerta seguía abierta. Mi papá me había encomendado mucho que
dejara todo bien cerrado porque esa mula era muy arisca y se podía volar
fácilmente.
Regresé,
por tercera vez, a amarrar la puerta, la aseguré bien y, nuevamente, a correr
se dijo. En esta ocasión la puerta quedó cerrada y salí volado para la casa.
Al
otro día, cuando llegue de la escuela, mi papá me dijo: Mijo, usted dejó
abierta la puerta de la pesebrera anoche y la mula se voló. Fíjese bien la
próxima vez y vaya por ella a la Manguita, la finca del tío Francisco José, que
allá debe estar. Yo le dije, no papá, seguro que yo cerré bien la puerta, No me
discuta, dijo, es que usted es muy elevado y no se fija bien en lo que hace.
Finalmente
fui hasta la finca del tío y encontré la mula Guardia que le traje a mi papá.
Realmente si se había salido a pesar de que yo le puse tranca a la celda y
amarré la puerta de la pesebrera por fuera. Como que el diablo se la abrió para
mortificarme aún más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario