EN SILENCIO
Sobre
Jamundí la atmósfera estaba muy clara y la práctica con el alumno trascurría tranquila.
Instantáneamente una explosión tronó como una descarga de artillería naval.
La
cabina se estremeció y se llenó de humo azulado, con fuerte olor a aceite quemado. Le hélice
dio dos o tres vueltas lentas y se detuvo. Todo quedó en un pasmoso silencio. Solo
se escuchaba el helado silbido del aire. Si el
habitual ronquido del motor era el que nos daba la confianza de permanecer
en el aire, el instantáneo silencio era el presagio de un vertical desplome.
Mas, sabíamos que los aviones planean con seguridad si se les ajusta
adecuadamente
AVION CESSNA 172. T 41 EN VERSIÓN MILITAR
El
susto fue sobrecogedor. Solo en una ocasión habíamos pensado que podría llegar a sucedernos
esa emergencia. En un monomotor era significativa en vista que solo dispone de
una sola fuente de potencia. Pero tenía la convicción que era extremadamente remota
la posibilidad de que eso sucediera. Además, la tecnología moderna hacía casi imposible
que esa emergencia fuera posible. Sin embargo, nos pasó.
Lo
normal era que estuviéramos simulando emergencias para entrenar a los alumnos con
frecuencia. Era la rutina, pero nada de emergencia real. Aceptamos la evidencia
y abordamos la situación tal como acontecía. No era película, era verdad.
Iniciamos el procedimiento de emergencia. Vi que el alumno estaba bastante petrificado.
Lamentando el susto del primíparo piloto, seguimos los pasos del procedimiento.
Incluso nos dimos el lujo de cambiarlo.
Está
establecido que el control de combustible se pone en completa apertura, por si
se quiere intentar un reencendido. Cosa que no era factible en este caso por lo
evidente del grave daño que supusimos había sufrido el motor. Podría ser hasta
peligroso. Si se daba un escape de combustible se podía generar un incendio,
que es la condición mas grave en vuelo. Optamos por hacer una emergencia completa
hasta el suelo y sin ninguna alternativa de recuperación. A Dios lo de Dios y al
Cesar lo del Cesar.
Estábamos
como a unos tres mil pies sobre el terreno. Nunca nos faltaban campos,
previamente visualizados, para emergencias reales. Dos lotes contiguos recién
arados, sin vegetación, grandes y separados por una cerca, fue el campo
escogido.
TORRE
DE CONTROL EMAVI EN CALI
Terminados
los pasos mandatarios y prioritarios, nos comunicamos por radio a la torre informando
la emergencia real, el lugar donde aterrizaríamos y solicitamos el rescate. Pedimos
no informar a nuestras familias. Solo al Director Generan de la Escuela pero únicamente
porque es reglamentario hacerlo. Era mejor esperar los resultados finales del
percance sin causar angustias adicionales innecesarias.
Volábamos
por solo planeo con velocidad controlada y en moderado descenso. Dimos varias vueltas
para acomodarnos en la mejor trayectoria de aproximación al lote de terreno escogido.
PUENTE VALENCIA EN JAMUNDÍ
Por
el susto no hicimos muy buena apreciación de la altura. Aproximamos con más
antelación de lo adecuado y vimos que llegaríamos bastante altos. Tampoco creímos
suficiente un viraje adicional. Podíamos llegar, después, bajos y eso era peor. No había mas remedio que
sobrepasar el primer campo y hacer derrapes para incrementar el descenso.
Estando
en estas nos llamó la torre para preguntar por nuestra situación. Le reportamos
que estábamos próximos a hacer contacto con superficie y por ello no responderíamos
mas llamadas. Que reportaríamos la situación final cuando estuviéramos en
tierra. Quería evitar distractores para concentrarnos en la parte final de la maniobra,
la mas importante, como lo era el aterrizaje.
Desplegamos
todas las aletas para reducir la velocidad y decidimos que la electricidad no
era ya necesaria. Apagamos los radios, luces y
verificamos que todo el sistema eléctrico estuviera desactivado, cortando
el interruptor maestro. Así todas las fuentes eléctricas se aislaban. Eso nos
daba una condición estéril para que no se ocasionaran cortos circuitos, en caso
de daños estructurales. Incluidos los magnetos del motor.
En
una experiencia anterior, esa precaución nos había salvado de un inevitable y
peligroso incendio. Decidimos aplicar esa precaución para este caso, así no fuese
el estipulado. Eran pasos que agregábamos por nuestra cuenta. El alumno estaba
algo extrañado pero debía quedarse con la inquietud. No podía explicarle en ese
momento.
Como
no alcanzamos a aterrizar en el primer lote,
esquivamos los árboles de la cerca que lo separaban y pusimos ruedas en el
segundo. El arado había dejado unos
terrones grandes pero no había mas remedio. Afortunadamente hacia verano y
estaban secos. Las ruedas del tren los deshacían con facilidad causando bastante
vibración estructural y de las superficies de control. El avión paró en un corto
recorrido. Abandonamos el avión por seguridad y nos apartamos a una prudente distancia.
Cuando
vimos que estábamos bien y que el avión no había sufrido en nada, restablecimos la energía
eléctrica, prendimos los radios y reportamos a la
Base Aérea la terminación exitosa de la
emergencia y sin novedad. Nos informaron que un helicóptero ya procedía en
nuestra ayuda y recuperación. Demoraría poco.
CAMPO
ARADO
Mientras
llegaba se aproximó un vehiculo. Era el propietario de la finca. El señor nos ofreció
ayuda, gesto que agradecimos por lo gentil, pero no necesitábamos nada. Le informamos
que ya estaba en camino el apoyo. Solo le expresamos nuestro pesar por haber dañado
el cultivo. Nos dijo que no había ningún daño y que lo sucedido no valía la
pena. Aun no había sembrado en espera de
las lluvias para lograr la humedad requerida para plantar la caña.
Cuando
el helicóptero aterrizó, el piloto nos miraba con extrañeza y preguntaba con
insistencia si nos encontrábamos bien. Ante la inquietud, le preguntamos a que
se debía su preocupación. Nos dijo que estábamos demasiado pálidos y que temía
que nos podía estar pasando algo grave.
El
finquero, que escuchaba, dibujó una ligera sonrisa, que parecía tener
reprimida. Recordamos que en la sicología vivencial, algunas personas, en circunstancias
específicas, aprovechan la aprensión ajena como motivo morboso para su propia diversión.
Aspecto que saben las personas cuerdas Y, por ello, ignoran con inteligente
prudencia esas expresiones, como así lo hicimos.
Otra
cosa que también nos fue muy claro es que, sin proponernos, habíamos estado
dominando el miedo, que nos causo la emergencia. Era lo adecuado para permanecer
en la cordura que requería el cuidado de nuestra seguridad personal. Cosa que
los pilotos deben saber y ejecutar con naturalidad, y que por razones humanas no son ni deben ser ocultadas. Lo
importante es que sean controladas. El miedo, lo teníamos reprimido, pero ya era más que evidente.
Así
que confesamos al piloto del helicóptero que el susto había sido monumental. Cosa
que el sí comprendía perfectamente y, por ello, entendió. Como piloto es
educado en saber como es la situación por la que pasábamos, y apreció con tino
profesional. Le dijimos que no había motivo de preocupación.
Sabiendo
que ellos acostumbran cargar botellas de agua, la pedimos y nos dio de inmediato.
Tragos que nos supieron a elixir divino. Teníamos la boca y toda la garganta mas
seca que el los terrones del suelo a donde acabamos de llegar. El agua nos volvió
el ánimo instantáneamente. Abordamos el ángel auxiliador que nos llevó de
regreso a la acogedora Escuela. Un
camión ya estaba en camino para recoger el avión.
Por
procedimiento reglamentario, pasamos al hospital con el fin de practicar chequeos
sobre fisiología de aviación y verificación del estado de salud en general. Es
parte de la investigación. Los galenos nos mandaron un recuperador reposo de
dos días.
Cuando
llegué a la casa, mi señora se extrañó por mi aparición tan repentina dentro
del tiempo, que normalmente es laboral. Con la mayor naturalidad le dijimos que acababa de tener una emergencia
y habíamos caído en un campo al sur del Valle del Cáuca. No lo creyó y pensó
que era una broma. Cuando vio que no me marchaba al trabajo, aceptó que el
cuento era de verdad y se alegró que todo nos hubiese salido bien.
Es
mismo día, el departamento de mantenimiento desbarató el avión en el campo y lo
trasladó por tierra a los talleres. En la noche lo inspeccionó y le cambió el
motor. Como no sufrió ningún daño adicional, al otro día estaba nuevamente en línea
de vuelo, listo para seguir entrenando futuros pilotos militares.
CARTER ROTO
Parece
que uno de los orificios de lubricación entre la biela y el cigüeñal, se
obstruyó por un ligero desvío de uno de los casquetes y causó recalentamiento del
cojinete. La biela se partió y el muñón, al quedar libre, se atascó contra la
carcasa del motor. El cárter se rompió con fuerte estruendo y fuga de aceite,
que al caer sobre los ductos de gases de escape produjo la nube de humo. No quedó
claro si fue una partícula extraña que produjo la obstrucción o si el casquete
se giró tapando el orificio. El hecho es que estas emergencias son muy poco factibles
y nosotros fuimos los elegidos. Dentro de un millón de probabilidades, nos
ganamos la lotería.
LISTO PARA SEGUIR VOLANDO
Por
eso acentuaba a mis alumnos la importancia de no descuidarse. El viejo refrán,
entre pilotos, volvió a ratificarse: “Velocidad
y altura, conservan la dentadura”.
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